domingo, 17 de mayo de 2020

DINERO S.L. (2020). 'LOCKDOWN'



PREFACIO. Al cierre
Durante la corrección de pruebas de Dinero S.L., al cierre de la edición y ya próxima la publicación del ensayo, un encadenamiento de fenómenos de suma relevancia está recorriendo el mundo, de norte a sur, de este a oeste. Una cadena de sucesos que no sólo confirma, sino que acrecienta el sentido, la extensión y la gravedad de acontecimientos aquí analizados, a saber: la subrogación de la sociedad de propietarios en comunidad de gestores, el recambio de la sociedad de libre mercado por una agrupación teledirigida, intervenida y custodiada por los aparatos del Estado, sin que, como es habitual en este proceso de contracivilización, la denominada «sociedad civil» haya tampoco reaccionado en defensa de la libertad y el derecho a la propiedad privada, sino todo lo contrario.
¿Qué ha ocurrido? Un virus coronado, procedente de la República Popular de China, se ha extendido por todo el planeta, infectando individuos, pueblos, campos y ciudades, convirtiéndose en dueño del planeta, dominado por murciélagos exterminadores, y en señor de la guerra mundial, transformada en guerra civil, de distinta intensidad, según la nación y el área del mundo que se trate. China, finalmente, ha despertado y una vez ganada la plaza de primera potencia mundial, ha dado otro gran paso adelante, erigiéndose en el amo (o sea, en el Mao) del universo, en modelo de Estado, que muy antiguas democracias occidentales son las primeras en alabar e intentan imitar.
El virus rey, conocido en clave como SARS-Cov-2, ha adquirido el rango no sólo de agente mortal a gran escala, sino también el de gestor global de lo que queda de la humanidad en la era de la globalización, bajo un no declarado, aunque fáctico, estado de excepción.
Conocido también con el nombre de coronavirus, ha adoptado de inmediato la condición de excusa, justificación y salvoconducto para cerrar las ciudades del mundo a cal y canto, creando un escenario desolador de ciudad fantasma bajo el estricto control de drones y helicópteros sobrevolando terrazas de edificios urbanos y carreteras, de patrullas de policía y tropas de ejército que retienen y/o detienen a personas que caminan por la calle o circulan en vehículos sin autorización especial o causas oficialmente aceptadas, y con el tiempo cronometrado. Gestores de la sociedad (desde un guardia uniformado, un concejal de pueblo, hasta un médico de cabecera) tienen la autoridad para redactar, de su puño y letra en una hoja de papel, un licencia para andar y comprar, para que el propietario pueda entrar y salir de casa sin peligro de verse insultado por vecinos o detenido por la Autoridad. 


En nombre del virus chino se han decretado leyes y normativas excepcionales que limitan gravemente los derechos y libertades de las personas, obligadas al confinamiento domiciliario, bajo penas de multa y cárcel, custodiados sus movimientos en el exterior, y bajo la amenaza imprecisa de deportaciones masivas a campos de internamiento («hospitales de campaña») en caso de simple sospecha, por parte de gente oculta tras una mascarilla, de que un ciudadano sea portador del virus y un peligro para la sociedad.
Vivimos en un escenario apocalíptico que con un ábaco chino hace la suma de fallecimientos en cadena, sin evaluarse la causa precisa de los mismos, ni su número exacto, limitado el acceso de familiares a los cadáveres, prohibidas las autopsias y los funerales. En la cancelada sociedad abierta, el entierro va por dentro.
Presenciamos impotentes y aislados, en la sociedad de masas, un horizonte oscuro e incierto, con la población atenazada por el miedo y la (vana) esperanza de que esto pase lo antes posible, sin saber de veras qué sea esto, merced a un universo mediático contaminado que la hechiza con informaciones confusas y contradictorias, cuando no, simplemente, falsas (fake news), a diario.
Somos testigos y víctimas del apogeo de la era del «poscapitalismo», con la economía y los servicios paralizados, excepto en áreas concretas, como sanidad o alimentación, con miles de empresas obligadas a parar máquinas y apagar ordenadores (o ponerlas al servicio del Gobierno sin réplica ni objeción alguna), con comercios que han tenido que bajar las persianas, y millones de profesionales, trabajadores autónomos y técnicos sin actividad, parados.
Una situación, en fin, caótica en la que el derecho a la propiedad privada ha sido puesto en cuarentena. Bajo el pretexto del virus rey, sin límite a la acción del Gobierno, los ciudadanos, de pronto, hemos descendido (retrocedido, en el reloj de la historia de la civilización) al estatuto de súbditos. La política impone la ley.
He aquí el mundo de hoy, que no será nunca más cómo el mundo de ayer, e imposible saber, en este momento, cómo será mañana, el resultante de esta conmoción universal que ha arrasado vida, libertad y propiedad privada, los pilares de la civilización.
¿Y el dinero de particulares y entidades, personas físicas y jurídicas?
Nunca sospeché que al poner título a este ensayo, producto de un trabajo de investigación y reflexión iniciado hace bastantes años, fijaría, con tan dramática precisión, un presente carcomido por la pandemia y el pandemónium: Dinero. Sociedad limitada.
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lunes, 4 de mayo de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA (9). EL “EFECTO PLÁCIDO”



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Plácido (1961) es una de mis películas preferidas, producidas en España. Con un guión de nota 10, firmado por Luis García Berlanga, Rafael Azcona, José Luis Colina y José Luis Font. Dirigido por el primero de la fila, es un film tocado por la gracia, y no por ser “gracioso”, sino bienaventurado, bienhumorado.

El personaje de Plácido, magníficamente interpretado por Cassen, conduce un motocarro. Pequeño empresario transportista, se gana la vida como puede, haciendo recados y encargos, según la demanda. El día de Nochebuena es contratado para recorrer la ciudad haciendo promoción de una subasta, patrocinada por Ollas Cocinex.

Ocurre que Plácido no es propietario pleno de su medio de transporte, lo está pagando por medio de letras que abona en notaría. La próxima, precisamente, vence antes de la puesta de sol del día 24 de diciembre. No hacer el abono conllevaría la pérdida total de sus derechos de propiedad sobre el motocarro.

Mientras realiza su tarea al volante, intenta completar la cantidad pendiente de pago, actividades que se interfieren, aunque dependa la una de la otra. El bueno de Plácido prevé hacer frente al pago de la letra con el jornal recibido en tal entrañable fecha navideña, pero los organizadores del evento le recuerdan que cobrará al terminar el trabajo, momento que va alargándose, debido a complicaciones y enredos varios, al tiempo que se acerca peligrosamente la hora de cierre de la oficina de cobro. Y si Plácido pierde el motocarro, le espera la ruina.

Tras una odisea homérica, después de sufrir mil angustias y ansiedades, rogando a unos que le adelanten los honorarios, a los otros que no le cierren el despacho, porque él es cumplidor y paga, sólo necesita un poco más de tiempo. Finalmente, comedia al cuadrado (aunque negrísima), tras tantos padecimientos y tensiones, logra reunir la cantidad que entra en caja, que tanto sudor y temblor le ha costado.

Estará usted contento. Ve como al final todo ha podido arreglarse. Alégrese, caramba, que es Navidad. Esto escucha a su alrededor el conturbado Plácido, con la familia esperando en la calle, en Nochebuena y sin cenar. ¿Qué me dice, buen hombre? Plácido dice: pues verá, tras tanto padecer, ahora, la verdad, la cosa ya no me hace gracia.

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Episodios emocionales de esta clase los identifico como aquejados del “efecto Plácido”, es decir, aquellas situaciones en las que la respuesta, la conclusión y la resolución de un asunto o problema llegan a destiempo, por lo común, no muy pronto, sino demasiado tarde, con la fecha de caducidad pasada... Refiero circunstancias que interesan a la ciencia (por ejemplo, dar con la fórmula resolutoria, cuando el problema que lo reclamaba ha dejado de serlo), aunque no menos a la vida cotidiana.

Recibir una devolución, una remuneración o una indemnización económica tras grandes desvelos, súplicas, numerosas gestiones y trámites, cuando no bastantes desdenes, humillaciones y otras vilezas, avinagran contingencias de la vida hasta al más entusiasta defensor del aliño en platos, plazas y plateas, tanto las señaladas como las que el lector pueda añadir por su cuenta.

 No pido que me den lo que es mío, sino que no me lo quiten

Refiero, entonces, momentos agridulces de la existencia humana que no constituyen la sal de la vida sino la salida por la puerta falsa o la de atrás. Un listado de acontecimientos y hechos destemplados, trastornados, alterados en su misma naturaleza, que es lo mismo que decir “desnaturalizados” o transfigurados. Como son también que a uno le devuelvan de mala manera lo robado o prestado; le hagan pagar o esperar de más y luego vengan con la disculpa, rectificación recurrente con traza de abuso de poder y olor a farsa; que el inocente purgue sus penas en prisión por fallo judicial hasta que, aclarado el error, le abran las puertas del penal y adiós muy buenas: “estará feliz de poder salir a la libertad, ¿verdad?”.

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Incluyo asimismo en el inventario el poder salir a caminar, visitar a familia y amigos o ir a la playa tras un infame, cruel y caprichoso (¿capcioso?) arresto domiciliario, según un plan oficial programado por fases, por aquello de que uno no se acostumbre demasiado a la libertad y, además, aprenda a ser agradecido. Estará usted contento, ¿no es cierto? Ahora sí, hala, a correr. Luego no, en casita antes de que den las diez. Sí, papá Estado, gracias.

No acepta el hombre libre que le digan cuándo debe hacer o no hacer aquello que puede y debe elegir libremente hacer, evitando, eso sí, molestar o perjudica a otros, pero, de hecho y no por mera sospecha o peregrina posibilidad; dejo al margen de esta declaración a “ofendiditos”, enemigos de la libertad, miedosos, inseguros y maníaco-obsesivos patológicos, recelosos y otras especies picajosas como especias irritantes que se rascan la piel por placer o reacción compulsiva.

“No veo mucha diferencia entre un hombre que se abandona a la cólera y otro que se entrega a un acceso de tos” (Alain, Propos sur le bonheur).

No pido que me den lo que es mío, sino que no me lo quiten. Aquello que se concede graciosamente y a la fuerza, por quien no tiene derecho a legislar ni disponer sobre ello, no constituye un acto de justicia ni de benevolencia, sino una ignominia. Por eso a los casos que catalogo bajo el rótulo del “efecto Plácido”, yo, la verdad, no les veo la gracia.

viernes, 1 de mayo de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA (8). SIN DESMAYO



El mes pasado olvidé cambiar la hoja del calendario, que es una forma de pasar página en la historia del tiempo. Era 15 de abril cuando me percaté de que mis días y mis noches seguían un camino propio, distinto del oficial y del usual en el mundo que me rodea. Era 15 de abril y el pétalo del almanaque, ante mis ojos, se había quedado colgado en el mes de marzo. No, no era marzo, que era abril, ay de mí.
Podía haber tenido un indicio del despiste en el planeta Cronos, dios cruel, si mi vecina del 2º Izquierda no hubiese abandonado, por un tiempo, sus gustos musicales. Durante años he sentido su palpitar cada vez que ponía en la cadena musical (o acaso la Cadena Ser) canciones del titiritero ese con un bombín calado hasta la ceja, sí, ese que pregunta quién le ha robado el mes de abril, estribillo que he escuchado tantas veces a través de las paredes. Esta vez, no. Ahora no tocaba. Por lo visto. Por lo que no oí. No era momento de mentar al ladrón ante los que son de su condición.
Abandona mi mente los temas sombríos para volver a abrir la primavera, y me asalta el poema que T. S. Eliot dedicó al mes de abril:

April is the cruellest month, breeding
Lilacs out of the dead land, mixing
Memory and desire, stirring
Dull roots with spring rain

Abril es el mes más cruel: fecunda
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y deseos, reanima
durmientes raíces con la lluvia primaveral

Poema con flema, a propósito de la gema de la vida, nada en él cabe entender; sólo escuchar atentamente, y apercibirse de si, tras leerlo, algo ha brotado en ti. Tal vez, un recuerdo.

Recuerdo haber escrito sobre otros lances de calendario. Una vez, a propósito de cuándo fijar el Memorial Day del Presidente norteamericano Abraham Lincoln, porque hay disparidad al respecto, si el 14 de abril (noche del atentado criminal) o el 15 de abril (fecha de la muerte del Presidente). Pues bien, hallé la respuesta leyendo a Walt Whitman. Sobre por qué abril es el mes más cruel, digo.

«El poeta de Nueva York, en uno de sus poemarios dedicado a la muerte del Presidente, escribe, con palabras perfumadas de primavera, que Lincoln murió when lilacs last in the door-yard bloom’d. Verso florido que propongo traducir al español de esta forma: cuando las últimas lilas florecían frente al porche.
Lo que no dicta el calendario, lo canta el poemario.» (Dos veces bueno, 2014)

Me han robado mis días y mis noches en esta primavera de sala de espera, pero yo no canto ni escribo versos ni desfallezco. Caen y brotan hojas del anuario, mas yo vivo en un verano lejano, allí donde no me alcanzan ráfagas de frío viento del norte ni feroces aguaceros. Sobrevivo porque le he dado la espalda al invierno del descontento.
Me robaron marzo, y sigo aquí, esperando la llegada de la paloma. ¿Qué o quién la habrá retenido en esta duración detenida? Para alguno, abril ha sido el mes más cruel, allá él, porque abre, dice, la puerta a mayo, otro mes de prueba y ensayo.
Pero, yo no desmayo. Desde mi ventana escucho el canto del mirlo y pronto veré florecer en mi jardín los pensamientos.