sábado, 21 de septiembre de 2019

VAGOS Y MALEANTES EN LA CIUDAD SIN LEY (3)


En la negra espalda y el abismo del tiempo 
(William Shakespeare, La tempestad)

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Desde la ética a la estética, desde la sociología a la patología, no es nueva la teoría y la práctica, la atracción y el interés, por el malo y por la maldad. Fernando Savater ha dejado escrito que lo bueno es lo virtuoso, pero lo malo constituye lo interesante. Uno es malo, aclara en sus libros sobre ética, porque es desgraciado, el pobre, y el articulista del diario El País pone como ejemplo el monstruo de Frankenstein

Constituye, asimismo, un clásico en cine y literatura la épica del antihéroe, la fascinación por el perdedor, los finales trágicos. Por consiguiente, hay que comprender y sentir piedad por el malo de la vida y de película. Como en botica, en el mundo hay de todo. Vale, pero, por lo general, los caballeros las prefieren rubias, aunque se casen con las morenas. En correspondencia, las muchachas se casan con el buen chico, pero se enamoran del canalla, quien las hace desgraciadas, aunque felices. Las cosas del querer. Mal de amores.
Comoquiera que la versión evangélica de la maldad (el que esté libre de pecado que tire la primera piedra) está pasada de moda, la religión laica que practica el “mundo de la cultura” (like a rolling stone) ofrece similar perspectiva comprensiva y absolutoria respecto al maleante. El héroe sería el criminal, no el polizonte, y la heroína, la femme fatale, no la esposa. ¿Y la víctima? Tumba al caído desconocido. 


la línea que separa lo bueno de lo malo, al virtuoso del maleante, es difusa; incluso, diríase, inexistente: un cliché creado por la mentalidad reaccionaria, la Conferencia Episcopal y los ejecutivos de Wall Street. 

Nada hay menos glamuroso que un marido en pantuflas leyendo el periódico o ante el televisor después de cenar, y si se describe en un relato o se muestra en un film es con intención de mofa o de “crítica social”, ya saben, la rutina de la vida burguesa o pequeño-burguesa, según los casos y los presupuestos económicos. La vida, como mundo del espectáculo, es puro teatro. El denominado “género familiar” es cosa de niños y los padres lo ven por acompañarles al cine y guardarles la chaquetita, que al salir a la calle hace frío. Pero, no es un género adulto. El cine “para adultos”… no es tolerado para menores. O no lo era.  


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Y entonces, llegaron los años sesenta. El despelote general y el destape integral, la psicodelia y el LSD, la comuna y la liberación sexual, la transgresión y la revolución permanente, la contracultura y todo patas arriba. Sustituyó a la década de los cincuenta, en la que ya apuntaba en el horizonte la new generation, rompiendo moldes, formada por muchachada rebelde, sin causa y sufriente, chicos malos y chicas descaradas. En la primera fase, todavía se mueven dentro del canon de los mayores, por ejemplo, en la vestimenta. Los chavales, de traje (entallado) y corbata (estrecha); las zagalas, con faldas almidonadas y rebequita sobre los hombros, y hairspray. Posteriormente, peinados con tupé, embutidos en blue jeans y cazadoras de cuero negro, o sea, grease
Los hijos de papá y mamá, a medida que avanzaban las décadas prodigiosas, dejaron de ser pijos, y los modelos de juventud quedaban simbolizados en mocerío respondón y con mucho brío, rebelión en las aulas y bandas juveniles con ganas de pelea. Pero, en el fondo, eran buenos chicos y muy sensibles. Desgraciados, sufrían mucho, porque los mayores no les comprendían ni se ponían en su lugar. Eran rebeldes porque el mundo les hizo así, porque nadie les trataba con amor.
El arquetipo de la pre-posmodernidad quedaba constituido: haz el amor y no la guerra; el feo y el malo llaman la atención y hasta resultan atractivos, mientras el guaperas bueno y el baby face siempre recordarán al repelente niño Vicente; la recatada y modosita, remite al colegio de monjas, al contrario de la liberada y deslenguada que de mayor quiere ser como Simone de Beauvoir, Janis Joplin o Gloria Grahame, no como Corín Tellado, Karina o Doris Day

          La abrumadora aceptación y uso del término “género negro” fue de gran ayuda en el afianzamiento y progreso del patrón contracultural. En el cine y la literatura, la etiqueta noir reemplazaba a los términos clásicos, “policiaco” o “thriller”, los cuales no recogía, por lo visto, el fondo social subyacente al hecho criminal.
En una obra policiaca carca, el criminal nunca gana, sino que tiene su merecido y el bueno, su recompensa: beso final a la chica. Los agentes del orden hacen de buenos, los gánsteres, atracadores y violentos, de malos. El noir introduce notables variantes, porque, según aseguran sus profetas, el fenómeno es más complejo de lo que uno cree, siempre más social que personal. Para empezar, la línea que separa lo bueno de lo malo, al virtuoso del maleante, es difusa; incluso, diríase, inexistente: un cliché creado por la mentalidad reaccionaria, la Conferencia Episcopal y los ejecutivos de Wall Street. 

El arte y ensayo debe mostrar una realidad distinta, en la que la violencia del delincuente no tenga menos relevancia que la corrupción política, el abuso de autoridad o la “brutalidad policial”. El maleante noir es un producto de la sociedad de clases, injusta y decadente, que divide a la gente en ricos y pobres, aquéllos alguna fechoría habrán hecho para llegar a ricos, mientras que a éstos no les queda otra opción que delinquir, siendo, por tanto, más justicieros (justicia social) que delincuentes.

Continuará...

↪ VAGOS Y MALEANTES EN LA CIUDAD SIN LEY (1)

↪ VAGOS Y MALEANTES EN LA CIUDAD SIN LEY (2)

VAGOS Y MALEANTES EN LA CIUDAD SIN LEY (y 4)

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