sábado, 23 de noviembre de 2019

SER VICIO



El día a día en la vida y obras de los políticos ha vuelto a poner en el candelero la palabra “servicio”. Ya sabíamos aquello de la “vocación de servicio” que su labor conlleva y que salta a la vista. El tema de portada es en estos días el servicio doméstico, que, ya digo, está en todas partes. Y yo que lamentaba lo mal que está el servicio, razón por la cual dejé de buscar asistenta que me planchara las camisas, terminando por no encontrarlas (ni la asistenta ni la camisa).

La ideología que progresa adecuadamente suele maldecir tal servidumbre humana, demasiado poco humana. Primero, porque uno debe plancharse las propias camisas, no faltaría más, lo cual es como vivir en plan autoservicio. Eso, en caso de no ser discapacitado o necesitado de ayuda a la dependencia, en cuyo caso la autoridad competente te envía a casa un asistente social a ver lo que pasa. Segundo y en consecuencia, si es “social”, el servicio está bien; significa “bienestar” y ‘virtud republicana’ (modelo Robespierre). Si es por capricho o agranda la brecha de la desigualdad, entonces, está mal, llegando a ser vicio, una especie de sevicia.

Todo esto se conoce, en pocas palabras, como “Estado de Bienestar”, que ha llegado a ser, más o menos, lo que yo barruntaba, pensando por mí mismo: un estar la mar de bien, tener todo gratis y además te planchan las camisas a domicilio. O dicho de otro modo: un estado de liberados en el que el ciudadano no trabaja ni hace la colada. El Estado se ocupa de todo y la casa sin barrer. Así, el “hombre nuevo”, hala, por la mañana, a pasear y tomar el sol; por la tarde, una función de teatro con contenido social; y por la noche, a leer libros de materialismo histórico. De hecho, yo dedico bastantes veladas encantadoras al conocimiento de la obra de Karl Marx, a la cual los libreros han reservado el escaparate de sus establecimientos, que no negocios: la cultura no es negocio, es cultura y ni una palabra más.

Sólo la gente importante, 
vicepresidentes, viceministros y 
señoras disfrutan de dicha 
gracia,  
más que nada, por motivos de 
seguridad y protección de
autoridades (servicio secreto)

Marx, un señor con toda la barba y muy listo, describió hace dos siglos, mucho mejor que un servidor, ese futuro, que es hoy, aunque él lo llamaba de otro modo, ya que hablaba y escribía en alemán, usando un término que no consigo recordar, no se me queda. Escribió de todo: desde libros de fantasmas (empecé uno así, y al leer la primera línea me entró el pánico) hasta de economía política.

¿Saben? Marx, muy preocupado por la humanidad y los parias de la Tierra, tenía criada, a quien trataba muy bien y era muy cariñoso con ella, ya ven. El filósofo, profeta de los pobres, le pagaba en especie, ya que no era capitalista ni partidario del salario, por todo lo cual el cielo le premió con un Engels de la guarda, dulce compañía, quien se ocupaba de escribirle los tratados y hacerse cargo de las facturas del carnicero y el cervecero, allá en Londres; los pobres tenderos, claro está,  no habían leído La riqueza de las naciones de Adam Smith, de manera que no sabían distinguir entre benevolencia y egoísmo.


Las chicas de servicio, las que tienen que servir, las sirvientas, ¡las criadas!, ¡las doncellas!, han pasado a la historia. También, las niñeras, por falta de demanda. Eso pasaba antes, cuando el capitalismo. Ahora, si acaso, se les llama de otra forma. Por ejemplo, “señoras de la limpieza”, aunque a mí me ha costado aprender la frasecita, y mira que me esfuerzo, porque ya no sé quién es la dueña de la casa, si la que limpia y pasa la aspiradora por la alfombra, o la limpiada y cepillada, o sea, la que tiene que pagar. La verdad es que tampoco se las distingue: visten igual y están todo el día con el móvil y el WhatsApp.

¡Qué tiempos aquellos en los que hasta el pequeño burgués tenía servicio en casa! No me refiero al escusado o al WC, que es área reservada y hay que llamar antes de entrar, sino a los sirvientes y las menegildas. Las chicas de hoy en día no quieren servir, les parece algo humillante y explotador, oficio de esclavos; prefieren ser cuidadoras o barrenderas del departamento municipal de servicios sociales y limpieza en general, personal de voluntariado en una ONG o ecologista en acción, para ver mundo y aprender idiomas. 

Liberadas como están, cuando se les llama, ya no responden con la fórmula clasista: "Servidora" Tampoco con un "¡Presente!", que es locución falangista. En realidad, no responden, en absoluto. Tampoco los chicos, si bien no hay dios que los distinga, unas de otros, ni viceversa. Nos prometieron la igualdad, y a mis años, igual me da Juana que su hermana, con tal de que me lave las servilletas.


Con la llegada de la igualdad, no todos, empero, tienen derecho a tener servicio doméstico. Sólo la gente importante, vicepresidentes, viceministros y señoras disfrutan de dicha gracia, más que nada por motivos de seguridad y protección de autoridades (servicio secreto).

Antaño, la gente era más sencilla, y había hasta presidentes que, en el ala oeste de la Casa Blanca, se arreglaban solos sin necesidad de ayuda de cámara. Escuchen, para que vean, esta anécdota, que no es un cuento, en plan pedagogía social.

El Presidente de los Estados Unidos de América, Abraham Lincoln, del Partido Republicano, recibe un día al embajador de Inglaterra en sus aposentos. He aquí el breve diálogo diplomático:

- El embajador de Inglaterra: Los caballeros ingleses nunca lustran sus botas
- Abraham Lincoln (que estaba lustrando el calzado, levanta la cabeza y pregunta): ¿Las botas de quién lustran ustedes?


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