Ante el infortunio
y la catástrofe, el
comportamiento de los individuos se inclina, generalmente, por dos
actitudes: 1) sobreponerse a la tragedia merced a la
acción y la reconstrucción, o 2) encaramarse a la pila de
escombros y cadáveres al objeto de ganar una altitud que de natural les es
negada. Los resentidos, de la segunda división, no tienen otra forma de dañar
al virtuoso y discreto, en primer lugar, que mordisquearle las pantorrillas hasta
conseguir que se agache para darse un masaje en las partes afectadas. Y
entonces…
Para sacar partido,
cuentan los miserables con la eventualidad de contingencias funestas,
siniestros y adversidades, sea un acto criminal, una catástrofe o una calamidad
natural, que tanto desencadena desgracias como desata las furias.
¿El destino, la
fortuna, el devenir de las cosas? Palabras, palabras, palabras. El resentido
maldice la Vida (también el Sistema y el Orden establecido) cuando algo no va
como a él le gusta o conviene. Truena contra la existencia real para
imponer lo realmente existente (“esto es lo que hay”).
De los aprendices de
Filosofía que quieren ir demasiado deprisa en sus estudios y quemar etapas,
decía Platón en la República que poco consiguen de provecho
intelectual, aunque, eso sí, “disfrutan como cachorros dando tirones y
mordiscos con su argumentación a todos los que se le acercan”. De modo análogo,
diría por mi parte, el resentido sólo experimenta felicidad cuando festeja la
malaventura de otros; el sabor de la sangre y el olor a muerte le da vida
y energía para seguir tirando.