miércoles, 9 de noviembre de 2011

LA COARTADA ANTIFASCISTA EN LA IZQUIERDA POLÍTICA


«Por lo demás, sucedió lo que tenía que suceder. Era inevitable que las dos mayores empresas en el campo de la negociación política de la ira  [social-comunismo y nazi-fascismo] alguna vez tuvieran que identificarse mutuamente como competencia. [...] En efecto, las directivas de Stalin contra los movimientos radicales de derechas en Europa partieron de imposiciones irresistiblemente morales. Mientras el caudillo de los bolcheviques se presentaba al mundo como garante de la resistencia contra la Alemania nazi, a los enemigos de Hitler cualquier color político que fueran se les proponía el antifascismo como la única opción moralmente defendible de la época, inmunizando de esta manera la Unión Soviética contra los críticos de dentro y de fuera. Éstos tenían que temer ser denunciados como profascistas tan pronto como elevaran el mínimo reproche contra la política de Stalin. [...]

La amarga ironía de la historia se descubrió sólo cuando el heroísmo y la disponinilidad al sufrimiento del pueblo ruso y de sus pueblos aliados fueron puestos, una vez ganada la guerra, en la cuenta del antifascismo. [...]

La ingeniosa auto-representación del fascismo de izquierdas como antifascismo fue, en todo el ámbito de influneica del estalinismo y, más allá, de la nueva izquierda, el juego lingüístico predominante de la época de posguerra, con efectos a tan largo plazo que en las disidentes subculturas del oeste, sobre todo en Francia e Italia, se pueden seguir hasta en la actualidad. No se dice nada exagerado si se designa la huida de la izquierda radical al "antifascismo" como la maniobra más exitosa desde el punto de vista de la política lingüística del siglo XX. Se sobreentiende de estas premisas que fuera y siguiera siendo fuente se bienvenidas confusiones. [...]

La razón por la que la izquierda necesitaba esta condescendencia se puede aducir sin mayor dilación. En vista del terrible balance del estalinismo, ésta tenía que retocar, disculpar y relativizar un exceso de faltas, de omisiones e ilusiones. Los compañeros de viaje bienintencionados sabían lo que querían saber... y sabían aquello de lo que en el momento crítico no habían oído nada (Sartre, por ejemplo, conocía los diez millones de prisioneros en los campos soviéticos y calló para no salir del frente antifascista). [...]

No se puede afirmar que la extrema izquierda de Europa después de la Segunda Guerra Mundial se haya contenido. En el profundo sentimiento de sí misma escaló alturas vertiginosas de liberalidad. En la medida en que sin cesar sacaba a relucir su antifascismo, reclamaba junto con la legitimidad histórica básica —la de haber pretendido hacer algo grandioso— el derecho a continuar allí donde habían quedado los revolucionarios de la época anterior a Stalin. Se inventó una elevada matemática moral según la cual tienen que pasar como inocente quien puede demostrar que otro ha sido más criminal que él mismo. Gracias a semejantes cáculos, Hitler avanzó hasta constituirse para muchos en salvador de la conciencia. [...]

La inteligente distribución de la vergüenza no ha fracasado en su eficacia. En efecto, se llegó hasta el punto de denunciar toda la crítica al comunismo como anticomunismo y éste como una continuación del fascismo con medios liberales. Cuando, desde 1945, ya no se daban abiertamente ex fascistas, no faltaron todavía paleo-estalinistas, ex comunistas, comunistas alternativos e inocentes radicales del ala extrema que llevaban la cabeza tan alta como si los delitos de Lenin, Stalin, Mao, Ceaucescu, Pol Pot y otros líderes comunistas se hubieran cometido en el planeta Plutón.»

Peter Sloterdijk, Ira y tiempo (fragmentos)

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