domingo, 13 de julio de 2014

BREVE RELATO DEL POSMODERNISMO


¿Qué ha sido hoy del posmodernismo? ¿Quién toma en serio ese movimiento neo-contracultural de corte y deconstrucción, que logró acaparar la atención de tantos académicos y profesores de Europa y América, animado por numerosos medios de comunicación, en las última décadas? ¿Qué ha sido de esta presumida new fashion intelectual? El impulso y propósito que los propulsaba, más que fructuosos y constructivos, eran de naturaleza criticona y destructiva, presuntuosamente demoledores de la tradición, no importa cuál fuese. Llegó, no obstante, a adquirir una notable influencia en lo que queda del pensamiento, y tal vez por ello sí quepa reconocerle una hazaña: haber entorpecido, en su medida, la necesaria tarea de reconstrucción de la racionalidad en el ámbito de la filosofía y las ciencias sociales, sin la cual sobreviven como pueden y a duras penas.

El proyecto de deconstrucción contracultural en todos los ámbitos y de demolición de los fundamentos de lo real quedó simbolizado por uno de los buques insignia del posmodernismo: el «pensamiento débil». En el momento actual, ya no muestra apenas vigor y pujanza, lo que hace honor a la presumida «debilidad» de su talante y los objetivos que propugnaba. No hay aquí, pues, contradicción ni desilusión, ni podría haberla, y, de indicarse tal cosa, tampoco preocuparía a sus maestros y discípulos, o lo que queda de ellos. Esto es así por tratarse de un prontuario —el posmoderno— que ha negado precisamente la misma base doctrinal en el pensar. Siendo posmoderno, cualquiera podía ser generoso y dadivoso, altruista y caritativo, tirio y troyano, aunque liberal jamás, tampoco racional, al representar éstas unas actitudes muy mal vistas entre catedráticos innovadores, periodistas de salón, políticos del ramo y público acrítico en general. 


Constituida en una corriente de opinión que impugnaba el principio de realidad, mientras disimulaba la autorreferencia al principio del placer, en el curso del tiempo, se ha topado de pronto con la íntegra realidad. Y, en fin, de erigirse en una filosofía peculiar, desobediente de la lógica tradicional, que no quería oír hablar de principios de identidad, no contradicción y tercio excluso, la «condición posmoderna» ha descubierto, finalmente, por propia experiencia, el sentido del ser y, sobre todo, del no-ser. La sinrazón también crea monstruos que acaban por destruir a su «creador» (Dr. Frankenstein) y a sus propios hijos (Francisco de Goya). 

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Para definirse como movimiento pragmático y débil, los posmodernos aspiraban, curiosamente, a no dejar piedra sobre piedra en la cultura vigente. A fin de recordar que para este temporal intelectual, irreverente y caduco, nada debía ser tenido por sagrado, propongo en el presente texto rememorar las cavilaciones de Richard Rorty y Gianni Vattimo sobre El futuro de la religión, título de un libro compilado por Santiago Zabala (Paidós, Barcelona, 2006), cuyo subtitulo reza Solidaridad, caridad, ironía. No deja de ser irónico leer cómo pontificaban en este volumen sobre el futuro aquellos que no lo tendrían… 


Interpretación de interpretaciones, todo es Interpretación. Eso decían. El pensamiento «débil» y «posmoderno» constituyó un programa, en el fondo, muy ambicioso (residuo pos-revolucionario), que superaba con bastante habilidad cualquier crítica porque en sus dominios tampoco funcionaba el principio de falsación (Karl Popper), tal era su aversión por los principios en general. Simplemente, tenían explicación para todo, porque, según sostenían, todo es opinable. En la «Era de la Interpretación», que vendría a sustituir la «Era de la Fe» y la «Era de la Razón», la doxa ha substituido a la episteme en orden de legitimidad, quedando así constituida una especie de renovada teoría de los tres estadios (Auguste Comte), pero en versión antipositivista.


El plan general del posmodernismo, a través de sucesivas ediciones, consistía básicamente en promover travestimientos culturales de los modelos bajo sospecha, los cuales eran puestos en el punto de mira como próximas víctimas a desfigurar. El método era de lo más elemental: ponerse en el lugar de los modelos señalados y dejar a éstos en situación de stand by, descolocados, deslocalizados: quítate tú para ponerme yo. Tal proeza se conoce con el nombre de «empatía», una tendencia emocional supuestamente muy solidaria y caritativa, aunque carente por completo de ironía. 


La estrategia mencionada, aunque presumiblemente renovadora y rompedora, es muy antigua. Labora con vistas a introducirse (infiltrarse) en el interior de las estructuras tenidas por «decadentes» a fin de «darles la vuelta», por decirlo en términos marxistas o posmarxistas, y así adaptarlas, con nueva terminología e imagen, a los nuevos fines pretendidos. Los organismos, los movimientos y las instituciones que en el fondo se saben débiles (porque lo son), les conviene evitar el enfrentamiento directo, el cuerpo a cuerpo con el adversario superior. 

Otras tácticas más sinuosas cumplen la función sustitutoria, por ejemplo, la paciente labor de zapa que acaba minando las defensas y resistencias del fuerte; el envenenamiento intelectual, en pequeñas dosis, del adversario; la doblez, el engaño y la estafa; la contumacia y la tenacidad; la propaganda y la repetición. Con todo, el anhelo principal de la deconstrucción era la desmoralización del oponente (y, por extensión, de la sociedad toda), una nueva versión de la transvalorización de los valores (Friedrich Nietzsche) reducida a la versión pedestre, «débil» y desnaturalizada. 


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En la denominada «era posmetafísica», de cuyo ser y circunstancia sólo los muy entendidos podrían dar fe, la razón constituía un ídolo a derribar. Tal propósito era proclamado nada menos que en nombre de la racionalidad. Gianni Vattimo, por ejemplo, quien no es tan ingenuo como para rechazar la racionalidad en su conjunto, acepta —qué remedio— la «racionalidad hermenéutica», o sea, aquella que sitúa el debate en el terreno exclusivo de la interpretación, en el que no habría otros hechos que los lingüísticos (pág. 20). Y entiéndase tal desideratum, como un fatum, nunca como un factum.

Richard Rorty, quien no iba a ser menos, tampoco tiene nada en contra de la racionalidad, «si se identifica la racionalidad con el esfuerzo por lograr un consenso universal intersubjetivo y la verdad con el desenlace de tal esfuerzo» (pág. 58). Y lo que decimos de la razón y la racionalidad, valdría lo mismo para otros conceptos en proyecto de reconversión o de travestimiento cultural, a saber: «diálogo», «consenso», «interpretación», «universal», «nihilismo», «democracia» y, cómo no, «solidaridad, caridad, ironía», las nociones que aparecen seleccionadas en el subtítulo del libro referido. 


Resulta verdaderamente portentoso en este caso que semejante empresa —la «posmoderna»— haya tomado (en vano) a Nietzsche como uno de sus inspiradores, profetas y legitimadores. ¡Justamente Nietzsche, el filósofo que diseccionó con precisión de (capaz) cirujano la carnaza del resentimiento! O tal vez precisamente por eso mismo… He aquí una aplicación modélica del método de travestimiento que acabamos de señalar como característico del proceder posmoderno. La apropiación integral de la filosofía de Nietzsche fue, después de todo, poco más que un maquillaje, retoque y reajuste conceptual a base de unas pocas frases elegidas ad hoc, con el fin de componer un discurso interrumpido, y que se pretendía intempestivo, posrevolucionario, propio de la Nueva Era. Una vez armados los adagios según el guión sustitutorio, eran colgados (como una inocentada) en la espalda del solitario de Sils-Maria para que cargase así con la cruz de la «posmodernidad». Nietzsche: ecce homo


En realidad, la promoción urbi et orbe de un «Nietzsche posmoderno» (se hizo también con muchísimos otros autores clásicos) fue posible merced a las particulares (y muy opinables) interpretaciones de la obra del filósofo alemán llevadas a cabo, entre otros, primero por Gilles Deleuze y Michel Foucault y, posteriormente, por Jacques Derrida y Gianni Vattimo, al frente de la fratría posmoderna. No entraré ahora en disputas sobre citas, verdades por correspondencia (¡a ver quién lleva «razón»!) y vídeos delatores. Porque el caso, afortunadamente, está cerrado. 




Me limito en este punto a poner de manifiesto la impertinencia de determinados juegos de lenguaje a cuenta de un autor —Friedrich Nietzsche—, quien, maestro del aforismo, fue convertido indistintamente en guía del nazismo, en feroz antisemita, en líder del situacionismo, en ideólogo del anarcosindicalismo o en adalid del «posmodernismo», y a menudo con sucesión de continuidad. Ocurría una circunstancia u otra, o todas a la vez, según se le antojase al interpretador de turno, sólo con rescatar determinados aforismos de los cientos que escribió el filósofo nacido en Röcken, ciertamente, algunos de ellos muy apetecibles para toda clase faenas de interpretación (recuérdese, empero, la cantidad de literatura garabateada alrededor de la célebre expresión «bestia rubia», una más de las que dejó escrita en La genealogía de la moral).

Si no hay miramientos a la hora de hacer de Nietzsche el paladín del nihilismo y el «pensamiento débil», entonces, ¿cómo puede extrañar que Rorty y Vattimo dudasen a la hora de reconvertir, travestir o, mejor, deslocalizar a Dios, arremetiendo sin contemplaciones contra el «fundamentalismo» en la religión cristiana, pero sólo en la religión cristiana, como si el «fundamentalismo cristiano» fuese tema de actualidad y el más preocupante de los fundamentalismos realmente existentes? He aquí el asunto central del libro El futuro de la religión, o cómo hacer pasar al cristianismo por la trituradora del «pensamiento débil» y convertirlo en ariete (y al mismo tiempo víctima) del proyecto deconstruccionista**.

Resumamos, en pocos pasos, el plan propuesto allí:

1. Hacer del anterior Creador del mundo, simplemente, coherentemente, un «Dios débil», cuya justificación se limita a la cita de algunos versículos, convenientemente escogidos. Por ejemplo, este de San Pablo: «Cuando soy débil es cuando más fuerte soy» (Corintios, 12, 10). 

2. Dios, en la religión del futuro, ya no estará en los Cielos, sino deslocalizado. En la «condición posmoderna», Dios ve disminuir su potencia, o voluntad de poder, hasta un nivel humano, pero acaso demasiado humano, hasta el punto de —en un arrebato de democratismo e igualitarismo atrevidísimo— ser convertido en un ciudadano más, un compañero, un colega, un «amigo», siempre en igualdad de derechos y deberes que los demás. Nietzsche, sin duda, trataba a los dioses con bastante más respeto que sus presumidos interpretadores. 

3El cristianismo que lo es de «verdad» (no de la manera «dogmática», «sustancial» o «metafísica»), encabeza en la «Era de la Interpretación» las reivindicaciones más new age. En esta nueva misión, abandona arcaicos y superados objetivos (el misionero y el evangelizador, por ejemplo: «La religión no metafísica es también una religiosidad no misionera», pág. 100), para pasar a asumir con fervor, y aun a preconizar, el matrimonio de homosexuales, la eutanasia, la fecundación in vitro, el uso liberador de los preservativos, el sacerdocio femenino y todo lo que sea menester con tal de situarse más allá del bien y del mal, y aun más allá del ateísmo y el teísmo. 

4El futuro de la religión, según Rorty y Vattimo, pasa por legitimar el expediente debilitador de la cultura cargándolo a la cuenta del propio cristianismo. Es el mensaje cristiano, se dice, el que niega el «principio de realidad» cuando, en boca, otra vez, de Pablo, declara: «Muerte, ¿dónde está tu victoria?» (Corintios, 15, 54-55), y el mismo que bendice la ética del diálogo y la conversación sin límites como fuente de entendimiento, consenso y verdad pragmática, por ejemplo, por medio de esta prédica: «Cuando dos o más estén reunidos en mi nombre, yo estaré con ellos» (Mateo, 18, 20). 

Pues bien, diríase que Rorty y Vattimo se han reunido (o conjurado) en nombre del Dios débil y posmoderno al objeto de decidir acerca de su jubiloso futuro, que no es otro que la jubilación... Y debemos suponer, además, que Él estuvo allí con ambos filósofos (remedo sacrílego de la Santa Trinidad), certificando con su presencia y amparo la deconstrucción del cristianismo. Tal vez por eso dicen lo que dicen con tanta desenvoltura y frescura, porque dan por descontado que gracias al espíritu evangélico siempre serán disculpados o compadecidos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.» (Lucas, 23, 33-34). Ni lo que dicen.

NOTAS

* Versión corregida y adaptada a los nuevos tiempos de mi texto «Cristianismo deconstruido», recensión del libro de Richard Rorty y Gianni Vattimo, El futuro de la religión. Solidaridad, Caridad. Ironía, Paidós, Barcelona, 2006, publicado en Anthropos. Revista, nº 217, «Especial Gianno Vattimo. Hemeneusis e historicidad», Barcelona, 2008, págs. 194-196.

** Siguiendo con este proyecto, Vattimo ha publicando nuevos libros, entre los que pueden citase: Verdad o fe débil. Diálogo sobre cristianismo y relativismo (2006); Después de la muerte de Dios. Conversaciones sobre religión, política y cultura (2007); ¿Ateos o creyentes?: Conversaciones sobre filosofía, política, ética y ciencias (Contextos), en colaboración con Michel Onfray (2009); Dios: la posibilidad buena: Un coloquio en el umbral entre filosofía y teología, en colaboración con Carmelo Dotolo, Giovanni Giorgio y Antoni Martínez Riu2013)»

*** La presente versión del artículo ha sido publicada, con el título de, «¿Qué ha sido del posmodernismo y su delirio deconstructor  e iconoclasta?», en PortVitoriaThe Magazine of the Hispanic and Lusophone Communities. Issue 9. Jul - Dec 2014.

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