miércoles, 9 de febrero de 2011

«UN CORAZÓN INTELIGENTE» de ALAIN FINKIELKRAUT



Alain Finkielkraut, Un corazón inteligente, traducido del francés por Elena M. Cano e Iñigo Sánchez-Paños, Alianza Editorial, Madrid, 2010, 206 páginas.

Alain Finkielkraut, nacido en París en 1949, es hijo de un judío polaco deportado a Auschwitz. Antiguo alumno de la Escuela Normal Superior de St. Cloud ejerce como profesor en la Escuela Politécnica de París, prestigiosa escuela de ingeniería, en la que imparte clases de Historia de las Ideas en el Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales. Además de las tareas docentes y de la actividad como consumado ensayista, Finkielkraut participa activamente en los medios de comunicación, tomando posición en los temas de actualidad más candentes. Por todo ello, es conocido y reconocido como uno de los intelectuales más relevantes de la generación de pensadores y filósofos franceses que ha dado la vuelta a las tendencias dominantes en la inteligentsia francesa tras Mayo del 68.
Hablamos de un movimiento intelectual libre y espontáneo —es decir, no organizado ni partidario— que ha logrado desmitificar, no sólo en Francia, el patrón imperante del intelectual entendido como sinónimo de «progresista y de izquierdas», inclinado, además, a un pensamiento epatante y à la mode. Inicialmente identificados con el rótulo de «nuevos filósofos» —pensadores críticos con las «imposturas intelectuales» derivadas de teorías multiculturalistas, deconstruccionistas, post-estructuralistas y demás productos del postmodernismo—, junto a Finkielkraut destacan autores tan reputados como Bernard Henry-Levy, André Comte-Sponville, Luc Ferry, Pascal Bruckner y André Glucksmann.
Intelectual íntegro, de la estirpe de los dreyfusards, Finkielkraut ha llevado a cabo una sólida y fértil obra ensayística en la estela de sus autores más queridos: Alain, Charles Péguy, Hannah Arendt o Albert Camus, sin perder nunca de vista a Jean-Paul Sartre o a Paul Valéry. Uno de sus textos más celebrados lleva por título La derrota del pensamiento (1987), donde ofrece una severa crítica de la deriva experimentada por la noción, ilustrada y racional, de «cultura» en la segunda mitad del siglo XX, al ser trastornada por lo que ha sido dado en llamar, posteriormente, «estudios culturales».
En esa frenética labor de escritura de ensayos filosóficos y artículos periodísticos, junto a las ya mencionadas intervenciones públicas sobre asuntos del presente, Finkielkraut se ha dado un pequeño respiro, dedicando su último libro publicado en España al análisis literario. Leal al espíritu de Pascal, Finkielkraut no sólo atiende a las «razones de la razón», sino también a las «razones del corazón». He aquí el resultado de un paseo personal por los libros más estimados de «un corazón inteligente». Tal y como explica en el Prólogo, la frase —título asimismo del libro— la toma del rey Salomón, cuando suplica a Dios que le sea concedida la gracia de esa maravillosa síntesis de sentimiento y entendimiento.
Sin embargo, Dios calla. Y no sólo Él. Tampoco la Historia o la Razón dan respuesta a la súplica de reyes y villanos. Tiene uno mismo que ir a buscarla. Por ejemplo, en la literatura. Finkielkraut propone en el volumen una «biblioteca ideal» en la que encontrar voces, sensatas y sagaces, que iluminen al lector, no acerca de las leyes de la vida (para eso están la ciencia y la filosofía), sino «su jurisprudencia»: «Me he fiado de mis emociones para elegir nueve títulos: La Broma de Milan Kundera; Todo fluye de Vassili Grossman; Historia de un alemán de Sebastian Haffner; El primer hombre de Albert Camus; La mancha humana de Philip Roth; Lord Jim de Joseph Conrad; Apuntes del subsuelo de Fedor Dostoyevski; Washington Square de Henry James y El festín de Babette de Karen Blixen.» (pág. 12).
¿Por qué nueve títulos y no diez? Finkielkraut habla de «biblioteca ideal» con la que establecer un fructífero diálogo intelectivo y emocional, no de «decálogo», esto es, de un concentrado compendio de la verdad: «En el camino de la verdad, la comprensión literaria de la existencia encuentra y afronta inevitablemente a su doble.» (pág. 205). Muchas son las novelas, cuentos y relatos que han buceado con inteligencia y sensibilidad hasta las profundidades del corazón humano. No nos hallamos, entonces, ante una «exclusiva» ni exhaustiva selección. Pero en las obras escogidas el alma humana escucha, sin duda, un eco delicado y sutil que revela intensos testimonios acerca de la broma pesada que a menudo representa la vida de los hombres, esos «huérfanos del tiempo». También se informa acerca de la «tragedia de la inexactitud», «el infierno del amor propio», «la zafiedad de lo verdadero» o «el escándalo del arte».
Interesa a Finkielkraut examinar la obra del autor penetrante, ese que para «confrontarse a lo esencial no elige la teoría, sino la anécdota. En lugar de proceder por conceptos, cuenta una historia.» (pág. 191).
Es de esperar, con todo, que Alain Finkielkraut, tras este recorrido por el análisis de la literatura más luminosa, no sienta en su corazón inteligente «la derrota del pensamiento» como si de una irreversible condena o maldición se tratase, de un callejón sin salida, para que así pueda seguir adelante en su provechosa obra ensayística, proporcionándonos nuevas reflexiones sobre las «verdades de la razón».

2 comentarios:

  1. "Hablamos de un movimiento intelectual libre y espontáneo —es decir, no organizado ni partidario— que ha logrado desmitificar, no sólo en Francia, el patrón imperante del intelectual entendido como sinónimo de «progresista y de izquierdas»"...

    ¿Para cuando en España?

    Un cordial saludo y enhorabuena por su Blog,
    Juan Pablo L. Torrillas

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  2. Bienvenido, Juan Pablo, a este blog y muy amable por tus palabras.

    ¿Para cuándo en España algo similar a lo que se habla en la reseña del libro de Finkielkraut? Pues, no sabría decirlo. No soy muy optimista, francamente, sobre todo en estos tiempos de atontamiento generalizado. La "traición de los intelectuales" ya es un hecho. Y el pulso de la sociedad civil en España, en la última década, ha quedado al nivel de Argentina o Marruecos... ¡Hasta ahí ha llegado el progreso de nuestra sociedad!

    Pero, no es cosa de lamentarse sino de actuar, en la medida de las posibilidades de cada uno. De momento, Internet no ha sido neutralizado ni silenciado. Aprovechemos, pues, este medio. Visitaré en breve tu blog.

    Un saludo

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