miércoles, 12 de octubre de 2022

HUMORES

[De la portada, edición española, del libro de Guillermo Cabrera Infante, Puro humo (1985)]

Del humor hablan muchos por hablar y sin saber muy bien lo que dicen. Seriamente. Aclaremos, pues, la cuestión sin acalorarse, como el que se aclara la garganta sin violencia ni toses.

Una cosa es el humor y otra el buen humor. Los humores son líquidos que destila el cuerpo animal, y revelan la naturaleza del temperamento y carácter del sujeto, aunque en esto tampoco se ponen de acuerdo los sabios. Tal vez haya que montar ad hoc un comité de expertos yeyé para resolver el problema, y así dar brillo y esplendor a las palabras vacías y las declaraciones necias. 

Para los filósofos clásicos, el humor es una disposición del alma que ayuda a enderezar y perfeccionar el carácter (êthos) por medio de saludables actitudes y buenos hábitos, perfeccionando de esta forma nuestra manera de vivir (éthos). Frente a los rostros serios, los gestos adustos y las miradas penetrantes como machetes, de buena salud anímica es ver sonrisas (no adivinarlas) en vez de lágrimas (de cocodrilo), así como mirar y ser mirado con discreción y afecto, no con recelo ni suspicacia.

Ya nos previno el filósofo Alain, fiel discípulo de la sabiduría práctica de los antiguos maestros, contra afecciones e infecciones del hombre: 

«Poner siempre cara de aburrimiento y encontrar aburridos a los demás. Aplicarnos a ser desagradables y sorprendernos de no resultar agradables. Buscar el sueño con furor. Dudar de toda felicidad. Ponerle a todo objeciones y mala cara» (Propos sur le bonheur).

Y luego nos quejamos del resultado, cuando de esta guisa estamos construyendo nuestra ruina, es decir, destruyéndonos.

El título de la citada obra de Alain podría traducirse al español como Propuestas acerca de la felicidad o Propósitos de felicidad. La ética —esto es: el cuidado de sí mismo— enseña al individuo a amar las acciones provechosas que nos mejoran, haciendo de ellas un modo de vida virtuoso. Por ejemplo, adiestra al hombre a transformar los malos humores en buenos humores. Y esos malhumorados rojos de ira y de odio, ¿qué les pasa? Quizá no sepan en qué consiste la vida buena o se hacen los tontos, algo que les sale muy bien porque lo practican mucho.

En el libro de Alain hallamos, asimismo, deleitosos fragmentos dedicados a la irritación. Para el filósofo francés, con la irritación pasa como con la tos: cuanto más tose uno, más se irrita… la garganta. Y es que, añade, la mayor parte de la gente tose como si se rascase, con una especie de furia de la que acaban siendo víctimas. A menudo, con carraspeo o garganta seca, basta con chupar un caramelo, que ayuda a segregar y tragar saliva, a serenar cuerpo y alma, calmar el escozor y el resquemor, y así, calmarse. O encogerse de hombros. O respirar hondo y bostezar. Conductas sabias y útiles. Hacemos algo de gimnasia y oxigenamos los pulmones.

No tiene razón quién más grita ni quien suma más voces al coro ni quien exhibe indignación, una pasión con forma de representación. Ni es más digno, justo y razonable quien alega que él se toma la vida muy en serio; sin bromas, ¿eh?

Los malhumorados ganarán partidas y terrenos, porque rumian sus miserias haciendo gran ruido, son muchos y suman mayoría. Pero no nos amargarán la existencia a los bienhumorados, que somos los hombres libres, los inmunizados contra el odio y la vileza, la envidia y la hostilidad, y otras enfermedades del alma.