domingo, 29 de marzo de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA (4). LA VIDA EN SUEÑOS


Esta pasada noche, he tenido un dormir agitado, a ratos, golpeados mis oídos por rayos y truenos, aguijoneada mi mente por sueños sombríos, esos sueños de la sinrazón que crean monstruos. Los sueños, registros del pasado, nos retrotraen a aquello que creíamos haber dejado atrás, pero la marea los hace retornar a la orilla de la almohada, sean flores en el mar o restos de naufragios. Tienen, asimismo, visos del mañana, perfiles deformados en la bola de cristal, en forma no de avisos, sino de advertencias.
No sé qué pasa que lo veo todo negro. ¿Es de día o de noche? Enciendo la lámpara a mano, me levanto de la cama y voy hacia la ventana. Ante mí reina la oscuridad como telón de fondo, una niebla espesa y plomiza cada vez más con traza de telón de acero. Miro el teléfono móvil. Marca las 8 de la mañana. Vuelvo al dormitorio y observo el reloj despertador sobre la mesilla. Marca una hora distinta. Reparo de nuevo en el celular. Hay un mensaje. Lo abro: «Recuerde cambiar la hora. Ministerio de Medios Ambientales y Clima Climático. Gobierno del Cambio». 
Los másteres del espacio son a la vez señores del tiempo. ¡Son tan relativistas,  aunque no tengan idea de la teoría de la relatividad! Porfían por ordenar mi vida hasta el punto de decidir dónde debo estar, fuera o dentro, aquí o allá, y cuándo, qué hora sea, las 8 o las siete o las nueve, de la mañana o de la noche.
El tiempo se ha parado en mi existencia desde que comenzó la reclusión forzosa. Es suficiente. ¡Basta! El “hombre del tiempo”, que aparté de mi mente, ha retornado en forma de pesadilla. Tal vez sea un ardid suyo. Sería capaz, pues es tipo deslenguado y desinhibido, que no se corta un pelo.
Yo soy el rey de la casa, la casa es mi cosa, mi caparazón, mi concha. Como Wittgenstein, fabrico mi propio oxígeno para así poder vivir. Respiro hondo y exclamo: han cambiado mis horarios, han trastornado mis honorarios, pero, por mi honor, que no cambiaré la hora.
¿Qué son esto, sueños o revelaciones, que me trae la ola de la noche en vela a la orilla de la mañana? Intento recordar las pasadas visiones nocturnas.




Soñé que sonaba el teléfono de sobremesa. Al no coger nadie la llamada, saltaba el contestador: “Ahora no estoy en casa. Si es tan amable, deje su mensaje en el contestador y le responderé lo antes posible. Saludos.” Reconocí mi voz, pero yo no tengo teléfono de sobremesa, fijo.
Soñé también que volvía al trabajo. Un cartel en la entrada de la oficina informaba que desde el día después, la empresa quedaba bajo administración del Estado como “bien público”. No estaba el jefe, el señor Paracuellos, sino un desconocido gerente al mando. Por motivos de seguridad y salud pública, decía. Para garantizar que las normas de emergencia sigan aplicándose y pronto volviese a salir el sol en el nuevo mundo; entiendo que no se refería a América. La nota terminaba indicando que todo el personal, antes de volver a su puesto anterior, se dirigiese al despacho del nuevo secretario, a fin de conocer las reubicaciones y los cambios. Y no recuerdo más.
Soñé con mi sobrina pequeña, Mari Luz, que volvía de Nuestra Señora de la Paloma, donde estudiaba desde que empezó a ir al colegio. Hablaba con su madre y le decía que había pasado una cosa muy rara. No estaba la directora, ni en clase, la misma seño (así la llamaba). En su lugar, estaba un chico con pantalones vaqueros y barba de chivo, quien presentó en el aula a la nueva profesora, frisando los cincuenta años, vestida con una camiseta negra, un aro atravesándole la nariz y el flequillo como cortado con un hacha. Decían no sé qué de “la Privada” y que ahora estaban en la escuela pública, como todos y todas. Sí, así hablaban, creo recordar…
Soñé que iba al banco a sacar dinero. Un cartel (otro) en la puerta notificaba al cliente que la entidad adoptaba la condición de banca pública, que antes de realizar ninguna gestión, comprobara el estado de la cuenta corriente en el cajero automático y, de estar activa y no bloqueada (bloqueada, ¿por qué?), no podía disponer de más de 10 euros al día. Me dirigí al interior, pero la puerta de cristal estaba cerrada, aunque dentro varios empleados (nuevos) consultaban papeles y miraban la pantalla del ordenador.
Soñé que me dirigía al supermercado donde solía reponer mi despensa. Estaba cerrado. Un cartel (otro más) en la puerta comunicaba al público que los productos de alimentación se distribuían en los economatos (¿qué es eso?, ¿un supermercado más barato?). Para más detalles debía ir a los puntos de información, debidamente señalizados, donde me darían una cartilla indicando el lugar del centro social al que dirigirme. Y que no olvidase llevar un documento de identificación.
Soñé que, asomado a la ventana, un sujeto me observaba fijamente desde un balcón en el edificio de enfrente.
No recuerdo más. Estaba todo muy confuso. Tal vez soñé que estaba soñando.
Volví al baño a lavarme y cara, y despejarme. Entonces, me percaté entre tantos desvaríos de noche delirante, que había olvidado la visita habitual de la paloma mensajera. Probablemente, el cambio de hora había alterado también sus vuelos y revuelos.
Transcurría el tiempo, fuera de horas. Hasta que mi ave mensajera reapareció, finalmente. La reconocí, a pesar de que presentaba un aspecto distinto. La paloma blanca venía acalorada y su plumaje era de un color rosa pálido. Llevaba sombra de ojos, y no era maquillaje, más bien parecían ojeras. Tomé el mensaje y partió volando, sin esperar a recibir su ración de maíz y agua clara. Quizá había tomado algo por el camino, porque no la vi desganada.
Desenvolví el pequeño papel:
Remember The Alamo!¡Recordad El Álamo! 
Firmado: David Crockett



martes, 24 de marzo de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA (3). PRIMER MENSAJE


Un nuevo día. ¿O será el mismo día de todos los días, desde aquello? Me he despertado a la hora habitual y reflexiono durante unos minutos, mientras espabilo. Tras las abluciones matinales acostumbradas, me he vestido. De calle, naturalmente. ¿Vas a aventurarte a salir al exterior? No, lo de fuera puede esperar. Yo, como sabes, estoy confinado. Preso, pero no soy prisionero ni todavía un presidiario obligado a ir de uniforme, de mono color naranja, o ataviado de recluido casero concienciado: chándal multicolor y zapatillas ¡de deporte! Mientras tenga fuerzas y no lo impidan, me vestiré yo sólo, a mi gusto, como mandan el orden, la dignidad y el decoro.

Asomado a la ventana. A ver la vida pasar, a ver qué pasa, a ver quién pasa. La gran masa gris sigue ahí, oscureciendo el firmamento. 

Sin noticias del ave viajera. ¿Recuerdas? Emití/remití una llamada por escrito hace días, no de socorro, sino un interrogante abierto, universal. De estar en una isla desierta, lo hubiese lanzado a las aguas en el interior de una botella. Desde mi ático, lo adjunto a mi paloma mensajera. La respuesta llegará. No por parte del Gobierno, uno de los interpelados. Del Gobierno no espero nada bueno. O silencio administrativo o algo todavía peor: cartas certificadas, notificaciones, requerimientos. ¡Basta! ¡Basta!

Hmmm… Creo recordar, en este preciso momento, una cita de H. D. Thoreau, al respecto. Abro el lector Kindle, mi reserva espiritual, biblioteca portátil que me hace sentir caballero andante, y alberga cientos de libros, la mayor parte leídos, otros todavía por leer, aunque, en este momento de mi vida, más que nada, prefiero releer.

Veamos. Buscar… Sí, aquí está: Esclavitud en Massachussets.

«Nunca he respetado el Gobierno que tenía cerca, pero pensaba absurdamente que me las arreglaría para vivir aquí mientras me ocupaba de mis propios asuntos, hasta olvidarme de él. […] Tal vez vivía con la ilusión de que mi vida transcurría en algún lugar entre el cielo y el infierno, pero ahora no acabo de convencerme a mí mismo de no vivir completamente dentro del infierno. […] Tengo la impresión de que, de algún modo, el Estado ha interferido fatalmente en mis legítimas ocupaciones.»

Reanimado por tan saludables palabras, continúo ojeando el libro que incluye el texto citado: Desobediencia civil y otros escritos. Si no me equivoco, decía algo en otro ensayo acerca de esperar correspondencia.

Veamos. Buscar… Sí, aquí está, en Vida sin principios:

«A medida que nuestra vida interior se marchita, vamos más incesantemente y desesperadamente a la oficina de correos. Puede dar por seguro el pobre hombre que se aleja con el mayor número de cartas, orgulloso de su abultada correspondencia, que no ha tenido noticias de sí mismo en mucho tiempo.»

Quedo pensativo. Paseo junto a Thoreau por el pasillo, que recorro a diario una y otra vez como monje de clausura, de cabo a rabo. Ahora con el príncipe de Concord al lado, huelo a bosque de encinas.

Al arribar a la entrada de mi morada aislada, observo que por debajo de la puerta han introducido varios sobres y cartas. Facturas y publicidad, o sea, propaganda. Los papeles impresos vienen a decir lo mismo: esto pasará, estamos para ayudarte y…  no salgas de casa. Una editorial incluye una consigna jacarandosa: “Abre la puerta a la lectura. Lee en casa”. Yo leo donde quiero, caballero. Por eso, de momento, no abro la puerta a nada ni a nadie.

El portero de la casa, distribuye por las viviendas el correo depositado en los buzones, y al atardecer, retira la bolsa de basura que dejo en la puerta (lado exterior que da al rellano). Más que al dios Mercurio, sus movimientos de subir y bajar la colina —lo mismo que mis andanzas por el corredor— evocan en mí el destino del rey Sísifo, otro condenado sin proceso, sin apelación, sin remedio; destronado mas no destrozado. Albert Camus escribió en El mito de Sísifo: «Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. […] Hay que imaginarse a Sísifo dichoso».

Un gorjeo en la ventana me hace volver a la habitación. Ah, ha llegado mi esperanza blanca. La paloma mensajera resplandece delante del cortinaje nublado de la lejanía. Mueve la cabeza de un lado a otro, deambula sin parar sobre su pista de aterrizaje y despegue. No está inquieta ni nerviosa. Es su naturaleza. Sabe que está en casa, en buenas manos. Yo sí, excitado, me hago con su equipaje, que es para mí. Antes de desplegarlo, corro hacia la cocina y le traigo un tazón con copos de maíz (mis provisiones no dan para más) y otro con agua. Un mensaje. ¿Ves Thoreau, amigo mío, con paloma mensajera no hay abultada correspondencia? El papel envuelve una fotografía:

El colaboracionismo con las fuerzas de ocupación tiene su castigo. Que lo sepan. Lo pagarán.
Firmado: V de Vendetta



Elevo la mirada al cielo. No estoy solo. El ave mensajera emprende el vuelo a cumplir su cometido, de ida y vuelta. Columbro también dichosa a la paloma.

domingo, 22 de marzo de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA (2). PALOMA MENSAJERA



Con más frecuencia que el sol —éste sí, astro necesario y lúcido—, el de las pizarras y curvas, ese tipo a destiempo, ese empleado temporal que busca consolidar su puesto en la Administración (Ministerio de Ventiscas), ese charlatán que vende crecepelo en botellas de litro, hace una demostración de los resultados del mejunje que lleva entre manos ante las cámaras de televisión. Apenas entiendo lo que dice, quiere decir o le dicen que diga. Una línea del guión sí la he captado: lo peor, asegura, está por llegar. Hay que salir a la calle con el carnet en la boca, a modo de mascarilla. Rectifica: no, mejor no salir a la calle. Quedarse en casa. Porque hay estado de alarma, declara el pobre hombre; “mendigo”, decíamos ayer. Pero no hay que alarmarse... 

La tormenta anunciada, añade para acabar, puede revestir carácter de huracán, aunque este Gobierno está comprometido a limpiar el espacio de rachas de viento. No ha cambiado de jersey, sólo el color, de rojo a morado. Tampoco se ha afeitado y tiene pinta de recién levantado de la cama.

Así pues, el hombre de todas las estaciones se me antoja un hombre para la eternidad, y yo no tengo tanto tiempo que perder. Decido dejar de seguirle el rastro, porque la cosa huele mal. Tampoco conecto el televisor ni la radio ni leo los periódicos, que hablan igual que ese que da consejos sobre cómo evitar la contaminación. Aunque no se duche, se lava las manos sobre este asunto. 

Todos a coro, el del pelo alborotado y los media de color, hacen propuestas de entretenimiento socializador, maniobras de distracción, a la población reclusa, ahora que ya no hay que ir a trabajar ni al colegio: ¡estar en casa todo el día, todos los días, disfrutando del tiempo “libre”! ¿Será esto el fin de la historia o el final de la utopía?  Hay que ser muy desalmado y miserable para denominar tiempo “libre” al tiempo de confinamiento y encierro forzoso.

Quedo recluido en casa, por la fuerza, como un preso en su celda. Pues el delito mayor del hombre es haber nacido... libre.

Corre una ligera brisa de levante, pero no llueve. Camiones cisterna riegan las calles, dando la razón al hombre de hace tiempo. No se trata de salvar vidas, sino las apariencias. Aunque, qué raro, observo goteras en el techo de la habitación. ¿Cómo explicarse esto? ¿Cómo se filtra el agua por las paredes? Brigadistas con la cara tapada, escoba en mano y chubasquero por si llueve, barren las calles. Otros, van blindados con chalecos amarillos. Serán brigadas internacionales que vienen a ayudar al Gobierno a sanear el país.

Tendré que buscar alguna forma de comunicarme con el exterior que no altere la realidad ni mi estado de ánimo. La calle. Lugar cada día más tenebroso y extraño. La calle y la habitación terminarán por confundirse. ¿Oyen? La calle, por lo común, callada, a veces comienza a rugir, y no son rayos y truenos de tormenta seca. Algunos vecinos, mientras tanto, no paran de molestar: ponen el volumen de la música muy alto, dan palmas como animando bulerías y el cotarro y, a la hora de la cena, preparan el festín de sopa de ajo como si fuese un festival, haciendo sonar sartenes y cacerolas. Para amortiguar el ruido escucho cantatas de Bach.

Espero una señal. Y, justamente, esta mañana acaba de llegar. El cielo protector ha atendido  mi plegaria. Escucho el arrullo de una paloma blanca que ha aterrizado en el alfeizar de mi ventana. Bienvenida. Decido adoptarla. Vuelco copos de maíz en tazón. Desayuno para dos. Me hará compañía. 

Puede ser también mi Mercurio, llevar y traerme mensajes de acá y de allá, mas no del más allá. Para eso está la médium y las adivinadoras farsantes de bola de cristal. Yo necesito un medio de comunicación fiable. La paloma vuela a su aire y sí conoce el destino, la dirección del remitente, la ventana amiga, allí donde llevar y traer notas y noticias.

Escribo el primer mensaje:

Enrollo el papiro liberador y lo introduzco en un canutillo. Vuela, paloma mensajera, vuela.

viernes, 20 de marzo de 2020

CUADERNO DE UNA TORMENTA SECA



De repente, el cielo se nubló. Una gran masa gris cubrió ciudades y campos, una concentración brumosa de nubes densas y oscuras, de mal agüero. Pero, no llovía. Desde la ventana de mi habitación, no discernía la línea del horizonte. La perspectiva era de lejanía, de distancia. Sin embargo, la sentía encima de mí, como un segundo techo.

De momento, había calma. Después de la calma vendrá la tormenta, pensé, alterando el sentido de las palabras que componen la letra de conocida expresión común. No sería lo único en verse modificado. Seguía sin llover.

“El hombre del tiempo” afirma que se avecinaban fuertes tempestades y que había que estar preparados, quedarse en casa, no hacer "desplazamientos innecesarios". Por la seguridad ciudadana. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado vigilarían para que las normas fuesen cumplidas; custodiarían nuestros días, velarían nuestras noches. Todo ciudadano frente al televisor para recibir instrucciones. 

Aunque, ¿cómo creer, en estos tiempos turbios, a un individuo que predice el tiempo con aspecto de mendigo que vive a la intemperie y no se ducha habitualmente? ¿Cabe fiarse de un representante del Gobierno que informa y da consejos, digamos, sobre higiene y “salud pública”, en ruedas de prensa televisadas, ataviado (no digo "vestido") con un suéter, sin afeitar y el pelo alborotado, indicios de no haber ido a la barbería ni a la peluquería en meses, cual maestro de escuela rural aleccionando a sus pupilos en posguerra, cuando no había jabón ni aceite, y era común hacer cola para comprar, con suerte, pan negro y boniatos?

acaso no sea esto más que una tormenta seca, con gran aparato eléctrico, mucho ruido y las nueces sin recoger

Pasan los días y no llueve, a pesar de las previsiones y alarmas de fuertes aguaceros, anunciando incluso el diluvio universal. Algunos chubascos ha habido en estos días, bien es verdad, motivo como para no salir al exterior sin chubasquero.

La bóveda celestial está sacudida por rayos, truenos y relámpagos, y por el rumor, lejano aunque permanente, de helicópteros. El ambiente, eso también, está muy cargado, sofocante, seco, de bochorno. Estamos en el inicio de la primavera, estación propicia para catarros, gripes y alergias. Estación de chaparrones y otras inclemencias, aunque lo que avisto desde mi ventana sea una llovizna intermitente, que no llega a chirimiri.

Después de todo, acaso no sea esto más que una tormenta seca, con gran aparato eléctrico, mucho ruido y las nueces sin recoger. Pocas bromas sobre brumas: estas tormentas son de las peores, de las más peligrosas. Alimentan descargas electroestáticas que provocan incendios con facilidad, y engañan mucho, porque uno busca refugio creyendo que así se mantendrá seco y a salvo, que todo pasará pronto, dejando paso a espacios rasos y ventilados, sin contaminación atmosférica, donde poder respirar aire puro y limpio por avenidas y senderos, por un camino de baldosas amarillas. Y luego resulta que no es así.

Me asomo de nuevo a la ventana. Brillan luces que no son soles, tal vez sean producto del movimiento giratorio de sirenas de coches patrulla. Fuera, entre sombras y dudas, ya no hay cielo, sólo infinito con aire de agujero negro, porque el cielo de verdad es azul y abierto. Espero verlo pronto, señal de que ha aclarado.

miércoles, 18 de marzo de 2020

ÉRASE UNA VEZ... LA LIBERTAD


Últimas palabras y conclusión de mi nuevo ensayo Dinero S.L. De la sociedad de propietarios a la comunidad de gestores (2020), de próxima publicación.

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No sólo los gobernantes arruinan una nación en un visto y no visto mediante «políticas públicas». En los últimos tiempos, asistimos a sublevaciones pandilleras, alianzas y connivencias sospechosas, traiciones institucionales, conatos revolucionarios, acciones terroristas, desordenes sociales, golpes de Estado encubiertos, un imparable totum revolutum que pone a cualquier sociedad libre y próspera al borde del precipicio.
Vivimos en un mundo asentado sobre arenas movedizas. No está en peligro de guerra sino en plena guerra civil mundial. Hans Magnus Enzensberger tuvo buen cuidado de no atemorizar, al exponer sus perspectivas de guerra civil en el imprescindible ensayo del mismo título, publicado en el año 1993. Tampoco es mi intención avivar el pánico en estas páginas fechadas en 2020. Para generar alarmas y emergencias, para crear miedo y (falsa) esperanza en personas y empresas, que las dejen desarmadas y vulnerables, desvalijadas y descapitalizadas, capituladas y entregadas a un (farsante) «salvador» que promete un mundo más «seguro», más «justo» y más «sostenible», para eso ya están las «élites», los Gobiernos, los aparatos de Estado y sus ramificaciones «cívicas y sociales». Con todo, sí constato lo siguiente.
La propiedad privada está al albur del gobernante de turno, de un fallo judicial bizcochado, de los grupos de presión y la presión de los grupos, de la caprichosa elección de un desaliñado «okupa». El dinero  está más inseguro en un banco que bajo el colchón de la cama y es tan difícil mantenerlo fuera del control de insaciables poderes públicos y privados como en los momentos menos estelares de la humanidad. Confiar en un operario, comercial, gestor, asesor o intermediario, que atienda o intervenga en el patrimonio del propietario y el consumidor, bajo el lema «Usted no se preocupe de nada. Nosotros nos ocupados de todo», representa mera y desfasada publicidad que desangra el bolsillo del cliente y pulveriza la base de la relación comercial. Ni encerrado en su propia casa está uno a salvo de ser visto y escuchado, vigilado, controlado, custodiado. La propaganda liberticida y la manipulación de la información ponen la letra a la marcha fúnebre que ha enterrado el «capitalismo» y la «sociedad abierta» (K. R. Popper) y bien ordenada, aquella que contempla y protege la propiedad, así como el libre movimiento de personas, bienes y servicios.
Una vez que «un rey se ha declarado tirano, todos los malvados, toda la hez del reino —y no hablo de un conjunto de ladronzuelos ni de desorejados que apenas pueden hacer mal ni bien en la sociedad, sino de aquellos que son tachados de una ambición ardiente y una mezquindad notable—, se agrupan alrededor de él, le sostienen para tener parte del botín y ser, bajo el tirano, tiranuelos ellos mismos.» (Etienne De La Boétie, Discurso de la servidumbre voluntaria, 1576).

Que tenga usted buena suerte y la fortuna le acompañe.