sábado, 21 de diciembre de 2019

HUMORADAS

I
Quienes hacen gala de francofilia, de defender la independencia de Quebec, de ser seguidores y segadores de Monsieur Guillotin —que como la empresa Gillette actúa cual cuchilla justiciera— y de seguir la tradición republicana de la toma de la Bastilla como modelo de alternancia política, toman como una gran afrenta —o un mal afeitado— que hagan bromas sobre ellos y, claro, se enfadan.
En Francia, con franqueza, no cabe hacer registro de una notable tradición humorística. Algo en literatura y pintura, muy poco en cine. En la patria de Rabelais y en los siglos recientes, cuentan con pocos cómicos de primera en el mundo del espectáculo y las varietés: el más popular, Louis de Funès. Ya ven. Si bien francés de nacimiento, es de descendencia españolísima; sevillana, para más señas: hijo de Carlos Luis de Funes de Galarza, abogado, y de Leonor Soto Reguera, ama de casa, lo cual no tiene nada de vergonzoso, y menos de gracioso. Sea como fuere, el linaje deja huella. Porque España sí es país rico en humorismo, de modo que algún gen bromista debía heredar el citado patoso histrión, con menos gracia y más mala pata que Long John Silver. Todo sea dicho sin ánimo de lucro ni de ofender.
También es España tierra de afrancesados, y con esos sí que hay que andarse con cuidado, sin hacer chanzas ni romanzas. Cautela, pues, con los devotos de Marat y con los sesentayochistas canosos de este lado de los Pirineos, que a la menor ocasión organizan una revolución y forman filas, declaran una nueva República y arman la marimorena, sea a nivel nacional o regional. Para demostrar que conocen la lengua francesa, entonan con embeleso La Marsellesa, su himno preferido, junto al de Riego:

Aux armes citoyens!/ Formez vos batallons!/Marchons! Marchons!/ Qu'un sang impur abreuve nos sillons!

II


Bien es verdad que no todos, ni de los unos ni de los otros, son de la misma condición ni de todos los tiempos. Voltaire, por ejemplo, era escritor entregado al ingenio jocoso, que cuando menos grueso más hermoso, aunque tenía, a veces, una inclinación hacia la crítica socarrona. Lema filosófico de su puño y letra es este: “Marchad siempre bromeando por el camino de la verdad”. Compruébese que en la historia de Francia —también en la de España— existen distintos estilos de ir de marcha.

He oído, asimismo, la leyenda en el antiguo Principado y actual aspirante a República singularizada según la cual el nombre de Santa Claus proviene, en realidad, del catalán

Una cosa es el mal humor y otra el buen humor. Lo mismo que ocurre con el talante, según te lo den por detrás o por delante. Los humores son flujos y serosidades que destila el cuerpo animal, y evolucionan dependiendo del temperamento o del carácter de cada cual, que sobre este asunto tampoco se ponen de acuerdo los comités de expertos. En consecuencia, no fiarse del humor tramposo, de la risa fácil ni de la risa tonta, por riesgo de contagio.
Decía juiciosamente el filósofo francés Alain que la definitiva demostración de la trampa del humor es ponernos muy feos y mirarnos al espejo. Convertimos el humor en malhumor cuando, además, nos quejamos del resultado.
Notable propósito es pretender adiestrar al sujeto en el arte de la humorada. Mas, tengo para mí que en el ser o no ser del humorista manda más la naturaleza de uno que la instrucción general o particular, por no hablar del imitador de concurso ni del chistoso de manual. Muchos hay quienes no saben distinguir entre risa y sonrisa, comicidad y bufonada, vis cómica y hacer muecas, o sea, poner caras feas.

III
Y el caso es que, entre galanuras y francachelas, el francés ha demostrado ser maestro, si no del humor de ley, sí del arte del mimo y la imitación; o mejor dicho, del ser imitados por el resto del mundo, del marcar la pauta y la moda por doquier. Ha conseguido así exportar miles de marcas y firmas a lo prêt-a-porter.
Una muestra de escaparate: a Santa Claus se le conoce por estos lares con el nombre de Papá Noel, versión al español de Le Père Noël, sin diéresis y más familiar, pues en toda copia algo se pierde respecto al original, a parte del respeto. En España, es costumbre arraigada, aunque no en toda ella. Para variar, la denominación de origen no ha cuajado en Cataluña, donde prefieren al Tió de Nadal (Tronco de Navidad), así como sus versiones escatológicas del “cagatió” y la figurita del “caganer” para perfumar el Belén, y cuyos significados no será necesario traducir.
He oído, asimismo, la leyenda en el antiguo Principado y actual aspirante a República singularizada según la cual el nombre de Santa Claus proviene, en realidad, del catalán, como su propio nombre indica: el plural de “clau”, es decir, la llave de la Navidad. La demanda de esta particularidad no ha enfrentado a los delfines de Robespierre y a los infantes de Delapierre. Tampoco ha acabado en los tribunales ni ha terminado en otro Waterloo, sino que ha quedado en familia, como exigen el espíritu del pueblo (Volksgeist) y el navideño. Sobre el origen de los Reyes Magos de Oriente no hay reivindicación, porque a los catalanes hambrones les preocupan los Borbones. De momento, la prioridad es cortar el asado en la cena de Nochebuena, poder tragar los polvorones y hacer hueco para los bombones.

Y aquí acaba el cuento sobre el numerito del gordo de Navidad, que si Papá Noel, que si Santa Claus, que si Melchor, Gaspar y Baltasar, que si Doña Manolita, que si iguales para hoy: la niña bonita (terminación en 15) o la pajarita (terminación en 27). Los medios dirán que ha quedado muy repartido y los afortunados con los primeros premios, que es para tapar agujeros y brechas. Todo sea por la felicidad y la concordia general. Aquí paz y después gloria. 

La próxima semana, o la otra, hablaremos del Gobierno.



sábado, 14 de diciembre de 2019

VER PARA CREER




¿Es lícito valorar un producto o algo sin haberlo percibido antes? Por supuesto que sí. La mayor parte de juicios y opiniones están basados en testimonios y fuentes de segunda mano. Nuestra experiencia y nuestro conocimiento son limitados, y, sobre todo, selectivos. Saber es saber elegir.
El viejo recurso de reclamar al crítico (no necesariamente, "profesional") una prueba empírica sobre la que asiente su estimación todavía cuela y se cuela entre dimes y diretes, que en eso ha quedado la comunicación humana. Señalo una burda añagaza con la que Previsores Reunidos S. A. se curan en salud y se blindan ante críticas, en particular, si no son de su agrado, o sea, “negativas”.
Así actúan los que nunca han tenido en sus manos un tratado de Tomás de Aquino, pero exigen a los demás que hayan tocado el género antes de tasarlo. Según esta Summa Dedológica, que intenta refutar nada menos que el sentido común, la lógica formal y el pensamiento abstracto, nadie estaría capacitado, por ejemplo, para opinar sobre una película, si previamente no la ha visto. Comunica uno su impresión con sabor a difamación y, tomando la expresión al pie de la letra, es interpelado de inmediato: “Pero, ¿tú la has visto?”. Tratándose de un libro, la cosa variaría, aunque no mucho: “Pero, ¿tú la has leído?" 

"Entonces, ¿de qué hablas?"
Esta ingenua treta podría servir, si acaso, para promocionar productos presumiblemente “provocativos” y fachosos, aquellos cuya razón de ser consiste, más que nada, en dar de qué hablar. Y poco más. Así funcionaría el denominado “boca a boca”, allí donde muerde el anzuelo y muere el pez.

La vida es breve. Conocer supone ante todo aprender lo legado y verificado, así como saber discernir y seleccionar entre el piélago de cosas que hay y nos rodean. Sin perder el tiempo en lo baladí y en el “si no lo veo, no lo creo”

Según Expertos Reunidos en petit comité, es vano el creer lo que no ha sido visto, muestra del no saber. Porque, tomistas o no, consideran de tomo y lomo que saber y percibir vienen a ser lo mismo. Quien mucho ha tocado se siente capacitado para sanar con las manos (♫ las manos mágicas♫). Herederos del pensamiento mágico, ignoran que una crítica competente, lo mismo que un primer diagnóstico médico, no se reconoce por el ojo que todo lo ve sino por el ojo clínico. A éste, con una mirada que mucho y bien ha observado, le basta, normalmente, unos minutos para hacerse una idea ajustada de lo que tiene delante. “¿Y tú qué sabes?”.
No, no visto la gala galana de los Premios Goya ni la última producción de Pedro Almodóvar. Tampoco he leído la nueva novela de Lucía Etxebarría y etcétera. Lo confieso. ¿No tengo, en consecuencia, información ni criterio suficiente para ponderar su sentido y significación? 

Me considero más espectador, en sentido orteguiano, que televidente estilo arguiñano, fiel a “Cocina abierta”, “El programa de Ana Rosa” o “Gran Hermano”, si es que los echan aún por la tele, que no los veo...

Entonces, ¿por qué opinas?”

Tampoco podría citar de memoria las Obras Completas de Sabino Arana ni de Prat de la Riba: ¿estoy negado por ello para poder evaluar el alcance último del nacionalismo vasco o catalán? Sí he leído, en cambio, a John Locke, y a otros que me han proporcionado claves, fundamentos y perspectivas de buen entendimiento. Del filósofo inglés he aprendido, por ejemplo, que el conocimiento brota de dos raíces: la procedente de la percepción directa y presente de las cosas y la proveniente del testimonio de los demás. La mayor parte de nuestro saber bebe de la segunda fuente (aconsejable, que sea fiable y sólida). Claro está como el agua que la deducción y el saber sumar dos y dos también ayudan mucho.
La vida es breve. Conocer supone ante todo aprender lo legado y verificado, así como saber discernir y seleccionar entre el piélago de cosas que hay y nos rodean. Sin perder el tiempo en lo baladí y en el “si no lo veo, no lo creo”.

sábado, 30 de noviembre de 2019

BRECHAS



Tiempo de brechas y de brezos, que vuelven por Navidad, festividad de festividades que cada vez pierde más estimación y fum fum fum en las sociedades posmodernas, aunque, según pasan los años, se esté extendiendo en el calendario. En lo que llevamos de milenio, aproximadamente, se hace visible (no digo “presente”) desde octubre, tras el resacón veraniego, hasta finales de enero, cuando el personal se prepara para la otra Pascua, la de Resurrección. What is the question? Aquí la cuestión es hacer la Pascua y cada cual se lleva al ascua lo que toca. Primero, interesa sólo un nacimiento, el del besugo al horno, y a continuación, el entierro de la sardina.

Todo lo cual no debe extrañar a nadie, porque resulta muy revelador: cuanto más perdura, algo o alguien, menos se procura, y menos respeta la gente menuda a la generación madura. Los viejos están en proteger la pensión y los cincuentones, en conseguirla cuanto antes, de manera que la gobernanza se deja a las niñas venidas del frío con mucho brío y en un avión a reacción, no como Santa Claus que viene lentamente a traernos regalos en trineo, en un viaje que, según hemos dicho, tarda varios meses en completarse.

Ya no se lleva el árbol navideño de brezo, y pocos recurren a la valla de brezo para tapar brechas. Vaya, vaya, ven ustedes cómo todo tiene ver con todo, según sostenían los filósofos presocráticos. Ya, ya lo sé, la gente corriente está pendiente de otro tipo de sostenibilidad.

Las modas y los modismos dilatan los cuerpos al calor de la publicidad. Y al color que más calienta los ánimos. Hace bastantes años que se lleva el rojo, de ahí el éxito de la flor de Pascua navideña, o sea, la poinsetia. También, el verde brócoli, que es una variedad del brécol, alimentos todos ellos mejor si son ecológicos. Priman los colores en la ciudad más que en una tienda Benetton. A día de hoy, el marrón brezo atrae menos que el marrón glacé, sobre todo, cuando te lo regalan. Hay que estar en la brecha, ponerse firmes y no comerse otro marrón que no sea ése, el glacé. Tararear Noche de paz el 24 de diciembre es tradición pasada de fecha. Estar en la brecha es estar en la brega, cantar un villancico social —¡anda jaleo, jaleo!— y comer marquesas marca El Turrión.

Se abre la brecha de la Navidad y se va a armar el belén, o sea, la marimorena. Entonces, y muy probablemente, hablaremos de brechas en la cabeza

Caramba con las brechas, por aquí y por allá. Se han instalado en el inconsciente colectivo del gentío, vaya lío, abriendo así la brecha de nuestro tiempo.

¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! Como si no estuviese el patio bastante agrietado y con boquetes por todos partes para abrir brechas que adoptan el aspecto y la función de trincheras. Los políticos y los medios de comunicación hablan sin parar de brechas, y el coro social, al alimón, repite la canción y pum pum pum. Da la impresión de que hay tantas brechas como boquerones, que, ustedes lo saben de sobra, son boquetes más anchos que las anchoas, otra oquedad más en esta sociedad llena de cabezas huecas.

Entonces, ¿qué diantres son las brechas de las que tanto se habla y escribe? Me atrevo a afirmar, sin cortarme un pelo, que el tema va de cabellos y postizos, de coletas y tira-buzones, de peinados con la raya en medio, partiendo el cráneo. Lo diré de otro modo: las brechas en la información/desinformación son como las mechas en la cabellera, buscan cambiar de color, crear reflejos y una luminosidad que llamen la atención. Esta temporada, les recuerdo, se lleva el tono pelirrojo, tan atrayente como peligroso.

Algo similar organizaron con el latazo de la carne mechada enlatada, buscando alarmar a la población, intoxicar a la pública opinión y crear una brecha alimentaria.

Según creo, la palabra “brecha” remite a un juguete roto, algo que anda mal, a lo cojomanteca, que desune y desiguala. Ah, voilà la desigualdá. Con la desigualdad hemos topado, Sancho, porque ancha es Castilla y por eso tenemos en España el denominado “problema territorial” en el extrarradio del país, agitado por regiones que quieren un aumento de sueldo, suelo y poder, y más que brecha apunta a escisión, acción de seccionar, o algo peor, vivisección nacional.


El caso es que la cosa no se limita a territorios, sino que avanza y se abre cual grieta en la pared. He oído y leído, a diestra y a siniestra, acerca de “brecha salarial”, “brecha digital”, “brecha de seguridad”, “brecha inflacionista”, “brecha de género” y no acaba ahí el listado. He aquí un país abierto en canal, deshilachado, malcarado, mirándose con cara de acelga unos a otros, aunque al final cada cual mire por lo suyo. Algo sorprendente, en esta patria con más expertos en ética por metro cuadrado del mundo, embriagada de altruismo y altermundismo, solidaridad y empatía.

Reúnes a un grupo de españoles y ya tenemos pleito: tú tienes más que yo; yo estoy más explotado que tú; y tú más; yo Tarzán, tú Jane, y así, a la chita callando o a grito pelado, brecha que te brecha, yo de izquierdas y tú de derechas, acabamos todos a tartazos, sobre todo, ahora que se acercan las fiestas navideñas, con comidas de empresa y cenas en familia, ya saben, nietos junto a abuelos, cuñado frente a cuñado, el patriarca destronado y todos sin estrenas ni regalos envueltos en celofán. Se abre la brecha de la Navidad y se va a armar el belén, o sea, la marimorena. Entonces, y muy probablemente, hablaremos de brechas en la cabeza.

sábado, 23 de noviembre de 2019

SER VICIO



El día a día en la vida y obras de los políticos ha vuelto a poner en el candelero la palabra “servicio”. Ya sabíamos aquello de la “vocación de servicio” que su labor conlleva y que salta a la vista. El tema de portada es en estos días el servicio doméstico, que, ya digo, está en todas partes. Y yo que lamentaba lo mal que está el servicio, razón por la cual dejé de buscar asistenta que me planchara las camisas, terminando por no encontrarlas (ni la asistenta ni la camisa).

La ideología que progresa adecuadamente suele maldecir tal servidumbre humana, demasiado poco humana. Primero, porque uno debe plancharse las propias camisas, no faltaría más, lo cual es como vivir en plan autoservicio. Eso, en caso de no ser discapacitado o necesitado de ayuda a la dependencia, en cuyo caso la autoridad competente te envía a casa un asistente social a ver lo que pasa. Segundo y en consecuencia, si es “social”, el servicio está bien; significa “bienestar” y ‘virtud republicana’ (modelo Robespierre). Si es por capricho o agranda la brecha de la desigualdad, entonces, está mal, llegando a ser vicio, una especie de sevicia.

Todo esto se conoce, en pocas palabras, como “Estado de Bienestar”, que ha llegado a ser, más o menos, lo que yo barruntaba, pensando por mí mismo: un estar la mar de bien, tener todo gratis y además te planchan las camisas a domicilio. O dicho de otro modo: un estado de liberados en el que el ciudadano no trabaja ni hace la colada. El Estado se ocupa de todo y la casa sin barrer. Así, el “hombre nuevo”, hala, por la mañana, a pasear y tomar el sol; por la tarde, una función de teatro con contenido social; y por la noche, a leer libros de materialismo histórico. De hecho, yo dedico bastantes veladas encantadoras al conocimiento de la obra de Karl Marx, a la cual los libreros han reservado el escaparate de sus establecimientos, que no negocios: la cultura no es negocio, es cultura y ni una palabra más.

Sólo la gente importante, 
vicepresidentes, viceministros y 
señoras disfrutan de dicha 
gracia,  
más que nada, por motivos de 
seguridad y protección de
autoridades (servicio secreto)

Marx, un señor con toda la barba y muy listo, describió hace dos siglos, mucho mejor que un servidor, ese futuro, que es hoy, aunque él lo llamaba de otro modo, ya que hablaba y escribía en alemán, usando un término que no consigo recordar, no se me queda. Escribió de todo: desde libros de fantasmas (empecé uno así, y al leer la primera línea me entró el pánico) hasta de economía política.

¿Saben? Marx, muy preocupado por la humanidad y los parias de la Tierra, tenía criada, a quien trataba muy bien y era muy cariñoso con ella, ya ven. El filósofo, profeta de los pobres, le pagaba en especie, ya que no era capitalista ni partidario del salario, por todo lo cual el cielo le premió con un Engels de la guarda, dulce compañía, quien se ocupaba de escribirle los tratados y hacerse cargo de las facturas del carnicero y el cervecero, allá en Londres; los pobres tenderos, claro está,  no habían leído La riqueza de las naciones de Adam Smith, de manera que no sabían distinguir entre benevolencia y egoísmo.


Las chicas de servicio, las que tienen que servir, las sirvientas, ¡las criadas!, ¡las doncellas!, han pasado a la historia. También, las niñeras, por falta de demanda. Eso pasaba antes, cuando el capitalismo. Ahora, si acaso, se les llama de otra forma. Por ejemplo, “señoras de la limpieza”, aunque a mí me ha costado aprender la frasecita, y mira que me esfuerzo, porque ya no sé quién es la dueña de la casa, si la que limpia y pasa la aspiradora por la alfombra, o la limpiada y cepillada, o sea, la que tiene que pagar. La verdad es que tampoco se las distingue: visten igual y están todo el día con el móvil y el WhatsApp.

¡Qué tiempos aquellos en los que hasta el pequeño burgués tenía servicio en casa! No me refiero al escusado o al WC, que es área reservada y hay que llamar antes de entrar, sino a los sirvientes y las menegildas. Las chicas de hoy en día no quieren servir, les parece algo humillante y explotador, oficio de esclavos; prefieren ser cuidadoras o barrenderas del departamento municipal de servicios sociales y limpieza en general, personal de voluntariado en una ONG o ecologista en acción, para ver mundo y aprender idiomas. 

Liberadas como están, cuando se les llama, ya no responden con la fórmula clasista: "Servidora" Tampoco con un "¡Presente!", que es locución falangista. En realidad, no responden, en absoluto. Tampoco los chicos, si bien no hay dios que los distinga, unas de otros, ni viceversa. Nos prometieron la igualdad, y a mis años, igual me da Juana que su hermana, con tal de que me lave las servilletas.


Con la llegada de la igualdad, no todos, empero, tienen derecho a tener servicio doméstico. Sólo la gente importante, vicepresidentes, viceministros y señoras disfrutan de dicha gracia, más que nada por motivos de seguridad y protección de autoridades (servicio secreto).

Antaño, la gente era más sencilla, y había hasta presidentes que, en el ala oeste de la Casa Blanca, se arreglaban solos sin necesidad de ayuda de cámara. Escuchen, para que vean, esta anécdota, que no es un cuento, en plan pedagogía social.

El Presidente de los Estados Unidos de América, Abraham Lincoln, del Partido Republicano, recibe un día al embajador de Inglaterra en sus aposentos. He aquí el breve diálogo diplomático:

- El embajador de Inglaterra: Los caballeros ingleses nunca lustran sus botas
- Abraham Lincoln (que estaba lustrando el calzado, levanta la cabeza y pregunta): ¿Las botas de quién lustran ustedes?


lunes, 18 de noviembre de 2019

PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y CITACIÓN OFICIAL



Mesa electoral y Jurado Popular: 

reclutamientos cívicos

1

En el artículo Política y participación sin exaltación, publicado en la revista El Catoblepas (abril de 2002), llamaba yo la atención sobre un fenómeno recurrente en la democracia española, tomada por muchos, dentro y fuera del país, como modélica y exportable, por ejemplo, a Iberoamérica, que nos pilla tan lejos y tan cerca. Señalaba allí una anomalía que afecta a la libertad de las personas, una perversión democrática, que a pocos ciudadanos parece inquietar.
Vivita y coleando todavía en nuestros días, no debe extrañar, decía allí, que la doctrina oficial dominante insista en las bondades de la participación política, y al hacerlo, más que apoyarse en la vocación voluntaria de la población, recalque la función coercitiva de la ley y el empuje de las instituciones a la hora de fijar al ciudadano en sus obligaciones cívicas, y de hacerle entrar en razón, si por un casual las olvidase o rehuyese. Esta forma de actuación presenta severas dudas y algunas aporías. 
Si, en efecto, la participación ciudadana en los asuntos públicos representa un valor superior a flor de piel, entonces ¿por qué no emerge natural y espontáneamente en la conciencia y el ser de los individuos? Y si es el caso, si el instinto de cooperación es manifiesto, ¿por qué no se considera suficiente su despliegue entre los convencidos y se insta o presiona, además, a los menos animosos por medio de la persuasión, la coacción y la ley? 

¿Por qué se denomina "excusa" a una legítima alegación por parte del afectado, palabra maliciosa que tiñe a priori de sospechoso y fingido, de evasivo y furtivo, el testimonio del ciudadano involucrado a su pesar en una labor a la cual ha sido llamado y sin haberla pedido? ¿He olvidado decir también "insolidario"? La solidaridad a la fuerza es, sin reservas, propósito y conducta injustas y de cariz autoritario; despóticas y repugnantes, si además están amparadas por la ley y el magistrado.

2
Vuelvo a este asunto, pues, a cuento de dos disposiciones establecidas por las autoridades políticas y amparadas por el ordenamiento jurídico, entre muchas otras más, presentes y recurrentes en la vida práctica, que afectan gravemente la calidad de la democracia y la participación ciudadana, que no se cuestionan suficientemente y, como digo, tampoco parecen incomodar a la pasiva población, también conocida como “mayoría silenciosa”. 
Me refiero, a la participación forzosa de los ciudadanos en dos actos de relevancia, como son la constitución de la Mesa Electoral, en las constantes, repetidas y "reincidentes" convocatorias electorales, y del Jurado Popular, reimplantado en España en el mes de mayo de 1995, una institución que entiende y decide en distintas causas judiciales dispuestas por el aparato de Justicia. Sobre el tema del Jurado Popular remito al lector interesado a dos textos que publiqué, uno, en 1997 (Voluntad y obligación de juzgar. Ética y política del Jurado en la revista Claves de razón práctica, Nº 77, 1997, págs. 65-67) y el otro, en 2003, El fallo del Tribunal del Jurado, en el diario Libertad Digital (03/10/2003).

el Gobierno está para atender al ciudadano, a quien debería temer (pues de él depende y él le sostiene), y no, en cambio, forzar ni coaccionar ni amenazar ni creer que está a su disposición, por sistema, mediante simple citación oficial

En ambos casos, los ciudadanos participantes en dichas actuaciones actúan bajo coacción, estilo imperativo, por sorteo y a boleo, convocados (movilizados, reclutados) de modo oficial y reglamentado, y bajo la advertencia de sufrir severas sanciones, desde cuantiosas multas a meses de prisión, en caso de desatender la llamada oficial (el llamamiento, el mandamiento, la citación) a estos deberes cívicos (deber y obligación sin duda son)
Si se obliga a la participación es porque está ausente la vocación, pues el ciudadano tiene derecho a la abstención
Una y otra circunstancia, impositivas e imperativas, resultan molestas en sumo grado, indeseables, por lo general, a veces hasta arriesgadas, además de poco útiles. Pocos ciudadanos conozco o tengo constancia de que se sienten a la Mesa Electoral de turno con ilusión y extasiados de civismo. Por su parte, bufetes de abogados y bastantes encausados llevados a juicio temen, como una turbia adversidad, que el caso sea visto y sentenciado por un Jurado Popular en vez de por un juez, lo que incita en ocasiones a recurrir a pactos con la otra parte a fin de evitarlo.


¿Por qué recurrir y movilizar a particulares en su civilidad y asuntos propios y no a funcionarios y empleados públicos, los hay por millones y supuestamente capacitados para tareas administrativas, así como susceptibles, por su condición profesional a sueldo del Estado, de ser movilizados y aun militarizados, si es preciso?

Con todo, lo más grave del tema es hacer de una anomalía algo normal, una costumbre, una jugada del destino, una provocación, una lección de "pedagogía socializante", una calamidad, como una granizada o un atropello al cruzar la calle, un elemento consustancial al Sistema, que si no beneficia, al menos (más o menos) se tolera y soporta con resignación. Grave y errónea tasación de daños, a mi parecer. 


La democracia no tiene por qué ser necesariamente “democracia popular”. También puede adoptar la forma de una "democracia liberal".


3
En Estados Unidos (quiero decir, en lo que queda de Estados Unidos), entre otras naciones con tradición y pasado proclives a la libertad, la participación ciudadana como miembros en mesas electorales y en jurados populares no es obligatoria. La democracia en América tampoco aprecia que votar sea un deber. Estos hechos portentosos —en lo que les queda de existencia, según dicte la conveniencia de la corrección política— son consecuencia del propio proceso electoral en la mayoría de Estados de la nación (a excepción de Dakota del Norte, si estoy bien informado y no han cambiado las cosas). Para poder ejercer el derecho a voto, si así lo desea, el ciudadano estadounidense se inscribe como votante en una oficina electoral, nacional o local. De esta manera, la selección de miembros de la Mesa Electoral y del Jurado Popular se realiza, no sobre un censo general, sino sobre el listado de votantes inscritos (selección en primera instancia, pues deben ser ratificados por los representantes de la defensa y de la acusación en los prolegómenos de la vista).
Haya maneras y manners de entender la democracia y la función del Gobierno. En unos casos, el ciudadano está al servicio del poder y le teme. En el otro, el Gobierno está para atender al ciudadano, a quien debería temer (pues de él depende y él le sostiene), y no, en cambio, forzar ni coaccionar ni amenazar ni creer que está a su disposición, por sistema, mediante simple citación oficial, por correo certificado o entregado en mano por un agente de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.

viernes, 1 de noviembre de 2019

TIERRA MÍTICA



En plena crisis de las ideologías antañonas, los movimientos conservacionistas y protectores de la Naturaleza —en toda su variedad de gamas verdosas: verde que te quiero verde—  van buscándose un lugar bajo el sol en la esfera política y el mando supremo de las democracias posmodernas. Las que no son ni lo uno ni lo otro, no tienen esos problemas sino que van de por libre, en vías de desarrollo. Los ecoactivistas aspiran a la renovación de la res pública hasta dejarla hecha una plácida pradera sin flatulencias de vaca y, ya puestos a la faena, sin vacas flacas (anoréxicas) ni vaquera de la Finojosa (mileurista). Los pastores del Ser representan la esperanza esmeralda en la nueva era del fin del mundo; no sé por qué número van, al haber perdido la cuenta.
La derrota de la sociedad burguesa, la de los huevos encima de la mesa y que come hamburguesa, no pasa en nuestros días por la toma del Palacio de Invierno (derretido por el calentamiento global), sino a base de pedalear tranquilamente por el carril bici, y también por anchas aceras, antes conocidas como la “senda de los viandantes”.
¿Qué dice el mensaje ecologista encontrado en la botella reciclable? El gran lema emancipador y revolucionario consistía hasta hace poco en “¡Salvad al Hombre!”, apología del “Hombre Nuevo”. Pero, hoy el hombre ya no es el centro del mundo, sino una especie en extinción, inestable y poco sostenible. Brillan en el horizonte otros mensajes celestes y celestiales: “¡Salvad la Naturaleza! “¡Tolerancia cero a las emisiones de CO2! “¡Viva la Tierra!”
En el principio, fue el paso del Mito al Logos. Luego, al revés, el Logo se ha hecho Mito, pasando a ser eco-logo. El relevo regenerador promete una transformación radical de la sociedad: de lo humano a lo terrícola. El ecoactivismo se apunta así al movimiento transhumanista.

Todo es ilusión y fantasía, la realidad hecha un sueño, igual que vivir en las nubes sin tener los pies en la tierra. Virtualidades de la Tierra Mítica

Esto es como el evolucionismo, pero en dirección contraria. Algo así como el regreso al planeta de los simios. La Tierra ya no estará dominada por los hombres sino por los monos. Ya lo estamos viendo. Basta con salir a la calle, encender la televisión o entrar en Internet.
Si lo natural era el cambio y la evolución, ahora resulta que lo que se impone es la conservación de la Naturaleza a cualquier coste; subiendo impuestos a los ricos, por ejemplo. Nada ofendería más, sin embargo, a sus profetas que ser etiquetados de ecologista conservador, los cuales presumen, con muchos humos, de amigos de la Tierra, del Progreso y de la Paz.
La conversión de la ecología en ecologismo (en realidad, una ecolatría) no ha sido sino resultado de la ideologización, teologización y mitificación de un discurso que, inicialmente apoyado en el sentido común y la ciencia natural, se ha desvirtuado de tal modo que compite abiertamente con los fundamentalismos religiosos. Pues, empeño religioso (y poco humano) es, sin duda, la sacralización de lo natural y la adoración a la diosa Tierra.


Dios ha muerto, ¿no? Más o menos. Murió por los hombres y al tercer día resucitó, adoptando distinta apariencia, no trina sino muy pluralista. ¿El Hombre ha muerto? El hombre es carne mortal; carne, a fin de cuentas, ya lo cantaban The Smiths: Meat Is Murder.
Vivir sin Dios supone ya una costumbre en tiempos de laicismo like a rolling stone. Vivir sin Hombre: se lo tenía  merecido. Vivir sin la Naturaleza: ¡ah, eso no, a la Madre ni mentarla! Sobre la tribuna, predican los restauradores veganos: “¡Salvad la Tierra Mítica!”, “¡Salvad el Tigre!”, “¡Sálvese quien pueda!”
El objetivo prioritario del eco-programa de actuación mundial —gubernamental, económico y social— entona el Himno a la Naturaleza, aunque para ello haya que sacrificar la naturaleza humana y actuar contranatura y contra la razón. Aunque siempre nos quedará el brócoli.
El medio sostenible para lograr tal propósito es implantar un nuevo orden ecológico mediante un contrato natural, único modo de salvar la Tierra; contrato que no se realizaría entre hombres libres sino entre terrícolas, microorganismos y alcornoques.
La Naturaleza no es racional, como pensaba Hegel de la realidad, sino gravedad, porque, según dicen quienes saben de esto, la situación de la Naturaleza es grave, de emergencia planetaria. Yo, como no entiendo, me entretengo, mientras termina de cocerse el apocalipsis al vapor, imaginando estar en un parque de atracciones monotemático, donde reina Blancanieves, corretean el Pájaro Loco y sus amigos, predica Pocahontas y el servicio de seguridad está a cargo del sheriff Woody.
Todo es ilusión y fantasía, la realidad hecha un sueño, igual que vivir en las nubes sin tener los pies en la tierra. Virtualidades de la Tierra Mítica.

domingo, 20 de octubre de 2019

CINEXIN EN LA CAVERNA


Una de superhéroes

La calle está ruidosa. Aires de tormenta. Atmósfera pesada. Canta, oh diosa, la cólera de aquí… 

Malos tiempos para la épica, la lírica y la poesía. Versos inacabados. Tiempo airado y poco aquilatado. Ira aireada es decir “indignación”. La diosa responde hoy al nombre de Twitter, Whatsapp o YouTube. El bardo es un barbudo cantor de los cantares con la cara pintada o una Barbie petarda, por lo general, seres bajo seudónimo (¿robots?, ¿trols?, ¿tapados?) que llaman a la acción/reacción, mientras teclean frases sin freno y maldicen a otros desconocidos en la soledad de un cuarto oscuro. El rango de héroe se lo reparten youtubers enmascarados o con cara anchoa y tipos encapuchados reacios al desodorante: unos incendiando las redes; los otros, quemando michelines, levantando aceras y cerrando el paso a los patinetes. Cojomantecas y sacamantecas son agora en la plaza quienes asan la manteca y dan leña al madero.

¿Es esto real? ¿Has visto? ¿Me has visto? ¿Sabes lo que ha dicho…? ¿Has leído/oído lo mío? ¿Conoces lo último?


Los aspirantes al estrellato ya no anhelan salir en la moviola, sino en la movida, vía Instagram.

- Pero, ¿qué quieren ahora?
- Salir en la foto

En esta era (pretérito imperfecto) prevalece el fenómeno fenoménico, es decir, aquello, según la RAE, «perteneciente o relativo al fenómeno como apariencia o manifestación de algo». Un fenómeno, en realidad, que acontece como doble de la realidad, un mero artificio, un revuelto de imágenes y sonidos, el imperio de los sentidos, fondo y forma simulados, reforzada la ilusión por el componente emocional, aliado del sentimiento, no de la inteligencia, que es ahora móvil.

La evolución ha dado un brinco y se ha tornado revolución. “Todo fluye, somos y no somos.” (Heráclito de Éfeso). La vuelta a la tortilla, manda huevos, ha significado, a la postre, la vuelta a la caverna. Tampoco se lee a Platón. Y ya ven ustedes el resultado. ¡Qué cosas! Lo que ha quedado de la filosofía es la página reservada al mito, aquella creencia tribal que debía haberse rendido a la autoridad del logos, la palabra. Lo real ha quedado reducido a una secuencia de imágenes reflejadas en un ojo dorado, y así va a ser difícil entenderse. No es que la imagen valga más que mil palabras. Sucede que la imagen ha sustituido a la palabra.

La representación termina al apagarse las luces de la escena y abandonar la sala. Continúa la función en la salita del apartamento, donde no cesa de relampaguear un rayo de luminosidad azulada

«El medio es el mensaje, y con la luz encendida aparece un mundo sensorial que desaparece al apagarla», afirma Marshall McLuhan, nada menos que en los años sesenta del siglo pasado. Hacía alusión al medio audiovisual (en rigor, al sensorial), antes del auge de Internet y las redes sociales. Antes de que los teléfonos inteligentes invadieran la Tierra, con sus poderosas aplicaciones, y dominaran el mundo. Entre los componentes más efectivos, véanse la cámara de fotos y de vídeo, integrados en la máquina, y no una cámara, sino tres, cuatro, que sé yo. Damas y caballeros, les presento las nuevas armas de destrucción masiva. “Pásalo”.

No es noticia aquello que se publica (que se sube a la Red). Esta es impresión de antañón. No se fotografía ni graba lo que llama la atención, sino al revés: el objetivo es llamar la atención por medio de cámara subjetiva. El compromiso histórico ya no es movilizarse para salir en la foto, sino retratarse, porque el que no se mueve no sale en la foto. El selfie constituye hoy el máximo acto de autoafirmación, esforzándose en ejercicios de estilo, el más difícil todavía. “Mamá, mírame”. El último grito es la maniselfie.


El desfile de sombras en el fondo de la caverna platónica que ven los encadenados de la posmodernidad son las imágenes que pasan en el Internet: pajaritos por aquí, gatitos por allá, fotomatón chuleando, sirenitas con mirada de serpiente de mar ante el espejo del cuarto de baño, imitadores de “videos de primera”, y en este plan. Mirando a la cámara. Una sonrisita… La sonrisa del joker.


Hogaño, dulce antaño, el encadenado es el enredado en su propia tela de araña. Actúa cuando la luz está encendida, cuando lo filman y graban: «¡Luces, cámara, acción!». Con la tecnología digital, el revelado es inmediato, ¡y tan revelado! La obscenidad salta a la vista. La representación termina al apagarse las luces de la escena y abandonar la sala. Continúa la función en la salita del apartamento, donde no cesa de relampaguear un rayo de luminosidad azulada.

domingo, 29 de septiembre de 2019

LA GENERALA


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Mujeres de armas tomar. Dícese de especies del género femenino que son guerreras, batalladoras y luchadoras, que atacan y contraatacan, no se rinden nunca y agotan a cualquiera. Haberlas, haylas, y no pocas juntas, sino revueltas, casi siempre. 

Es cosa curiosa que su incorporación a filas, a la carrera militar, llegase tan tarde (si observamos el fenómeno con mirada histórica), cuando la puntualidad, la puntería y la observancia de las ordenanzas han sido pilares de los ejércitos.

Los tiempos están cambiando, ya lo cantó Bob Dylan. En realidad ontológica, todo es cambio. Ya lo sentenció el filósofo Heráclito de Éfeso, que aun sin tener el Premio Nobel de Literatura merece leerse sus cogitaciones. En el campo de Marte y en cualquier parte, las cosas cambian a su manera, no siempre de cualquier manera. Normalmente, a la moda moderna, que es la que se lleva, no moderada, que suena a modosa. Todo ello sin perder de vista la diversidad de nubosidad variable, la tolerante elasticidad y la interpretación sin fronteras. Ya veremos cómo encaja todo esto con la disciplina castrense, la uniformidad uniformada y la fiel infantería.

El progreso va de modernizar las instituciones, incluso algunas tan trajinadas como la militar. Pero para eso es progreso. O, al menos, de cambiar las apariencias, renovar la fachada, para así cuadrar (¡cuádrese, recluta!) con el desfile de lo cívico y la pasarela (que no parada) de lo social. A casa vieja, puerta nueva. El edificio de la comandancia y la capitanía general ascienden de abajo arriba, desde el mandato de cabo furriel al generalato.

 Generala, pues. Nada de qué asombrarse. En los viejos tiempos, o sea, en la época del Generalísimo, decíase “generala” para nombrar a la mujer de general, sin excepción, un varón, noble o plebeyo

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Ha sido tal la llamada general a formar la tropa, que, según el parte de novedades, ya tenemos nombramientos de generala. Una señora al mando superior, prietas las filas, ¡a formar! Y mucho ojo con el lenguaje cuartelero. No significa esto una conmoción en la profesión armada; todo es cuestión de acostumbrarse. No se trata, pues, de llevarse a las manos a la cabeza y gritar “¡A mí, la Legión”!

Mirado atentamente el proceso, la verdad es que el ascenso por consenso ha tardado en llegar, bastante más que otras promociones de protección oficial. Era patente desde hacía siglos que los acantonamientos y los campamentos estaban hechos un desastre, unos reductos desorganizados como piso de soltero, poco pulidos y aseados, por no hablar de los aseos, que en la jerga castrense suelen denominarse “letrinas”. No se les conoce por ese nombre por amor a las letras ni por aquello de vivir a campo abierto e ir de maniobras, aunque el término no sea ajeno a la etimología. “Letrina” viene de la voz latina “latrina” que significa “retrete”; no sé lo que suena (ni huele) peor.

Ya saben, me refiero a ese espacio retraído, no por acoger a los tipos tímidos, sino por lugar reservado, el “escusado” o el “lavabo”, que dirían los cursis y los finolis, como si la cosa no fuese con ellos. Menos mal que en guarnición se denomina a ello “letrina”, no “retrete”, y no le afecta el síndrome del nombramiento, como le pasó al general. En caso contrario, ahora que manda la generala —corrección política, inclusive—, para cambiar la imagen de la guerra y el talle de la guerrera, “retrete” pasaría a titularse “retreta”, lo cual provocaría un lío fenomenal. Lo digo por los toques de corneta y el lenguaje trompetero, tan afectado como las modificaciones y modas del habla. Hasta nueva orden de la superioridad, “retreta” es la melodía que informa del fin de la jornada militar, función que cumplía la sirena en las fábricas. Pero, no deseo ponerme nostálgico.

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Generala, pues. Nada de qué asombrarse. En los viejos tiempos, o sea, en la época del Generalísimo, decíase “generala” para nombrar a la mujer de general, sin excepción, un varón, noble o plebeyo. Porque, penetrando en el túnel del tiempo, el rango de alta oficialidad estaba reservado a personas con linaje aristocrático, por ejemplo, al barón, raramente, a la baronesa.

No hay soldado sin soldada, todo sea dicho sin ánimo de lucro, pues quien más, quien menos, recibe la paga. Y los efectos que reportará a la ciudadanía serán inmensos; a medio y largo plazo, eso sí. Se dará paso ligero a la revolución lingüística, pero suprimido el pase pernocta. La cantina ganará al bar. Dejar de llamar “novia” al fusil. La juventud ya no irá al frente, que es una afrenta. La Brigada y la División, la misión de paz y la retirada, tendrán más mando en plaza que el ataque y el contraataque. Para identificarse, entre sombras, seguirá usándose la contraseña.

En caso de reposición del servicio militar obligatorio, la cartilla militar volverá, probablemente, a recibir el nombramiento de “la Blanca”, aunque la superioridad ha elevado este asunto, para su detallado estudio, a departamentos universitarios de Estudios Culturales y de Género, no vayan a ofenderse las razas humanas de diferente color y los sexos variados.

Y ahora rompan filas. Que lo manda la generala.