viernes, 24 de julio de 2020

CAMINANDO CON THOREAU


Henry David Thoreau es, junto a Ralph Waldo Emerson, uno de los más notables ensayistas norteamericanos. Autor de obras afamadas como Walden La desobediencia civil, sobresalió además como poeta y naturalista. Esta triple condición se singulariza en sus escritos sobre historia natural, entre los que destaca el célebre ensayo Pasear, acompañado de Un paseo de invierno, por fin reeditados. 

Especialmente, el primero de los dos constituye una pieza ejemplar, una guía personal a través de bosques, montañas y pantanos, que más allá de enseñar a hacer ejercicio físico, contiene un prontuario de ética y estética: sólo si eres un hombre libre, dice Thoreau, estás listo para echar a andar. 

Hay un arte de viajar, pero, asimismo, un arte de caminar. De la misma forma que diferenciamos entre viajeros y turistas, cabe distinguir a un caballero andante de un circunstancial viandante; a un sustancial y vocacional paseante, a un andariego, a un vagabundo, de un ocioso flâneur y un atropellado transeúnte. 





Escribí esta breve reseña del librito de Henry David Thoreau, Pasear (José J. de Olañeta, Editor, 2005), para el diario ABC. Fue publicada en la sección «Leer y Pensar» (hoy desaparecida), el 26 de noviembre de 2005, p. 5.

jueves, 9 de julio de 2020

HOTELES Y VIAJES EN LA PINTURA DE EDWARD HOPPER



En los cuadros de Hopper, están, por supuesto, los sombreros. Prenda imprescindible en cualquier viaje, o simplemente para moverse en trayectos de ala corta o larga. También aparecen los hoteles y moteles, los sitios de paso, las esperas y las desesperanzas humanas. En rigor, habría que denominarlos «albergues». 

Cualquier porche de una vivienda, las escaleras de entrada, una habitación, un balcón o un mirador, se nos antojan lugares de acogida y recogida, apartamentos de la soledad y el desamparo. Los restaurantes, los bares y las cafeterías nunca han sido espacios más públicos... Aquí no hay privacidad ni intimidad. Los ventanales hacen las veces de escaparates. 

El espectador se cuela en estancias ajenas, aunque nos resulten tan familiares, tan nuestras… Irrumpe en las vidas de unos protagonistas que diríanse petrificados. Y éstos ni se inmutan.

En los cuadros de Hopper, los personajes habitan en departamentos estancos, en esferas independientes, en campanas neumáticas. Solos o acompañados, se les ve permanentemente desolados. Cambian de lugar, pero figuran como estancados, suspendidos en el espacio y el tiempo. 

No faltan en estas pinturas desgarradoras las estaciones de ferrocarril y de gasolina, los automóviles y los vagones de tren, las panorámicas, los ventanales. Dentro y fuera de los cuadros de Hopper impera el vacío, el estío, el hastío.

Volver, una y otra vez, a la obra de Edwartd Hopper representa un viaje al interior del alma humana, alojándonos en las habitaciones austeras y desguarnecidas del hotel Desvelo.




Night in the Train 1918

New York Restaurant, 1922

Apartaments House, 1923

Automat, 1927

Night Windows, 1928

Chop Suey, 1929
Tables for Ladies, 1930
Hotel Room, 1931

Room in New York, 1932

Compartment C, Car, 1938

Gas Station, 1940

Dawn in Pennsylvannia, 1942

Hotel Lobby, 1943

Morning in a City, 1944

Summer Evening, 1947

Western Motel, 1947

Summer in the City, 1949

Hotel by the Railroad, 1952

Hotel Window, 1955

Excurtion into Philosophy, 1959

A Woman in the Sun, 1961

Chair Car, 1965

sábado, 4 de julio de 2020

FILOSOFÍA DE LA MALETA

«No hace aún mucho tiempo, yo era uno de esos escritores absurdos que se dirigen a los objetos inanimados en largos discursos llenos de literatura. El discurso típico de este género es el de la maleta. El escritor se encara con una maleta muy mala y le dice lo siguiente:

—Vieja maleta, vieja maleta viajera: hace mucho tiempo que estás inmóvil en el rincón más sombrío de la casa. ¿Es que ya no quieres ir por el mundo?
La maleta no responde.

—Sin embargo —añade el escritor—, tú tienes un alma inquieta y errabunda. Nunca has permanecido mucho tiempo en una misma ciudad, mi vieja maleta, porque un deseo insaciable de aventuras te llevaba siempre de un lado al otro. Tú no eres una maleta sedentaria. Tú no eres tampoco una de esas maletas banales —aquí el autor adquiere un tonillo irónico— en donde los estudiantes de Derecho meten unos calcetines de fantasía, un traje muy bien doblado, alguna ropa interior, unas bolas de naftalina y un paquete de cartas de la novia. Ni eres tampoco una maleta comercial —con un vago anticatalanismo— en la que un viajante de Tarrasa o de Sabadell embute las muestras de sus paños abominables. No. Tú eres una maleta literaria. —(El autor se acuerda de sus tiempos de bohemia.)— Tú no has contenido nunca trajes a la moda ni brillantes corbatas, y los sitios mejores de que disponías han sido ocupados siempre por las obras maestras del género humano. Tú eres casi sabia, mi vieja maldita.


La vieja maleta permanece muda, en una noble actitud de modestia.

—Pero eres muy vieja, muy vieja. Has envejecido un poco en todas partes, como tu amo, del que no te has separado nunca, ya no tienes ilusiones. Alguna vez —(¡Oh! Permitámosle, al autor un pequeño rasgo de coquetería retrospectiva)—, alguna vez tú también has contenido cartas de amor. Acababas entonces de salir de la tienda: eras fuerte y elegante; tu piel y tu metal brillaban al sol. En aquella época, mi vieja maleta, nosotros no sabíamos nada de la vida y podíamos creer en la felicidad. ¿No te acuerdas de unos calcetines de seda que tu dueño compró en uno de los días más utópicos de su existencia? ¡Ay!, yo creo que en tu alma de maleta —esta frase me parece demasiado cruda— aún no se ha extinguido la fragancia de cierta rosa juvenil, y lo creo porque en la mía todavía subsiste melancólicamente.

En este momento, y como una contradicción, la maleta exhala un fuerte olor a cuero. El autor podría increparla en unos términos como éstos: —¡Qué! ¿Hueles a cuero, mi vieja maleta? ¿Tan desgraciada eres que ya no queda en ti ni un rastro de la fragante juventud pasada?— Pero el autor prevé que por este camino iría de tontería en tontería; así es que se hace el desentendido y concluye de un golletazo.

—Eres muy vieja, muy vieja, mi vieja maleta. Ya no tienes energía ni ideales. Con tu piel manchada y tus correas rotas, ya no puedes intentar nuevas aventuras. Además, eres una maleta escéptica. Reposa ahí en tu rincón, llena de viejos calcetines zurcidos, y mientras las otras maletas juveniles recorren el mundo en busca del ideal, tú puedes recordar las aventuras pasadas y los antiguos viajes que ya no reproduciremos nunca ni tú ni yo. No, vieja maleta, vieja maleta viajera…

¡Si la maleta hablase!»


Fragmento de la crónica «Filosofía sobre la maleta», incluida en el libro de Julio Camba, Londres (1916)