Mariano José
de Larra (Madrid, 1809-1837) nace en
plena ocupación francesa; acompaña a su padre (militar español afrancesado) durante
un breve exilio a Burdeos, tras reinstaurarse el régimen borbónico. Dedica su vocación al oficio de escribir;
simpatiza con las ideas liberales de la época. Conoce el éxito profesional. Y, acaso como corolario nada sorprendente de todo ello, es objeto de odio y
resentimiento por parte de un nutrido sector de las fuerzas vivas más
representativas de la España del siglo XIX (¿peripecia española sólo del siglo
XIX?).
Larra no constituye sólo una de las figuras más notables de la
literatura española. Para gloria y
desgracia propias, simboliza, al mismo tiempo, gran parte del destino de la
nación española. De su grandeza y sus fracasos.
El eco trágico de la célebre sentencia de Ortega y Gasset (“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a
ella no me salvo yo”), incluida en las Meditaciones del Quijote (1914),
puede darnos la pista de hasta qué punto la circunstancia del ser de España y
el temperamento de Larra se unieron para cargar el arma que acabó con su vida a
la edad de 28 años.
¿Qué le indujo al suicidio? La melancolía, “pero de aquellas
melancolías de que solo un liberal español en estas circunstancias puede formarse
una idea aproximada.” (El día de difuntos de 1836. Fígaro en el
cementerio). Su breve existencia entre los mortales no es óbice para
que consume una obra literaria fenomenal; una producción rica en contenido,
generosa en géneros literarios, distintiva de su época y, a la vez, precursora
de las letras españolas que le suceden (el costumbrismo, la Generación del 98,
entre otras tendencias y movimientos literarios).
Valga un botón de muestra de su temperamento literario y humano:
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Que el ladrón que malamente
mató a alguno sin clemencia,
y el que calumnia al ausente
muera en la horca por sentencia,
y el que vive de lo ajeno,
bueno.
Pero que por sólo idea
Y pensar yo así o asá
Ahorcado también me vea,
Como el otro que asesina,
Sin hacer a nadie mal,
Eso
es harina
De
otro costal.
Autor de cientos de artículos periodísticos (hizo famoso el pseudónimo
utilizado en este menester: Fígaro),
puede ser considerado, en la práctica como el creador del género. Firma la
famosa novela El doncel de don Enrique el
Doliente, la obra de teatro Macías el
enamorado, así como una inagotable producción de poemas, cartas y notas críticas.
Digo “inagotable”, mas no “inabordable”.
Léase la obra de Larra, sin descanso, sin excusas...