Cada día más el mundo de hoy es visto y comprendido como una
realidad globalizada, una esfera
cósmica en donde las partes que la componen están hasta tal punto
interrelacionadas que ya no puede decirse que se repartan el planeta sino que
lo comparten. Se la denomine «sociedad red» o «sociedad de la información» o
«sociedad de la comunicación», lo que parece poco disputable es que la sociedad
presente ha alcanzado una edad en que la cantidad y calidad de la información
que procesa ya no prueban sólo su grado de madurez y de progreso sino su
existencia misma. En nuestros días no es una hipérbole afirmar que lo que no se
conoce no existe, pero sí es inexacto sostener que no hay diferencia entre información y conocimiento. Urge, pues, distinguir entre ambas categorías (lo «crudo» y lo «cocido»), así como
examinar sus formas de encajar en el tejido social, su grado de
crecimiento y extensión.
A tal objetivo se dirigen los estudios actuales de sociología del conocimiento, que haremos bien
en no confundir con los denominados «estudios culturales», muy populares en
las universidades anglosajonas, ni tampoco con la «historia de las ideas», desarrollada con maestría por Isaiah Berlin; mientras que aquéllos se
preocupan de la cultura desde una perspectiva particularista (desde dentro de
una delimitada colectividad o grupo social: mujeres, homosexuales, comunidades
étnicas o raciales, orientaciones ideológicas, etcétera) y ésta atiende el
examen de las ideas más en su contenido que en su continente (desde dentro del
pensamiento y el pensador), la sociología de las ideas se concentra en la
investigación histórica de las circunstancias y el contexto que acompaña el
despliegue social del conocimiento en su conjunto.
Historia
social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot, el
trabajo del profesor de Historia Cultural en la Universidad de Cambridge, Peter Burke, representa un buen ejemplo
de este enfoque, limitado en esta ocasión a la época moderna temprana, es
decir, el periodo que se extiende desde 1450 a 1750, desde la invención de la
imprenta de tipos móviles hasta la edición de la Encyclopédie: de Gutenberg a Diderot.
Burke se reconoce continuador de los estudios clásicos de Emile
Durkheim y Max Weber, pero también de Karl Marx,
Max Scheler y Karl Mannheim, para quienes las ideas
remiten necesariamente a un contexto espacial y temporal (clases sociales,
periodos, naciones, generaciones) que informa de cómo nacen y crecen las
visiones del mundo y los «estilos de pensamiento».
Desde un
enfoque más continuista que rupturista, concede el autor la atención que
merecen a las tentativas renovadoras de la «nueva
sociología del conocimiento», como la propiciada por autores del tono de Michel
Foucault y Pierre Bourdieu, que demandan la consideración
del género y la geografía del conocimiento, así como una especial atención a la
«microsociología». Esta perspectiva del estudio social (inclusiva más que
exclusiva), procura ampliar así el escenario de la actuación social y otorgar el protagonismo histórico no sólo a
los actores profesionales sino también al gran público, al conjunto de los
ciudadanos.
Resulta de gran relevancia investigar los lugares o sedes en
los que emana el saber, así como los medios de transmisión de los que se sirve
para llegar a la gente, el control político que soporta, los métodos de archivo
y las prácticas de difusión que los atesora y propaga, los hábitos de consumo y
los gustos literarios del receptor. Para
la «historia social» del saber, el conocimiento está ligado a las
universidades, pero no menos a los salones y las academias. Hay información y
cultura en los libros, pero también en los periódicos y grabados. Sin duda,
no hubiese crecido la ciencia sin los grandes sabios, pero tampoco sin los
anónimos suscriptores de gacetas, diccionarios y enciclopedias. En suma, si las
sociedades modernas han llegado a la «edad de la información», ello ha sido
posible por la fuerza innovadora de unas determinadas ideas emancipadoras y
renovadoras, aunque es justo recordar que también por la intervención de artefactos como la imprenta y de movimientos de
agitación intelectual como la Encyclopédie.
No es casual la señalización por Burke de estos dos hitos
históricos a la hora de comprender cabalmente la construcción de nuestra
realidad actual y la invención de la modernidad. Así, nos recuerda que el mundo islámico se opuso desde el mismo
instante de su hallazgo a la difusión de la imprenta y por ende a la innovación
intelectual, y aunque China la empleó (antes acaso que Occidente), su uso
estuvo muy mediatizado por la presión burocratizante de la cultura
confucionista, como lo prueba que la Qinding
Gujin tushu jicheng, descomunal obra enciclopédica de más de setecientas
cincuenta mil páginas (considerado el libro más extenso del mundo) fuera
patrocinada por la casa imperial de la época Qing para el exclusivo disfrute de
la clase de los mandarines. No cabe, pues, ninguna duda de que el impacto de las tecnologías y las pedagogías
de la inteligencia ha sido de suma importancia en la historia social del
conocimiento. Bien está que se reconozca y se haga saber.
Bajo el título
de «La construcción de la edad de la información» reseñé esta reseña del libro
de Peter Burke, Historia social del
conocimiento. De Gutenberg a Diderot (Traducción de Isidro Arias, Paidós,
Barcelona, 2002, 321 páginas) en ABC Cultural, suplemento cultural del diario
madrileño ABC (5/10/2002).
La reciente publicación del segundo volumen de esta obra, Historia social del conocimiento vol. II. De la enciclopedia a la wikipedia (2012) me anima a reeditar la recensión. Puede leerse una reseña de esta segunda parte del magnífico trabajo de Burke aquí.
La reciente publicación del segundo volumen de esta obra, Historia social del conocimiento vol. II. De la enciclopedia a la wikipedia (2012) me anima a reeditar la recensión. Puede leerse una reseña de esta segunda parte del magnífico trabajo de Burke aquí.
eres intenso y me fascina haberte encontrado
ResponderEliminarGracias, amiga, por tu amable comentario. Espero verte por aquí de nuevo.
EliminarSaludos