«Un Estado Teológico se caracteriza, entre
otras cosas, por la preocupación de su pueblo por la religión en general y por
la herejía en particular. De modo parecido, lo que caracteriza al Estado Terapéutico es, entre otras
cosas, la preocupación de su pueblo por la salud en general y el curanderismo en
particular. Mutatis mutandis: igual
que en una sociedad donde hay libertad religiosa el concepto de herejía pierde su
importancia, en una sociedad donde existiera libertad médica el concepto de curanderismo
perdería su significación. El absurdo mismo de la segunda perspectiva es una
indicación de hasta qué punto confiamos
en que el Estado proteja nuestros cuerpos. Es una confianza totalmente análoga
a la que nuestros antepasados depositaban en la Iglesia como protectora de sus
almas.
Libertad
religiosa significa que se es libre de dominación y persecución por motivos
religiosos. De modo parecido, libertad
médica, quiere decir que se es libre de dominación y persecución por parte de
los médicos. Del mismo modo que la primera ha requerido la separación de la
Iglesia y el Estado, la otra requiere separar la medicina del Estado.
Si verdaderamente
valoramos la curación médica y nos negamos a confundirla con la opresión
terapéutica —del mismo modo que los Padres Fundadores valoraban de verdad la fe
religiosa y rehusaban confundirla con la opresión teológica—, entonces
deberíamos dejar que cada hombre buscara
su propia salvación médica y erigiese un muro invisible, pero impenetrable, entre
la medicina y el Estado.
No tenemos
ninguna religión nacional. Tampoco los rusos la tienen. Pero tanto Estados
Unidos como la Unión Soviética (y muchas otras naciones modernas) tienen
medicina nacional o medicina reconocida y apoyada por el Estado. Esto corrompe
la medicina del mismo modo que en otro tiempo la religión se corrompió a causa de
su alianza con el Estado. Aunque la existencia de esta corrupción se reconoce
de forma general, su causa suele atribuirse a un defecto en vez de a un exceso
de control del Estado. Para que la medicina vuelva a estar al servicio del
individuo es de todo punto imprescindible que la protección de la Primer
Enmienda se haga extensiva a las artes curativas y se garantice que «el
Congreso no formulará ninguna ley con respecto al un establecimiento de
medicina o prohibiendo el libre ejercicio de ésta...».
La Primera
Enmienda protege la libertad religiosa, pero a los mormones se les prohíbe
practicar la poligamia. Dado que
actualmente la opinión progresista considera que el tratamiento médico es un
derecho, los mormones deberían reclamar diciendo que necesitan varias esposas
para su salud mental, más que para su bienestar religioso. Luego, del mismo
modo que se dice a los heroinómanos que tienen «derecho» a la metadona, quizá
los mormones obtendrían el «derecho» a la poligamia.
La Iglesia de la
Ciencia Cristiana niega la enfermedad; la define y percibe como pecado.
La ciencia atea
niega el mal; define y percibe el pecado como enfermedad.
En realidad, tanto la enfermedad como el pecado existen y son
reales. Con frecuencia los confundimos para confundir a los demás y de este
modo controlarlos.
Medignosis: la doctrina de que todos los problemas
humanos son enfermedades médicas que pueden curarse mediante las apropiadas intervenciones terapéuticas, las cuales, si es necesario, se impondrán por la
fuerza al paciente. La sucesora «científica» de las formas precristianas y
cristianas de gnosticismo; la fe religiosa dominante del hombre moderno.
En el Estado Terapéutico hacia el que, al parecer, vamos avanzando, el principal requisito para ocupar el puesto de Gran Hermano quizá sea un título de médico
Malos hábitos que se tratan como enfermedades:
El mal uso del
alcohol se denomina «alcoholismo» y se trata con Antabuse.
Al mal uso de los
alimentos se le llama «anorexia nerviosa» u «obesidad»; la primera se trata con
electrochoques; la segunda con anfetaminas u operaciones de derivación intestinal.
El mal uso de la
sexualidad recibe el nombre de perversión y se trata con estimulación mediante
electrodos implantados en el cerebro y con operaciones de cambio de sexo.
Al mal uso del
lenguaje se le llama «esquizofrenia» y su tratamiento es la lobotomía.
Terapeutismo: el sucesor del patriotismo. El último refugio –o el
primero, según la autoridad que se consulte– de los canallas. El credo que
justifica proclamar amor eterno a aquellos a quienes odiamos, e infligirles castigos
despiadados en nombre del tratamiento de enfermedades cuyos síntomas principales
con su negativa a someterse a nuestra dominación.
Vivimos en una
época que se caracteriza por una tremenda necesidad de que haya muchísimos
pacientes mentales sobre los cuales pueda trabajar el resto de la población,
como si fueran productos o cosas, y a quienes puedan apoyar con orgullo aquellos
a los que se considera mentalmente sanos. El resultado es el Estado Terapéutico, cuya finalidad no
consiste en proporcionar condiciones favorables para la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad, sino reparar la salud mental defectuosa de sus
ciudadanos. Los dignatarios de tal estado parodian los papeles del médico y del
psicoterapéuta. Esta organización da
sentido a la vida de incontables burócratas, médicos y personas que trabajan en
el campo de la salud mental, para lo cual despoja a los supuestos pacientes del
sentido de su vida. De esta manera, perseguimos a millones de seres —por
ser toxicómanos, homosexuales, propensos al suicidio, etcétera— mientras no
paramos de decirnos a nosotros mismos que somos grandes sanadores y les curamos
sus enfermedades mentales. Hemos conseguido cambiar el envoltorio de la
Inquisición y la vendemos como un nuevo curalotodo científico.
Que el hombre domine a un semejante es algo tan viejo como la
historia; y podemos dar por sentado, sin riesgo de
equivocarnos, que es un fenómeno que se remonta a la prehistoria y a nuestros
antepasados prehumanos. En todas las épocas, los hombres han oprimido a las
mujeres; los blancos, a los negros; los cristianos, a los judíos. Sin embargo,
en decenios recientes las razones y justificaciones que tradicionalmente se
referían a la discriminación entre los hombres —basándose en criterios nacionales,
raciales o religiosos— han perdido gran parte de su verosimilitud y atractivo. ¿Qué justificación tiene ahora el
antiquísimo deseo del hombre de dominar y controlar a su semejante? El
liberalismo moderno* —que en realidad es un tipo de estatismo—, aliado con el
cientificismo, ha satisfecho la necesidad de una nueva defensa de la opresión y
ha proporcionado un nuevo grito de guerra: ¡La salud!
En esta visión terapéutico-meliorativa de la sociedad, los
enfermos forman una clase especial de “víctimas” a las que, por su propio bien
y en interés de la comunidad, deben “ayudar” —de manera coactiva y contra su
voluntad si es necesario— las personas sanas, y en especial los médicos que
estén capacitados “científicamente” para ser sus amos.
Esta perspectiva nació y alcanzó sus mayores avances en la psiquiatría, donde la opresión de los “pacientes locos” por
parte de los “médicos cuerdos” es ya una costumbre social santificada por las
tradiciones médica y jurídica. En la actualidad, el conjunto de la clase
médica parece emular este modelo. En el
Estado Terapéutico hacia el que, al parecer, vamos avanzando, el principal
requisito para ocupar el puesto de Gran Hermano quizá sea un título de médico.»
Thomas Szasz, The Second Sin (El segundo
pecado, 1973)
* Recuérdese que “liberalismo moderno” se contrapone a “liberalismo clásico”, y que “liberalismo” sin más, en la acepción anglosajona (especialmente, norteamericana), es, frente a la tradición continental europea, sinónimo de “izquierdismo político”.
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