jueves, 31 de diciembre de 2020

DAÑO 2020

 

2020 vino después de 2019. No sé lo que vendrá después.

El “2020” al que me refiero no tiene 365 días, y no porque sea año bisiesto, sino por ser un año siniestro, un cuento todavía sin contar, un año dañado.

2020, más que año es daño. Más que fecha, es ficha de la historia, y como bien saben los jugadores de manos y barajas: carta sobre la mesa, pesa. No es posible rectificar ni dar vuelta atrás. He aquí la presión del presente y el peso del pasado. Lo hecho, hecho está… para durar.

El daño que nos duele en 2020 proviene de lesiones y erosiones, carcomas y llagas, abscesos y excesos, producidos desde mucho tiempo atrás. De modo semejante a esas enfermedades que se manifiestan hoy, pero tienen su origen en el ayer.

Igual que la afección va incubándose a lo largo de los años hasta que rompiendo la cáscara sale el bicho. 2020, la serpiente ha salido, finalmente, del huevo y repta. El efecto 2020.

La humanidad ha convivido en todo momento con gérmenes y gentes, ponzoñas y especies de todas clases. Sobrevivirá a ellas o perecerá. O se inmuniza o se despreocupa de los síntomas, haciendo como si no existieran ni le inquieten. La humanidad ha sobrevivido a virus varios, pero el virus dominante, el Virus por antonomasia en 2020, no es un virus cualquiera ni un virus más. Es el virus madre… de todas las batallas, virus transmutado en fenómeno viral, un misil –si me es permitido el símil– transfigurado en manifestación patógena de masas desesperadas por controlarlo, siendo, desde el primer momento, por el superlativo Virus controladas. 2020: el año del Gran Engaño.

Al querer matar al arácnido, el incauto cayó en la tela de araña. Al querer atrapar la piraña, el pescador pescado cayó prendido en la Red.

2020, el año del daño, ha sido año de rebaño, encerrado el ganado en el cercado. Las reses han sido marcadas en el hocico, para que no hablen de más. Aunque sí pueden masticar y deglutir alimentos. Y así, masca que te masca, ven la vida pasar en un suspiro, que es el morir.

En esta granja sin rebelión, los residentes se sienten protegidos y vigilados, y, en el colmo de la perversión lingüística y moral, se llaman a sí mismos “resilientes”. Una legión de veterinarios, a la sazón adiestrados para la ocasión, cuida de su salud: les toma la temperatura e inspecciona la dentadura. Cuando toca, vacuna, marcan a la res extensa. No se queja. Porque, después de todo, está agradecido por la deferencia, que es dependencia.

2020: ¿quieres saber el futuro? Tú no tienes futuro. Sólo repetición. Porque a partir de ahora todos los años serán el mismo.


*

Extracto del artículo 2020 publicado en el número de otoño de 2020 en la revista 

El Catoblepas

viernes, 25 de diciembre de 2020

UNA NAVIDAD CON GROUCHO Y CHICO MARX

 

«(Aporrean la puerta)

GROUCHO: Esto es un atropello, Ravelli: dejarnos fuera de nuestra propia oficina el día de Navidad. Yo, un ciudadano americano, y usted. Que ni siquiera es americano. ¡Bonito día de Navidad! Tras despertarme esta mañana lo primero que he hecho es mirar en el zapato que puse bajo el árbol y qué me encuentro. Su pie

CHICO: ¿Y qué pasa? Usted me dio ese zapato

GROUCHO: ¿Que yo le di ese zapato?

CHICO: Claro, ayer por la noche; le pregunté qué iba a regalarme para Navidad y usted me dijo que un zapatazo

[…]

GROUCHO: Bueno, Ravelli, hemos empezado bien el día. Esta mañana he debido levantarme por el lado izquierdo de la mesa. Definitivamente, Santa Claus se ha olvidado de nosotros

CHICO: Tal vez Santa Claus no ha querido bajar por nuestra chimenea porque le daba miedo que le disparasen

GROUCHO: ¿Qué le disparasen en la chimenea?

CHICO: Claro. Seguro que ha oído usted hablar del tiro de la chimenea

[…]

CHICO: Oiga, yo me sé dos villancicos

GHOUCHO: Si se sabe dos, cante uno

CHICO (con voz de tenor): «Nevadá, Nevadá, blanca Nevadá…»

HORACE (un niño de siete años]: ¡Buaaa! […]

GROUCHO: Está usted en muy mala forma. Escuche, Ravelli. Horace está llorando y suena mejor que usted

CHICO: Sabe, jefe, es que yo canto de oído

GROUCHO: ¿Que canta de oído? Y por qué no lo intenta alguna vez con la boca. Notará la mejoría.»



Fragmentos del serial radiofónico Flywheel, Shyster y Flywheel, episodio nº 5, emitido el 26 de diciembre de 1932 (Five Star Theatre) en Groucho & Chico Abogados (Tusquets, 1989)

domingo, 20 de diciembre de 2020

DOCTOR MIEDO EN EL GULAG

«No sé qué tal neuropatólogo sería. Podía muy bien ser bueno, pero sólo en una época muelle y cortés, y nunca en un hospital del Estado, sino en su domicilio, protegido por una chapa de bronce atornillada a la puerta de roble y mecido por el melodioso tintineo del reloj de pared, sin apresurarse jamás para ir a ningún lado y subordinado únicamente a su propia conciencia. Sólo que desde entonces le hicieron llevarse sus buenos sustos, y había quedado aterrorizado para el resto de sus días. Ignoro si anteriormente estuvo preso o a punto de ser fusilado durante la guerra civil (no tendría nada de raro), pero aun sin revólver le habían metido suficiente miedo en el cuerpo. Le había bastado con trabajar en esos dispensarios donde era necesario atender a nueve enfermos por hora, con el tiempo justo para golpear la rodilla de cada uno con un martillito, además de ser miembro de la VTEK (Comisión de expertos en Medicina laboral) y de una Comisión de curas de reposo, y de una Comisión de reformas, y pasarse las horas firmando papeles y más papeles y otra vez papeles, sabiendo que con cada firma se jugaba la cabeza, que ya había médicos que pagaron con su libertad, que otros estaban amenazados, y tú entretanto sigue firmando y firmando boletines, informes, conclusiones, estudios, análisis, exámenes, historias clínicas; cada firma era un caso de conciencia, la duda de Hamlet: ¿baja o no baja?, ¿apto para el servicio o no apto para el servicio?, ¿enfermo o sano? Por un lado, los enfermos que suplican; por el otro, las autoridades que presionan; y el médico, muerto de miedo, sin saber qué hacer, indeciso, asustado, arrepentido…

   Pero todo eso sucedía cuando aún disfrutaba de libertad, y ahora sólo eran amables recuerdos… Ahora estaba preso en calidad de enemigo del pueblo, aterrorizado por el juez de instrucción hasta tal punto, que casi se muere de un infarto (¡me imagino a cuántas personas, la Facultad de Medicina en pleno, habrá arrastrado consigo bajo semejante estado de terror…!) ¿En qué se había convertido nuestro neurólogo?»

Alexandr Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag (1973)



lunes, 14 de diciembre de 2020

THOMAS SZASZ: EL ESTADO TERAPÉUTICO


 

«Un Estado Teológico se caracteriza, entre otras cosas, por la preocupación de su pueblo por la religión en general y por la herejía en particular. De modo parecido, lo que caracteriza al Estado Terapéutico es, entre otras cosas, la preocupación de su pueblo por la salud en general y el curanderismo en particular. Mutatis mutandis: igual que en una sociedad donde hay libertad religiosa el concepto de herejía pierde su importancia, en una sociedad donde existiera libertad médica el concepto de curanderismo perdería su significación. El absurdo mismo de la segunda perspectiva es una indicación de hasta qué punto confiamos en que el Estado proteja nuestros cuerpos. Es una confianza totalmente análoga a la que nuestros antepasados depositaban en la Iglesia como protectora de sus almas.

Libertad religiosa significa que se es libre de dominación y persecución por motivos religiosos. De modo parecido, libertad médica, quiere decir que se es libre de dominación y persecución por parte de los médicos. Del mismo modo que la primera ha requerido la separación de la Iglesia y el Estado, la otra requiere separar la medicina del Estado.

Si verdaderamente valoramos la curación médica y nos negamos a confundirla con la opresión terapéutica —del mismo modo que los Padres Fundadores valoraban de verdad la fe religiosa y rehusaban confundirla con la opresión teológica—, entonces deberíamos dejar que cada hombre buscara su propia salvación médica y erigiese un muro invisible, pero impenetrable, entre la medicina y el Estado.

No tenemos ninguna religión nacional. Tampoco los rusos la tienen. Pero tanto Estados Unidos como la Unión Soviética (y muchas otras naciones modernas) tienen medicina nacional o medicina reconocida y apoyada por el Estado. Esto corrompe la medicina del mismo modo que en otro tiempo la religión se corrompió a causa de su alianza con el Estado. Aunque la existencia de esta corrupción se reconoce de forma general, su causa suele atribuirse a un defecto en vez de a un exceso de control del Estado. Para que la medicina vuelva a estar al servicio del individuo es de todo punto imprescindible que la protección de la Primer Enmienda se haga extensiva a las artes curativas y se garantice que «el Congreso no formulará ninguna ley con respecto al un establecimiento de medicina o prohibiendo el libre ejercicio de ésta...».

La Primera Enmienda protege la libertad religiosa, pero a los mormones se les prohíbe practicar la poligamia. Dado que actualmente la opinión progresista considera que el tratamiento médico es un derecho, los mormones deberían reclamar diciendo que necesitan varias esposas para su salud mental, más que para su bienestar religioso. Luego, del mismo modo que se dice a los heroinómanos que tienen «derecho» a la metadona, quizá los mormones obtendrían el «derecho» a la poligamia.

La Iglesia de la Ciencia Cristiana niega la enfermedad; la define y percibe como pecado.

La ciencia atea niega el mal; define y percibe el pecado como enfermedad.

En realidad, tanto la enfermedad como el pecado existen y son reales. Con frecuencia los confundimos para confundir a los demás y de este modo controlarlos.

Medignosis: la doctrina de que todos los problemas humanos son enfermedades médicas que pueden curarse mediante las apropiadas intervenciones terapéuticas, las  cuales, si es necesario, se impondrán por la fuerza al paciente. La sucesora «científica» de las formas precristianas y cristianas de gnosticismo; la fe religiosa dominante del hombre moderno.

 

En el Estado Terapéutico hacia el que, al parecer, vamos avanzando, el principal requisito para ocupar el puesto de Gran Hermano quizá sea un título de médico

 

Malos hábitos que se tratan como enfermedades:

El mal uso del alcohol se denomina «alcoholismo» y se trata con Antabuse.

Al mal uso de los alimentos se le llama «anorexia nerviosa» u «obesidad»; la primera se trata con electrochoques; la segunda con anfetaminas u operaciones de derivación intestinal.

El mal uso de la sexualidad recibe el nombre de perversión y se trata con estimulación mediante electrodos implantados en el cerebro y con operaciones de cambio de sexo.

Al mal uso del lenguaje se le llama «esquizofrenia» y su tratamiento es la lobotomía.

 

Terapeutismo: el sucesor del patriotismo. El último refugio –o el primero, según la autoridad que se consulte– de los canallas. El credo que justifica proclamar amor eterno a aquellos a quienes odiamos, e infligirles castigos despiadados en nombre del tratamiento de enfermedades cuyos síntomas principales con su negativa a someterse a nuestra dominación.

 


Vivimos en una época que se caracteriza por una tremenda necesidad de que haya muchísimos pacientes mentales sobre los cuales pueda trabajar el resto de la población, como si fueran productos o cosas, y a quienes puedan apoyar con orgullo aquellos a los que se considera mentalmente sanos. El resultado es el Estado Terapéutico, cuya finalidad no consiste en proporcionar condiciones favorables para la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, sino reparar la salud mental defectuosa de sus ciudadanos. Los dignatarios de tal estado parodian los papeles del médico y del psicoterapéuta. Esta organización da sentido a la vida de incontables burócratas, médicos y personas que trabajan en el campo de la salud mental, para lo cual despoja a los supuestos pacientes del sentido de su vida. De esta manera, perseguimos a millones de seres —por ser toxicómanos, homosexuales, propensos al suicidio, etcétera— mientras no paramos de decirnos a nosotros mismos que somos grandes sanadores y les curamos sus enfermedades mentales. Hemos conseguido cambiar el envoltorio de la Inquisición y la vendemos como un nuevo curalotodo científico.

Que el hombre domine a un semejante es algo tan viejo como la historia; y podemos dar por sentado, sin riesgo de equivocarnos, que es un fenómeno que se remonta a la prehistoria y a nuestros antepasados prehumanos. En todas las épocas, los hombres han oprimido a las mujeres; los blancos, a los negros; los cristianos, a los judíos. Sin embargo, en decenios recientes las razones y justificaciones que tradicionalmente se referían a la discriminación entre los hombres —basándose en criterios nacionales, raciales o religiosos— han perdido gran parte de su verosimilitud y atractivo. ¿Qué justificación tiene ahora el antiquísimo deseo del hombre de dominar y controlar a su semejante? El liberalismo moderno* —que en realidad es un tipo de estatismo—, aliado con el cientificismo, ha satisfecho la necesidad de una nueva defensa de la opresión y ha proporcionado un nuevo grito de guerra: ¡La salud!

En esta visión terapéutico-meliorativa de la sociedad, los enfermos forman una clase especial de “víctimas” a las que, por su propio bien y en interés de la comunidad, deben “ayudar” —de manera coactiva y contra su voluntad si es necesario— las personas sanas, y en especial los médicos que estén capacitados “científicamente” para ser sus amos. Esta perspectiva nació y alcanzó sus mayores avances en la psiquiatría, donde la opresión de los “pacientes locos” por parte de los “médicos cuerdos” es ya una costumbre social santificada por las tradiciones médica y jurídica. En la actualidad, el conjunto de la clase médica parece emular este modelo. En el Estado Terapéutico hacia el que, al parecer, vamos avanzando, el principal requisito para ocupar el puesto de Gran Hermano quizá sea un título de médico.»

 

Thomas Szasz, The Second Sin (El segundo pecado, 1973)

  

Recuérdese que “liberalismo moderno” se contrapone a “liberalismo clásico”, y que “liberalismo” sin más, en la acepción anglosajona (especialmente, norteamericana), es, frente a la tradición continental europea, sinónimo de “izquierdismo político”.



domingo, 6 de diciembre de 2020

SINIESTROS LADRONES DE CUERPOS Y ALMAS

La coronación del proyecto totalitario de imponer en el planeta un “Nuevo Orden Mundial” por parte de influyentes poderes fácticos —en el ámbito de la economía, la política, los medios de comunicación, etcétera—, gestores en distintos niveles de actividad y cualificación, proclives a sustituir a (o ponerse en el lugar de) los propietarios en una sociedad de libre mercado y regida por leyes y contratos, suele denominarse con acierto “COVID-1984”. El apelativo —poco cariñoso, claro está— remite a la célebre novela de George Orwell, 1984, recreación pavorosa de un futuro naufragado en el fango de la dominación y la sumisión, en que la humanidad ha dejado de serlo, donde los hombres han sido reducidos a esclavos deshumanizados, un futuro, en fin, que ya es presente (probablemente, lo era en una de sus primeras fases, cuando la obra fue escrita en 1948), por cuya fortuna y ventura ni el más optimista daría un duro.

El trágico momento por el que pasa la población a escala mundial encuentra en la literatura no pocos referentes que se le aproximan, y en gran medida lo anticipan. La utopía desgarradora descrita por el escritor británico cabría distinguirse como la que lleva a cabo un retrato más ajustado a la realidad vigente, al oscuro escenario en que vivimos peligrosamente. 

Tampoco faltaría en la historia del cine un inventario de títulos, encuadrados en los géneros de ciencia ficción, intriga, terror, drama psicológico, catástrofes, etcétera, que muestren cómo, un día u otro, lo real copia la ficción, por así decirlo. Por lo que mí respecta, si tuviese que seleccionar un film representativo de lo que nos está pasando sería Invasion of the Body Snatchers (La invasión de los ladrones de cuerpos, 1956), película dirigida por Donald Siegel, con Kevin McCarthy, Dana Wynter, Larry Gates y Carolyn Jones al frente del reparto. Se han realizado posteriormente otras versiones y remakes de la cinta, pero la mencionada constituye el clásico por antonomasia, la que cuenta y vale.

Todo buen aficionado al Séptimo Arte conoce el argumento. En una población de California, sucede un fenómeno altamente perturbador: cuerpos microscópicos venidos del espacio exterior penetran en las viviendas de la ciudad, donde adquieren la forma de vainas que, a su vez, gestan copias de los individuos que las habitan, aunque alterando su personalidad. Una vez germinados (¿renacidos?) los dobles, adquieren rasgos peculiares reconocibles por estar infradotados de conciencia colectiva, que les niega individualidad e identidad, y por carecer de moralidad. Se trata de seres que actúan como autómatas, con apariencia de normalidad en la conducta, pero que cobija una motivación de carácter maligno.

El médico local Miles Bennell (Kevin McCarthy), protagonista de la película, descubre la naturaleza del mal y cómo el suceso supera el límite municipal para adoptar la forma de una invasión a gran escala. Héroe del film, el doctor Bennell, consciente de la imposibilidad de detener con sus propias fuerzas la enormidad del avance de las empáticas criaturas (como hemos visto, se ponen en el lugar del otro, robándole cuerpo y alma) extendiéndose por todo el mundo, se esfuerza, sin embargo, en que sus conciudadanos perciban el peligro y se prevengan ante él. Tomado por un paranoico demente, es llevado a un hospital psiquiátrico (arranque del mismo film) donde al principio no logra convencer ni a sus colegas, aunque a la vista de la información que llega de otras localidades dando cuenta de sucesos semejantes, dan crédito, finalmente, a sus palabras de advertencia y llamada a la reacción general contra los invasores. Un final feliz (o al menos, esperanzador) en la ficción. No aseguraría lo mismo en la realidad…


Los ladrones de cuerpos y almas, los invasores que en el contexto y espacio existentes he denominado Másteres del Universo, se caracterizan por ostentar diversos rangos, desde general y oficial a tropa regular, desde miliciano a simple explorador y ojeador. Esparciendo la ponzoña y la cizaña, acaban por formar un inmenso ejército de colaboracionistas, por activa o por pasiva, conscientes o no de su participación en la ocupación; agentes víricos y “pacientes militantes”, podría decirse. Les estamos viendo y actuando de manera diferente a como los observábamos antes de ser infectados de pandemónium y de veneno “covidiano”. Les reconocemos por el aspecto exterior, por la fisonomía, por la fachada, y cualquiera se confiaría a ellos, pero las apariencias engañan. Diríase a primera vista que son las mismas personas, o mejor dicho, que siguen siendo seres humanos. Pero no lo son. Son dobles, seres reducidos a la condición de clones desalmados.

Hay que estar alertas frente al ataque de los invasores duplicados, aplicados a la tarea de extender y apuntalar la alarma general. No te dejes engañar por lo que recuerdas del original en ellos. No son “normales”. Han sido trocados en zombies, trucados en seres robotizados, amaestrados, que hacen lo que les mandan y nada más, lo que no es poco.


Observa a ese vecino, con quien intercambiabas algo más que los “buenos días”, y que ahora nada más verte salir de casa, te espeta con la acostumbrada afabilidad y la misma cara: “no llevas mascarilla”.

Fíjate en esos antiguos amigos a quienes visitabas con frecuencia y os tratabais con familiaridad, y que hoy te reciben en casa manteniendo las distancias, en pantuflas, pero enmascarándose de inmediato, nada más entrar por la puerta, por si acaso.

Mira ese empleado de toda la vida en grandes almacenes o zona comercial —custodiado por un guardia de seguridad, crecidos ambos tanto en el ordeno y mando cuanto disminuidos en modales— imponiendo al cliente las normas a la hora de adentrarse en un área, ataño de entrada libre y hogaño convertida en zona hostil (el que paga hace mucho tiempo que no manda; eso era cuando el capitalismo): “¡Un momento! ¡Toma de temperatura! ¡Lavarse las manos! ¡Ponerse guantes y no bajarse la mascarilla! ¡Circule por la línea roja! ¡No toque los productos que no vaya a comprar! ¡Guarde cola en las cajas a dos metros de distancia de quien se encuentre delante y sólo se acepta pago con tarjeta!” ¿Os acordáis de cuando el libre comercio y aquello de “el cliente siempre tiene razón”?  

Parece tu sobrino, pero al ir a darle un abrazo, se cubre con el brazo y te apunta con el codo, como si portase un invisible escudo, mientras sonríe creyendo que está saludando.

Ver y no creer que tu propia hija no permita que cojas en brazos a tu nieto. No puedes creerte que se trate de tu hija, ¿verdad? En efecto, no lo es.

¡Hola! Otra vez en la oficina bancaria de toda la vida. La directora de la sucursal sí es nueva. Cambian de directora cada pocas semanas. Repara en quien ejerce de funciones de conserje, sí, ese señor tan simpático y amable que lleva años atendiendo al público. Hoy te miran, en su lugar, unos ojos sin rostro y te inquieren con marcialidad: “¿Tiene cita previa? ¡Identifíquese!”

¿Qué ha sido de esas personas que tomabas por inteligentes y cultas, y hoy te hablan de pandemia, hospitales, test y vacunas como si eso fuese el problema, como si se tratase de algo real, como si tal cosa?

Suena el teléfono. ¿Es tu cuñada? ¿La escuchas? Sí, es su voz. Dice que este año no hay comida familiar de Navidad, porque somos más de la cuenta, según cálculo y orden de la oficialidad. Otro año será.

Y en este plan…

En La invasión de los ladrones de cuerpos, los individuos son transportados a una nueva dimensión (la “nueva realidad”, el ¡Hombre Nuevo!) cuando se quedan dormidos. Preciso es, por tanto, hacer lo posible por mantenerse despiertos.

*

¡Qué panorama! ¡Rodeados de tipos extraños, hasta en familia, entre amigos, en el barrio, en nuestra ciudad! Luego, mirarse uno mismo en el espejo. ¿Quién eres tú?


«Lo Unheimlich, lo siniestro, forma uno de estos dominios.

[…] La voz alemana “unheimlich” es, sin duda, el antónimo de «heimlich» y de «heimisch» (íntimo, secreto, y familiar, hogareño, doméstico), imponiéndose en consecuencia la deducción de que lo siniestro causa espanto precisamente porque no es conocido, familiar. Pero, naturalmente, no todo lo que es nuevo e insólito es por ello espantoso, de modo que aquella relación no es reversible. Cuanto se puede afirmar es que lo novedoso se torna fácilmente espantoso y siniestro; pero sólo algunas cosas novedosas son espantosas; de ningún modo lo son todas. Es menester que a lo nuevo y desacostumbrado se agregue algo para convertirlo en siniestro. 

[…] E. Jentsch destacó, como caso por excelencia de lo siniestro, la «duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto viviente; y a la inversa: de que un objeto sin vida esté en alguna forma animado», aduciendo con tal fin, la impresión que despiertan las figuras de cera, las muñecas «sabias» y los autómatas.»

Sigmund Freud, Lo siniestro (1919)

domingo, 29 de noviembre de 2020

SONRISAS INVISIBLES

1

«Sonría, por favor». Así rezaba un celebrado eslogan promocional, ideado, si no recuerdo mal, por el Centro de Atracción y Turismo en la ciudad española de San Sebastián, allá por los años sesenta del siglo XX. Tras este lema han florecido muchos otros parejos, invitando a la cordialidad y al trato simpático entre desconocidos, y, si no me equivoco, hasta programas de televisión, anuncios publicitarios de vocación dentífrica y eslóganes de propaganda con mucha labia en partidos políticos, a ver quién pasa por más gracioso y quién aparenta ser más simpático, porque la sonrisa vende y hace ganar votos.

Es esta utilización partidista y afectada, engañosa y embaucadora, sensiblera a la vez que mandona, de un gesto, de un rasgo, tan esencialmente humano y humanizador, como es la sonrisa (todavía más que la risa, que viene a ser como el cine sonoro respecto al silente o la ironía al chiste), lo que le quita encanto y hasta diría que su principal gracia, hasta el punto, bien mirado el asunto, de quedar cubierta por una capa de sospecha, acabando siendo atrapada como en una tela de araña.

No refiero un caso insólito. La larga y oscura sombra de la deshumanización y la implacable persistencia de la barbarie no cesan en su afán por borrar de la faz de la Tierra lo que de natural hay en voces, gestos y hechos humanos, para trocarlos en diseños utopistas tan alteradores de lo real como aterradores del alma, elaborados en despachos con mucho bureau y teléfono rojo, laboratorios tenebrosos preparando ensayos de probeta, medios de comunicación muy mediatizados y en departamentos universitarios multicolor de estudios culturales.


Una sociedad a la que roban la sonrisa o la hacen invisible está condenada a una existencia abatida y desolada

 

Esta labor de zapa afecta a signos, costumbres y palabras, troquelados con fines infames. Los procedimientos utilizados para esta tarea que marea son variados y los esfuerzos, concienzudos. De entre los más empleados, a la vista de su éxito, destaca el siguiente: alterar aquello que se pretende cambiar, conservando el significante pero transfigurando el significado, dar la vuelta —por sí decirlo— a los usos humanos, por resultar, más que demasiado humanos, sencillamente humanos. Como ocurre con la sonrisa.

Se repite mucho que nacemos llorando, porque, inocentes criaturas, no sabemos lo que nos espera en la vida por delante. Suele callarse, sin embargo, que uno de los primeros actos humanizadores en un bebé es la aparición repentina de la sonrisa, por lo común no espontánea sino estimulada a su vez por la cariñosa y tierna expresividad de la madre. Tamaña correspondencia contiene una formidable fuerza comunicativa, moral y civilizatoria.

 


2

La «sonrisa inaugural» caracteriza, en efecto, la supervivencia de la cortesía y las buenas maneras, paso previo del buen humor, como observó Alain, y expresión equivalente de la salutación, según analizó Ortega y Gasset, quien emplea aquella fórmula como interina de ésta.

El filósofo francés expuso la feliz convergencia a la que hago mención en un delicioso y tonificante texto titulado La sonrisa (Le sourire), incluido en el libro Propos sur le bonheur.


«Quisiera decir sobre el mal humor que no es menos causa que efecto; me inclinaría incluso a pensar que la mayor parte de nuestras enfermedades son el resultado de un olvido de cortesía, es decir, de una violencia del cuerpo humano sobre sí mismo.»

 

La cortesía y la afabilidad (la «urbanidad», decíase antaño) son una condición necesaria en la convivencia y el trato humano. No elimina ni hace esfumarse, como por ensalmo, el peligro y la malevolencia en la sociedad, pero dulcifica —o cuando menos suaviza— el contacto entre individuos en sociedad, aminorando la indisposición actitudinal, la rencilla y la disputa; por ejemplo, borrando de la cara cualquier signo de enemistad anticipada u hostilidad manifiesta por medio de la sonrisa.

Aclaremos conceptos, antes de continuar. La apelación a la cordialidad, la fraternidad y la simpatía se me antoja propósito desmesurado y presuntuoso, evasivo, al cabo, en este asunto. Como condición necesaria para ser posible, la sociabilidad no exige familiaridad comunitaria ni aprecio o hermandad universales; estas disposiciones del espíritu tienen su lugar en los lugares, relaciones y afectos correspondientes (familia, camaradería, amistad, amor, y más). Tratar al otro no supone obligatoriamente ni implícitamente tener que amarle: «Hasta sería injusto si lo amara —añade Sigmund Freud—, pues los míos aprecian mi amor como una demostración de preferencia, y les haría injusticia si los equiparase con un extraño.» Para poder convivir, y para empezar, es suficiente con la avenencia, la armonía, la coexistencia social. Con la «sonrisa inaugural» como carta de presentación.

Hay muchas clases de sonrisas, no todas fiables ni saludables ni provechosas. Aquí hablo (y aun más, hago un elogio) de la sonrisa de bienvenida, pacificadora, no de la sonrisa miedosa, vengativa o maliciosa, así como la sonrisa fija y permanente, sonrisa de máscara escénica, así como la devenida sin razón, incontrolada, boba, más propia de un demente que de gente decente. Mueca más que sonrisa sería ésta no otra cosa que contorsión bucal, entre el tic incontrolado, el espasmo muscular y el espanto nervioso.

La sonrisa civilizatoria es voluntaria y provocada; no digo «provocativa», que supondría otra deformación de la naturaleza de las palabras y las cosas. En realidad, como señala Alain en el artículo citado líneas arriba, se trata de una acción forzada… por las circunstancias: «buscamos la obligación de sonreír». Sonrisa de buen recibimiento, preliminar como el saludo, es actitud necesaria en una sociedad bien ordenada, como pueda ser vestirse para la ocasión, ceder el asiento en el autobús o el paso en la calle a ancianos y  personas impedidas, no eructar, bostezar o ventosear en público, y de ahí en adelante.

¿Sonrisa falsa, pues? Ciertamente, en cuanto no proviene del gusto sino de la norma. ¿Sonrisa hipócrita, entonces? No dramaticemos, aunque tampoco lo negaré, recordando al lector que la hipocresía es «un homenaje que el vicio rinde a la virtud» (La Rochefoucauld), tan valiosa en el grupo social como los buenos modales y la ceremonia. ¿«Ortopédica amabilidad del mercado», quizás? Sobre esta malevolencia he dedicado un capítulo, titulado justamente «El empleado de El Corte Inglés me sonríe» en el ensayo Dinero S.L. De la sociedad de propietarios a la comunidad de gestores (2020), adonde remito al lector interesado en obtener más detalle de la cuestión.

 


3

El asunto que interesa aquí y ahora es, en efecto, la «sonrisa inaugural», acompañante y aun sustituta del saludo, acción insustituible, forzosa, imperiosa, irremplazable, esencial en la salud moral y la conservación de la sociedad civilizada.

 

«El hecho de que exista el uso del saludo es una prueba de la conciencia viva en los hombres de ser mutuo riesgo unos para otros. Cuando nos acercamos al prójimo se impone, aun a estas alturas de la historia y de la llamada civilización, algo así como un tanteo, como un tope o cojín que amortigüe en la aproximación lo que tiene de choque.»

 

José Ortega y Gasset, El hombre y la gente


Los individuos no precisan amarse ni ser amigos de verdad para convivir entre sí y relacionarse (según hemos visto), mas tampoco pueden maltratarse por sistema ni de entrada. Preciso es darle una oportunidad al extraño o al conocido (de vista), si comprendemos la importancia de no ceder, en primera instancia, a la violencia ni ser bestializados por modos y maneras dominantes en las etapas primitivas de la humanidad, sea a propósito del salvajismo o la barbarie.

Evitar el choque social de anticipación (por si acaso) significa no ir por la vida dándose codazos unos a otros ni patadas en las espinillas ni mantenerles en milimetrada distancia ni tratarles como apestados ni tomarles la temperatura disparándole un rayo en la frente ni hacerles un test de admisión en locales y localidades, por sistema y de modo general, ni ocultarse tras velo de recelo o prevención (que significa en términos bélicos, prepararse para atacar).

La sonrisa debe ser discreta, pero, sobre todo, precisa de visibilidad, como condición para ser real y efectiva. No valen las sonrisas tapadas con un pañuelo o trapo, que reconocen a la persona tímida, acomplejada, temerosa y desconfiada. Un rostro enmascarado es un rostro malcarado, propio del bandido y el facineroso.

Una sociedad a la que roban la sonrisa o la hacen invisible está condenada a una existencia abatida y desolada, hosca y fosca, deshumanizada, bestializada. Porque las bestias no sonríen. Lo más bienhumorado que puede hallarse en el mundo animal es la sonrisa de hiena.

 

4

En una secuencia de la película Sopa de ganso (Duck Soup, 1939), dirigida por Leo McCarey y con los hermanos Marx al frente del reparto, soplan vientos de guerra entre Freedonia y Sylvania. La Sra. Teasdale (Margaret Dumont) intenta mediar entre el Presidente del Gobierno de Freedonia (Groucho Marx) y el Embajador de Sylvania (Louis Calhern) a fin de evitar el conflicto, convocando al efecto un encuentro amistoso entre ambas autoridades para que dialoguen y se entiendan.

 


Rufus T. Firefly, Presidente del Gobierno de Sylvania: Qué obra más noble. Sería indigno de su confianza si no hiciera todo lo posible para que Freedonia continuara viviendo en paz con el mundo. Me alegro de recibir al Embajador y de ofrecerle mi mano derecha en señal de camaradería. Estoy seguro que responderá a ese gesto de la misma forma. ¿Y si no? ¿Qué tal sería eso? Yo le tiendo mi mano y él la rechaza. Eso perjudicaría mi prestigio. ¡Yo, un presidente, ofendido por un embajador! ¿Quién se cree que es? Me deja en ridículo frente a todo mi pueblo. Imagínese, yo le tiendo la mano, y esa hiena la rechaza. ¡Ese pobre cerdo nunca se saldrá con la suya! [Entrada de Trentino en escena] ¿Así que Vd. se resiste a estrechar mi mano? ¡Suficiente! ¡Ya no hay vuelta atrás! [Firefly abofetea con un guante a Trentino]

Embajador Trentino de Sylvania: ¡Esto significa guerra!

Rufus T. Firefly: ¡Entonces habrá guerra! ¡Habrá guerra! ¡Reúnan las tropas! ¡Guarnezcan los caballos! ¡Guerra! Freedonia irá a la guerra... Al fin, nuestro país irá a la guerra. Iremos a la guerra.

 


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«”¡Vale!, dijo el Gato [de Cheshire], y esta vez se desvaneció muy paulatinamente, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció flotando en el aire un rato después de haber desaparecido todo el resto.

“¡Bueno! Muchas veces he visto un gato sin sonrisa”, pensó Alicia, “pero ¡una sonrisa sin gato!... ¡Esto es lo más raro que he visto en toda mi vida.»

Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas


domingo, 22 de noviembre de 2020

SOBRE EL USO IMPROPIO DEL TÉRMINO “CONSPIRACIÓN”

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Los Aparatos de Propaganda tienen como función primordial marcar el paso en la línea discursiva y la palabrería que las masas deben emplear en el uso del lenguaje; es decir, fijar (y dar esplendor a) qué términos son políticamente correctos. Construyen no sólo el utillaje de producción propia para general y público empleo masivo. También vigila, manipula y, en su caso, censura o maldice los términos y las expresiones que contrarían y cuestionan la doctrina oficial. En ocasiones, celosos de su labor de “pedagogía social”, lanzan, a modo de cebo, palabras trampa que, creyendo el usuario utilizar de modo crítico, formalizan lo opuesto: cimentar el prontuario de vocabulario permitido y permisible. 

Mucha actividad tienen ahora, cuando avanza poderoso e intratable el denominado “Nuevo Orden Mundial” (divisa con dos mentiras en su enunciado). En este sentido, el apparatchik lingüístico sí adopta la forma de una estricta acción conspiratoria, la cual pronto estará disponible en el mercado intervenido en cómoda y facilona app para ayudar a la gente a entenderse mejor…

Según sostengo aquí y en donde se quiera escuchar o leer mis argumentos, las expresiones que bailan alrededor del término “conspiración” son usadas, en su mayor parte, de modo impropio, hasta el punto de volverse contra la pretensión estimativa y calificativa de quienes lo emplean con el objeto de denunciar la planetaria maniobra conocida como “plandemia” o “Gran Reinicio”, traducción del modismo en inglés The Great Reset”, palabra trampa a su vez en idioma inglés: “great” significa “grande”, pero asimismo “genial”, en sentido de “estupendo”, polisemia que no aflora con “big” que significa “grande”, sin más.

 


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La impropiedad del uso de la etiqueta “conspiración” queda de manifiesto al contaminar, devaluar o transferir a otro lugar su sentido propio. Al disparar al bulto, por decirlo así, pagan justos por pecadores, tirios y troyanos, cristianos y paganos. He aquí, como ya se ha dicho, el propósito principal de la trampa palabrera. Pues, en el conjunto conspirativo cabría tanto la mención a la “plandemia” como a los atentados terroristas del 11-S en 2001. De este modo, se matan dos pájaros de un tiro, permítaseme ahora esta nueva licencia prosaica: sostener que el “COVID-1984” es producto de una conspiración llevaría a aceptar que el 11-S también lo fue, o pudo serlo, cuando lo cierto sería afirmar, en su caso, que ambos sucesos formarían parte de un mismo plan, lo cual no hace de ambos casos “conspiraciones” equiparables; cuando no son ni lo uno ni lo otro. Ciertamente, el senador Catilina organizó una conjuración en la antigua Roma y los Boyardos montaron una conjura en la siempre vieja e intemporal Madre Rusia, pero el Pandemonium de nuestros días es cosa distinta que merece se denominado con propiedad.

La gratuita flexibilidad y extensibilidad del concepto “conspiración” daría así paso franco y presto al calificativo comodín de “conspiranoico”, a saber, quien ve en cualquier acontecimiento una confabulación, de modo semejante al paranoico que observa maquinaciones y contubernios tras cualquier acción que aparentemente le dañe o perjudique, o así lo crea firmemente.


Ayer y hoy, los Másteres del Universo que postulan el “Gran Inicio” y el “Nuevo Orden Mundial” han actuado y actúan a cara descubierta, sus declaraciones son públicas, los libros y textos que explican sus planes copan los escaparates


Observo que tal proceso acaece en los teóricos de la conspiración de cualquier signo, sesgo o tendencia, algo que deriva de hacer de la conspiración una teoría o pretender erigirse en experto en teoría conspirativa. Ni todo es producto de conspiración ni nada lo es. Importante es, entonces, comprender el uso apropiado (y propio) de los términos.

Sea como fuere, el Aparato de Propaganda Oficial ya tendrá preparada de antemano la respuesta en caso de quedar afectada la conspiración que le interese proclamar; por ejemplo, el 11-S. En cualquier caso, saben que juegan con ventaja, pues son inmunes a la crítica. El apparatchik es el guarda e intérprete, el custodio de la Doctrina Oficial, a cuento de no importa qué. Negar cualquiera de sus versiones le convierte a uno en un negacionista Igualando en esta ocasión, de paso, Holocausto y no importa qué. Y en este plan de suma y sigue.

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A propósito del verbo “conspirar”, leemos en el Diccionario de Uso del Español compuesto por María Moliner lo siguiente: «“Confabularse”. Conjurarse”. Unirse varias personas contra algo o alguien; particularmente, contra quien manda o gobierna.»

La “plandemia”, impulsada para activar el “Gran Inicio” que acelere la consumación del “Nuevo Orden Mundial”, representa, en efecto, un plan, un veterano proyecto en marcha, un programa de ingeniería social con maneras totalitarias, promovido (con pulsión de muerte) no en la sombra y con alevosía, sino a plena luz del día, con publicidad oficial y comercial que cubre la cabecera de los periódicos (¡primera plana!) y los “informativos” (fake news!) en televisión, así como gran parte de la cartelería que empapela las ciudades de nuestros días y la portavocía que proclama la “verdad oficial” por los cuatro vientos. Lo propio de la conspiración, en cambio, sería la intriga, la reserva, el ocultamiento, el sigilo o, cuando menos, la discreción.

Ayer y hoy, los Másteres del Universo que postulan el “Gran Inicio” y el “Nuevo Orden Mundial” han actuado y actúan a cara descubierta, sus declaraciones son públicas, los libros y textos que explican sus planes copan los escaparates. Ellos no callan ni se ocultan. Calla la calle y se ocultan cultos (expertos, intelectuales, gestores; mal llamados “élites”) e incultos (gente común y ordinaria) en armónica comunidad.

Aun tratándose de un plan diseñado hace bastantes décadas, la reacción de la mayor parte de la población funciona mediante un mecanismo de estímulo-respuesta en el que ha sido aleccionado con pareja antigüedad. No extraña, pues, que aquélla suela resultar extemporánea, anacrónica, fijada a arquetipos y “paradigmas” que el apparatchik predica en escuelas, universidades, medios de comunicación, redes sociales en Internet, domicilios y ámbitos privados, por doquier, por múltiples vías: aire, mar y tierra.

Los Másteres del Universo entrarían en la categoría de “conspiración” (confabulación, conjura, etcétera) en caso de haberse unido con el objetivo de realizar sus planes “contra quien manda o gobierna”. Sucede, en realidad, lo contrario: los agentes de la “plandemia” son quienes ya mandan y gobiernan, sea como actores de reparto (gobernantes, ministros, patrocinadores de empresa y políticos, en general) sea en papel protagonista (Másteres del Universo en plan estrella). Su propósito es, precisamente, mandar y gobernar sin intermediarios ni límites, al margen de leyes y contratos, sin respeto a la vida, la libertad y la propiedad privada, a la manera totalitaria: mandar y gobernar sin más. Que no es poco.

Mientras tanto, la gente se distrae discutiendo sobre si conspiración sí o conspiración no. Cuando, en realidad, no hay de lo uno ni de lo otro. Entrar a debatir un falso problema o adentrarse en un camino empedrado de palabras trampa o usadas de modo impropio, constituye una vía sin salida sobre la que se tropieza más de dos veces.


martes, 27 de octubre de 2020

ALDEANISMO Y GLOBALIZACIÓN


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Constituyó un hallazgo poderoso, a nivel conceptual y significativo, el horizonte de la humanidad que Marshall McLuhan denominó «la aldea global», en feliz traducción española de la fórmula original «The Global Village»; por lo demás, de gran alcance premonitorio, precursora del término «globalización», escenario controvertido de nuestro presente. Bajo dicho título, escribió, en colaboración con Bruce R. Powers, su último trabajo, publicado en el año 1989, libro póstumo, pues el célebre pensador canadiense falleció en el año 1980, dejando la edición del manuscrito al cuidado de su hija, Corinne McLuhan, y del coautor vivo. Ciertamente, en este ensayo no hallamos especial análisis del término en cuestión; de hecho, como tal, tan sólo aparece en el rótulo, sin encontrarse una sola ocurrencia a lo largo de la misma. Volumen, en gran manera, recapitulatorio (e involuntario legado intelectual) de sus estudios previos; caracterizado ya el continente mundial, se trataba ahora de compendiar el contenido de su obra.

McLuhan contempla en su exploración un futuro dominado por las tecnologías de la información y la comunicación, cada día más veloces, de ingeniería extraordinariamente avanzada y precisa, dando como resultado un mundo interconectado, donde podría hablarse de límites mas no de fronteras. Sus análisis y previsiones no se detienen en valoraciones respecto a tamaña conmoción espacio-temporal. Su lenguaje y mirada son de carácter técnicos, lo cual deja entrever una perspectiva desarrollista y secuencial (¿tecnocrática?) de naturaleza mecánica  y de inteligencia humana impulsados por la corriente eléctrica

 

«El hemisferio izquierdo [del cerebro] sitúa la información en forma estructural en el espacio visual, todas las cosas están conectadas en forma secuencial, con centros separados pero límites fijos. Por otro lado, la estructura del espacio acústico, la función del hemisferio derecho donde los procesos se relacionan en forma simultánea, posee centros en todas partes pero ningún límite.»

 

Lo deseable sería que ambas partes se entendieran y no colisionaran, pero diríase que no ha ocurrido tal circunstancia. En realidad, el concepto que sintetiza la visión del futuro mundial no deja de incluir una contradicción en los términos, la cual, con inspiración monista, tendría su resolutoria síntesis en la totalidad de lo uno. Esta coexistencia problemática queda mejor recogida en la expresión en español «la aldea global» que en la forma original en inglés «The Global Village», donde el artículo determinado en ambos idiomas (en esta ocasión, más todavía en inglés) remarca el sentido uniformado y particular del concepto.

«Village» significa pueblo pequeño, aldea o poblado, con un sentido más denotativo y descriptivo que connotativo y definitorio. En español, «aldea», y en particular, las locuciones «aldeano» y «aldeanismo», remiten a un lugar, pero, sobre todo, a un determinado estado del alma, una condición existencial, una perspectiva, una concepción de la vida. Ortega y Gasset emplea con suma precisión en el ensayo España invertebrada la expresión «hermetismo aldeano» a fin de señalar «la visión angosta de los intereses inmediatos», propio de la gente rústica y afincada al terruño, ordinaria, limitada a nivel comprensivo por el localismo y lo próximo; la mentalidad aldeana, no va más allá… No apunta esta identificación categorial al «nivel cultural o intelectual», al grado de conocimiento y la graduación académica de los individuos enmarcados en dicho conjunto; aunque, sin duda, revela en ellos una dificultad —o acaso alergia cultural o predisposición contraria— para el proceso intelectivo de la abstracción y el distanciamiento comprensivo, lo cual sugiere un posicionamiento más afín a los sentimientos que a las cogitaciones.


El aldeano «covidiano» enmascarado es ya un tipo poseído por la llamada «Nueva Realidad», donde vive sin vivir en él y sin moverse de casa, un ser deshumanizado, «transhumano», un zombi

 

El «hermetismo aldeano» tampoco se circunscribe a un área geográfica concreta ni a un tiempo histórico en particular. Se trata de una forma estructural de la mente humana a la hora de acercarse a las cosas y a los acontecimientos, de cómo aprehenderlos, y que McLuhan, acabamos de referir, sitúa en el hemisferio izquierdo del cerebro. Para esta visión de la realidad, los «límites fijos» mandan sobre la comprensión y la voluntad de los sujetos. Límites que pueden ser familiares, grupales, de barriada, municipales, regionales o nacionales, y aun supranacionales (vgr. en referencia a la Unión Europa u otra clase de comunidad política, corporativa o cultural); o también lingüísticos, religiosos, etcétera. Límites, en fin, que afectan a personas y comunidades, dando lugar a extremismos (valga la ironía), como son la estrechez de miras, la perspectiva pueblerina, la actitud sectaria de cualquier tipo o los nacionalismos.

Bajo la jurisdicción de la mentalidad aldeana, los asuntos que van (o vienen) allende la acotación especificada de la aldea suponen una extralimitación de entendimiento y sentimiento, sucesos que no llegan a comprenderse porque, de entrada, no interesan; es decir, que no se engloban en su restringido y «hermético» espacio físico y psíquico, perceptivo y sentimental. Está de sobra insistir que el aldeanismo aquí descrito está reñido con —o incapacitado para conocer suficientemente y en sentido estricto— el fenómeno de la globalización.

2

Juzgo altamente relevante y valioso, amén de oportuno, este preliminar cuando la amenaza globalista reactiva sus ataques contra la humanidad; como pueda serlo la actual crisis mundial ocasionada a cuento de la denominada «pandemia COVID-19». Sin duda, quienes han diseñado y puesto en marcha este plan conducente a implantar por la fuerza un Nuevo Orden Mundial, dirigido y gestionado por una oligarquía altamente ejecutiva (y ejecutora), ocupan estratégicos centros de poder (económico, político, de comunicación, etcétera).

No menosprecie nadie al enemigo, sobre todo, si es muy poderoso. No cuestione tampoco su inteligencia[*], la cual ha quedado puesta de manifiesto por la minuciosidad severa —sin apenas contratiempos en la ejecución— de su estrategia, así como en la estricta previsión de la respuesta de la población —es decir, su inexistencia, o al menos, tibieza en la misma— frente a semejante embestida; el tiempo confirmará que la de mayor crueldad y capacidad devastadora en la historia hasta la fecha.

El globalismo (una ideología) se ha beneficiado de la globalización (un acontecimiento histórico). Diríase, al modo de McLuhan, que ha sido comandado por el hemisferio del cerebro ejecutor. Mientras tanto, el aldeanismo, profundamente contrariado, ha retrocedido hasta adquirir formas y modos del tribalismo primitivista y el «pensamiento mágico», viendo a sus invasores como llegados de otra galaxia (como, en efecto, así es), y sin saber determinar sus intenciones.

 


3

Reparemos, brevemente, en algunas secuencias y efectos de esta infiltración en la aldea global, en el mayor de los casos con un denominador común (efecto, ya ve usted, de la globalización), sin excluir los particularismos propios de cada área.

En general, la población, sin distinción de raza, sexo, nivel de renta y patrimonio ni cualificación intelectiva, ha reaccionado en clave aldeana ante un suceso de carácter global al que no hace frente, hecho que no debe extrañar a partir de lo señalado anteriormente y con el que contaba de antemano el Alto Mando de la fuerza atacante mucho antes de la incursión enmascarada de marzo de 2020. La muchedumbre ni acepta la nueva situación in toto ni la rechaza tampoco; sencillamente, está demasiado desconcertada y aterrada como para llegar a una conclusión, y menos todavía, tomar una decisión actuante, al respecto. Si siente nostalgia de lo de antes es debido a la costumbre y la comodidad, no por lo que conlleve de vulneración de la libertad (hace mucho tiempo que esta batalla está perdida). En cualquier caso, antepondrá el sacar provecho del nuevo estado de cosas (o no tan nuevo; ahora es patente, aunque sólo para algunos pocos) a oponerse abiertamente a la tiranía rampante.

Las medidas tomadas por los Gobiernos locales, tan semejantes entre sí (por no decir «idénticas») son asumidas por los aldeanos como provenientes específicamente de los propios Gobiernos de manera autónoma (y aún autonómica); a ellos lanzan las alabanzas o las críticas, abrigando la esperanza de que un cambio de gobernantes (¡el triunfo de la «oposición»!) mantendrá o cambiará las cosas, según la filiación partidista de cada cual, sin apercibirse, como digo, de que en la mayor parte de esas cosas ya estaban presentes y vivas, de modo anticipado y en fase incipiente o experimental desde hace no poco tiempo. Y se dejaron pasar...

El aldeano global, en cualquier poblado del hemisferio occidental no sabe —ni falta que le hace en sus quehaceres y preocupaciones de cada día lo que esté sucediendo en Australia o la República Popular de China, países que le pillan muy lejos y tal vez sólo sabría situar en el mapamundi por su gran extensión; ni qué tienen que ver con esto de aquí. Y no le hablen de Soros ni de Bill Gates ni de los Rockefeller, del FMI (que le suena a una frecuencia radiofónica) ni de la OMS (WHO?: otro canal de televisión, como HBO, o así). Si algo no va como esperaba o desease, la culpa la tiene el ministro de turno, el teniente de alcalde de su pueblo o el concejal de Actividades Diversas, que como su nombre indica, se ocupa de muchos asuntos, y le conoce todo el mundo… en la aldea.

El aldeano (versión «covidiana»), para quien la actual crisis es sanitaria y ya está, no cuestiona la mascarilla obligatoria, todo lo más, matiza: allí sí; aquí, no; y en este plan. Ni entiende de signos ni de claves simbólicas, aunque la aproveche (mascarilla, ¡qué merendilla!) para hacer propaganda política (banderita o eslogan, que ni bordados), coleccionar una variada colección multicolor de ejemplares cual producto de moda que haga juego con camisetas y zapatillas deportivas o, y he aquí lo más dramático del caso, para sentirse alguien —más importante que el McLuhan ese, sin ir más lejos— porque está en el lado correcto del mundo (hemisferio izquierdo), ayudando a los desfavorecidos, protegiendo a los enfermos del Virus (y de paso creyendo protegerse uno mismo) y a todos los que sufren en el mundo global, según le muestra la televisión. Espera el anuncio de la vacuna salvadora («que ponga fin a esto») con ansia y esperanza, apuntándose de los primeros en la lista de espera y haciendo cola.

El aldeano «covidiano» enmascarado es ya un tipo poseído por la llamada «Nueva Realidad», donde vive sin vivir en él y sin moverse de casa, un ser deshumanizado, «transhumano», un zombi. Sólo es persona en sentido etimológico: «Préstamo (s. XIII) del latín persona,  ‘máscara de actor’, ‘personaje teatral’, voz de origen etrusco. Por metonimia pasó de las acepciones teatrales a designar al individuo mismo, generalizándose al ser de la especie humana» (Fuente: Oxford Languages). Perdiendo su identidad individual (característica reaccionaria y egoísta, que funcionaba antes), finalmente, ya es otro, todo en uno, todos unidos en un único ser, ¡una mascarilla global! y todo ello sin necesidad de viajar ni hacer mundo. Se ha puesto en el lugar del otro sin moverse de sitio.

Hace tiempo que vengo reflexionando sobre ello: la aparentemente inocente ilusión de la empatía acabará infectando a la gente a nivel global, sin que se dé cuenta, persuadida de estar en el lado correcto del mundo y ser, por fin, otro. Todo ello sin salir de la aldea ni de casa.



NOTA

[*] Recuérdense, a modo de ejemplo, estos dos fragmentos supremos:

«¿O aún no has considerado cuán agudamente percibe el alma mezquina de aquellos que son llamados “malos” pero son inteligentes, y con qué penetración discierne las cosas a las que dirige su atención, porque no tiene mala vista ya ha de ponerse al servicio del mal, de modo que cuanto más aguda se su mirada, mayores serán los males que cometa?» (Platón, República, Libro VII, 4, 519 a)

«Una raza de tales hombres del resentimiento acabara necesariamente por ser más inteligente que cualquier raza noble, venerara también la inteligencia en una medida del todo distinta: a saber, como la más importante condición de existencia, mientras que, entre hombres nobles, la inteligencia fácilmente tiene un delicado dejo de lujo y refinamiento» (Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral)