miércoles, 12 de octubre de 2022

HUMORES

[De la portada, edición española, del libro de Guillermo Cabrera Infante, Puro humo (1985)]

Del humor hablan muchos por hablar y sin saber muy bien lo que dicen. Seriamente. Aclaremos, pues, la cuestión sin acalorarse, como el que se aclara la garganta sin violencia ni toses.

Una cosa es el humor y otra el buen humor. Los humores son líquidos que destila el cuerpo animal, y revelan la naturaleza del temperamento y carácter del sujeto, aunque en esto tampoco se ponen de acuerdo los sabios. Tal vez haya que montar ad hoc un comité de expertos yeyé para resolver el problema, y así dar brillo y esplendor a las palabras vacías y las declaraciones necias. 

Para los filósofos clásicos, el humor es una disposición del alma que ayuda a enderezar y perfeccionar el carácter (êthos) por medio de saludables actitudes y buenos hábitos, perfeccionando de esta forma nuestra manera de vivir (éthos). Frente a los rostros serios, los gestos adustos y las miradas penetrantes como machetes, de buena salud anímica es ver sonrisas (no adivinarlas) en vez de lágrimas (de cocodrilo), así como mirar y ser mirado con discreción y afecto, no con recelo ni suspicacia.

Ya nos previno el filósofo Alain, fiel discípulo de la sabiduría práctica de los antiguos maestros, contra afecciones e infecciones del hombre: 

«Poner siempre cara de aburrimiento y encontrar aburridos a los demás. Aplicarnos a ser desagradables y sorprendernos de no resultar agradables. Buscar el sueño con furor. Dudar de toda felicidad. Ponerle a todo objeciones y mala cara» (Propos sur le bonheur).

Y luego nos quejamos del resultado, cuando de esta guisa estamos construyendo nuestra ruina, es decir, destruyéndonos.

El título de la citada obra de Alain podría traducirse al español como Propuestas acerca de la felicidad o Propósitos de felicidad. La ética —esto es: el cuidado de sí mismo— enseña al individuo a amar las acciones provechosas que nos mejoran, haciendo de ellas un modo de vida virtuoso. Por ejemplo, adiestra al hombre a transformar los malos humores en buenos humores. Y esos malhumorados rojos de ira y de odio, ¿qué les pasa? Quizá no sepan en qué consiste la vida buena o se hacen los tontos, algo que les sale muy bien porque lo practican mucho.

En el libro de Alain hallamos, asimismo, deleitosos fragmentos dedicados a la irritación. Para el filósofo francés, con la irritación pasa como con la tos: cuanto más tose uno, más se irrita… la garganta. Y es que, añade, la mayor parte de la gente tose como si se rascase, con una especie de furia de la que acaban siendo víctimas. A menudo, con carraspeo o garganta seca, basta con chupar un caramelo, que ayuda a segregar y tragar saliva, a serenar cuerpo y alma, calmar el escozor y el resquemor, y así, calmarse. O encogerse de hombros. O respirar hondo y bostezar. Conductas sabias y útiles. Hacemos algo de gimnasia y oxigenamos los pulmones.

No tiene razón quién más grita ni quien suma más voces al coro ni quien exhibe indignación, una pasión con forma de representación. Ni es más digno, justo y razonable quien alega que él se toma la vida muy en serio; sin bromas, ¿eh?

Los malhumorados ganarán partidas y terrenos, porque rumian sus miserias haciendo gran ruido, son muchos y suman mayoría. Pero no nos amargarán la existencia a los bienhumorados, que somos los hombres libres, los inmunizados contra el odio y la vileza, la envidia y la hostilidad, y otras enfermedades del alma.


martes, 23 de agosto de 2022

QUEVEDO Y EL ÁMBITO DE SABER

 

En el ensayo Nombre, origen, intento, recomendación y descendencia de la doctrina estoica, de Francisco de Quevedo, pueden leerse estas sagaces reflexiones:


«Los filósofos mayor reconocimiento tuvieron siempre al lugar que les fue oportuno para discurrir, y a quien les dio el ocio para asistir en él, que a los maestros que les enseñaban. […]

»Aquel lugar que los guardaba la soledad en el rumor de las ciudades; aquel sitio que los vedaba su ocio en la ocupación espiritual; aquel huerto que con unas tapias juntaba los estudiosos y apartaba los solícitos; aquel pórtico que guardaba el retiramiento para el logro de todas las horas, sin el cual ni los maestros pudieran enseñar ni los discípulos aprender, con razón merecieron el blasón de las profesiones; y por esto el nombre y reconocimiento de padres, los ministros y reyes que disponen en las repúblicas el ocio que estos lugares guardan y logran. […]

»Infinita reverencia se debe a los tabernáculos, atrios y casas divinas. Grande amor y reconocimiento a los pórticos y retiramientos virtuosos; y sumo aborrecimiento a todos los lugares y escuelas en que se juntan los malos y los pecadores.»

 

Me complace comprobar la coincidencia de perspectiva y contenido que comparten dichas palabras, provenientes de un autor que tanto fuste, con el propósito que animó la composición de mi ensayo Saber del ámbito. Sobre dominios y esferas en el orbe de la filosofía. Acaso merezcan estar reunidos en este sitio, en el blog, ámbito de librepensadores y pensamientos libres.

El texto original fue galardonado en la XVII edición (1999), en el marco de los «Premios Ciudad de Valencia», con el «Premio de Ensayo Juan Gil Albert», y publicado en el año 2001 por la editorial Síntesis.


Texto CONTRAPORTADA

«El presente ensayo invita a una pesquisa acerca de la adecuación entre personas y lugares, ideas y entornos. La particular configuración y naturaleza de los espacios en los que se ubica la producción intelectual y la influencia que ejerce en sus moradores componen un singular marco físico y un escenario espiritual que denomino ámbito.

Se trata, pues, de saber del ámbito y sus dependencias, para reparar asimismo en el ámbito de saber que acoge las cogitaciones de los filósofos y condiciona el tipo de conocimiento resultante. En unos casos, se descubre una luminosa esfera y, en otros, un rígido dominio, pero siempre sus trazas quedan marcadas por un distintivo signo de procedencia, el nido que las incubó.»





viernes, 19 de agosto de 2022

SILENTE, SE RUEDA: JULIO CAMBA, “LA FLAUTA Y EL TROMBÓN”

 

Tengo por Julio Camba una gran admiración, a quien incluyo entre los mejores escritores en lengua española; ayer y hoy, ay, por tantos ignorado… Incluso Francisco Umbral, por citar otro cronista del verbo que estimo mucho, no sólo niega al gallego universal una entrada en su Diccionario de Literatura (1995), sino que ni siquiera menciona su nombre en el volumen una sola vez, de paso ni de pasada. Algo especialmente insólito a propósito de Camba, escritor, periodista y maestro de columnistas (acaso sea por esto… por lo otro y lo de más allá).

El caso es que además de leer con sumo gusto a Camba, sobre los más diversos temas, me alegra infinito coincidir con algunas de sus apreciaciones particulares; lo cual no constituye una condición necesaria para disfrutar de la prosa de autor. Por ejemplo, en referencia al cine. Ocurre que ambos —maese y eso (Camba) y aprendiz feliz (un servidor)—, aficionados al cine, preferimos el cine mudo (o silente) al hablado (o sonoro). Por mi parte, he dedicado bastantes páginas para afianzar mi criterio de identificar el cine mudo con el cine puro. Por la suya, le basta el breve espacio de una columna de prensa para establecer su punto de vista. Y es que, en verdad, para amar el silente mudo sobran las palabras…

 ***

LA FLAUTA Y EL TROMBÓN

«El cine solo fue un arte verdaderamente universal en sus comienzos, pero tan pronto como la ciencia logró otorgarle el don de la palabra, le quitó toda su universalidad. Fue universal como son universales los niños, a quienes entiende siempre todo el mundo mientras no rompen a hablar y los que, en cuanto aprenden a decir las cosas en un idioma cualquiera, se hacen completamente ininteligibles en todos los otros.

»Es cierto que el cine mudo necesitaba frecuentemente el auxilio de unas explicaciones habladas, pero el cine hablado, a su vez, necesita, casi siempre, apoyar su acción en unos letreros mudos y, excepto en los países de origen de las películas, el espectador cinematográfico no tiene más remedio que ayudarse con los letreros o ayudarse con el doblaje. ¿Que qué es el doblaje? Pues el doblaje es un truco muy ingenioso en virtud del cual cuando la Greta Garbo dice, por ejemplo, «¡caracoles!», el espectador oye «¡ranas!», y cuando dice «¡ranas!» el espectador oye «¡caracoles!». ¿No han oído ustedes hablar nunca de una persona que le quita a otra las palabras de la boca? Pues eso es, exactamente, lo que hacen los ingenios del sonido con la Greta Garbo y demás estrellas del cine. Les quitan las palabras de la boca, las vuelven del revés y se las ponen otra vez dentro.

»El efecto, muchas veces, es igual al que nos produciría una flauta de la que oyésemos salir un redoble de tambor o un trombón que sonase como una ocarina, pero, hasta ahora, no se ha encontrado aún mejor procedimiento para darle algo de universalidad al cine hablado.

»Yo, la verdad, preferiría el cine mudo. Eso de que un actor o una actriz hagan todos los movimientos bucales necesarios a la pronunciación de las palabras good bye y luego resulte que lo que dicen es «¡adiós, muy buenas!», me parece algo así como si un sastre me tomase cuidadosamente las medidas de una americana y después me hiciese con ellas un par de pantalones. Generalmente las palabras le entran a uno por los ojos tanto como por los oídos, y cada idioma tiene unas expresiones faciales que no es posible armonizar casi nunca con las palabras de los otros idiomas; pero ya no hay manera de volver al cine mudo y tendremos que aceptar el doblaje como un mal necesario.

»¡Qué le vamos a hacer! «¡Dichosos los animales —decía nuestro Larra—, porque ellos, como no hablan, se entienden!». ¡Dichosos los personajes del cine mudo —diremos nosotros a nuestra vez—, porque, no pudiendo expresarse en ningún idioma, eran comprendidos por igual en todos los países del mundo!…»

 

Texto incluido en la selección de artículos de Camba, Esto, lo otro y lo de más allá (1945. Edición de Mario Parajón)

 


martes, 9 de agosto de 2022

URBANISMO Y TOTALITARISMO. Espacios abiertos en la sociedad cerrada


URBANISMO Y TOTALITARISMO

Espacios abiertos en la sociedad cerrada

 

«En oposición a la masa abierta que puede crecer hasta el infinito, que está por todas partes y que precisamente por eso reclama un interés universal, está la masa cerrada.»

                                                                                        Elias Canetti, Masa y poder


1. La polis al servicio de la política

El totalitarismo pandemoniaco —que reúne el siniestro combinado, entre otros elementos tóxicos, de Estado terapéutico y ecolatría— ha significado un cambio sustancial en los totalitarismos hasta ahora conocidos, en lo tocante a la adaptación del diseño y trazado urbano de las ciudades a los particulares esquemas doctrinarios y operativos del Poder establecido. A pesar de las diferencias entre unos y otros totalitarismos, cabe resaltar en ellos dos elementos comunes:

1) la planificación selectiva de espacios abiertos estratégicamente dispuestos en la «planificación urbanística», lo cual contrasta perceptiblemente con el carácter cerrado de las sociedades sometidas a la tiranía total y al lockdown, antítesis de la sociedad abierta (Karl Popper) y bien ordenada (Víctor Pérez Díaz), y

2) el regusto por la demolición de lo «antiguo» a fin proceder a la fundación —o mejor dicho, al montaje— de lo «nuevo», no en un sentido funcional, de rehabilitación o reforma (adecuar las construcciones y actuaciones urbanísticas a las cambiantes necesidades ciudadanas, así como a la voluntad de los propietarios de solares y edificios, en el ámbito arquitectónico privado, para introducir variaciones en lo existente) sino siguiendo un ideario programático y un plan político doctrinario materializado por medio de mandatos gubernamentales; hoy, dicha demolición deconstruccionista debe entenderse como una aplicación participativa más del «reseteo». O, dicho de otro modo, de la «eutanasia urbana», a saber: corrector demográfico que, tal como opera su cuñada la «eutanasia médica», lo antiguo sería sinónimo de «viejo», es decir, eliminable sin esperas ni colas ni citas previas, un ser caducado que está de más, una pensión y los servicios sociales que se ahorra el «Gobierno social» y una herencia familiar sobrevenida que ayuda a los descendientes a tapar huecos económicos perforados por la inflación y el coste de la vida. ¿Qué sería lo nuevo según la neolengua pandemoniaca? Una letra de cambio en el balance de la vida, que emite el librador, o sea, el fin libertador, para librarse del deudor (o librado), aquel que debe a la sociedad y al Estado el haber vivido demasiado.

Sean antiguas o nuevas, que ni la ministra del ramo y la rosa lo sabría distinguir, amplias plazas despejadas y a cielo abierto, como los Foros Imperiales en Roma, Alexanderplatz en Berlín, la Königsplatz en Múnich, la Plaza de Tiananmen en Pekín, la Plaza de la Revolución en La Habana o Plaza Roja en Moscú, representan construcciones diseñadas o rehabilitadas más por un propósito político e ideológico que meramente urbanístico; todavía hoy pueden contemplarse estas llanuras urbanas, con pocos cambios, por lo general, desde su inauguración; no así el Muro de Berlín, por citar un ejemplo. El simbolismo y el objeto de dichas explanadas remiten a la exhibición del poder que desea hacerse patente mediante la ostentación y el realce de determinados edificios, pináculos o monumentos con vocación emblemática, pero, principalmente, a un escenario distinguido para la movilización y congregación de muchedumbres, la parada militar y el desfile popular, las demostraciones de poderío, en fin, a mayor gloria de los mandatarios que presiden los actos desde la atalaya de la tribuna principal.[1] Mas, esto es lo que acontecía cuando la sociedad de masas.

En la reestructuración comunal y los planes generales de «Ordenación Urbana» con el sello del Nuevo Desorden Mundial, en la comunidad y en la urbe teledirigida de nuestros días, la prioridad del Alto Mando es diferente a la que caracterizaba al antiguo desorden mundial. En el presente discontinuo, no se trata tanto de movilizar a la población como de desmovilizarla, de reducir el radio de acción de sus movimientos al mínimo espacio y tiempo, todo ello conducente a facilitar el control total de lo que hacen, piensan o sienten todos y cada uno de los individuos. Las nuevas tecnologías permiten, a su vez, que el control colectivo de la masa social se lleve a cabo de modo individualizado. Ello supone la implantación de un régimen de inspección general en las ciudades (reducidas a diáfanos y translúcidos campos de concentración), lo cual implica la citada reestructuración y deconstrucción de las mismas, de manera que adopten la forma y función de «plataformas de ciudades inteligentes/ciudades seguras, sistemas de reconocimiento facial y vigilancia predictiva».[2] En este sentido, como se ha dicho, la aplicación de nuevas tecnologías de la información y la denominada «Inteligencia Artificial» (IA) resultan tan útiles como eficaces para el Alto Mando y los mandos intermedios (además de contar a pie de calle con la «colaboración y la delación ciudadana»).

En realidad, el uso de máquinas al servicio del aparato de «Inteligencia», es decir, de vigilancia, acecho y espionaje interior, no tiene límites ni fronteras. Sea en la ciudad o en el campo, en municipios y pueblos grandes, medianos o pequeños, nada ni nadie escapa a la custodia gubernamental socializante, lo cual supone advertir que en este juego jugamos todos sin excepción; he aquí el colectivismo, el totalitarismo y el igualitarismo, finalmente consumados a escala global. Donde no llegan las patrullas ni los somatenes ni los drones ni las frecuencias de 5G, llega la Red de redes, siendo así fiscalizados todos en la «retícula reguladora» urbana, como les gusta adornarse con la palabrería a los subalternos y subvencionados arquitectos deconstruccionistas; quienes beben de la insípida fuente, más incitante que inspiradora, de la posmodernidad: no extraña, pues, que esbocen espacios de secano en vez de parques floridos.

Mientras tanto, y para seguir demostrando que para los mandatarios decir y hacer son cosas distintas, mirándose al espejo con mala cara (todo forma parte de una no confesada teoría de juegos), por orden del señor alcalde, cuando hace calor en la villa, se cierran al público espacios arbolados y jardines públicos de floresta, a cuenta y cuento del clima climático y el CO2(P2), una manera recreativa y retozona de expresar el culto pagano al árbol, al arbusto y a lo público. A propósito, ¿qué significa «público»? En la tercera acepción del Diccionario de Uso del Español (María Moliner) leemos: «Para la gente en general.» Sea como fuere, para el totalitarismo pandemoniaco climatizado a medias, todo es público, al cabo. O lo será. O al revés. O de momento. No importa. Sólo con entrar en el supuesto debate de ese plomizo asunto del clima que da grima, el incauto polemista o simple curioso es conducido a un callejón sin salida ni ventilación, al tiempo que se arrodilla a la aceptación tácita de que nos hallamos ante un «problema real, de los de verdad».

Basta leer entre líneas, olfatear y otear la mediolengua de los «expertos» disertando sobre esto y aquello de manera desinhibida y desfachatada, justificando lo injustificable —«divinas palabras», con todo—, para advertir una perorata indescifrable y cantinflesca, que sólo convence a quien ya está convencido de antemano, ese sujeto vegetativo que ni entiende ni quiere entender.[3] Lo que hay que tomarse en serio no son los mensajes, las informaciones y los recados oficiales y mediáticos, que ni son ni dicen nada, sino la fuerza y la violencia, la coacción y la imposición que activan las restricciones palpables y las amenazas reales.

 

2. La glásnot posmoderna en la ciudad vigilada

[Plaza de España, Madrid]


Tras el paso de taladradoras y grúas pandemoníacas, las plazas de las ciudades ya no se ven a vista de pájaro, sino a vista de dron de vigilancia

 

Puesto que el totalitarismo realmente existente ya no focaliza su dominio sobre las concentraciones de masas y las «demostraciones populares», sino en el control y vigilancia total de la masa sumisa, es preciso eliminar barreras y obstáculos, cubiertas y cobertizos, techados y arbolados. Los espacios en la «ciudad inteligente y artificiera» del Estado Vigilancia han de estar al descubierto, sin interferencias ni estorbos, a cielo abierto, despejados y transparentes, o sea, «diáfanos», como dicen los «expertos» y los gerentes del urbanismo pandemoniaco. Debe dificultar lo menos posible tanto el movimiento por tierra de rondas, patrullas e incursiones policiales y el funcionamiento permanente de las cámaras de vigilancia cuanto por el aire la captación de imágenes por parte de avionetas, helicópteros, drones, satélites y demás medios de inspección, seguimiento, identificación y monitorización «inteligente» de viandantes y figurantes en estas ciudades-corral que formarán el paisaje urbano de la nueva era del destape integral y sin gluten; de la apertura a lo nuevo (¡el Cambio!») que no conlleva ruptura con lo antiguo (¡el Antiguo Régimen!), aunque el Gran Arquitecto lo niegue si desea conservar el puesto y el despacho, es decir, la Glásnot que enseña la patita del poder, el muslo que da de comer a los nuevos diseñadores del mundo, al tiempo que los diseñados y los desechados figuran (figurantes, al fin) como manjares del ágape en el ágora.

Que realiza usted una escapada a la playa: prohibido protegerse del sol bajo una sombrilla oscura o con estampados (que suena a «tapados»), que sea de tonos claros, para que nos aclaremos. Y ya veremos lo que tardan sus diáfanas potestades en prohibir el uso del sombrero en exteriores (en interiores lo aconseja, no tanto la urbanidad cuanto la caballerosidad), que, después de todo, se trata de una «prenda de derechas». Que se decide usted por la emboscadura: quien se embosca y evita el claro del bosque, algo oculta; sospechoso es, pues. Y en este plan.

 

La ciudad, entorno en el que existe y se perpetúa la civilización (ambos vocablos comparten de similar raíz etimológica), representa la «circunstancia» del hombre, según la terminología de Ortega y Gasset, imbricándose e implicándose mutuamente: si una no se salva, tampoco la otra. El sueño utópico y demencial del totalitarismo consiste en consumar el fin del hombre y de la ciudad; o expresado en significación posmoderna, su deconstrucción: «Lo que se llama “ciudad”, en el fondo sería una impostura que consiste en vaciarla de humanidad y dejarla reducida a edificios, parques y avenidas. Es la ciudad abstracta, privada de quienes la habitan.»[4]



NOTAS

[1] Aunque de propensión e inclinación totalitaria, la ironía del caso les ha jugado a sus planificadores un mala pasada. Por ejemplo, Alexanderplatz fue el centro neurálgico del Berlín Oriental. En la década de los años sesenta, dentro de un plan urbanístico de cirugía estética socializante, se amplió el área, convirtiéndola en peatonal. Se levantó la Torre de Televisión de Berlín (Fernsehturm), primer intento comunista de llegar a la luna antes que los americanos, y se decoró la zona sin decoro con la denominada «Fuente de la Amistad entre los Pueblos» y un monumento a Marx y Engels. Todavía hoy el largo brazo enciclopedista de Wikipedia resalta en la entrada correspondiente que «la plaza ha conservado su marcado carácter socialista» (consultado el 2 de agosto de 2022). Pues bien, el 4 de noviembre de 1989 se concentraron cerca de medio millón de personas contra la camarilla comunista gobernante. Cinco días más tarde, el 9 de noviembre, el Gobierno alemán anunció el paso libre, en ambas direcciones, Este/Oeste, primer paso en el derribo del Muro de Berlín. Por otra parte, la plaza de Tiananmen en Pekín, construida en 1949, ha adquirido, finalmente, celebridad internacional como muestra de oposición y resistencia popular contra el Gobierno comunista en China (protestas multitudinarias de primavera y verano, justamente, de 1989, que concluyeron en masacre por la intervención represiva de la fuerza armada del régimen).

[2] Cfr. John W. Whitehead & Nisha Whitehead, «Digital Authoritarianism: AI Surveillance Signals the Death of Privacy», en Off-Guardian, 30 de julio de 2022 (consultado ese mismo día).

[3] Como muestra un botón o dos de «explicación de Falla» o tecno-cantinflesca esgrimida por el Ayuntamiento de Valencia (España) a propósito de algunas de sus operaciones urbanísticas, cortantes y rasantes como una intervención quirúrgica: «La recuperación, no contradictoria con la utilización unitaria del espacio público hoy reconocido, de los elementos urbanos preexistentes.» «Este espacio diáfano, marcado por la retícula reguladora». Cfr. «Proyectos urbanos. Plaza Nápoles y Sicilia».

[4] Cfr. Manuel E. Vázquez, Ciudad de la memoria. Infancia de Walter Benjamin, Ediciones Alfonso el Magnánimo, Colección Novatores, 1996.

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Capítulo 8 del ensayo El laboratorio del doctor Faustus: Nuevas tecnologías y poscapitalismo (2022), cuarto título de la serie La civilización en deconstrucción




martes, 7 de junio de 2022

«SANIDAD», «SANTIDAD» Y «RELIGIÓN MÉDICA»

Como ocurre hasta el menor detalle en esta tragicomedia mundial, el actual mantenimiento selectivo de la obligatoriedad del uso de mascarilla en espacios relacionados con lo sanitario (hospitales, farmacias, laboratorios de análisis clínicos, etcétera) tiene un sentido simbólico y político, no estrictamente sanitario, con la intención de blindar la «sanidad», y así hacer que la población la sienta como «santidad», como algo sagrado en la rampante «religión médica». 

Ocurre que...

«El totalitarismo pandemoniaco, y no el "capitalismo", ha desmantelado la "sanidad pública", que tanto alaban en público los "anticapitalistas". Además, ha escenificado, desde el establecimiento de la "emergencia sanitaria", una pantomima protocolaria, una farsa de teleasistencia y telemática visita médica en la que el uso obligatorio de mascarillas, el reglamento de «distanciamiento social» y el seguidismo de las circulares que obedece sin más, hacen poco creíble —más bien, imposible— pasar de la actuación a la acción. Del sector privado de la medicina hay que decir lo mismo, añadiendo que ni ha denunciado semejante tragicomedia ni ha procurado limitar los tremendos daños que está ocasionando en los ciudadanos, reforzando sus esfuerzos ofreciendo un mayor y más amplio servicio. En cualquier pequeña o mediana localidad, es difícil hallar consulta médica privada sobre especialidades básicas (medicina general, pediatría, ginecología, etcétera), pero está rebosante de clínicas dentales y del pie, de pilates y fitness, de fisioterapeutas, masajistas y nutricionistas, de implantes capilares, tratamiento de uñas y cosas del bienestar. La salud, parecen haber interiorizado los profesionales del ramo, es asunto del Sistema Estatal de Salud, de la Seguridad Social. He aquí otro «ejemplo» de lo que ha quedado de la vocación médica

Fragmento del capítulo 11. «De la "emergencia sanitaria" a las emergencias por ley» en La masa sumisa. Totalitarismo pandemoniaco y Nuevo desorden Mundial (2022).




sábado, 21 de mayo de 2022

LA CIVILIZACIÓN EN DECONSTRUCCIÓN

 
El siglo XX supuso un profundo quebranto de la civilización en todos los aspectos, desde el orden económico y la convivencia social al cuidado de las costumbres y el fortalecimiento de los cimientos morales, finalizando el periodo con el desfallecimiento del “capitalismo” al tiempo que avanzaba con poderío el movimiento posmoderno, a modo de vanguardia de una nueva invasión de hordas bárbaras. Las Guerras Mundiales, incluyendo la Guerra Fría y la guerra contra el terrorismo global,  trituraron la centuria; sin llegar a cerrarse conveniente ni definitivamente ninguna de ellas, fijaron una tenebrosa perspectiva de permanente y única Guerra Civil Mundial.

Los rasgos característicos de la conflagración actual pueden resumirse en estos tres puntos: calculada indefinición de los bandos en pugna, traición de la “comunidad de gestores” y sumisión general de la población, minada por el nihilismo y el 'emocionalismo’. De aquellos barros, estos “godos”... 

El siglo XXI nació así en un espacio y un tiempo de deconstrucción: en un espacio entre la virtualidad y el realismo sucio; en un tiempo de tragicomedia y auge de la apariencia sobre la realidad.

Dinero S. LDe la sociedad de propietarios a la comunidad de gestores (2020), El virus enmascarado. Totalitarismo pandémico en la era de la globalización (2021) y La masa sumisa. Totalitarismo pandemoníaco y Nuevo Desorden Mundial (2022), son los libros que componen esta serie, titulada: La civilización en deconstrucción; una serie ensayística no planeada, sino que más bien ‘responde’ al plan en marcha, en fase de actualización y reactivación constante, tendente a la trans-formación de la humanidad y la civilización por medios autoritarios. 

Tal plan de actuación, conocido por distintas denominaciones de origen, está ruidosamente publicitado por sus promotores, de modo que no puede hablarse, al respecto y en rigor, de un proyecto secreto ni de una “conspiración”. 


No limitado al tema sanitario ni al ambiental, pretende transformar el mundo en su integridad con vistas a instaurar un Nuevo Desorden Mundial, formado por comunidades cerradas, primitivas, controladas y gobernadas por un Poder Global, desde una perspectiva totalitaria y pandemoníaca.

Compuesta la serie «La civilización en deconstrucción», en primera instancia, como trilogía, podría volverse tetralogía, y así sucesivamente, según los acontecimientos.


lunes, 2 de mayo de 2022

GIORGIO AGAMBEN Y EL ESTADO DE EXCEPCIÓN

En la primavera del año 2020, el totalitarismo pandémico se puso de largo corregido y derivó en totalitarismo pandemoniaco; los siguientes tramos están todavía por definir. El significado y alcance de los sintagmas empleados en la frase anterior están expuestos en los ensayos El virus enmascarado. Totalitarismo pandémico en la era de la globalización (2021) y La masa sumisa. Totalitarismo pandemoniaco y Nuevo Desorden Mundial, de próxima publicación. Todo ello a cuento (chino) de la llamada “covid-pandemia”.

El Alto Mando, a sol y sombra, con funciones de Gobierno Mundial, dirigiendo la actuación de los Gobiernos nacionales en los continentes del planeta, cerró ciudades (convertidas en campos de concentración), desmanteló el sistema sanitario (público y privada, el primero se ha anexionado al segundo) creando una “crisis sanitaria” por derivación de alto riesgo y canceló derechos y libertades en las sociedades, a nivel global. Desde entonces, la humanidad se halla secuestrada y clausurada en una UCI descomunal, anuncio de la instauración total de un Estado Terapéutico y tiránico a merced de un Poder excepcional que manipula, desvalija y maltrata a la población, con la aquiescencia casi absoluta de lo que denomino la comunidad de gestores (desde los tribunales de Justicia, instituciones políticas, compañías y empresas privadas) y público en general, la masa sumisa que se limita a pulsar la tecla "Aceptar".


Del estado de excepción efectivo en el cual vivimos no es posible el regreso al estado de derecho, puesto que ahora están en cuestión los conceptos mismos de “estado” y de “derecho”

En esta colaboración necesaria de gran parte de las ex sociedades civiles, no hay signos apreciables ni consistentes de desobediencia civil, rebelión o resistencia por parte de la ex ciudadanía. En la misma, destacan, por activa (con trabajos de propaganda) o por pasiva (evidenciando un silencio clamoroso), los gestores del saber, los ex intelectuales, los clercs (Julian Benda). Resulta tan llamativo como perturbador advertir un hecho alarmante: mejorando lo presente y que yo sepa, sólo un pensador de primera fila en Europa ha afrontado con decisión y valentía la tragicomedia reinante con las armas del hombre de pensamiento, a saber, las letras y los libros. Me refiero al filósofo italiano Giorgio Agamben.

En el año 2020, publica ¿En qué punto estamos? La epidemia como política. Un ensayo de urgencia, un llamamiento a denunciar e intentar frenar este ataque de la barbarie a la civilización. Al mismo tiempo, ha participado (como único concurrente crítico) en libros colectivos sobre el tema de nuestro tiempo; verbigracia, Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias (2020), editado por ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio). Y no digo más…

Lo remarcable de esta intrépida y loable labor de Agamben es que no ha surgido de repente, como si de una reacción momentánea y ocasional (un calentón intelectual) se tratase. Agamben lleva muchos años trabajando sobre asuntos que se aproximan, y aun anuncian, el Gran Fraude, el Estado de Excepción y la nueva “guerra civil mundial”, como la presente. En algunos casos, con una precisión y previsión admirables. Por ejemplo, en el ensayo Estado de excepción. Homo sacer, II, 1 (2003), trabajo que por su valor intrínseco y de rabiosa actualidad reproduzco aquí en sus últimas páginas a modo de conclusión.



«El objetivo de esta indagación —en la urgencia del estado de excepción “en el cual vivimos”—era sacar a la luz la ficción que gobierna este arcanum imperii por excelencia de nuestro tiempo. Lo que el “arca” del poder contiene en su centro es el estado de excepción —pero éste es esencialmente un espacio vacío, en el cual una acción humana sin relación con el derecho tiene frente a sí una norma sin relación con la vida.

Esto no significa que la máquina, con su centro vacío, no sea eficaz; al contrario, lo que hemos intentado mostrar es precisamente que ha seguido funcionando casi sin interrupción a partir de la Primera Guerra Mundial, a través de fascismo y nacionalsocialismo, hasta nuestros días. Inclusive, el estado de excepción ha alcanzado hoy su máximo despliegue planetario. El aspecto normativo del derecho puede ser así impunemente obliterado y contradicho por una violencia gubernamental que, ignorando externamente el derecho internacional y produciendo internamente un estado de excepción permanente, pretende sin embargo estar aplicando el derecho.

 No se trata, naturalmente, de regresar el estado de excepción a sus límites temporal y espacialmente definidos para reafirmar el primado de una norma y de derechos que, en última instancia, tienen en aquél su propio fundamento. Del estado de excepción efectivo en el cual vivimos no es posible el regreso al estado de derecho, puesto que ahora están en cuestión los conceptos mismos de “estado” y de “derecho”. Pero si es posible intentar detener la máquina, exhibir la ficción central, esto es porque entre violencia y derecho, entre la vida y la norma, no existe ninguna articulación sustancial. Junto al movimiento que busca mantenerlos a cualquier costo en relación, existe un movimiento contrario que, operando en sentido inverso en el derecho y en la vida, intenta en todo momento desligar lo que ha sido artificiosa y violentamente ligado. Es decir: en el campo de tensión de nuestra cultura actúan dos fuerzas opuestas: una que instituye y pone y una que desactiva y depone. El estado de excepción es el punto de su máxima tensión y, a la vez, lo que al coincidir con la regla hoy amenaza con volverlos indistinguibles. Vivir en el estado de excepción significa tener la experiencia de ambas posibilidades y aun así intentar incesantemente, separando en cada ocasión las dos fuerzas, interrumpir el funcionamiento de la máquina que está conduciendo a Occidente hacia la guerra civil mundial.

 Si es cierto que la articulación entre vida y derecho, anomia y nomos producida por el estado de excepción es eficaz pero ficticia, no se puede sin embargo deducir de esto la consecuencia de que, más allá o más acá de los dispositivos jurídicos, se produce por cualquier lado un acceso inmediato a aquello de lo cual estos representan la fractura y, a la vez, la imposible composición. No existen, primero, la vida como dato biológico natural y la anomia como estado de naturaleza y, después, su implicación en el derecho a través del estado de excepción. Al contrario, la posibilidad misma de distinguir vida y derecho, anomia y nomos coincide con su articulación en la máquina biopolítica. La nuda vida es un producto de la máquina y no algo preexistente a ella, así como el derecho no tiene ningún tribunal en la naturaleza o en la mente divina. Vida y derecho, anomia y nomos, auctoritas y potestas resultan de la fractura de algo a lo cual no tenemos otro acceso más que por medio de la ficción de su articulación y del paciente trabajo que, desenmascarando esta ficción, separa lo que se había pretendido unir. Pero el desencanto no restituye al encantado a su estado originario: según el principio por el cual la pureza no está nunca en el origen, éste sólo le da la posibilidad de acceder a una nueva condición.

 Exhibir el derecho en su no-relación con la vida y la vida en su no-relación con el derecho significa abrir entre ellos un espacio para la acción humana, que en un momento dado reivindicaba para sí el nombre de “política”. La política ha sufrido un eclipse perdurable porque se ha contaminado con el derecho, concibiéndose a sí misma en el mejor de los casos como poder constituyente (esto es, violencia que pone el derecho), cuando no reduciéndose simplemente a poder de negociar con el derecho. En cambio, verdaderamente política es sólo aquella acción que corta el nexo entre violencia y derecho. Y solamente a partir del espacio que así se abre será posible instalar la pregunta por un eventual uso del derecho posterior a la desactivación del dispositivo que lo ligaba a la vida en el estado de excepción. Tendremos entonces frente a nosotros un derecho “puro”, en el sentido en el cual [Walter] Benjamin habla de una lengua “pura” y de una “pura” violencia. A una palabra no obligatoria, que no manda ni prohíbe nada, pero que se dice solamente a sí misma, correspondería una acción como medio puro que se muestra solamente a sí misma sin relación con un fin. Y, entre las dos, no un estado originario perdido, sino solamente el uso y la praxis humana que las potencias del derecho y del mito habían intentado capturar en el estado de excepción.»


domingo, 13 de marzo de 2022

LA VIDA POBRE ANIMALIZA A LOS HOMBRES

 


«Asimismo, la condición necesaria, aunque no la suficiente, para ser plenamente libre es la riqueza. La riqueza de las naciones y de los individuos permite que los ciudadanos no queden sometidos a la peor de las servidumbres: la miseria. La depauperación de las personas y las sociedades concentra en su interior funesto el genuino significado de lo que cabe entender por carestía de la vida.

»Una vida carente de libertad conduce a una existencia menesterosa, obliga a las personas, literalmente hablando, a la estrechez, a conformarse con poco, a un subsidio, a una caridad, por favor, a ir tirando con un poco de aquí y otro de allá, con lo que pueda cogerse de cualquier sitio, no con lo que sean capaces de producir, obtener y ganar por efecto del propio esfuerzo, trabajando, emprendiendo constantes proyectos, arriesgando, soñando con ir a más. La vida pobre animaliza a los hombres, los rebaja y devalúa hasta niveles insoportables para la dignidad humana. [...]

»"¡Que los ricos paguen la crisis que ellos han provocado!" "¡Más impuestos para los ricos!" "¡Los pobres siempre tienen que pagar los platos rotos!" Cosas así tiene uno que oír todos los días, ay, por acá y por allá. Me pregunto por qué quienes semejantes disparates profieren no hablan con propiedad, no gritan lo que acaso quieren decir, pero no saben expresar con claridad; por ejemplo: "¡Abajo la riqueza!" "¡La pobreza y los miserables al poder…!"

Tras el derrumbe del Muro de Berlín, en los primeros compases del siglo XXI, aquel que hoy mantiene todavía el bruto discurso o la dialéctica en contra de los ricos y en defensa de los parias de la Tierra, no es, justamente hablando, un superviviente, sino un zombi, o acaso un ave poco felix, que renaciendo de sus cenizas, amenaza con incendiarlo todo, otra vez. ¡Y todavía hay quienes le escuchan y atienden! ¡Pobres...!»


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Fragmentos de la Introducción al ensayo La riqueza de la libertad (2017).



sábado, 5 de marzo de 2022

GUERRA VIRTUAL EN EL HORIZONTE DE LA NUEVA GUERRA



El actual conflicto entre Rusia y Ucrania está dando mucho de que hablar, adquiriendo el rasgo de Noticia por antonomasia, sobre la que todo el mundo tiene opinión, sin saber, realmente, lo que ocurre. No espere el lector en esta entrada del blog otra opinión más al respecto. Tampoco sé si tiene solución; me refiero tanto al conflicto en sí, cuanto a la reacción popular sobrevenida. Mi oficio no es el de solucionar los problemas del Universo, sino de esclarecerlos. 

Acción y reacción. Algo semejante sucedió con los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 lanzados contra América, alguna de cuyos más trágicas escenas fue contemplada y comentada en directo en todas las televisiones y emisoras de radio del mundo. Algo parejo sucedió en la guerra de Kosovo y más allá de... (Kosovo and beyond), subtítulo del ensayo Guerra virtual (Virtual War), escrito por Michael Ignatieff y publicado en el año 2001. Vale la pena releerlo en estos momentos. 

Allí encontramos algunas de las claves de lo que está pasando hoy a nivel planetario: guerra virtual, enmascarada, teledirigida, una nueva guerra que se enmarca en el contexto de la Guerra Global, en la que los episodios nacionales son necesariamente internacionales, están interconectados, programados y planificados en conjunto, sean guerras o guerrillas, «pandemias» o mascarillas, con el fin de solaparse unas a otras, y así turbar y confundir, todavía más, a la población y a la «opinión pública»

Acción y reacción. A menudo, algunos árboles no dejan ver el bosque. A veces, los aldeanos globalizados, no ven lo que tienen ante sí, o cambian de acera para no toparse con ello, aunque vislumbran el más allá con suma claridad y se indignan sobremanera en nombre de la Paz. En ocasiones, ocurre al revés, porque el mundo ha sido puesto del revés.

Reproduzco a continuación los primeros fragmentos del libro y la reseña editorial del mismo:


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«En mayo de 1999, en el vasto campamento que se extendió de la noche a la mañana bajo los cielos de Macedonia, la petición desesperada que se podía escuchar por doquier no hacía referencia a la comida o al agua, sino a los teléfonos móviles, necesarios para localizar a los hijos, a los maridos o a los padres perdidos en el caos de Kosovo. De las llamadas telefónicas vía satélite a los misiles guiados por láser, se trataba de una guerra de finales del siglo XX, en la que imperaba la tecnología. En las guerras «reales» se movilizan naciones enteras, los soldados combaten y mueren y se producen victorias. En la guerra virtual, puede que ni siquiera se declaren hostilidades. Los combatientes son pilotos de caza y programas de ordenador, la nación es la audiencia televisiva y en lugar de victoria sólo existe un final incierto. 

Kosovo fue una guerra virtual: allí combatieron pilotos a 5.000 metros de altura, fue dirigida por generales que contemplaban la batalla únicamente a través de la perspectiva de sus pilotos, y nos fue narrada por medios de comunicación rivales que proporcionaban versiones distintas de las consecuencias: una guerra en la que combatieron los estadounidenses y las fuerzas de la OTAN pero sólo murieron los serbios y los kosovares. Michael Ignatieff ha recorrido las zonas en las que se desarrolló el conflicto durante una década, realizando emotivos reportajes y llevando a cabo lúcidos análisis. Pero Kosovo supuso un cambio cualitativo en la historia de las agresiones armadas, y en Guerra virtual»

viernes, 18 de febrero de 2022

DE CÓMO MONTAIGNE CRITICÓ LA "ECONOMÍA DE SUMA CERO"



Mucho tiempo antes de que a mediados del siglo XX fuese formulada la denominada "economía de suma cero", en el marco matemático de la Teoría de Juegos, habitualmente utilizada para  arremeter contra la economía de libre mercado y la sociedad abierta, Michel de Montaigne en el siglo XVI ya anticipó en Ensayos una sólida, ingeniosa y sabia réplica de la misma.

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Capítulo XXI (Libro I)

El beneficio de unos es perjuicio de otros


«El ateniense Demades condenó a un hombre de su ciudad, cuyo oficio era vender las cosas necesarias para los entierros, so pretexto de que de su comercio quería sacar provecho y de que tal beneficio no podía alcanzarlo sin la muerte de las gentes. Esta sentencia me parece desacertada, tanto más, cuanto que ningún provecho ni ventaja se alcanza sin el perjuicio de los demás; según aquel dictamen habría que condenar, como ilegítimas, toda suerte de ganancias

El comerciante no logra las suyas sino merced a los desórdenes de la juventud; el labrador se aprovecha de la carestía de los trigos; el arquitecto de la ruina de las construcciones; los auxiliares de la justicia, de los procesos querellas que constantemente tienen lugar entre los hombres; el propio honor y la práctica de los ministros de la religión débese a nuestra muerte y a nuestros vicios; a ningún médico le es grata ni siquiera la salud de sus propios amigos, dice un autor cómico griego, ni a ningún soldado el sosiego de su ciudad, y así sucesivamente. 

Más aun puede añadirse: examínese cada uno en lo más recóndito de su espíritu, y hallará que nuestros más íntimos deseos en su mayor número, nacen y se alimentan a costa de nuestros semejantes. Todo lo cual considerado, me convence de que la naturaleza no se contradice en este punto en su marcha general, pues los naturalistas aseguran que el nacimiento, nutrición y multiplicación de cada cosa tiene su origen en la corrupción y acabamiento de otra.



Nan, quodcumque suis mutatum finibus exit
continuo hoc mors est illius, quod fuit ante

Un cuerpo no puede abandonar su naturaleza
sin que deje de ser lo que antes era.

LUCRECIO II, 752»



jueves, 20 de enero de 2022

OPTIMISMO DESLUSTRADO

 


«Tendré una gran ocasión de demostrar las consecuencias desmesuradamente funestas que el optimismo, ese engendro de los homines optimi, ha tenido para la historia.»

Friedrich Nietzsche, Ecce homo

 

1. El “Nuevo Optimismo”

Llama la atención, en estos últimos tiempos, la pujanza de una moda intelectual tendente tanto a frenar el pesimismo, realmente existente, cuanto a fomentar el optimismo, presuntamente más ajustado a lo que hay. Hoy, a las modas también las llaman “tendencias”. En esta cruzada de aliento cívico-moral, se encuentran autores muy en boga: Steven Pinker, Johan Norberg, Hans Rosling, Yuval Noah Harari, Matt Ridley. Apoyan sus discursos esperanzados con profusión de datos estadísticos, contables y contrastables con la experiencia, factual o profesional de cada cual. Tal empeño tiene relevancia económica y social, aunque creo percibir, también, derivaciones políticas en el mismo.

Aunque no se trate de un movimiento concertado ni de una corriente de opinión corporativa o gremial abiertamente partidista, de intelectuales situados en una misma perspectiva ideológica, en su conjunto, prevalece la voluntad de ofrecer una mirada satisfecha de la realidad y el futuro. Una ilusión. No ha faltado tiempo, sin embargo, para que los medios de comunicación hayan acuñado una etiqueta, tan al uso como poco original, que emparente a escritores, tan animosos todos como divergentes entre sí, en una misma congregación: «Nuevos Optimistas» (Oliver Burkeman en el diario progresista británico The Guardian). Lo cierto es que resulta significativo ese empeño común por contrarrestar la perspectiva pesimista, que juzgan dominante en el presente, por irreal, exagerada y catastrofista, que no valora lo que tenemos, lo que se ha conquistado a lo largo de los años.

Aunque no todos los situados en dicho observatorio aceptasen ser etiquetados bajo el epíteto de “progresista”, sí parecen estar de acuerdo en calificar el signo y movimiento de los tiempos en términos de “progreso”. Norberg, de hecho, ha titulado uno de sus libros más conocidos Progress: Ten Reasons to Look Forward to the Future (Progreso, 2016; edición española, 2017), siendo conocido su caminar por la orilla conservadora-liberal. Un ensayo anterior al citado lleva el descriptivo rótulo de In Defense of Global Capitalism (En defensa del capitalismo global, 2001; versión española, 2005).

Por su parte, una de las obras más celebradas de Hans Rosling (1948–2017), Factfulness (2018; en edición preparada, tras su muerte, por Ola y Anna Rosling), lleva como subtítulo esta directa y rotunda declaración: Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas. Volumen escrito en clave divulgativa y ligera, bajo el efecto de un síndrome casi de euforia, concebido y redactado para transmitir entusiasmo, entre bromas y veras, llega a poner como ejemplo de la mejora en las condiciones vitales de la humanidad el que, hasta en los países menos desarrollados, la mayor parte de las personas hacen tres comidas al día. Dicho sin sarcasmo, aunque sin ocultar lo paradójico de la referencia, la dieta en cuestión será recibida y vista como muy saludable en los países que anhelan dejar atrás la miseria y la pobreza más extremas. Ahora bien, en las sociedades opulentas, la sobrealimentación, el consumo excesivo de vitaminas, la dieta hipercalórica y la obesidad —o, al menos, el sobrepeso— constituyen un problema de primera magnitud. El debate en cuestión no apunta a los estómagos sino a los valores. Y, además, con la comida no se juega.

De acuerdo con otros “nuevos optimistas”, Hasling alega, asimismo, la presumida evidencia del progreso alcanzado en la escolarización infantil, al estar ésta prácticamente generalizada. Un hecho de indudable alcance cuantitativo, no, necesariamente, un indicador de calidad de vida ni de sociedad libre. Desde una mirada no progresista del asunto, la escuela ha llegado a convertirse en materia de alerta y preocupación, una institución de alto riesgo para niños y jóvenes: centro de adoctrinamiento ideológico, acoso y coacción (alumno-alumno, profesor-alumno) y apoteosis de la pedagogía contracultural en detrimento de la instrucción y la formación académica; laboratorio de movimientos totalitarios, donde ensayan la “revolución cultural” para su posterior extensión en el conjunto de la sociedad; etcétera. En Estados Unidos (también en Australia, Canadá y otros países), como reacción al concepto de educación obligatoria y regulada por las instituciones del Estado y/o el Gobierno, es cada vez más influyente la homeschooling (educación en casa), expresión plena de la libre opción de los padres a la hora de decidir la educación de sus hijos, ordenada desde la propia sociedad en agrupaciones coordinadas en redes a fin de compartir experiencias y organizar actividades en grupo, iniciativas que eviten el aislamiento de los niños. Obligatoriedad, uniformidad curricular y socialización son elementos esenciales en un ideario de “progreso” y de “mundo feliz”, pero no son, por definición ni por defecto, nociones u horizontes que conduzcan a un mundo mejor.

Factfulness, libro emblemático del optimismo en progreso, preside la lista de libros más vendidos. Ha sido muy bien recibido y glosado por los suplementos culturales y revistas de inclinación progresista. Bill Gates, millonario filántropo que no oculta su sesgo liberal (en la acepción empleada en Estados Unidos), acaso al objeto de encubrir y humanizar su estatus de individuo acaudalado, así como la Fundación Nobel, institución cada día más desacreditada, a poco de ser publicado el ensayo de Rosling, anunciaron su intención de financiar la entrega gratuita de un ejemplar a todos los graduados y licenciados en sus respectivos países EEUU y Suecia, respectivamente. ¿Por qué, precisamente, este título?

No todo es festivo y recreativo en el parque temático Rosling. También ha recibido severos reparos y correctivos por parte de autorizadas voces, como la del profesor sueco Christian Berggren, quien ha publicado un minucioso estudio crítico de título muy elocuente: Good Things on the Rise: The One-Sided Worldview of Hans Rosling (Las cosas buenas aumentan: la visión global unilateral de Hans Rosling, 2018). Donde puede leerse, a modo de conclusión: «Si la lectura de Factfulness se resumiera en una sola palabra, sería ambivalencia

Sobre la unilateralidad, la ambivalencia y la ilusión del optimismo progresista trataré en las siguientes secciones.


2. Optimismo y progresismo no son evolucionismo

El optimismo embriagado de progreso no puede ni debe confundirse o emparentarse con el evolucionismo. El continente científico evolucionista, si no descubierto, sí colonizado por Charles Darwin, acoge interpretaciones sobre lo que somos y de dónde venimos, pero no adónde vamos. Tampoco aventura juicios de valor acerca de lo que ha resultado del devenir de las cosas ni formula hipótesis de lo por venir. Los evolucionistas hablan de la fructuosa adaptación de las especies al medio, no de “esperanza de vida” ni de bienestar ni de progreso, de lo mejor y lo peor, expresiones muy caras al “nuevo optimismo”. No conciben la supervivencia infantil o la mortalidad precoz en los individuos ni la desaparición de especies como un fracaso o derrota de la naturaleza, sino como consecuencia de estar mejor o peor adaptado y dotado. Entienden la lucha en la vida en términos de lucha por la vida sin tinte determinista, no de “lucha de clases” ni de “conquistas” resultantes de una acción deliberada e intencional.

Desde la perspectiva del evolucionismo, la igualdad de los miembros de una especie, sencillamente, no existe; prima, por el contrario, la diversidad y la distinción: la desigualdad. De existir la igualdad indefinidamente, el resultado no sería otro que la extinción total de las especies, más tarde o más temprano, una tras otra. Y esto valdría (con las oportunas puntualizaciones) tanto para el mundo natural como para el social. El progresismo ataca duramente dicha perspectiva, lo que suele conocerse con el rótulo de “darwinismo social”, porque premia el éxito y la superación, recompensa al fuerte y no al débil, y favorece la reproducción de lo exitoso, lo óptimo y lo triunfante, mientras contempla sin más la retirada y la derrota del débil, el perezoso y el fracasado, como requisitos de la evolución. Más que nada, porque no podría ser de otra manera: las leyes de la naturaleza no actúan en contra de sí misma, contranatura. Proceso, entonces, no es igual a progreso. Es posible, no obstante, que las personas sientan una punzada de compasión por el caído, pero eso también es natural. La moral no es un correctivo ni un voto de censura a la naturaleza, sino una adaptación de la ley natural al mundo social, al objeto de que éste sea vivible, habitable y perdurable en un horizonte de humanidad.

El optimismo progresista celebra la victoria de la política sobre la naturaleza, el apogeo de las políticas (en plural: hace falta ejercer mucha fuerza y coacción para frenar el natural curso de las cosas) que actúan en sentido reparador, justiciero, reconstructor, corrector, incluso creador: no por casualidad ni capricho se observa el progresismo como una renovadora religión laica. Muestras extremas de dicha actitud serían la “ingeniería social” y la “revolución cultural”, constructos concebidos para imponer la uniformidad y la planificación en la sociedad, obstaculizando los procesos libres y espontáneos, penando la ambición y el emprendimiento, obligando a desplazamientos de masas por decreto, entrometiéndose en la privacidad de las personas.

La sociedad bien ordenada, en sentido liberal, se construye desde el orden natural; el caos socialcomunista, contra el orden de la naturaleza.

 


3. La causa se sorprende de los efectos que produce

El progresismo optimista aclama y exalta el Estado de Bienestar, las “políticas de progreso”. Se felicita de los logros que ha reportado a la humanidad. Sucede, irónicamente, que su auge y extensión global constituyen la causa de las actitudes que reprende y tanto parece sorprenderle, a saber: pesimismo y descontento, queja y reclamación permanentes, ver las cosas en su lado negativo, retozar en el sentimiento de estar mal, ver la botella medio vacía. Paradójicamente, al popularizar la noción de “Bienestar” como algo natural y dado, sin conocer ni valorar el precio de lo artificialmente establecido (el “gratis total”), la gente insatisfecha rumia su aflicción porque se siente con derecho a todo. A lo escaso lo llama “nada”; a la mala suerte y la molicie, “injusticia social”; al ahorro y la austeridad, “recortes sociales y de derechos”. Consecuencia: el conocido síndrome del niño mimado o del anciano superprotegido. Y su secuela: la tiranía del débil.

La base primordial del binomio optimismo y progreso descansa sobre los datos y las estadísticas, lo que remite a una medida de progresión. Ambas tablas de la ley registran, en efecto, hechos notables. La pobreza disminuye en el mundo, aunque no por ello deje de demonizarse la riqueza. Las personas viven más años y con más comodidades, de lo cual no se deduce que sean más felices. La Seguridad Social es prácticamente universal, si bien se calla en lo referente al despilfarro económico, la deuda pública y el déficit público en los Estados. La educación está generalizada, a costa de la peor formación de los alumnos y la ideologización de las enseñanzas impartidas. Crece la población mundial, mientras se evita mentar el alarmante aumento de prácticas abortivas o el crecimiento demográfico cercano a 0 en las sociedades occidentales. Los canales de comunicación entre individuos son espectacularmente numerosos, rápidos y transparentes (televisiones, Internet, redes sociales, Whatsapp), sin decir una palabra sobre lo que conllevan de manipulación informativa, pérdida de privacidad, de libertad de expresión y de incomunicación personal. Hay paz donde antes había guerras, sin hacer referencia al significado actual de las “nuevas guerras” (cibernéticas, comerciales, terrorismo).

 


4. Los términos “mejor” y “peor” se miran en el espejo

“En el presente, se vive mejor que en el pasado.”

Pase. Mas, ¿qué significa “mejor”? ¿Quién dictamina qué es lo “mejor” y lo “peor” para la humanidad, hasta el punto de elevar dichos términos a categorías que definen el nivel, el valor y la percepción del “progreso” y el “retroceso”, el bienestar y el malestar, en el mundo?

He aquí una proclama muy pomposa y resultona, que, en primera instancia, en su obviedad material, no daría para más comentarios. Las casas en la Edad Media no disponían de agua corriente ni de retrete propio; las de nuestros días, sí (el tema, con todo, estuvo mejor resuelto en la antigua Roma). Las cosas, en general y con el paso del tiempo, van evolucionando, pero, ya lo hemos dicho: evolucionar no significa, necesariamente, mejorar. 


Desarrollo económico”, por ejemplo, no conlleva de por sí mayor libertad económica. El caso de la China comunista, en la actualidad (para muchos analistas, la primera economía del mundo), es clara muestra de ello.


La complejidad del significado de “mejor” exige múltiples matizaciones y puntualizaciones que examinen críticamente las derivaciones del concepto. Otra muestra más de la mencionada complejidad: sostener que en la Comunidad Autónoma Vasca (España) se vive mejor que hace veinte años, porque hoy la organización terrorista ETA no mata ni secuestra como norma a sus adversarios (les perdona la vida), aunque en ciudades y pueblos de las Vascongadas el nacionalismo sea dominante, ¿cabe calificarse de optimismo, de cinismo o de algo peor?

Hay bastantes más escollos en la alegre travesía del optimismo por la mar gruesa del progreso. La gran mayoría de datos estadísticos que fundamentarían la veracidad de un mundo mejor remite principalmente a (determinados) países del Tercer Mundo o “en vías de desarrollo”, gracias, en buena medida, a las ayudas recibidas por parte del “Primer Mundo”, así como a su generosa (y porosa) política de acogida e inmigración de individuos que provienen de esas zonas del planeta. Comoquiera que todo tiene un precio, la civilización occidental se ha sacrificado a sí misma, por complejo de culpabilidad y debilidad en los principios, a quienes cede la plaza sin presentar combate y a veces hasta con entusiasmo (Refugees welcome).

Muy en particular, Europa, reducida a una Unión de iure, desunida de facto, es un continente viejo, decadente, a la defensiva, inseguro, patético, un gran museo de antigüedades, una residencia de la tercera edad donde se han encerrado sus habitantes tras las cortinas, no para morir en paz, sino para no ver lo que sucede y esperar sentados el último suspiro. Hans Rosling, autor destacado en el asunto que aquí examinamos, hasta poco antes de su fallecimiento, hizo causa activa en favor de la “política de puertas abiertas” a la inmigración en Suecia, su país de origen. ¿Cabe afirmarse, sin cinismo, que en  Suecia —en Europa, en su conjunto— los ciudadanos deben contemplar el horizonte con tranquilidad y optimismo?

“El mundo va (a) mejor”.

Dicho lo cual, el portavoz de la gran noticia esboza una amplia sonrisa de satisfacción. Empero, en la era de las fake news y la sociedad de varietés no hay que fiarse demasiado de lo que uno lee, escucha o ve. Urge estar más atento y alerta que nunca. Además, ¿de qué se sonríe usted? ¿Qué le tiene ahora tan complacido y no antes?



Año 1989. Francis Fukuyama publica el célebre ensayo ¿El fin de la Historia? en la revista de asuntos internacionales The National Interest. Texto que transmite sensaciones (¿vibraciones?) de optimismo y  progreso global, sin embargo, fue recibido con agresiva crítica por parte de los intelectuales más significados del progresismo. ¿En qué se resume la tesis del investigador norteamericano de origen japonés? La historia, a través de fases o estadios, sucede y se sucede según una lógica de progreso, la cual, una vez alcanzado su fin, cesa en el movimiento de perfección y disfruta del éxito resultante. He aquí el fin y la meta de la historia: que su objetivo se resuelva en la norma, que la historia se normalice. El fin es télos, resultado y salida: más eventum que extremum. Por decirlo de otro modo: la historia continúa el rumbo, si bien ya ha encontrado su rumbo. El autor seguía en su texto, después de todo, el viejo patrón de la teleología aristotélica y la perspectiva dialéctica-determinista defendida por Hegel y Marx en el siglo XIX, coincidiendo, todos ellos entre sí, sólo en tales aspectos. 


¿Qué enfureció, entonces, al progresismo del ensayo de Fukuyama? Sencillamente, que hiciera identificar el fin de la historia con el liberalismo. También que la filiación ideológica del autor fuese la liberal-conservadora.


Citaré un caso más al respecto. Quien fuera presidente del Gobierno de España durante dos legislaturas consecutivas (desde 1996 a 2004), José María Aznar, líder del Partido Popular (centro-derecha) fue objeto de rechifla y alboroto por parte del progresismo (antes de ser optimista) por el hecho de afirmar durante su etapa de Gobierno, basándose en hechos y datos, que “España va bien”. ¿En qué quedamos, pues? ¿Las cosas van o no van? Respuesta: van según dónde vayan, quién conduzca y quién dirija la “hoja de ruta”.

El problema inherente al optimismo estimativo consiste en que no puede tomarse en serio. Voluble y caprichoso, como los sentimientos y los gustos, sesgado como la ideología, evalúa y sentencia según la ocasión y la conveniencia. Para mayor desconcierto, teóricos de orientación socialista y liberal compiten entre sí a la hora demostrar que este mundo mejor es resultado de los modelos que, respectivamente, preconizan.

 

5. Querella socialdemocracia y marxismo-leninismo

El Estado de Bienestar ha creado un mundo virtual en el que compiten las voces de los satisfechos (“cerdos satisfechos”, los denomina John Stuart Mill) y los alaridos de los insatisfechos (los indignados). Unos y otros comparten una misma condición, descrita con precisión por Søren Kierkegaard en el ensayo Enten-Eller (O lo uno o lo otro, 1843), con estas palabras: «Comparado con los que persiguen la satisfacción, estás satisfecho, pero, de lo que más satisfecho estás, es del absoluto descontento.» Le reservaré el nombre de “contrariado” a dicho estado, es decir: condición propia del ser afectado, confundido y desorientado a la vez que enfadado y malhumorado, tipo victimista y flácido, poroso y pomposo, renegón y blasfemo, engreído e impertinente. A este “contramodelo de ciudadano” apuntan las críticas del optimismo en progreso: estando mejor que nunca, el pesimista es un aguafiestas, un desagradecido que no valora lo que el Estado de Bienestar hace por él. El progresismo ha de ser optimista, o no ser. ¿Y viceversa? Nicholas Phillips ha escrito en la revista Quillete (6 de junio 2019): «No todos los progresistas (liberals) son tecno-optimistas, pero virtualmente todos los tecno-optimistas son progresistas (liberals).»

Nos hallamos, en suma, ante una querella entre las dos caras del progresismo, la socialdemocracia revivida y el comunismo resucitado, por hacerse con la hegemonía en la izquierda política, aunque unan sus fuerzas y se confundan en la práctica, muy a menudo. Una pugna contemplada con paciente expectación por la derecha conservadora, la cual no llega a cuestionar abiertamente el Estado de Bienestar, y del libertarismo doctrinal, respirando su propio oxígeno entre la inspiración tecnocrática y la exhalación optimista vocacional.

La socialdemocracia keynesiana festeja el progreso subiendo los impuestos y levantando las aceras de las calles para volver a taparlas a continuación, aunque ello represente una losa para las arcas públicas. El marxismo-leninismo, que vuelve a recorrer Europa como un fantasma del pasado, fomenta desde las instituciones y desde la calle la “alarma social”, la indignación y la consecutiva movilización general; enarbola el lema leninista de “cuanto peor, mejor” y saca a tomar el sol a la canalla pedigüeña y pendenciera. Un puesto de trabajo no grato o temporal, se califica hoy alegremente como “una forma de esclavitud”. Cumplir las órdenes de un superior en la empresa suena a “fascismo”. Hacer deberes escolares raya con el “maltrato infantil y juvenil”. Tener hijos, es “discriminación sexual” que degrada al humillante estatus de “madre y ama de casa”. Añada el lector más muestras de insatisfacción, que seguro conoce de cerca o de lejos.

Es este género de pesimismo y de derrotismo el que pretende desarmar el optimismo progresista, una rebelión de las pasiones que pone en cuestión el Estado de Bienestar, una sucesión interminable de ofensas, pendencias, recelos y envidias, resultado inevitable del propio modelo de “justicia y seguridad social” concebido en los tiempos del canciller Bismarck. El panorama resultante no sería blanco ni negro, sino, francamente, bastante gris

He aquí la cuestión  resumida desde hace tiempo en la conocida ley de Spencer: «cuanto más se resuelve un problema, más arrecian las protestas sobre su empeoramiento».

 

6. «[…] actualmente el optimismo es irracional»

Que el optimismo, auspiciado en la actualidad por economistas, sociólogos y psicólogos, deviene en pesimismo —y viceversa— es conclusión que la filosofía ha enunciado desde hace siglos. Según argumentaron sagaces pensadores, la dualidad conceptual optimismo/pesimismo remite, en realidad, a una aparente oposición. Reparemos en un ensayo ejemplar que da cuenta de este hallazgo: La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva de José Ortega y Gasset. Obra póstuma y postrera del primer filósofo español, fue encontrada entre sus manuscritos inacabados y editada por Paulino Garagorri. El primer borrador del trabajo, que en buena medida formaliza la síntesis magnífica de la producción orteguiana, fue escrito en 1947. La edición publicada, en 1958, incluye tres Apéndices, uno de los cuales interesa directamente a nuestro asunto: «Del optimismo en Leibniz».

Texto compuesto por Ortega y presentado como «Discurso inaugural de XIX Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias», celebrado en San Sebastián del 7 al 13 de abril de 1947, recoge una de las más sugerentes y penetrantes reflexiones filosóficas sobre el tema del optimismo, a propósito de la filosofía de Gottfried Wilhelm Leibniz, quien compuso una sólida investigación sobre el “optimismo ontológico”. Breve resumen del mismo: el mundo actual — es decir, en acto, no en potencia—es el mejor de los posibles. He aquí el sentido de lo real, lo óptimo: de ser posible un mundo mejor, lo sería. El mundo no podría ser el peor, porque entonces no sería. De ahí su concepción de los composibles: las opciones no factibles. No se realizan, porque no pueden hacerlo. El mundo mejor es incompatible con el principio de contradicción. El mundo peor, especulación contradictoria, es, en cambio, ser y no ser a la vez, y eso… no puede ser:


«[…] enunciado en sus términos precisos significa que actualmente el optimismo es irracional.» (José Ortega y Gasset, ibídem).


El optimismo se sostiene, a la postre, sobre una base pesimista. El mundo mejor de los posibles es el real, el bueno; por ello existe, por ser el menos malo. He aquí un optimismo estricto, sin los alardes y adornos del progresista, el cual cree haber descubierto el Mediterráneo cuando, sencillamente, se deja llevar por lo corriente y no observa las dos orillas de la corriente, sino sólo una.


7. Conclusión

El discurso de los nuevos teóricos del optimismo en progreso o resulta redundante o, simplemente, no sostiene nada novedoso ni relevante. Se queda en un brindis al sol, una palmada al hombro, un animoso y voluntarioso alegato próximo a un eslogan de autoayuda. Sus referencias son el progreso y la progresión (basados en datos sesgados y viciados a menudo por su parcialidad ideológica), no la evolución y el grado de la libertad, que son categorías distintas, y aun incompatibles. Celebra, en teoría, una realidad que avanzaría hacia un mundo mejor, equiparado en la práctica (se diga o no) con el Estado de Bienestar, lo cual, en la práctica, favorece (se pretenda o no) la extensión de las políticas socialdemócratas. Llama la atención, en consecuencia que a este festejo se sumen con similar entusiasmo intelectuales de signo conservador y liberal.

Dado su carácter ambivalente, el optimismo progresista fomenta la irrupción de movimientos extremistas, hartos de prosperidad, inconformistas e inflamados de indignación, furia y pesimismo, atacados de complejo de culpa y de igualitarismo (por estar mejor que los demás), patrocinando el pobrismo y el sacrificio, la parquedad y la dureza del socialismo realmente existido (y extinguido), e incluso del comunismo primitivo: el retorno a la barbarie. En las sociedades occidentales, el festejo de la "implementación material" se confunde y solapa con su propio funeral y la decadencia progresiva en valores.


No hay razones para el optimismo. El optimismo es tan sólo un estado de opinión, que ni siquiera alcanza el rango de opinión sobre el estado de las cosas


Uno se siente optimista por distintos motivos y según las situaciones. Teorizar sobre el mismo en un horizonte globalizador conduce a un planteamiento ilusorio (“el mundo mejor”) y contradictorio (es gestante y tutor de pesimismo). Sucede que el optimismo progresista, como el mito clásico de Jano, es un dios pagano de caras, cuyo templo dispone de dos puertas: por una entran y salen los optimistas; por la otra, los pesimistas.

Sólo resultaría aceptable, en fin, como reflexión filosófica (que no es poco y nada despreciable), el “optimismo ontológico” de inspiración leibniziana, según el cual no vivimos en el “mundo mejor” sino en el mejor de los mundos posibles, es decir, el óptimo, el menos malo.

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El presente artículo fue publicado, bajo el título de «Optimismo en progreso»,  en primera edición, en la revista Cuadernos de Pensamiento Político (Fundación FAES), nº 63, abril-junio, 2019