viernes, 7 de enero de 2011

«MAESTROS ANTIGUOS» de THOMAS BERNHARD


Thomas Bernhard, Maestros Antiguos, traducción de Miguel Saénz, Alianza Madrid, 2008 (primera reimpresión), 199 páginas.

Aunque nacido el año 1931 en la ciudad holandesa de Heerlen, Thomas Bernhard es un escritor vinculado casi con fijación genética a Austria, donde transcurre gran parte de su vida (además de Alemania), y donde fallece en 1989. Novelista, dramaturgo, poeta y cuentista, Bernhard es, en realidad, el principal personaje de toda la obra que dejó escrita. De hecho, su propia biografía comporta caracteres literarios: existen dudas sobre la fecha del nacimiento, fue hijo ilegítimo y con una constitución débil y enfermiza, lo que no justifica de por sí, aunque tampoco frena, la pasión (casi pulsión) siempre profesada por las ideas de locura y muerte.
Autor prolífico —no exageraríamos si lo calificamos asimismo de compulsivo— firma alrededor de dos decenas de novelas. Algunas de las más conocidas son: Helada (1964); Trastorno (1967); La calera (1970); El malogrado (1983); además de su saga autobiográfica: El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño (1975-1982).
Sintió una intensa inclinación por el teatro, género literario al que dedica diecisiete obras. Citamos algunas de ellas: El ignorante y el demente (1972), La partida de caza (1974), La fuerza de la costumbre (1974) y El reformador del mundo (1979). El estilo dramático que practica se conoce con el nombre de Theater der neuen Subjektivität (Teatro de la nueva subjetividad), movimiento artístico dentro del que también se mueve el novelista y dramaturgo austriaco Peter Handke.
En la novela o en el drama, Bernhard practica una literatura marcada por un mismo sello: la huida de la soledad y la muerte, que, sin embargo, atrapan a los personajes, hasta el punto de atraerlos sin remedio, una y otra vez, hacia ellas, con la fuerza de la desesperación, con la letanía del eterno retorno. Narraciones u obras teatrales, los textos de Bernhard se estructuran en forma de largos monólogos, en los que el autor coge un tema, lo retuerce, para volver a él pocas líneas después. La monotonía, la repetición y la costumbre son pretendidas. Bernhard intenta crear de este modo en el lector una sensación de desasosiego, de obsesivo viaje hacia la nada, una comprobación física y metafísica del absurdo y el sinsentido de la vida.
Maestros Antiguos, escrita en 1985, no se aparta un milímetro del modelo bernhardiano. Hasta el punto de que del autor austriaco podría decirse que siempre está escribiendo la misma historia. No pregunte, entonces, el lector por el argumento de la misma. En Bernhard, la trama es meramente un pretexto para escribir y decir, decir y escribir, sobre todo y sobre nada.
En esta ocasión, el personaje de la narración responde al nombre de Reger. Musicólogo de fama mundial, escribe críticas para el Times. Pero Reger se rinde, en realidad, a un solo oficio, ante un solo ídolo: la rutina, esto es, la costumbre. En días alternos, menos los lunes, visita el Kunsthistorische Museum de Viena, atraído como un imán por el cuadro El hombre de la barba blanca de Tintoretto. Por las tardes, acude al Ambassador. Siempre la misma historia, el mismo recorrido, la misma existencia, repetitiva, reiterativa.
«Tengo que venir a ver a los Maestros Antiguos para poder seguir existiendo, precisamente a estos, así llamados, Maestros Antiguos, que al fin y al cabo aborrezco desde hace ya mucho tiempo y desde hace ya decenios, porque en el fondo nada aborrezco más que estos llamados Maestros Antiguos, llámense como se llamen, hayan pintado como quieran, dijo Reger, y sin embargo, son ellos los que me mantienen vivo.» (pág. 135).
Con una escritura compuesta con frases largas, que parecen no tener fin, ni principio, igual que la literatura o la conciencia desdichada, Bernhard hila el discurso como si se tratase de una tela de araña. El resultado concita entusiasmo o indiferencia —pero no ambas sensaciones al mismo tiempo— en el lector, quien debe saber dónde se mete cuando penetra en el laberinto bernhardiano. Sea como fuere, si decide, finalmente, adentrarse en esta novela, en sus novelas, tómeselo con sentido del humor. Bernhard es el primero en hacerlo, aunque no lo parezca. El subtítulo de Maestros Antiguos, libro de desesperanza, desilusión y amargura, reza así: «Comedia».

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