lunes, 23 de octubre de 2023

LO QUE HA PASADO Y NOS PASA. A PROPÓSITO DEL 7-0 EN ISRAEL

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Algunos rasgos patentes, a la vez que dramáticos, del totalitarismo pandemoníaco en que ha caído la civilización, revelan una sensación de incredulidad, al mismo tiempo que una fijeza en las creencias y posturas preconcebidas, que se ha generado en la mayor parte de la población ante lo que ha pasado y nos pasa. Una incredulidad y una fijeza de las que no se ha recuperado, y me temo que no presenta trazas de recuperación. Este síndrome social y moral, catatónico y bipolar, ha dejado a la muchedumbre grogui, KO, en un estado de shock, de parálisis, al tiempo que de sobreactuación. He aquí la situación presente, que combina la tragedia con la comedia de enredos. En ella da la impresión de que el mundo se ha parado, y con él sus habitantes, configurando como una imagen fija, congelada en un tiempo indefinido

Refiero un síntoma próximo al enajenamiento, no tanto en sentido de demencia o de neurosis obsesiva (aunque hayan aumentado significativamente los casos de enfermedad mental entre la gente) cuanto de una negación de la propia identidad, producto de negar la realidad, de un desdoblamiento de personalidad en el que los individuos son otros (he definido este fenómeno, parafraseando, el título de una célebre película, «invasión de ladrones de cuerpos y almas»), si bien parezca que son y hacen lo mismo. Y en esa apariencia permanecen.

La negación de hechos y objetos que conlleva la enajenación de sujetos proviene de un sentimiento generalizado resumido en la siguiente expresión: «Esto es increíble», un «acto de habla» que podría incluirse en la familia de lo performativo (J. L. Austin), esto es, aquello que al decir algo, lo hacemos de hecho, con efectos prácticos en el agente y quienes lo escuchan. En consecuencia, y en este contexto, cuando alguien afirma que algo lo juzga increíble, afirma, en realidad, indirecta pero efectivamente, que lo considera irreal, imaginario o falso; que lo niega, en fin. Aunque sólo en apariencia, insisto. Pues, en el fondo, el miedo y la esperanza estarían en la base explicativa de dicha conducta, es decir: el miedo a aceptar una realidad que no puede soportar y la esperanza de que negando lo que pasa quedaría así inmune, ajeno, a sus consecuencias y efectos; además, se dice a sí mismo, a pesar de todo, algún provecho podrá sacarse de esto...

A quienes sólo escuchan y asumen lo que desean oír les encaja como un guante el conocido aforismo de José Ortega y Gasset «no sabemos lo que nos pasa, y esto es precisamente lo que nos pasa, no saber lo que nos pasa», lo cual suele indicar mayormente que no sabemos lo que no queremos saber, sea porque incomoda, entristece, aterra o por cualquier otro motivo escapista. Se trata, en suma, de la práctica del avestruz de ocultar la cabeza bajo tierra, por decirlo en locución de uso popular y cotidiano.

Así pues, la impresión general que exterioriza la inmensa mayoría de individuos es la de que nada ha pasado o que ya pasó. Se expresan en pasado porque el pasado («cuando la pandemia…») es su presente continuo y previsible futuro, cuando el mundo colapsó. Así estamos: un sentimiento perfectamente resumido en la popular coletilla «esto es lo que hay».

La gente se mantiene, por lo general e imperturbablemente, en las posideologías y en las creencias de antes, lo que se reconoce y verbaliza, dejando en la sombra, en el olvido, en el inconsciente, el resto, que es silencio… Los creadores de la «Nueva Normalidad» concibieron e inocularon este síndrome en la multitud de forma que lo que pasase fuese percibido como si nada especial hubiese pasado; una normalidad continuista, podríamos decir, de ningún modo, una ruptura o revolución. Ello explica que la transición (que no digo no se capte como tal) se haya realizado con tan prodigiosa naturalidad y portentoso seguimiento general.

Hoy, como ayer, pase lo que pase, tras las conductas y las respuestas a los acontecimientos actuales es común y ordinario advertir esquemas y rutinas habituales, en las que la nueva situación impuesta queda soslayada, esquivada, evadida. Y así uno no puede saber lo que pasa ni le pasa. Y esto es lo que nos pasa. Vivir en un mundo como voluntad (las cosas son como uno desea: de ahí el éxito del ritmo woke) y representación (se vive en la pantalla, pero no en vivo, sino en diferido y actuando).

 

2

En la realidad eludida ocurre, sin embargo, lo contrario: debido al carácter totalitario y global de lo que está acaeciendo, nada queda al margen del statu quo imperante y nada puede comprenderse sin referencia directa al mismo. Pues bien, y como digo, observo que los usos y costumbres de la población, en su generalidad, suelen ser los habituales; así como, los análisis y críticas de los mismos, cuando los hay, que son pocos casos. Ocurra lo que ocurra, la gente mantiene sus acostumbrados patrones y fijaciones particulares en la interpretación y el comentario, tanto estéticos, como morales o políticos (especialmente, políticos); patrones y fijaciones particulares excepto en un rasgo que es común en la masa sumisa: el contexto del «Nuevo Orden Mundial» (psicólogos, tertulianos de radio, televisión y redes sociales, así como libros de autoayuda, entre otros referentes populares, coinciden en animar al pueblo a que piense en positivo, es decir, en cosas bonitas y apetecibles, soslayando los recuerdos dolorosos o sencillamente molestos).

En resumen, la respuesta a los estímulos externos es, por lo común y ordinario, en la era de la globalización, en clave aldeana, o sea, interesa principalmente lo cercano, familiar, cotidiano, provechoso y práctico. Lo que ha pasado y nos pasa sigue así procesándose en clave nacional, cuando no nacionalista, regionalista o localista; partidista, cuando no sectario; de modo parcial y autónomo, cuando no independiente de lo demás; más atento a los efectos, tanto materiales como emocionales, que a las  causas, cuando no son éstas ignoradas sin más; encajándolo, en fin, con calzador o por presión en  microcosmos personales o grupales, cómodos y forrados prêt-à-porter, válidos para todas las estaciones, con un ánimo imperturbable al cambio de tiempo (aunque lo común es que se prefieran los días soleados y placidos a los grises y tormentosos…).

3

En este panorama trastornado, la excepción que confirma la regla, para mayor confusión y desorden, tiene nombre propio/impropio: «conspiranoia» o cómo convertir una tragicomedia en un relato de misterio. Por un parte, debo reafirmarme en lo desafortunado de la fórmula que tanta fama está teniendo, en todos los frentes, la cual goza de un carácter omnipresente y generalizador, de muletilla explícalo-todo. Para gran parte de los críticos aficionados a la intriga, suceda lo que suceda, interese o no directamente a la Agenda 2030, forma parte de la «teoría de laconspiración». Desafortunada muletilla y, añado, muy inexacta. El término «conspiración», hermanado significativamente con la acción de complot, confabulación, conjura o maquinación, lleva implícito el sello de lo secreto y lo subrepticio. Sucede, empero, lo contrario: el Alto Mando que está detrás del Nuevo Desorden Mundial no sólo no lleva en secreto el Gran Fraude sino que lo pregona con orgullo y júbilo, adornado de mil maneras por «expertos» en la técnica de manipulación de masas y popularizada por instituciones comunitarias, Gobiernos nacionales, corporaciones y empresas, sean grandes o pequeñas, sellando sus comunicaciones y productos con la marca de serie del arcoíris.

La «teoría de la conspiración» no es nueva: poco es nuevo en la era del neo. De modo que, entre otras proezas, ha reactivado el criminal episodio del 11-S, manipulándolo para hacerlo acoplar al marco teórico deseado. Este recurso infame como el que más, hasta hace unos pocos años, era elemento de distinción en los individuos y grupos simpatizantes y/o comprensivos con el terrorismo y el amarillismo desinformador (Michael Moore, Noam Chomsky et alii/aliens...). Hoy, está generalizado, globalizado como un globo, sin distinción de banderías. Según esta posmoderna interpretación, esta fantasía animada de ayer y de hoy, los ataques terroristas contra los Estados Unidos de América (y, por extensión, contra Occidente, y la civilización en su conjunto), perpetrados el 11 de septiembre de 2001, no serían obra de Al-Qaeda ni de los islamistas, sino concebido y ejecutado por los servicios secretos de USA… y de Israel. ¡Qué cansancio volver a lo mismo! Destapada la caja de truenos de la teoría conspiradora (a cuyos defensores no les incomoda el término «conspiranoico», sino que lo asumen con orgullo), agraciado o acaso indultado será el suceso que se libre de la zarpa de dicha cábala, donde caben desde el asesinato de J. F. Kennedy al Watergate, la muerte de Diana de Gales o el 11-M en Madrid, año 2004. Etcétera.

Y este asunto (la conspiración encadenada) nos lleva a Israel y al 7-O, aunque cualquier referencia a hechos de la actualidad podría servir de ilustración en este caso.

 

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El 7 de octubre de 2023 tuvo lugar en Israel un ataque terrorista, a gran escala y siguiendo las pautas del más desenfrenado salvajismo, consumado por hordas organizadas y muy fanatizadas procedentes de los territorios palestinos, dejando un reguero de muertes, secuestros y violencias, más de mil personas afectadas, militares y civiles, desde bebés a ancianos. ¿Y qué? ¿Qué se dice al respecto? Pues, en esencia, el mismo discurso de siempre, dominante en medios de comunicación, redes sociales y tertulias de radio, televisión o en la calle, cuando se trata de agresiones a intereses, lugares o ciudadanos judíos, a saber: tras esta masacre no están los árabes ni los islamistas, sino los servicios de seguridad de Israel y… de América, buscando ambos bestias pardas del Pensamiento Único una excusa para redoblar la represión contra «Palestina». Nada se dice que pueda relacionar este repugnante suceso con el Nuevo Desorden Mundial ni con la Agenda 2023.

Atrás han quedado las bonitas palabras dirigidas a Israel por parte de la prensa canallesca, cuando podían leerse titulares de este tenor: «Covid: Israel pasa a la situación envidiable para los países europeos», por el hecho de consumar, entre otras, las siguientes hazañas sádicas: tener «covid-vacunados» en 2021 a la mitad de la población y por discriminar a los «no vacunados» en locales públicos. El gobierno israelí en estos últimos años se ha caracterizado por ser los más decididamente aplicados a la hora de seguir el dictamen del programa globalista, y con sus medidas en materia de restricciones a la libertad contra su propia población, ha demostrado un alto grado de miseria, corrupción y sumisión al Alto Mando de la Agenda 2030. Pero esta vileza no lo convierte necesariamente en el ejecutivo ejecutor del 7-O, aunque, ciertamente, quede en entredicho su capacidad para proteger a sus ciudadanos y pedirles ahora (ahora también...) que cierre filas en favor de la acción de gobierno y siga sus órdenes e instrucciones de defensa (así en esto como en lo otro).

No intentaré explicar, aquí y ahora, el pormenor respecto a los detestables hechos del 7-O, porque, francamente, lo desconozco (aunque no dudo sobre la autoría palestina, en absoluto). Lo que sí sé, es que, en el contexto del totalitarismo pandemoníaco, todo acontecimiento relevante a escala global debe ser relacionado, necesariamente, con el mismo. Lo que sí sé es que, desde 2020, una nueva Guerra Mundial recorre el mundo. Lo que sí sé que para el Alto Mando, es prioritario atar en corto a los países que podrían hacerles frente, por ejemplo, la coalición de naciones que resolvieron las Guerras Mundiales previas (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda, Australia…, más Israel) y pudieran ofrecer ahora oposición al nuevo avance totalitario. Lo que sí sé es que estas naciones son las que han conocido, y conocen, las más duras y tenaces restricciones y prácticas de estado de excepción, y en los que gobiernan dirigentes aliados ya no a la libertad sino a la causa globalista. Lo que sí sé es que compadezco a los ciudadanos israelíes por sufrir tanto un gobierno tiránico al servicio del Mandarinato globalista cuanto unos vecinos islámicos bárbaros y despiadados, al tiempo que les recuerdo que de ellos depende, y no del destino, de la voluntad de Dios ni de sus gobernantes (y menos ahora…), de su amor a la libertad y su voluntad de resistencia, el haberse defendido y el defenderse sin tregua de las amenazas de unos y de otros; que también ellos (como en las demás naciones) son, en parte, responsables de lo que les ha pasado y lo que les pasa.


«Un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores, no es víctima, es cómplice».

George Orwell

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Post scriptum​ dedicado a quien puede ver (algunos) árboles pero no bosques. 

Llamo la atención sobre esta crónica periodística publicada en un diario británico, bajo este titular: «La policía ha introducido poderes de la Sección 60AA en las manifestaciones pro Palestina en el centro de Londres. Han pedido a los manifestantes que se quiten las cubiertas faciales para que no se pueda ocultar su identidad.» Intencionadamente ambigua manera de referirse a las mascarillas, entre otros trapos: «cubiertas faciales» (expresión utilizable tanto para la «mascarada covidiana» como para un niqab en los usos de las mujeres musulmanas o el turbante a lo tuareg en los musulmanes), elemento clave en la agenda totalitaria globalista, así como en el programa multiculturalista occidental, y cuyo no uso unas veces persigue sus graciosas Potestades y otras, su uso. Según convenga. A lo que se mande. Si entre esto y aquello no hay relación, ya me dirán ustedes…