domingo, 8 de octubre de 2017

HABLAR SIN DECIR


Debemos a José Ortega y Gasset, entre otras tantas enseñanzas luminosas, una importante distinción entre el hablar y el decir. Lo expone, por ejemplo, en El hombre y la gente (1957), ensayo materialmente inacabado (¿qué ensayo verdadero no queda irremediablemente inconcluso?), pero pletórico de buenas ideas.
Hablar, lo que se dice hablar, es actividad corriente y moliente, una operación que actúa de fuera a dentro de la persona, y basta con aprenderla, como una destreza o habilidad más, para poder andar por la vida entre semejantes sin perderse del todo. El hablar no significa gran cosa. Algo, todo lo más, que hay que procurar dominar, para así poder decir frases y conllevarse con los otros.
Decir, para entendernos, representa un ejercicio distinto y superior: es una operación que arranca desde el individuo y se proyecta hacia los demás. El hablar es cosa nuestra, pero el decir, inicialmente, es sólo mío, de cada uno.



Hablamos, corrientemente, para salir del paso. Nos oímos y, acaso también, nos escuchamos. Pero de comprensión andamos muy escasos. Comúnmente porque vamos por el mundo demasiado deprisa, sin pararnos a pensar qué es lo que pasa. Se ha dicho con razón que la reflexión filosófica consiste básicamente en pensar las cosas, por lo menos, dos veces. Y en hacerse preguntas. ¿Acerca de qué?
Cualquier motivo, en ocasión cualquiera, sea el vuelo del búho o el arte de tocar la flauta, contiene una provechosa oportunidad de meditación razonada, si en el acto de escribir aspira uno a decir cosas con sentido y personalidad. ¿Qué objeto tiene el ensayo sino éste?
Hablando no se entiende la gente, necesariamente. Paragonando el célebre aserto orteguiano, diríase que en el hablar estamos, pero en el decir somos propiamente humanos, principalmente, si pensamos lo que decimos. 

Si nos encontramos para hablar porque «tenemos que hablar», entonces da la impresión de que la situación resulta un tanto forzada. Y así es difícil, y, sobre todo, literalmente insignificante, entenderse.
Cuando hablamos unos con otros, ocurre, corrientemente, que no hablamos de lo mismo.

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