domingo, 11 de abril de 2021

¿QUIÉN HA GRITADO “¡FUEGO!” EN EL GRAN TEATRO DEL MUNDO?

Discursos cautivos en la sociedad limitada y anónima

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AGENDA ONE WORLD

La Gran Catástrofe que recorre el mundo en nuestros días cerrados conduce a un horizonte oscuro que denomino «totalitarismo pandémico». A algunos sorprende la velocidad del progreso que está tomando en las sociedades ¡a escala mundial!, cual si se tratase de un paseo militar, casi tanto como el conformismo y la pasividad con que la población se está tomando la invasión de ladrones de cuerpos y almas. Será cosa de las tendencias convergentes y las «Nuevas Guerras» (versión, «Guerra Civil Global»). ¿Quién sabe? Misterios que ni la ciencia ni los Servicios de Inteligencia (Artificial) han podido aclarar aún. Tal vez porque no se trate de misterios ni secretos de Estado, sino de verdades veladas, de autoengaño y obscenidad dominando la escena, en sesión continua.

El caso es que la naturaleza y los rasgos identificativos de la plaga totalitaria no siempre son identificados ni comprendidos correctamente, circunstancia que afecta también a los pocos críticos que se atreven a denunciarlos. Y una enfermedad mal diagnosticada tiene difícil remedio. Qué sé yo…

De natural escéptico, cada día soy más desconfiado —y, por ende, prudente— aunque vigile con tesón y atención no inclinarme por la pendiente de la afectación y el obsesivo recelo. Es tal la minuciosa operación de la Propaganda y la extensión y «hegemonía» de la Doctrina Oficial sobre este fenómeno planetario que, eso sí, llego a sospechar que tanto los discursos propios y oficialistas como de contenido rebelde y reluctante, en realidad, surjan de la misma mente mentecata y la misma mano maniobrera (nada que ver con la «clase obrera»), es decir, con el sistema operativo actualizado al minuto y una descomunal base de datos a su servicio.

Cierto es que, como en toda guerra, fría o caliente, el aparato de espionaje, el doble juego y la labor de infiltrados y topos por doquier juegan un papel determinante en los avatares de un conflicto. Especialmente en la «Nueva Guerra», en la que corre más la tinta y el bulo que la sangre, los bombarderos arrojan más octavillas y libelos digitalizados que granadas y otras armas explosivas, en la que las paredes oyen, impera la turbia transparencia y el rey va desnudo, aunque, ay, pocos miran y menos quieren ver. El cuento chino que unos y otros cuentan a grandes y pequeños para tenerlos en cuarentena y en vela contiene demasiadas coincidencias, demasiados puntos comunes, demasiado pensamiento único y corrección política compartidos, demasiados lugares comunes, para achacarlos a la casualidad.

El concepto «pensamiento único» ya no tiene nada de abstracto ni de figurativo, aunque sí mucho de realismo sucio. ¿Por qué será? Con el triunfo de lo absoluto, la realidad llega a su fin, el final que todo lo iguala, su estación término, donde confluyen todas las vías, que es el morir.


“que el individuo tenga la posibilidad de decidir, de decir «sí» o «no» sin coacción, según su voluntad. De acuerdo o no con lo que diga la ciencia o su porquero”


Barrunto que la creencia fundada y el pensamiento racional han sido contaminados de absolutismo pandémico, sin distinción de sexos, credos y nacionalidades, todo lo cual resultaría altamente ilustrativo de lo que está pasando, si no ando errado en esta selva oscura donde me encuentro, en esta esfera social bajo vigilancia que no para de girar sobre sí misma.

En una época en que la información y la comunicación de masas están universalmente enmascaradas, la interacción entre sujetos adopta la forma de interactuación, y éstos, lucen a menudo perfiles indefinidos —esos anónimos y seudónimos en las redes sociales y, en general, en los contactos por medio de Internet que son los más (y lo más) en la fiesta de disfraces que anima el actual panorama dominado por la doblez, en que la virtualidad y el aparato mandan en detrimento de la fisicidad y la realidad palpable, el ruido ahoga el argumento.

A propósito, ¿quién ha gritado «¡fuego!» en el gran teatro del mundo?

 

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A FIN DE CUENTAS

En este tiempo de camuflajes y simulaciones, cualquiera puede abrir una cuenta en una red social o plataforma de mensajería en dispositivos móviles. Con oficio en la técnica de la comunicación y con aplicación, pronto logra miles de seguidores, la mayor parte de esos que sólo escuchan lo que quieren oír. En este caso que analizo, de «críticos con el régimen covidista», o sea, de la oposición, a quienes el cuentista agita con mensajes inflamados de pasión y lucha, sin morderse la lengua y hablando, claro está, la lengua oficial, para que se le entienda.

Señala a los «conspiradores» de la cosa, a esos que «conspiran» a plena luz del día y hasta presumen a las claras de agenda de futuro. Yo entiendo que conspirar es cosa distinta, pero porque soy un tiquismiquis…

No perdona la vida a las «élites» que, según es sabido, han organizado el tinglado. El término no es sinónimo de «poderosos» ni de «malhechores», sino todo lo contrario, pero, no importa, la gente odia a los elitistas que se creen superiores y mejores que el resto, los muy presumidos y estirados.

Pasa por la quilla de la crítica social a los multimillonarios y los pudientes (magnates, corporaciones financieras, empresas farmacéuticas, etcétera), quienes anhelan, lo de siempre —ser todavía más ricos de lo que son— y por eso han montado este embrollo. En sus mansiones de lujo y sus yates, los ricos viven ajenos a las estrecheces de espacio y movilidad, ni se enteran de lo que es padecer, que para eso hay que ser pobre. Es público y noticioso, que los villanos son ricos, y viceversa, de modo que no resulta difícil entusiasmar a los enemigos del comercio, que con tal de vender humo son capaces de lo que sea. Pobres… Desconocen que el Poder es una pulsión muy superior al instrumento del dinero, y no se percatan de que los Amos del Mundo ricos son culpables y despreciables por desear ser Amos del Mundo, no por ser ricos. Pero, esto suena a cháchara de «expertos».

Si hasta hace poco el cuentacuentos la tomaba con los «expertos», últimamente insiste en que debe atenderse lo que afirman los «hombres de ciencia»; por lo visto, tipos distintos unos de otros. Según este criticismo en observación, «experto» significaría algo así como «sabelotodo» o «listillo», y «científico», quien está parcialmente cualificado, porque es nada menos que un especialista en la materia que toque (de los asuntos del espíritu no sabe, que ese es oficio de curas y filósofos).

Yo no me explico muy bien ni soy experto en nada, pero el que lleva la cuenta sí sabe decir las cosas como conviene y como han de ser, comprensibles para todo el mundo.

También cuando diserta sobre los riesgos que comportan las «vacunas anti-covid». Y proclama muy ufano: «yo no me vacuno». Sus miles de seguidores entenderán lo que dice, mas yo quedo bastante confuso. ¿Por qué emplea el término «vacuna», que es la denominación oficial de ese fluido inyectable que algunas voces cualificadas conceptúan como «tratamiento génico sintético», en unos casos, y «placebo», en otros, a fin de confundir y engañar, todavía más, a la temblorosa población? ¿Por qué denominar «vacuna» a lo que podría ser llamado, asépticamente, «inyección» o «pinchazo», si el presunto propósito del cuentista es desautorizar la campaña internacionalista de estampar y timbrar el cuerpo humano para que se convierta en la terminal de un global centro de comunicaciones —cuando no, en cobaya de laboratorio?

Propósito de la Propaganda es desactivar al crítico desde el mismo punto de salida, poner en su boca términos y expresiones permitidas, sin que se dé cuenta… Que no se exprese, pues, como un crítico de verdad, sino como uno más, como todos los demás. Que cada cual sea cautivo de sus discursos y, mediante la repetición, cautive a los demás. Labor del propagandística es que el agresor pase por pacifista y quien se defiende, por defensor de la guerra. Que quien denuncie la trama diabólica de la «vacunación» universal, cayendo en la trampa de llamar a las cosas como desean que lo hagas, quede a la vista del público como un enemigo de las vacunas — de la «salud pública» y de la solidaridad universal, por descontado.

No planteo una cuestión de «corrección lingüista», pues no tengo vocación de gramático. Pero sí estoy muy atento a los usos del lenguaje, del consciente y del inconsciente, de lo que se dice y lo que se hace, sabedor de que uno es esclavo de las palabras necias y amo de las justas, y de que por la boca muere el besugo. Observo cómo te expresas y sé quién eres. Si no quieres ser cómo ellos no hables ni actúes como hacen ellos.

El cuentero, personaje de nuestra «historia basada en hechos reales», lleva varios meses lanzando mensajes envenenados contra «las vacunas», ofreciendo cifras y estadísticas de fallecidos tras dar la mano al sanitario quien, por motivos de seguridad y en defensa de la «salud pública», se toma el brazo. Advierte al estremecido espectador de los peligros que afronta si «se vacuna». Sucede, primero, que uno, si fuera el caso, no «se vacuna», sino que «es vacunado»; segundo, que pretende aterrorizar a la población quien no se cansa de acusar a las «élites» y a los «ricos» de extender por el mundo el discurso del miedo…

Hace unos días, el cuentón, en su anonimato, publica una entrada en las redes sociales en la que comunica a sus miles de seguidores su decisión, finalmente, de vacunarse, porque es lo mejor, después de todo y la vida (como el espectáculo) debe continuar. Muy educadamente, pide disculpas a quienes haya podido decepcionar su cambio de actitud, pero se siente en la obligación de hacer saber aquello que no hacía falta, en cualquier caso, dar a conocer. Pero, esta es la irreal realidad en las redes sociales, medio principal de contacto y comunicación (a distancia y compartiendo ficciones, en gran medida) para millones de individuos encerrados en sus casas y ciudades, por tiempo indefinido.

Hace días que el de la cuenta no tuitea. Y el cuento se acabó.

 

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«LA CIENCIA ES LO ÚNICO QUE NOS SALVARÁ»

Al mismo tiempo que progresa el plan de dominación global, el pensamiento mágico, el «terrorismo de los laboratorios» y «la barbarie del especialismo» (José Ortega y Gasset) avanza con entusiasmo una de sus réplicas más socorridas, por los hunos y por los otros: «la ciencia es lo único que nos salvará». Con La Ciencia hemos topado: discursos cautivos, en la sociedad limitada y anónima, en la red de la posilustración ilustrativa y el pospositivismo ilógico.

 

«Habituados a los lugares comunes de la calderilla filosófica que circula —un tomismo diluido en la derecha, el positivismo en la izquierda»

Josep Pla, El cuaderno gris


¿Quién ha dicho que todo ha cambiado y quiere volver a lo de Antes? Quien no sabe Historia, ni tiene memoria buena y cree firmemente que el mundo se crea en un Big Bang cada vez que eructa.

Vivimos en la era del pos…tureo.

Para la posilustración, el desorden en la sociedad radica, básicamente, en la falta (o insuficiencia) de educación y de cultura en la gente; se trata de una interpretación pedagogista muy del agrado del gremio en cuestión y de quienes adoran dar lecciones a los demás, aunque, en la mayor parte de los casos,  son producto del síndrome del Maestro Ciruela: ya saben, el que no sabía leer y puso escuela.

Para el pospositivismo, el debate reside en qué hospitales, tratamientos, pruebas, mascarillas o vacunas son los convenientes y cuáles no. Sus fieles no cuestionan (o lo hacen tímidamente) la plaga totalitaria, sino que, los muy reformistas, se emplean a fondo para querer mejorar la situación con verdaderos diagnósticos y eficaces remedios científicos.

Unos y otros olvidan, con todo, una cuestión esencial: el problema central de nuestro tiempo no es de buena o mala calidad científica, sino de libertad ante un negro panorama de rampante restricción de derechos y libertades. Es decir, que el individuo tenga la posibilidad de decidir, de decir «sí» o «no» sin coacción, sobre sus elecciones particulares y según su voluntad. De acuerdo o no con lo que diga la ciencia o su porquero.


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