De este tipo de trastornos sabe mucho la izquierda
política, dicho sea de paso, es decir, de la manipulación del pathos y las pulsiones demasiado humanas,
de «lágrimas socialdemócratas» (Santiago
González) y de «pensamiento Alicia» (Gustavo
Bueno), todo muy cursi y pomposo, aunque no ello menos trágico. Ya sentenció Julio Camba que «todas las pompas
son fúnebres». Sea como fuere, no es exagerada la expresión empleada por
Chevénement. En las sociedades occidentales, vivimos tal grado de vibración sentimentalista
en el espacio público y la arena política que dan ganas de llorar…
La masa experimenta la «descarga» (Elias
Canetti) emocional de innumerables maneras, dejándose llevar a las primeras
de cambio por el repentino curso de los
acontecimientos y la «corriente de opinión». Para que se produzca semejante
movimiento no son precisos grandes discursos que marquen la dirección a seguir.
Basta con espolvorear aquí y allá sencillas consignas (cuanto más llanas y
cándidas, mejor) y publicitar tiernas creencias en apariencia neutras, en
cuanto a orientación política e ideológica, para que surta efecto el prodigio.
Aunque casi nunca sean tan neutras. La empatía es una de ellas.
El término «empatía»,
mire usted por dónde, proveniente del griego, significa «emocionado por». Pocas
nociones en nuestros días son tan populares y «simpáticas» como «empatía». Según
convicción muy extendida, todos los individuos participamos de emociones
comunes e intercambiables, de manera que lo es de uno es también de los demás. Si todos somos iguales, cualquiera puede
(incluso, debe) ponerse en el lugar del otro. De ahí a exigir la redistribución
de la riqueza hay solo un paso.
Prenden así igualmente, con suma facilidad
entre la gente, eslóganes, presumiblemente tan inocentes y solidarios, como «Todos somos…», viniendo a continuación
no importa quién ni qué ser sufriente o afectado por cualquier contratiempo,
porque sucede que no siempre la llamada solidaria empática requiere identificarse
con un individuo humano.
Ocurre, en
fin, que cuando las emociones se
desbordan y generalizan en un voluble totum
revolutum, la democracia se hipertrofia, transfigurándose en una hiperdemocracia. Que no deja de ser
una forma de dictadura. De la emoción, por ejemplo.
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