lunes, 20 de diciembre de 2010

«LA REINA CRISTINA DE SUECIA» de ÚRSULA DE DE ALLENDESALAZAR


Úrsula de Allendesalazar, La Reina Cristina de Suecia, Marcial Pons Historia, Madrid, 2009.
Pocos personajes históricos coronados han cobrado tanto interés y curiosidad como la reina Cristina de Suecia, tanto por parte del investigador y el académico como por parte del lector y el espectador común. Monarca mujer, heterodoxa e independiente, insumisa e indomable, caprichosa y decidida, Cristina de Suecia abdica de solemnes títulos y reales condiciones, menos la que le marca su más santa voluntad, la propia y personal, interpretada por ella misma como un destino. Personaje moderno y precursor, irreductible y trasgresor, tiene tras de sí una biografía que bien merece una misa en Roma y un ensayo minucioso como el llevado a cabo por Úrsula de Allendesalazar.
Úrsula Bertele von Grenadenberg nace en Berlín, de padres austriacos. Sin pertenecer propiamente a la profesión historiadora, la autora hace gala de un rigor y un conocimiento del oficio cronista que ya quisieran para sí no pocos profesores y académicos. Pues, en la autora que ahora concita nuestra atención, lo que no proporcionan las titulaciones y los trienios acumulados, lo asegura una profunda cultura y un firme pulso narrativo. Encontramos así en esta biografía todo lo que puede esperarse de la cuidada edición de un libro de historia: rigurosa referencia a las fuentes, contextualización, cotejo de los hechos, amén de los siempre útiles mapas, ilustraciones e índices analíticos. Pero también, y esto ya es menos habitual, un conocimiento de primera mano de la exclusiva esfera diplomática en general, y sueca, en particular, circunstancias nada irrelevantes ni superfluas en la trama aquí desarrollada.
Esposa del embajador español José Manuel Allendesalazar, destinado en Estocolmo desde 1985 hasta 1990, Úrsula de Allendesalazar saca buen provecho de su estancia en la capital sueca en orden a conseguir documentación y fuentes autóctonas con las que poder fundamentar, ambientar y recrear la vida de una mujer que pudiendo, por derecho propio, reinar en su país de origen, acaba, por soberana determinación, queriendo poner a Europa a sus pies con la fuerza de un carácter y la obstinación de una personalidad, desde luego, poco convencionales. La reina Cristina no se conforma con heredar un trono ni ser monarca por imposición. Cristina Regina desea un reino a su medida, hecho por ella y para ella. Genio y figura septentrional hasta la sepultura meridional.
«Si hay un rasgo que más que ningún otro define a Cristina de Suecia es que toda su vida sentía una predilección por revestir los hechos y acontecimientos que atañen a su persona con una aura de misterio y de ambigüedad.» Esto afirma la biógrafa ya en los primeros compases del ensayo, dando así la pista —casi diríamos, la clave— de lo que irá conociendo el lector a lo largo de las más de quinientas páginas que tiene por delante. En efecto, la existencia entera de Cristina viene marcada, desde el mismo momento del nacimiento, por tan enigmáticos rasgos: el misterio y la ambigüedad. Según reconoce la protagonista de la historia, nació mujer quien en todo momento, incluso ya alumbrada, era esperada como el heredero de la corte de Suecia. Mas, bien pronto, elevada al trono a tierna edad, Cristina anhela ser Alejandro Magno.
Siempre soñadora, Cristina sueña con conquistar el mundo. Disfruta de la caza y del trotar a lomos de un caballo. Viste según la moda masculina, se disfraza de hombre, prefiere la compañía de los caballeros a la de las damas. Cristina Regina no permite que la gobiernen, tampoco desea contraer matrimonio. Un jesuita de Luxemburgo, el padre Manderscheydt, que la conoce bien, dice acerca de la real persona que «no tiene nada de mujer sino el sexo. Su voz parece de hombre, como también el gesto». Cuando, finalmente, sorprendiendo a propios y a extraños, toma la inapelable decisión de abdicar del trono, abandona Suecia y, para pasar desapercibida, viaja por Europa disfrazada de hombre. Abdica, asimismo, de la fe luterana a la que pertenece por familia y patria, y se convierte al catolicismo, con lo que, podría decirse, justamente podría ser merecedora del título de «reina Virgen» antes que Elizabeth de Inglaterra. Y ello por los muchos sentidos de dicha expresión. En todos los casos, según arguye, tiene sus motivos, que algún día se conocerán, pero que, de momento, sólo con Dios comparte. El misterio y la ambigüedad siempre presentes.
«En su testamento, Cristina ordenó que todos sus papeles, excepto los documentos financieros y sus reclamaciones, fuesen quemados.» (pág. 207). Más misterios. Interpreta su papel de Regina cesante y errante en busca de un nuevo trono, su trono, y para ello no duda en entregarse a la intriga, el doble juego y el requiebro. He aquí el arte de la seducción de la Minerva del Norte, de la Reina-Filósofa. Cristina no es, empero, Marco Aurelio ni Federico de Prusia, para quienes el deber y la lealtad a la tradición están por encima del deseo y la ensoñación. Mas ¿quién puede dejar de plegarse a las demandas de una dama, reina y soberana? Salve Regina. En caso contrario, como el personaje Orlando de Virginia Woolf, Cristina adopta la forma de varón como un cambio de papel y estrategia.
Papas, reyes, nobles, diplomáticos, artistas y filósofos han de rendirse a sus disposiciones, sin negativas; hasta la muerte, si es preciso. René Descartes es prácticamente obligado a desplazarse a Estocolmo en pleno invierno escandinavo para darle clases particulares de filosofía, reservando para tal tarea nada menos que las cinco de la mañana.  El autor del Discurso de método, que había hecho del lecho su espacio filosófico predilecto, no aguanta mucho tiempo prácticas tan intempestivas y muere a los pocos meses de estancia en tierras suecas de una fulminante afección pulmonar. Se hace rodear de inmensas colecciones de libros y obras de arte, organiza tertulias y preside salones, funda la Academia Reale en Roma, y no ceja en su reivindicación de un reino propio. En Roma muere el año 1689: «La reina Cristina de Suecia se llevó sus secretos a la tumba.» (p. 510).
Acaso Cristina Regina, más que esforzarse por pasar a la Historia, dedica su vida a labrar su propia leyenda. Inicia la escritura de un libro de memorias que abandona pronto, pero el título lo dice todo: «Vida de la reina Cristina hecha por ella misma, dedicada a Dios». Prima inter pares. ¿Quién fue realmente nuestra heroína? Como reconoce la autora de la biografía: «Nadie ha podido aún decir la última palabra sobre ella.» Con todo, siempre nos quedará su regio rastro de misterio y ambigüedad.


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