domingo, 16 de mayo de 2021

LA TRAICIÓN DE LOS 'GESTORES DEL SABER'

 

Publicada la 2ª actualización del ensayo El virus enmascarado. Totalitarismo pandémico en la era de la globalización (2021). Corregida y aumentada, incluye un tercer Apéndice, titulado «La traición de los gestores del saber». Reproduzco aquí algunos fragmentos de dicho texto:


¿Cuál está siendo el papel desarrollado por los «gestores del saber» en la gestión intelectual del Totalitarismo Pandémico? Designo con dicha expresión a quienes antes eran conocidos por el nombre de «filósofos», «pensadores», «científicos», «intelectuales», de personas entendidas y juiciosas, críticas e independientes, y que en el presente, ya no representan conjuntos específicos ni categorías significativas, sea por cese de actividad, jubilación o cierre generacional sin relevo, sea por traición, esto es, por sacudirse responsabilidades, sea por desviarse de su destino y dejar de escuchar la voz de la vocación. Si acaso, hallamos casos particulares, aislados, de herederos de la tradición sapiencial: son los francotiradores de ideas, resistentes de la verdad y la decencia, pensadores alejados de las corporaciones (dobladas, doblegadas) que les han suplantado, para constituir una especie distinta, aunque el significante ande suelto sin significado, como pollo sin cabeza, y siga nombrándose del mismo modo a quienes no son tales.

Es por esta razón que no sorprenda (mucho) la práctica ausencia de libros y artículos periodísticos publicados ni de intervenciones públicas por parte de «gestores del saber» analizando críticamente la Gran Crisis. Ocurrió algo similar con las crisis que la precedieron, y de alguna manera, le allanaron el camino […]

No observo notorias diferencias, en cuanto a actitud y pautas de comportamiento excepto en este aspecto: mientras la masa es manipulada, los gestores del saber en la posmodernidad se dejan manipular. Caracterizados, antes de su desaparición o mutación, por su compromiso con la verdad y el conocimiento, ahora saben, pero no contestan las llamadas... Dejadas atrás la convicción y la responsabilidad, sólo les queda la profesión (y la nómina) y el interés inmediato (inversión en corto y a la baja). Porque quienes ahora saben son los dobles, las sombras, del original: son los sustitutos, los usurpadores, los «propagandistas», los «expertos». He aquí quienes gestionan el saber y el no saber de la Crisis en nuestros días. […]

En 1927, Julien Benda publicaba el ensayo La trahison des clercs (La traición de los intelectuales). No es este el único libro que trate la cuestión, mas sí cabe reconocerlo como un clásico, un texto notable, básico, de referencia; de actualidad, pues no otra cosa es un clásico. A continuación, veremos si es posible, y aun conveniente, ponerlo al día, casi un siglo después de su primera edición (el manuscrito está así fechado: 1924-1927), a partir de sus meditaciones sobre la querella entre lo universal y lo temporal. […]

Desde hace más de dos mil años, los clercs han formado un movimiento en oposición formal al realismo de las multitudes. Ocurre que a finales del siglo XIX se produjo un cambio capital: los intelectuales se han dedicado desde entonces a hacer el juego a las pasiones políticas. […]

Aquí se sitúa el epicentro de la traición de los clercs que denuncia Benda: cuando su función y destino consisten en contrariar el despotismo realista de los pueblos, han empleado todo su poder y energía en excitarlo, poniéndose al servicio de la voluntad popular en lugar de defender la causa de la verdad, el valor y las ideas, lo intemporal.

martes, 11 de mayo de 2021

'CAPE COD' de HENRY DAVID THOREAU



El nombre del escritor, pensador, naturalista y gran caminante norteamericano Henry David Thoreau (1817-1862) es comúnmente asociado a Nueva Inglaterra, y, en particular, a la ciudad de Concord, condado de Middlesex, Estado de Massachussets. En la pequeña villa de Concord está ambientada la famosa novela Mujercitas (Little Women), escrita por Louisa May Alcott en 1868, hecho éste que ha dado a la población gran celebridad, siendo todavía hoy muy visitada por los turistas y el gran público. No resulta, sin embargo, tan popular el dato de que en esta recoleta localidad cercana a Boston, y en este mismo periodo, residieron magníficos intelectuales y admirables personalidades a partir de los cuales fraguó el núcleo de lo que ha llegado a denominarse el Renacimiento Americano.

Además de la saga de los Alcott, celebridades de la talla del filósofo y ensayista Ralph Waldo Emerson, el poeta Walt Whitman, el narrador Nathaniel Hawthorne, la periodista y activista por los derechos de la mujer Margaret Fuller, el abolicionista y aguerrido John Brown…, todos ellos dieron brillo y color a Concord, aunque no todos nacieran allí. 

Sí era natural de Concord otro de sus más afamados residentes: Henry Thoreau. Nacido en 1817, Thoreau cursa estudios en la Universidad de Harvard, lo cual supone sólo el primer escalón de la sólida formación humanista e intelectual de la que se beneficia, y que le conduce, en primera instancia, a ejercer de profesor en distintos centros de enseñanza de Nueva Inglaterra, para dedicarse posteriormente a la práctica de oficios menos rutinarios y sedentarios, y más de acuerdo con su naturaleza errabunda y, ciertamente, inclinada a lo silvestre.

Liberado de la disciplina del aula, fija su residencia en una cabaña de Concord (que no quiere decir que se asiente en ella), cercana al lago Walden Pond. Desde allí, al tiempo que sigue leyendo a los clásicos y a sus contemporáneos, da los primeros pasos de una singular existencia errante, sin alejarse nunca de su poblado natal: tal era el poder de atracción que aquél terruño ejerce en su cuerpo y su mente. Posteriormente, pasa una temporada en la casa de Emerson, para acabar retirándose en la de su familia.


Trabaja en la fábrica de lapiceros de grafito propiedad de su padre, ejerce muchos otros oficios, algunos de los cuales —topógrafo y agrimensor— le resultan muy útiles para la verdadera pasión que anida en su alma, o mejor, en sus pies: el oficio de cronista experto en marchas y caminos. Thoreau es, en efecto, autor de muy celebrados ensayos de naturaleza política y filosófica, como Thomas Carlyle y su obra (1847) y, sobre todo, Desobediencia civil, escrito en 1849 (prefirió ir a la cárcel, aunque sólo fuese una noche, a tener que pagar impuestos). Pero, por encima de todo, Thoreau es un apasionado de la naturaleza, de los paisajes de su distrito natal, sus dintornos y algunos contornos.

Thoreau ama caminar, estar en movimiento, vadear ríos, coronar colinas, hablar con los lugareños que encuentra al paso, preguntarles por sus profesiones, costumbres y cuitas. Pero no le gusta salir de viaje. Para dar cuenta de sus excursiones y vagabundeos (verdadero espíritu, este último, del auténtico caminante), escribe una larga serie de relatos y crónicas de paseos, que pueden considerarse, al mismo tiempo, brillantes ensayos de geografía física y humana, de historia social y antropología cultural. Walden (1854) es acaso el libro más conocido de esta serie, junto a Una Semana en los Ríos Concord y Merrimac (1849), Caminar (1861) y Cape Cod (1865), texto que ahora paso a comentar.



Cape Cod fue de los primeros lugares colonizados por europeos en Norteamérica, además de Barnstable (1639), Sandwich (1637) y Yarmouth (1639). Descubierto en 1602, constituye el primer intento de los ingleses recién llegados al nuevo continente de fundar allí un asentamiento más o menos estable, desde el que avanzar en la colonización del país. Así pues, tocamos aquí una tierra que registra la huella del origen de la nación norteamericana. Una tierra, por lo demás, física y geográficamente muy inestable y poco firme. El Cape, como suele conocerse uno de los «cabos» por excelencia de EEUU, es un depósito glaciar en forma de hoz que experimenta cambios naturales constantes. Aquí más que tierra firme hay que hablar de «tierras movedizas», de suelo de arena, de lagunas, playas y aguas oceánicas por todos los costados. Más que tierra, desierto, Cape Cod es territorio de arenales con pocas rocas y piedras, en medio de agua de mar y bajo una pertinaz lluvia. Un territorio, en fin, que existe, a pesar de todo, empapado de su propia naturaleza con voluntad de permanencia.

Cape Cod recoge distintas estancias de Thoreau en este enclave extraordinario, aunque el detalle de sus notas remite a una visita en particular realizada en octubre de 1849, coincidiendo con el verano indio, la mejor época del año para recorrerlo a pie, como tiene que ser. Caminante, por lo general, solitario, en esta ocasión está acompañado por su amigo Ellery Channing, con cuya hermana se ocupó, tras la muerte del autor, de la edición del manuscrito. Así relata Thoreau el propósito del texto en sus primeras líneas:

«Con el deseo de obtener un panorama mejor del que ya había tenido del océano, que —dicen— cubre más de dos tercios del globo, pero del cual quien viva a algunas millas tierra adentro puede que nunca tenga más indicios que sobre otro mundo, realicé una visita a Cape Cod en octubre de 1849, otra en junio siguiente, y otra más a Truro en julio de 1855; la primera y la última con un acompañante, la segunda, solo. En total, he pasado unas tres semanas en el Cape; dos veces caminando por el lado del Atlántico desde Eastham hasta Provincetown, y otra por el lado de la Bahía, exceptuando cuatro o cinco millas, y en mi andadura he atravesado la península media docena de veces; pero habiendo arribado tan fresco al mar, me he salado apenas.»

Con la caminata a cuestas, Thoreau pinta un retrato narrativo rico en marinas y playas, islas y penínsulas, amplias bahías y breves llanuras, un relato de naufragios y de pescadores, de hombre curtidos por el aire marino y el trabajo duro. Los personajes del Cape aquí descritos viven del mar y para el mar. De sus aguas profundas recogen el fruto del trabajo, e incluso en las orillas hacen acopio de los restos que vomita el océano tras hacer la digestión de los barcos que ha devorado: pecios, maderos, ropas, objetos y aun cuerpos humanos que la mar devuelve al lugar de donde un día partieron.

Para proteger la navegación de los hombres de la mar, vigilan la costa los faros del Cape. Uno destaca especialmente, cerca de Truro:

«Temprano llegamos al Highland Light, faro cuya blanca torre habíamos visto elevándose delante de nosotros sobre la playa durante el último par de millas.»

Escenario de fábula, las rompientes laderas del faro principal de Cape Cod fue denominada «Land’s End Light» en la romántica y evocadora película dirigida por William DieterleJennie (1948), historia, en verdad, fantástica, poblada de fantasmas, sobre amores eternos e inmortalidad.

Cape Cod, conocido en el pasado como Cabo del Bacalao (Codfish) y Cabo de Massachussets; para sus habitantes y visitantes, sencillamente el Cape

«Aquí está el manantial de manantiales, la cascada de las cascadas. Una tormenta en otoño o invierno es el momento de visitarlo; un faro o la choza de un pescador, el verdadero hotel. Un hombre puede estar allí de pie y tener toda América detrás de él.»

Libro de infatigables caminatas y serenas contemplaciones, de sensaciones no exentas de apacibles reflexiones, diríase que desprende olor a salitre, bacalao seco y arándanos y que suena a rumor de olas desparramándose en las amplias playas de Cape Cod.