sábado, 21 de septiembre de 2013

INDIVIDUALES


Lo que Deus sive Natura ha unido que no lo separe el hombre. Así habla el oráculo implacable del Designio y la Necesidad, la Voz del Omnipotente inmaterial o demasiado terrenal a la criatura desangelada, caída en la Tierra para ser parte de un Todo del que no debe desprenderse ni desmembrarse. He aquí, para la tradición del Mito, el mayor pecado humano: querer ser uno mismo, tener voz propia, aspirar a que la vida corra por su cuenta y riesgo.
Del individuo en comunidad se dice que es sujeto porque de él se espera que viva emparentado con el otro, que es su hermano. Según sentencia el juicio sumarísimo del Todo, los individuos, sometidos a la Fatalidad, están  condenados a vivir juntos. A veces, esta expresión, «vivir juntos», adquiere un sentido literal,  muy severo y riguroso.
Es el caso que estos mensajes de universal comunión, entusiasmo gregarista y apasionado comunitarismo me vienen hoy a la mente con especial dramatismo al recordar una noticia que me conmovió profundamente en su día, hace años. En el verano de 2003 tuvo lugar la operación quirúrgica, con el infeliz resultado de muerte, de las siamesas iraníes Laleh y Ladan en un hospital de Singapur. Los médicos intentaron salvarlas de una clase de enfermedad cruel y muy letal: la vida sin individualidad. Las dos hermanas esposadas decidieron desde su mayoría de edad y su discernimiento responsable someterse a una intervención quirúrgica a vida o muerte. Ellas tomaron la suprema decisión de ser separadas y liberadas, y los médicos certificaron la probabilidad de lograrlo. Pero, no pudo ser. Todo reproche o condena moral en este asunto se me antojan fuera de lugar.
La unión no hace la fuerza, sobre todo cuando se produce por la fuerza de la necesidad, o del destino. Cuando entran en conflicto solidaridad, igualdad, fraternidad y libertad, es la libertad la que tiene siempre la última palabra. Se escucharon entonces, y acaso también se oigan todavía, voces de amonestación y sermón contra agentes y pacientes. Que si montaje mercantilista, que si actitud temeraria, que si afán de fama, que si meros caprichos... No es justo ni noble atacar a la ciencia por ayudar a los humanos a tener mejor vida. Tampoco es decente tratar a Ladan y Laleh como dos monstruos, dos temerarias suicidas, por el solo hecho de haber deseado vivir fuera de lo común, de una en una, libres e individuales.


sábado, 14 de septiembre de 2013

VALLE Y MONASTERIO DE SANTO ESPÍRITU

Foto del valle de Santo Espíritu tomada por mi padre en el año 1972

Mis padres tenían una casa en el valle de Santo Espíritu del Monte. El valle de Toliu se encuentra muy próximo a la población valenciana de Gilet, en las estribaciones de la Sierra Calderona, a diez kilómetros de Sagunto y poco menos de treinta de Valencia. Allí he pasado, durante mis años mozos, muchas vacaciones de verano y de Pascua, y no pocas estancias de fin de semana.

Tan a mano del cap i casal, el entorno, que todavía conserva el aroma y el sabor mediterráneos, anuncia ya el vigor y el verdor de la serranía. Esta circunstancia resulta especialmente atractiva a la hora de encontrar fresco alivio y darse un buen respiro durante los meses calurosos y húmedos del verano costero. Extensas pinadas y amplias zonas de vegetación proporcionan unas temperaturas muy templadas en el periodo del estío, esas que permiten jactarse, ante quienes han quedado en la ardiente ciudad, de dormir en los meses de julio y agosto con cubierta o “una mantita”.

Rodeado este dominio augusto por “siete colinas” — la Montaña de la Cruz, la Cueva de Braulio, las Peñas de Cok, el Xocainet, el Pico del Águila, la Montaña del Tocino y las Montañas de Félix— resulta ideal para pasear, practicar el senderismo o hacer ciclismo. Por las calzadas y veredas que recorren el valle aprendí yo a montar en bicicleta, a dar los primeros pedaleos, subido a lo que todavía no era para mí, joven prudente o acaso temeroso principiante, un genuino velocípedo. 

Aquí también tomé el hábito de salir a caminar por los senderos y los collados locales con un libro en el bolsillo o la bolsa, junto a la merienda y la cantimplora. Sobre una roca o bajo un pino, arrullado por el trino de los pájaros y el sereno rumor del viento que mecían las ramas de los árboles y los arbustos, le tomé gusto, simultáneamente, a la andanza, la lectura y la meditación, aprendiendo de esta forma a tomarme la vida con filosofía.


Una de mis rutas más frecuentes, carretera arriba, por entonces con poco tráfico, es la que lleva al Real Monasterio de Santo Espíritu del Monte. Monumento histórico al tiempo que área recoleta, el monasterio mantiene desde sus orígenes la más pura atmósfera franciscana. A dicha orden religiosa la reina Doña María de Luna La Grande, esposa del rey Don Martín I El Humano, donó en el año 1404 la propiedad de una masía y los aledaños, legados a su vez a la corona por Doña Jaumeta de Poblet, señora feudal de Gilet. Sobre las bases del caserón original fueron edificados el convento, la iglesia, el patio, el huerto y los edificios colindantes, formando un conjunto arquitectónico —según manda la Orden— muy austero, pero, asimismo, imponente, en el cual hasta el menos entendido en la materia reconocerá raíces artísticas de inspiración valenciana.

Desde su mismo germen, nobles nombres valencianos han acompañado la historia del monasterio. La reina María de Luna obtuvo la autorización eclesiástica, que refrendaba la donación de la propiedad a los franciscanos, directamente del Papa Benedicto XIII, el Papa Luna, a la sazón pariente de la soberana. El cardenal-obispo de Valencia, Don Rodrigo de Borja, futuro Papa Alejandro VI, intercedió más tarde para que el monasterio fuese cedido a Sor Isabel de Villena, de la orden de las clarisas, aunque, finalmente, se mantuvo bajo la custodia y la observancia franciscanas. 

San Francisco de Borja, asiduo visitante del recinto, organizaba aquí reuniones dos veces al año con otros notables santos valencianos, San Luis Beltrán y San Juan de Ribera, sin olvidar al Beato Nicolás Factor, a quien se atribuye el portento de haber descubierto milagrosamente la fuente que recibe su nombre y todavía hoy es lugar de peregrinación para todos los sedientos de la zona.

Por lo que a mí respecta, no presumo de pertenecer a una estirpe linajuda ni me considero tampoco personaje eminente, y menos aún un santo. Pero, eso sí, me complazco en afirmar que mi familia y yo mismo formamos ya parte de la materia y el alma del valle de Santo Espíritu, donde hemos pasado momentos muy gratos.



DÓNDE COMER
Próximo al Monasterio hay una amplia explanada muy adecentada y bien dispuesta, con juegos para niños, baños, mesas con bancos y barbacoas de uso público. Es aconsejable ir bien aprovisionado para hacer picnic.

DÓNDE DORMIR
El Monasterio dispone, en una zona anexa, de una Hospedería donde alquilar habitaciones. No hay lugar más tranquilo y sereno para el reposo del viajero.

Enlace de interés: Monasterio de Santo Espíritu




El presente texto sirvió de base para confeccionar la crónica de la Ruta de Autor, realizada por Bel Carrasco en el Suplemento de Valencia DE FINDE del diario EL MUNDO, publicada el día 14 de septiembre de 2013.