sábado, 5 de febrero de 2011

«DIARIO DE UN ESCRITOR», de F. M. DOSTOIEVSKI



Fiódor M. Dostoievski, Diario de un escritor. Crónicas, artículos, crítica y apuntes, edición de Paul Viejo, traducción: Eugenia Bulátova, Elisa de Beaumont y Liudmila Rabdanó, Páginas de Espuma, Colección Voces/Ensayo, Madrid, 2010.


Fiódor M. Dostoievski, nacido en Moscú el año 1821 y fallecido en San Petersburgo en 1881, es, sin duda, uno de los novelistas más universales de la historia de la literatura. Autor indisolublemente ligado al corazón del alma rusa, la profundidad de su escritura (unos relatos que diríanse escritos con un cincel más que con plumilla) y la ancha perspectiva de la mirada que lanza sobre el ser humano hacen muy justas, sin contradicción alguna con lo anterior, la declaración de Stefan Zweig que retrata al escritor ruso como «el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos». Autor de novelas de gran celebridad —El jugador (1866), Crimen y castigo (1866), Los endemoniados (1871-1872) y Los hermanos Karamázov (1880)— no es, sin embargo, muy conocido por la actividad realizada en calidad de articulista, cronista, ensayista o diarista.
A fin de cubrir esa parcela, la editorial Páginas de Espuma ha emprendido la laboriosa y muy meritoria labor de publicar en un solo volumen la obra de Dostoievski consagrada a las crónicas, los artículos, la crítica literaria y cultural, e incluso a sus apuntes y aforismos. El resultado es Diario de un escritor, «un libro que no existe», según leemos en la primera línea de la «Nota previa a la edición». No se trata de una sentencia inyectada de extravagancia ni de una mera boutade, a pesar de que el lector la reciba como aperitivo en un volumen de más de mil seiscientas páginas. La frase concentra sencillamente, sinceramente, la peripecia editorial de libro tan colosal. Diario de un escritor «no existe» significa que Dostoievski no escribió un libro bajo tal rótulo ni el epígrafe responde a una obra preconcebida.
Bajo el título de «Diario de un escritor», el novelista ruso comenzó a publicar una serie de artículos en la revista El Ciudadano a partir del año 1873. Además de ejercer las funciones de director de la publicación, orientada por la ideología conservadora y rusófila, Dostoievski mantiene la propia sección, en la que da cabida a la crónica cultural y la crítica social, sin olvidar algunos breves textos de creación literaria. La revista cierra poco después. El novelista retoma en 1876 la empresa, editando un cuadernillo mensual, editado y compuesto por él mismo. A finales de 1877 vuelve a interrumpirse el diario del escritor ruso, y no será hasta el verano de 1880 cuando vuelva a reactivarse. Pero la vida del escritor —y con él la del diario— se acerca definitivamente al ocaso. Dostoievski fallece en febrero de 1881.
¿Cuál es el resultado, el legado, del «Diario del escritor»? Cientos de escritos, apuntes y notas, que componen una fenomenal miscelánea, al tiempo que un mosaico de la sociedad rusa contemporánea del novelista: «un documento clave y necesario para la comprensión de la historia más reciente de Rusia, de la evolución de una nación, sus conflictos sociales y políticos, y también en buena manera una buena panorámica de literatura rusa» (pág. 15).
Pero la peripecia y la complejidad editorial del diario no acaban ahí. Obra no reunida ni publicada en vida del novelista, todo parece indicar, sin embargo, que fue entendida por Dostoievski en términos de «obra abierta». Una obra que crecía con nuevas aportaciones, dependiendo de la creatividad del autor (infatigable), pero, sobre todo de las posibilidades de edición (según hemos visto, bastante complicadas), y que sólo la muerte del escritor puso el inapelable punto final. Ocurre, a este respecto, que además del material directamente destinado a la serie del diario, Dostoievski publicó, en otros medios, muchos más textos de temática similar a la de aquél.
¿Debería, entonces, sumarse toda esta producción en un solo corpus o editarse por separado? He aquí un dilema que ha acompañado la historia editorial del diario (en anteriores ediciones en español y en la misma Rusia), resuelto en el presente volumen según aconseja la primera alternativa. Una opción que juzgamos la más juiciosa. La presente edición del «Diario del escritor» (traducida directamente de la edición en ruso de 2005, que sigue similar criterio) incluye, por tanto, obra periodística, artículos y críticas escritas anteriormente al inicio del diario con nombre propio, pero que «podrían haber formado parte de él, o al menos, consideramos que su lugar es junto a esos textos similares, frente a la opción de editarlos de manera separada» (Nota previa a esta edición, pág. 19).
El resultado es, literalmente hablando, un tomo ejemplar. Un monumento a la mayor gloria de Dostoievski, del Dostoievski ensayista, así como de la literatura universal, en una edición muy cuidada que incluye en las páginas finales unos prácticos glosarios de nombres propios y de los términos rusos más citados. Una obra completísima, no para ser leída, obviamente, de corrido, de una tirada. Aunque el criterio del lector con respecto a sus lecturas sea soberano, lo aconsejable en este caso es la lectura dispersa y diversa, y aun antojadiza.
Variedad de asuntos para elegir hay en abundancia. Ahora, una crónica sobre San Petersburgo. Luego, unos escritos sobre George Sand. Más tarde, unos jugosos comentarios a la novela de Tolstoi, Anna Karénina. Para mañana, unos apuntes sobre lo que significa Asia para los rusos. Y, siempre, con la firma y el estilo de Fiódor M. Dostoievski.

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