martes, 23 de agosto de 2022

QUEVEDO Y EL ÁMBITO DE SABER

 

En el ensayo Nombre, origen, intento, recomendación y descendencia de la doctrina estoica, de Francisco de Quevedo, pueden leerse estas sagaces reflexiones:


«Los filósofos mayor reconocimiento tuvieron siempre al lugar que les fue oportuno para discurrir, y a quien les dio el ocio para asistir en él, que a los maestros que les enseñaban. […]

»Aquel lugar que los guardaba la soledad en el rumor de las ciudades; aquel sitio que los vedaba su ocio en la ocupación espiritual; aquel huerto que con unas tapias juntaba los estudiosos y apartaba los solícitos; aquel pórtico que guardaba el retiramiento para el logro de todas las horas, sin el cual ni los maestros pudieran enseñar ni los discípulos aprender, con razón merecieron el blasón de las profesiones; y por esto el nombre y reconocimiento de padres, los ministros y reyes que disponen en las repúblicas el ocio que estos lugares guardan y logran. […]

»Infinita reverencia se debe a los tabernáculos, atrios y casas divinas. Grande amor y reconocimiento a los pórticos y retiramientos virtuosos; y sumo aborrecimiento a todos los lugares y escuelas en que se juntan los malos y los pecadores.»

 

Me complace comprobar la coincidencia de perspectiva y contenido que comparten dichas palabras, provenientes de un autor que tanto fuste, con el propósito que animó la composición de mi ensayo Saber del ámbito. Sobre dominios y esferas en el orbe de la filosofía. Acaso merezcan estar reunidos en este sitio, en el blog, ámbito de librepensadores y pensamientos libres.

El texto original fue galardonado en la XVII edición (1999), en el marco de los «Premios Ciudad de Valencia», con el «Premio de Ensayo Juan Gil Albert», y publicado en el año 2001 por la editorial Síntesis.


Texto CONTRAPORTADA

«El presente ensayo invita a una pesquisa acerca de la adecuación entre personas y lugares, ideas y entornos. La particular configuración y naturaleza de los espacios en los que se ubica la producción intelectual y la influencia que ejerce en sus moradores componen un singular marco físico y un escenario espiritual que denomino ámbito.

Se trata, pues, de saber del ámbito y sus dependencias, para reparar asimismo en el ámbito de saber que acoge las cogitaciones de los filósofos y condiciona el tipo de conocimiento resultante. En unos casos, se descubre una luminosa esfera y, en otros, un rígido dominio, pero siempre sus trazas quedan marcadas por un distintivo signo de procedencia, el nido que las incubó.»





viernes, 19 de agosto de 2022

SILENTE, SE RUEDA: JULIO CAMBA, “LA FLAUTA Y EL TROMBÓN”

 

Tengo por Julio Camba una gran admiración, a quien incluyo entre los mejores escritores en lengua española; ayer y hoy, ay, por tantos ignorado… Incluso Francisco Umbral, por citar otro cronista del verbo que estimo mucho, no sólo niega al gallego universal una entrada en su Diccionario de Literatura (1995), sino que ni siquiera menciona su nombre en el volumen una sola vez, de paso ni de pasada. Algo especialmente insólito a propósito de Camba, escritor, periodista y maestro de columnistas (acaso sea por esto… por lo otro y lo de más allá).

El caso es que además de leer con sumo gusto a Camba, sobre los más diversos temas, me alegra infinito coincidir con algunas de sus apreciaciones particulares; lo cual no constituye una condición necesaria para disfrutar de la prosa de autor. Por ejemplo, en referencia al cine. Ocurre que ambos —maese y eso (Camba) y aprendiz feliz (un servidor)—, aficionados al cine, preferimos el cine mudo (o silente) al hablado (o sonoro). Por mi parte, he dedicado bastantes páginas para afianzar mi criterio de identificar el cine mudo con el cine puro. Por la suya, le basta el breve espacio de una columna de prensa para establecer su punto de vista. Y es que, en verdad, para amar el silente mudo sobran las palabras…

 ***

LA FLAUTA Y EL TROMBÓN

«El cine solo fue un arte verdaderamente universal en sus comienzos, pero tan pronto como la ciencia logró otorgarle el don de la palabra, le quitó toda su universalidad. Fue universal como son universales los niños, a quienes entiende siempre todo el mundo mientras no rompen a hablar y los que, en cuanto aprenden a decir las cosas en un idioma cualquiera, se hacen completamente ininteligibles en todos los otros.

»Es cierto que el cine mudo necesitaba frecuentemente el auxilio de unas explicaciones habladas, pero el cine hablado, a su vez, necesita, casi siempre, apoyar su acción en unos letreros mudos y, excepto en los países de origen de las películas, el espectador cinematográfico no tiene más remedio que ayudarse con los letreros o ayudarse con el doblaje. ¿Que qué es el doblaje? Pues el doblaje es un truco muy ingenioso en virtud del cual cuando la Greta Garbo dice, por ejemplo, «¡caracoles!», el espectador oye «¡ranas!», y cuando dice «¡ranas!» el espectador oye «¡caracoles!». ¿No han oído ustedes hablar nunca de una persona que le quita a otra las palabras de la boca? Pues eso es, exactamente, lo que hacen los ingenios del sonido con la Greta Garbo y demás estrellas del cine. Les quitan las palabras de la boca, las vuelven del revés y se las ponen otra vez dentro.

»El efecto, muchas veces, es igual al que nos produciría una flauta de la que oyésemos salir un redoble de tambor o un trombón que sonase como una ocarina, pero, hasta ahora, no se ha encontrado aún mejor procedimiento para darle algo de universalidad al cine hablado.

»Yo, la verdad, preferiría el cine mudo. Eso de que un actor o una actriz hagan todos los movimientos bucales necesarios a la pronunciación de las palabras good bye y luego resulte que lo que dicen es «¡adiós, muy buenas!», me parece algo así como si un sastre me tomase cuidadosamente las medidas de una americana y después me hiciese con ellas un par de pantalones. Generalmente las palabras le entran a uno por los ojos tanto como por los oídos, y cada idioma tiene unas expresiones faciales que no es posible armonizar casi nunca con las palabras de los otros idiomas; pero ya no hay manera de volver al cine mudo y tendremos que aceptar el doblaje como un mal necesario.

»¡Qué le vamos a hacer! «¡Dichosos los animales —decía nuestro Larra—, porque ellos, como no hablan, se entienden!». ¡Dichosos los personajes del cine mudo —diremos nosotros a nuestra vez—, porque, no pudiendo expresarse en ningún idioma, eran comprendidos por igual en todos los países del mundo!…»

 

Texto incluido en la selección de artículos de Camba, Esto, lo otro y lo de más allá (1945. Edición de Mario Parajón)

 


martes, 9 de agosto de 2022

URBANISMO Y TOTALITARISMO. Espacios abiertos en la sociedad cerrada


URBANISMO Y TOTALITARISMO

Espacios abiertos en la sociedad cerrada

 

«En oposición a la masa abierta que puede crecer hasta el infinito, que está por todas partes y que precisamente por eso reclama un interés universal, está la masa cerrada.»

                                                                                        Elias Canetti, Masa y poder


1. La polis al servicio de la política

El totalitarismo pandemoniaco —que reúne el siniestro combinado, entre otros elementos tóxicos, de Estado terapéutico y ecolatría— ha significado un cambio sustancial en los totalitarismos hasta ahora conocidos, en lo tocante a la adaptación del diseño y trazado urbano de las ciudades a los particulares esquemas doctrinarios y operativos del Poder establecido. A pesar de las diferencias entre unos y otros totalitarismos, cabe resaltar en ellos dos elementos comunes:

1) la planificación selectiva de espacios abiertos estratégicamente dispuestos en la «planificación urbanística», lo cual contrasta perceptiblemente con el carácter cerrado de las sociedades sometidas a la tiranía total y al lockdown, antítesis de la sociedad abierta (Karl Popper) y bien ordenada (Víctor Pérez Díaz), y

2) el regusto por la demolición de lo «antiguo» a fin proceder a la fundación —o mejor dicho, al montaje— de lo «nuevo», no en un sentido funcional, de rehabilitación o reforma (adecuar las construcciones y actuaciones urbanísticas a las cambiantes necesidades ciudadanas, así como a la voluntad de los propietarios de solares y edificios, en el ámbito arquitectónico privado, para introducir variaciones en lo existente) sino siguiendo un ideario programático y un plan político doctrinario materializado por medio de mandatos gubernamentales; hoy, dicha demolición deconstruccionista debe entenderse como una aplicación participativa más del «reseteo». O, dicho de otro modo, de la «eutanasia urbana», a saber: corrector demográfico que, tal como opera su cuñada la «eutanasia médica», lo antiguo sería sinónimo de «viejo», es decir, eliminable sin esperas ni colas ni citas previas, un ser caducado que está de más, una pensión y los servicios sociales que se ahorra el «Gobierno social» y una herencia familiar sobrevenida que ayuda a los descendientes a tapar huecos económicos perforados por la inflación y el coste de la vida. ¿Qué sería lo nuevo según la neolengua pandemoniaca? Una letra de cambio en el balance de la vida, que emite el librador, o sea, el fin libertador, para librarse del deudor (o librado), aquel que debe a la sociedad y al Estado el haber vivido demasiado.

Sean antiguas o nuevas, que ni la ministra del ramo y la rosa lo sabría distinguir, amplias plazas despejadas y a cielo abierto, como los Foros Imperiales en Roma, Alexanderplatz en Berlín, la Königsplatz en Múnich, la Plaza de Tiananmen en Pekín, la Plaza de la Revolución en La Habana o Plaza Roja en Moscú, representan construcciones diseñadas o rehabilitadas más por un propósito político e ideológico que meramente urbanístico; todavía hoy pueden contemplarse estas llanuras urbanas, con pocos cambios, por lo general, desde su inauguración; no así el Muro de Berlín, por citar un ejemplo. El simbolismo y el objeto de dichas explanadas remiten a la exhibición del poder que desea hacerse patente mediante la ostentación y el realce de determinados edificios, pináculos o monumentos con vocación emblemática, pero, principalmente, a un escenario distinguido para la movilización y congregación de muchedumbres, la parada militar y el desfile popular, las demostraciones de poderío, en fin, a mayor gloria de los mandatarios que presiden los actos desde la atalaya de la tribuna principal.[1] Mas, esto es lo que acontecía cuando la sociedad de masas.

En la reestructuración comunal y los planes generales de «Ordenación Urbana» con el sello del Nuevo Desorden Mundial, en la comunidad y en la urbe teledirigida de nuestros días, la prioridad del Alto Mando es diferente a la que caracterizaba al antiguo desorden mundial. En el presente discontinuo, no se trata tanto de movilizar a la población como de desmovilizarla, de reducir el radio de acción de sus movimientos al mínimo espacio y tiempo, todo ello conducente a facilitar el control total de lo que hacen, piensan o sienten todos y cada uno de los individuos. Las nuevas tecnologías permiten, a su vez, que el control colectivo de la masa social se lleve a cabo de modo individualizado. Ello supone la implantación de un régimen de inspección general en las ciudades (reducidas a diáfanos y translúcidos campos de concentración), lo cual implica la citada reestructuración y deconstrucción de las mismas, de manera que adopten la forma y función de «plataformas de ciudades inteligentes/ciudades seguras, sistemas de reconocimiento facial y vigilancia predictiva».[2] En este sentido, como se ha dicho, la aplicación de nuevas tecnologías de la información y la denominada «Inteligencia Artificial» (IA) resultan tan útiles como eficaces para el Alto Mando y los mandos intermedios (además de contar a pie de calle con la «colaboración y la delación ciudadana»).

En realidad, el uso de máquinas al servicio del aparato de «Inteligencia», es decir, de vigilancia, acecho y espionaje interior, no tiene límites ni fronteras. Sea en la ciudad o en el campo, en municipios y pueblos grandes, medianos o pequeños, nada ni nadie escapa a la custodia gubernamental socializante, lo cual supone advertir que en este juego jugamos todos sin excepción; he aquí el colectivismo, el totalitarismo y el igualitarismo, finalmente consumados a escala global. Donde no llegan las patrullas ni los somatenes ni los drones ni las frecuencias de 5G, llega la Red de redes, siendo así fiscalizados todos en la «retícula reguladora» urbana, como les gusta adornarse con la palabrería a los subalternos y subvencionados arquitectos deconstruccionistas; quienes beben de la insípida fuente, más incitante que inspiradora, de la posmodernidad: no extraña, pues, que esbocen espacios de secano en vez de parques floridos.

Mientras tanto, y para seguir demostrando que para los mandatarios decir y hacer son cosas distintas, mirándose al espejo con mala cara (todo forma parte de una no confesada teoría de juegos), por orden del señor alcalde, cuando hace calor en la villa, se cierran al público espacios arbolados y jardines públicos de floresta, a cuenta y cuento del clima climático y el CO2(P2), una manera recreativa y retozona de expresar el culto pagano al árbol, al arbusto y a lo público. A propósito, ¿qué significa «público»? En la tercera acepción del Diccionario de Uso del Español (María Moliner) leemos: «Para la gente en general.» Sea como fuere, para el totalitarismo pandemoniaco climatizado a medias, todo es público, al cabo. O lo será. O al revés. O de momento. No importa. Sólo con entrar en el supuesto debate de ese plomizo asunto del clima que da grima, el incauto polemista o simple curioso es conducido a un callejón sin salida ni ventilación, al tiempo que se arrodilla a la aceptación tácita de que nos hallamos ante un «problema real, de los de verdad».

Basta leer entre líneas, olfatear y otear la mediolengua de los «expertos» disertando sobre esto y aquello de manera desinhibida y desfachatada, justificando lo injustificable —«divinas palabras», con todo—, para advertir una perorata indescifrable y cantinflesca, que sólo convence a quien ya está convencido de antemano, ese sujeto vegetativo que ni entiende ni quiere entender.[3] Lo que hay que tomarse en serio no son los mensajes, las informaciones y los recados oficiales y mediáticos, que ni son ni dicen nada, sino la fuerza y la violencia, la coacción y la imposición que activan las restricciones palpables y las amenazas reales.

 

2. La glásnot posmoderna en la ciudad vigilada

[Plaza de España, Madrid]


Tras el paso de taladradoras y grúas pandemoníacas, las plazas de las ciudades ya no se ven a vista de pájaro, sino a vista de dron de vigilancia

 

Puesto que el totalitarismo realmente existente ya no focaliza su dominio sobre las concentraciones de masas y las «demostraciones populares», sino en el control y vigilancia total de la masa sumisa, es preciso eliminar barreras y obstáculos, cubiertas y cobertizos, techados y arbolados. Los espacios en la «ciudad inteligente y artificiera» del Estado Vigilancia han de estar al descubierto, sin interferencias ni estorbos, a cielo abierto, despejados y transparentes, o sea, «diáfanos», como dicen los «expertos» y los gerentes del urbanismo pandemoniaco. Debe dificultar lo menos posible tanto el movimiento por tierra de rondas, patrullas e incursiones policiales y el funcionamiento permanente de las cámaras de vigilancia cuanto por el aire la captación de imágenes por parte de avionetas, helicópteros, drones, satélites y demás medios de inspección, seguimiento, identificación y monitorización «inteligente» de viandantes y figurantes en estas ciudades-corral que formarán el paisaje urbano de la nueva era del destape integral y sin gluten; de la apertura a lo nuevo (¡el Cambio!») que no conlleva ruptura con lo antiguo (¡el Antiguo Régimen!), aunque el Gran Arquitecto lo niegue si desea conservar el puesto y el despacho, es decir, la Glásnot que enseña la patita del poder, el muslo que da de comer a los nuevos diseñadores del mundo, al tiempo que los diseñados y los desechados figuran (figurantes, al fin) como manjares del ágape en el ágora.

Que realiza usted una escapada a la playa: prohibido protegerse del sol bajo una sombrilla oscura o con estampados (que suena a «tapados»), que sea de tonos claros, para que nos aclaremos. Y ya veremos lo que tardan sus diáfanas potestades en prohibir el uso del sombrero en exteriores (en interiores lo aconseja, no tanto la urbanidad cuanto la caballerosidad), que, después de todo, se trata de una «prenda de derechas». Que se decide usted por la emboscadura: quien se embosca y evita el claro del bosque, algo oculta; sospechoso es, pues. Y en este plan.

 

La ciudad, entorno en el que existe y se perpetúa la civilización (ambos vocablos comparten de similar raíz etimológica), representa la «circunstancia» del hombre, según la terminología de Ortega y Gasset, imbricándose e implicándose mutuamente: si una no se salva, tampoco la otra. El sueño utópico y demencial del totalitarismo consiste en consumar el fin del hombre y de la ciudad; o expresado en significación posmoderna, su deconstrucción: «Lo que se llama “ciudad”, en el fondo sería una impostura que consiste en vaciarla de humanidad y dejarla reducida a edificios, parques y avenidas. Es la ciudad abstracta, privada de quienes la habitan.»[4]



NOTAS

[1] Aunque de propensión e inclinación totalitaria, la ironía del caso les ha jugado a sus planificadores un mala pasada. Por ejemplo, Alexanderplatz fue el centro neurálgico del Berlín Oriental. En la década de los años sesenta, dentro de un plan urbanístico de cirugía estética socializante, se amplió el área, convirtiéndola en peatonal. Se levantó la Torre de Televisión de Berlín (Fernsehturm), primer intento comunista de llegar a la luna antes que los americanos, y se decoró la zona sin decoro con la denominada «Fuente de la Amistad entre los Pueblos» y un monumento a Marx y Engels. Todavía hoy el largo brazo enciclopedista de Wikipedia resalta en la entrada correspondiente que «la plaza ha conservado su marcado carácter socialista» (consultado el 2 de agosto de 2022). Pues bien, el 4 de noviembre de 1989 se concentraron cerca de medio millón de personas contra la camarilla comunista gobernante. Cinco días más tarde, el 9 de noviembre, el Gobierno alemán anunció el paso libre, en ambas direcciones, Este/Oeste, primer paso en el derribo del Muro de Berlín. Por otra parte, la plaza de Tiananmen en Pekín, construida en 1949, ha adquirido, finalmente, celebridad internacional como muestra de oposición y resistencia popular contra el Gobierno comunista en China (protestas multitudinarias de primavera y verano, justamente, de 1989, que concluyeron en masacre por la intervención represiva de la fuerza armada del régimen).

[2] Cfr. John W. Whitehead & Nisha Whitehead, «Digital Authoritarianism: AI Surveillance Signals the Death of Privacy», en Off-Guardian, 30 de julio de 2022 (consultado ese mismo día).

[3] Como muestra un botón o dos de «explicación de Falla» o tecno-cantinflesca esgrimida por el Ayuntamiento de Valencia (España) a propósito de algunas de sus operaciones urbanísticas, cortantes y rasantes como una intervención quirúrgica: «La recuperación, no contradictoria con la utilización unitaria del espacio público hoy reconocido, de los elementos urbanos preexistentes.» «Este espacio diáfano, marcado por la retícula reguladora». Cfr. «Proyectos urbanos. Plaza Nápoles y Sicilia».

[4] Cfr. Manuel E. Vázquez, Ciudad de la memoria. Infancia de Walter Benjamin, Ediciones Alfonso el Magnánimo, Colección Novatores, 1996.

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Capítulo 8 del ensayo El laboratorio del doctor Faustus: Nuevas tecnologías y poscapitalismo (2022), cuarto título de la serie La civilización en deconstrucción