«Durante
los últimos tiempos, han fallado tantas
cosas, que, por inercia mental, se tiende a dudar de todo, hasta de Inglaterra.
[…]
»la
originalidad extrema del pueblo inglés radica en su manera de tomar el lado
social o colectivo de la vida humana, en el
modo como sabe ser una sociedad. […]
»Téngase
presente que Inglaterra no es un pueblo
de escritores, sino de comerciantes, de ingenieros y de hombres piadosos.
Por eso supo forjarse una lengua y una elocución en que se trata principalmente
de no decir lo que se dice, de insinuarlo más bien y como eludirlo. El inglés no ha venido al mundo para decirse, sino al contrario, para
silenciarse. […]
»El hombre del Sur propende a ser gárrulo.
Grecia, que nos educó, nos soltó las
lenguas y nos hizo indiscretos a
nativitate. El aticismo había triunfado sobre el laconismo, y para el
ateniense vivir era hablar, decir, desgañitarse dando al viento en formas
claras y eufónicas la más arcana intimidad. Por eso divinizaron el decir, el logos,
al que atribuían mágica potencia, y la retórica acabó siendo para la
civilización antigua lo que ha sido la física para nosotros en estos últimos
siglos. Bajo esta disciplina, los pueblos románicos han forjado lenguas
complicadas, pero deliciosas, de una sonoridad, una plasticidad y un garbo
incomparables; lenguas hechas a fuerza de charlas sin fin — en ágora y
plazuela, en estrado, taberna y tertulia. De
aquí que nos sintamos azorados cuando, acercándonos a estos espléndidos ingleses,
les oímos emitir la serie de leves maullidos displicentes en que su idioma
consiste. […]
»Sobre
todo esto se razona tranquilamente en las paginas inmediatas, sin excesiva
presuntuosidad, pero con el entrañable deseo
de colaborar con la reconstitución de Europa. […]»
***
El texto «Epílogo para
ingleses», escrito por José Ortega y Gasset en «París y abril, 1938», fue añadido a partir de dicha fecha en las sucesivas ediciones del libro La rebelión de las
masas (1930).
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