viernes, 25 de enero de 2019

LA BOLSA



— ¿Quiere bolsa?

Desde el 1 de julio de 2018, el Gobierno de turno de guardia ha dispuesto por Real Decreto de obligado cumplimiento las formas y maneras del uso y distribución de bolsas de plástico en los comercios de España. No es un secreto que un Decreto sea de “obligado cumplimiento”, porque para algo está el Gobierno (o sea, el Ejecutivo), para hacer cumplir leyes, normas, reglamentos y toda clase de disposiciones adicionales. Lo de “cumplir y hacer cumplir” es frase protocolaria que las Autoridades pronuncian en el solemne instante de tomar posesión de sus cargos, con anterioridad a ser Gobierno y mandar posición de firmes a la ciudadanía. Luego, se verá. He aquí la doctrina establecida en las últimas legislaturas socialistas, desde el “¡Capitán, mande firmes!” al "Perdone que le diga, pero nosotros somos Gobierno ahora".

Decía yo, no vaya a perder el hilo del asunto, que los Gobiernos están para ordenar y prohibir, obligar y sancionar, vigilar y castigar, esto último sólo para quienes hayan leído a Michel Foucault. ¿A quién ha dicho?



— Oiga, que si quiere bolsa…

En estos últimos años, parece que no se habla de otra cosa en locales y establecimientos, donde uno se encuentra una y otra vez ante la pregunta del millón: “¿Quiere bolsa?” La cajera del supermercado ya no te da los buenos días (o buenas tardes, según marque la hora) nada más acceder, arrastrando el carro, a su puesto de suma y sigue, sino la nueva pregunta de rigor, el santo y seña de nuestros días. En los comercios de venta al detall, la interrogación suele ponerse al final, junto al despliegue de objetos que acabas de adquirir. Es un detalle. Si dices que sí, que quieres la (maldita) bolsa, porque no tienes habilidad en las artes malabares con las que transportar la compra, te hace saber que eso lo pagarás. Como “eso” suena a amenaza, es probable que, simultáneamente, señale la orden ministerial del ramo, colgada en la pared, como se colgaba a un forajido en el viejo Oeste, para dar crédito a sus palabras:



Según el nivel de compromiso con la causa en cuestión, de menor a mayor, el dependiente te hace saber que les obligan a eso, que esa es la nueva norma, que eso es por lo del medio ambiente, ¿sabe usted? Tras la segunda o tercera vez (y de ahí en adelante) que se te interroga en cada tienda a propósito de la (maldita) bolsa queda uno bastante harto, saturado, atracado, la verdad sea dicha.

He presenciado situaciones entre cómicas y patéticas. En algunos grandes almacenes te cobran la (maldita) bolsa en el super, pero no en la sección de perfumería. Y no es cosa de ir por la vida oliendo a limón y comiendo poco o mal. He visto y oído a clientes que exigen más explicaciones sobre esas novedades, y quien recuerda al empleado que no piensa pagar la (maldita) bolsa, si lleva el nombre y/o el logo del comercio estampado en ella: encima no va uno a hacer publicidad de otro y pagar por ello, a hacer de hombre-anuncio. Ya tenemos conflicto.

A buena parte de tenderos, quien más o quien menos, estoy por asegurar que también la cosa de la bolsa sí o la bolsa no les tiene un tanto molestos. Otros, en cambio, celebrarán hacer más caja a costa del cliente. Ya tenemos otra división. En cualquier caso, responderán al requerimiento de aclaraciones correctamente o no, según su temperamento o estado emocional del momento. Y, mientras eso pasa, la cola aumenta tanto como disminuye la paciencia de los que forman la fila.



Y yo pregunto, ¿todo esto por qué? No me manden firmes ni me digan que ahora están en el Gobierno, que pueden hacer y decir lo que quieran, ni me repitan mensaje-tipo Greenpeace porque todo ello me suena a música de la Plastic Ono Band. Sólo sé, como en muchos casos más, que se ha creado otro enfrentamiento innecesario entre ciudadanos; en esta ocasión, entre comerciante y cliente. Aquello que formaba parte de la atención al cliente —la entrega gratuita de la (dichosa) bolsa— pertenecía, hasta hace poco tiempo, al capítulo de la cortesía y la acción comercial por parte del establecimiento, en aras a satisfacer al comprador, de conservar la clientela, de ganar clientes. Te ofrezcan bolsas de plástico, de papel de estraza o como para regalo, con pompones y todo, un obsequio de la casa. Introducir y ordenar la compra efectuada por parte del mismo dependiente, y llevártelo hasta la puerta del comercio y aun al coche aparcado en la puerta, ya son actitudes que observas (si acaso) en pequeñas comunidades, donde todos se conocen, o allí donde sólo las recuerdan los más viejos del lugar.

Donde antes había artes de comercio y buena educación, ahora se han puesto en su lugar las reglas de la política y la rampante regulación. Será cosa de la empatía de cada día.

La (pobre) bolsa se ha convertido en una (rica) causa: la bolsa o la vida, de la bolsa de la compra a la compra de la bolsa, de la bolsa boba a la bolsa según el BOE. Una causa solidaria que ha alterado los bolsillos y el maletero de los automóviles, menguados unos, para hacer sitio a lo comprado, y transformado el otro en almacén de bolsas buenas y de doble cosido, para más de un uso. Nada de usar y tirar bolsas, afirman los que ahora están en el Gobierno, sí, precisamente esos cuya idea del ahorro consiste en aumentar, en términos macroeconómicos y por sistema, el gasto público.

¿Qué esconde en el fondo la movida de la (maldita) bolsa? ¿Qué hacer? He escuchado, por parte de portavoces del "Comisariado de Salud Pública y Universal", consejos, dirigidos al ciudadano, de este tenor: “Compañero, por razones de civismo y para proteger el medio ambiente del neoliberalismo salvaje, cuando salgas a la calle, lleva siempre una bolsa en la mano, plegada en bolsillo del abrigo o en el bolso de mano, por si acaso.”

Uno, a quien los políticos y las políticas de los Gobiernos le han hecho un tipo desconfiado y un malpensado, barrunta que todo eso de la (maldita) bolsa contiene un mensaje camuflado, a saber: que la gente se acostumbre a la política de desabastecimiento, a la economía de economato, de guerra o de posguerra, a las colas y las coles, a la cartilla de racionamiento y al carrito de la compra, al bono de ayuda social y al boniato, a seguir las instrucciones de los gobernantes, que articulan por su bien (por el de la gente, digo) lo que hay que hacer.

Y aun diría más…

— Oiga, caballero, ¿quiere bolsa o no?


No hay comentarios:

Publicar un comentario