lunes, 28 de enero de 2019

VIAJE A CANARIAS Y EL RESTO DE LA PENÍNSULA (2018) de José Vicente Pascual


José Vicente Pascual, Viaje a Canarias y el resto de la península (2018), Alhulia, Granada (España), 2018, pags. 145

Nuevo título en el haber bibliográfico de José Vicente Pascual. No diré, para referirme al ensayo, “el último libro de”, porque, expresión tan usual como equívoca, me evoca —en su interior invoca— un negro presagio, una impresión de acabamiento, de cierre por liquidación, merecedora de ser señalada con los dedos de ambos extremos de la mano, mientras se exclama: “¡Vade retro!” o “¡lagarto, lagarto!”. Henos aquí ante un escritor de raza, incansable, imparable, seguidor de la máxima clásica “Nulla dies sine línea” (Ningún día sin una línea) atribuida a Plinio el Viejo. Dejar de componer, en cualquier parte y momento, partituras literarias es lo último que haría en su vida. El “último libro” será lo último que haga.
Autor inquieto, de escribir juguetón, sutil y hasta pícaro, cual niño revoltoso y travieso, no puede estarse quieto. Como escribe sin parar, puesto que viaja sin descanso y hace mudanza con la frecuencia con que el insomne cambia de postura en la cama, no es de extrañar que, tarde o temprano, nos deleitara con un libro de viajes, si es que todos sus escritos no merecen, en rigor, dicha caracterización, sean novelas o ensayos.
He aquí, en palabras propias, la descripción de la novedad literaria, de la buenaventura, de la nueva aventura libresca:

«Viaje a Canarias y el resto de la Península, por tanto, es un libro de viajes en sentido literal: acerca de lo que el viaje implica de desplazamientos, recorrido y experiencia sobre entornos y lugares por descubrir; también acerca del método —quizás obligación—, de adaptación al nuevo entorno vital. Desde este punto de vista, qué duda cabe, el presente puede catalogarse, igualmente, como libro de viajes y mudanzas. Pues parece cierto —al menos no está desmentido—, que toda vida es viaje y todo viaje conduce al aprendizaje. Y de todo aprendizaje, sale mudanza.»

Fragmento de la “Nota del autor”, entiéndase a modo de introducción del volumen, como presentación —confirmación, para quienes ya están familiarizados con su obra— de la rica escritura que contienen sus páginas. Y es que, en cuanto al arte de escribir, José Vicente Pascual se sirve del lenguaje con maneras y ecos de castellano viejo, estilo pulcro y sobrio de quien ha nacido en Madrid. Desde el centro sale pronto en dirección a los cuatro puntos cardinales de nuestra patria. Ha residido en —y deambulado por— las partes bajas y altas de la ancha Castilla y en buena parte del resto de España, muy especialmente en Granada, donde más años ha vivido, hasta el punto de haberla bebido. En los capítulos del libro, parada y fonda respectivas, cronológicas (desde año 2004 hasta 2014), en este recorrido físico y espiritual, cartográfico, consta San Cristóbal de la Laguna, Barcelona, Sevilla, Carmona, La Coruña, y, finalmente, Tenerife, de nuevo, mas no Granada. No hay aquí olvido ni ausencia. Quizás nunca haya salido de la ciudad de la Alhambra, la cual, por lo demás, ya está muy presente en su producción literaria; sin ir más lejos, en la «Trilogía de Granada» (2000-2003) y La Hermandad de la Nieve (Evohé, Madrid, 2012).  
Reparemos en el título del nuevo libro, llamativo y aun chocante: Viaje a Canarias y el resto de la península. Escritor observador, atento al decir y al hablar circundantes, relata él mismo, en las primeras páginas, la anécdota que desentraña su sentido. Realizando gestiones en el Registro Civil de La Laguna, por razones de mudanza, el gestor administrativo que le atiende, entre papeles y certificados varios, comenta el tiempo en la isla, fresco, afirma, aunque no tanto como el frío que hace “en el resto de la península”. La “espontánea locución” del funcionario lleva al autor, en el recuerdo, a tierras lusitanas. Lo mismo le ocurre a este reseñador. Un escritor portugués, ganador del Premio Nobel de Literatura, fantaseó en una de sus novelas sobre el fabuloso caso de un Portugal desgajado de pronto de la península ibérica, navegando, a continuación, por el océano. La “locución” —espontánea, mas no disparatada— remite a un sentimiento distinto a éste, muy profundo, acaso no consciente, en muchos residentes en Canarias y peninsulares, en general: las islas afortunadas no vagan por el Atlántico, sino que están firmemente amarradas a puerto España. Forman parte de una península extendida. Y no es esta una fabulación, sino una constatación.

Viajero incansable, José Vicente Pascual vive la vida como andanza y mudanza continuas, y, entre medias y enteras, hace incursiones y excursiones, visitas y desplazamientos por motivos de trabajo, por placer, porque sí. Correrías son, en verdad, de acá para allá, transitando con lo justo, ya quisiera este caballero andante que también con lo puesto; “ligero de equipaje”, según dejó dicho el poeta. Los múltiples colores y olores, los diversos acentos y las voces, de España toda han dejado huella en el ser y el escribir de este caballero de la Hispanidad, como lo fue Ramiro de Maeztu.
Escritor errabundo, no es, sin embargo, un exiliado, como se dice de Miguel de Unamuno, quien recaló un día, para permanecer varios meses por fuerza mayor, en Fuerteventura. Ocurre que uno, en rigor, no está exiliado en su propio país, incluso aun apelando a la vaga expresión “exilio interior”, entre otras interioridades metafóricas.
El último capítulo del libro, «Tenerife, enero de 2014» lleva una cita de entrada firmada por Ana María Matute: «Un escritor es una isla en un archipiélago.» Ojo, lector, las tarjetas de presentación de todos los capítulos contienen palabras precisas, oportunas, exactas, en su lugar. Tal vez, entonces, sí pueda hablarse, a propósito de José Vicente Pascual y su nuevo libro, de escritor “desterrado”, porque la salida y la llegada de este viaje literario se sitúan en Tenerife, donde lo cercano y lo lejano se cruzan y confunden entre sí. Su literatura, y creo que también su alma, son tan telúricas como marinas, pero antes pasear por la playa que bracear en alta mar.
Benito Pérez Galdós, escritor español de origen canario, que cambió la residencia insular por la peninsular, afirmó:

«Y es que gozo lo que da Madrid, sólo Madrid. ¡Natural! ¿Quién está triste con esta gloria de cielo y esta bendición de sol?»

José Vicente Pascual, persona y personaje con muchos orígenes y un principal destino, también disfruta del cielo azul y el sol radiante

¿Y el agua bendita del anchuroso océano? Bueno, allí está, no puede dejar de verse, día tras día. Viajero con los pies en la tierra, no ha quemado sus naves.




«Nunca es tarde para darnos cuenta de que los lugares pasan, como pasa el tiempo. Lo único que permanece somos nosotros y los afectos que deseamos para siempre.» (pág. 103).



viernes, 25 de enero de 2019

LA BOLSA



— ¿Quiere bolsa?

Desde el 1 de julio de 2018, el Gobierno de turno de guardia ha dispuesto por Real Decreto de obligado cumplimiento las formas y maneras del uso y distribución de bolsas de plástico en los comercios de España. No es un secreto que un Decreto sea de “obligado cumplimiento”, porque para algo está el Gobierno (o sea, el Ejecutivo), para hacer cumplir leyes, normas, reglamentos y toda clase de disposiciones adicionales. Lo de “cumplir y hacer cumplir” es frase protocolaria que las Autoridades pronuncian en el solemne instante de tomar posesión de sus cargos, con anterioridad a ser Gobierno y mandar posición de firmes a la ciudadanía. Luego, se verá. He aquí la doctrina establecida en las últimas legislaturas socialistas, desde el “¡Capitán, mande firmes!” al "Perdone que le diga, pero nosotros somos Gobierno ahora".

Decía yo, no vaya a perder el hilo del asunto, que los Gobiernos están para ordenar y prohibir, obligar y sancionar, vigilar y castigar, esto último sólo para quienes hayan leído a Michel Foucault. ¿A quién ha dicho?



— Oiga, que si quiere bolsa…

En estos últimos años, parece que no se habla de otra cosa en locales y establecimientos, donde uno se encuentra una y otra vez ante la pregunta del millón: “¿Quiere bolsa?” La cajera del supermercado ya no te da los buenos días (o buenas tardes, según marque la hora) nada más acceder, arrastrando el carro, a su puesto de suma y sigue, sino la nueva pregunta de rigor, el santo y seña de nuestros días. En los comercios de venta al detall, la interrogación suele ponerse al final, junto al despliegue de objetos que acabas de adquirir. Es un detalle. Si dices que sí, que quieres la (maldita) bolsa, porque no tienes habilidad en las artes malabares con las que transportar la compra, te hace saber que eso lo pagarás. Como “eso” suena a amenaza, es probable que, simultáneamente, señale la orden ministerial del ramo, colgada en la pared, como se colgaba a un forajido en el viejo Oeste, para dar crédito a sus palabras:



Según el nivel de compromiso con la causa en cuestión, de menor a mayor, el dependiente te hace saber que les obligan a eso, que esa es la nueva norma, que eso es por lo del medio ambiente, ¿sabe usted? Tras la segunda o tercera vez (y de ahí en adelante) que se te interroga en cada tienda a propósito de la (maldita) bolsa queda uno bastante harto, saturado, atracado, la verdad sea dicha.

He presenciado situaciones entre cómicas y patéticas. En algunos grandes almacenes te cobran la (maldita) bolsa en el super, pero no en la sección de perfumería. Y no es cosa de ir por la vida oliendo a limón y comiendo poco o mal. He visto y oído a clientes que exigen más explicaciones sobre esas novedades, y quien recuerda al empleado que no piensa pagar la (maldita) bolsa, si lleva el nombre y/o el logo del comercio estampado en ella: encima no va uno a hacer publicidad de otro y pagar por ello, a hacer de hombre-anuncio. Ya tenemos conflicto.

A buena parte de tenderos, quien más o quien menos, estoy por asegurar que también la cosa de la bolsa sí o la bolsa no les tiene un tanto molestos. Otros, en cambio, celebrarán hacer más caja a costa del cliente. Ya tenemos otra división. En cualquier caso, responderán al requerimiento de aclaraciones correctamente o no, según su temperamento o estado emocional del momento. Y, mientras eso pasa, la cola aumenta tanto como disminuye la paciencia de los que forman la fila.



Y yo pregunto, ¿todo esto por qué? No me manden firmes ni me digan que ahora están en el Gobierno, que pueden hacer y decir lo que quieran, ni me repitan mensaje-tipo Greenpeace porque todo ello me suena a música de la Plastic Ono Band. Sólo sé, como en muchos casos más, que se ha creado otro enfrentamiento innecesario entre ciudadanos; en esta ocasión, entre comerciante y cliente. Aquello que formaba parte de la atención al cliente —la entrega gratuita de la (dichosa) bolsa— pertenecía, hasta hace poco tiempo, al capítulo de la cortesía y la acción comercial por parte del establecimiento, en aras a satisfacer al comprador, de conservar la clientela, de ganar clientes. Te ofrezcan bolsas de plástico, de papel de estraza o como para regalo, con pompones y todo, un obsequio de la casa. Introducir y ordenar la compra efectuada por parte del mismo dependiente, y llevártelo hasta la puerta del comercio y aun al coche aparcado en la puerta, ya son actitudes que observas (si acaso) en pequeñas comunidades, donde todos se conocen, o allí donde sólo las recuerdan los más viejos del lugar.

Donde antes había artes de comercio y buena educación, ahora se han puesto en su lugar las reglas de la política y la rampante regulación. Será cosa de la empatía de cada día.

La (pobre) bolsa se ha convertido en una (rica) causa: la bolsa o la vida, de la bolsa de la compra a la compra de la bolsa, de la bolsa boba a la bolsa según el BOE. Una causa solidaria que ha alterado los bolsillos y el maletero de los automóviles, menguados unos, para hacer sitio a lo comprado, y transformado el otro en almacén de bolsas buenas y de doble cosido, para más de un uso. Nada de usar y tirar bolsas, afirman los que ahora están en el Gobierno, sí, precisamente esos cuya idea del ahorro consiste en aumentar, en términos macroeconómicos y por sistema, el gasto público.

¿Qué esconde en el fondo la movida de la (maldita) bolsa? ¿Qué hacer? He escuchado, por parte de portavoces del "Comisariado de Salud Pública y Universal", consejos, dirigidos al ciudadano, de este tenor: “Compañero, por razones de civismo y para proteger el medio ambiente del neoliberalismo salvaje, cuando salgas a la calle, lleva siempre una bolsa en la mano, plegada en bolsillo del abrigo o en el bolso de mano, por si acaso.”

Uno, a quien los políticos y las políticas de los Gobiernos le han hecho un tipo desconfiado y un malpensado, barrunta que todo eso de la (maldita) bolsa contiene un mensaje camuflado, a saber: que la gente se acostumbre a la política de desabastecimiento, a la economía de economato, de guerra o de posguerra, a las colas y las coles, a la cartilla de racionamiento y al carrito de la compra, al bono de ayuda social y al boniato, a seguir las instrucciones de los gobernantes, que articulan por su bien (por el de la gente, digo) lo que hay que hacer.

Y aun diría más…

— Oiga, caballero, ¿quiere bolsa o no?