Por qué la apoteosis de la
empatía social restringe la responsabilidad personal –
Una entrevista con Fernando
R. Genovés
Joaquina
Pires-O’Brien, la editora del periódico electrónico PortVitoria, entrevista el el
filósofo español Fernando R. Genovés acerca de su nuevo libro La ilusión de la empatía. Ponerse en el lugar del otro y demás imposturas morales
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Dr. Fernando
Rodríguez Genovés es profesor funcionario de carrera, en la asignatura de
Filosofía, actualmente en excedencia voluntaria. Además
de ser autor de nueve libros, el filósofo español es ensayista, crítico
literario y analista cinematográfico, blogista y fundador de El Catoblepas,
revista crítica del presente, de periodicidad mensual, publicada desde 2002,
donde escribe habitualmente.
Joaquina Pires-O’Brien (JPO):
¿Por qué considera en su libro una impostura la noción popular “ponerse en el
lugar del otro”?
Fernando Rodríguez Genovés (FRG): He
optado por emplear el término «impostura», a la hora de señalar los problemas
que detecto en el fenómeno de la empatía —y, en concreto, en el postulado
«ponerse en el lugar del otro»—, porque identifica con bastante precisión un
asunto que trata, justamente, sobre actitudes morales, pero asimismo sobre «lugares»
y posicionamientos
teóricos. No negaré que dicha elección terminológica invita también a una
complicidad intelectual con el título del célebre trabajo de Alan Sokal y Jean
Bricmont Intellectual Impostures (edición
del Reino Unido del original norteamericano, Fashionable Nonsense: Postmodern Intellectuals' Abuse of Science).
La empatía representa, en efecto, una impostura intelectual porque, además de
ser una propuesta científicamente absurda y teóricamente insostenible,
constituye, por encima de todo, un enorme artificio, no ajeno al fingimiento y,
como consta en el mismo título del ensayo, no exento tampoco de ilusión. Hay
ilusiones ópticas, pero también creencias ilusorias. La empatía es una de
ellas.
JPO: ¿Qué afirma la
filosofía moral a propósito de la compasión y la necesidad de comprender a
nuestros conciudadanos?
FRG: No hay una sola y única filosofía
moral al respecto, sino varias y bastante variadas. Las que están directamente
implicadas en nuestro tema son aquellas que se inclinan más por el amor propio,
el cuidado de sí mismo y el autorrespeto, en primera instancia, frente a
aquellas que podríamos denominar «altruistas», es decir, que ponen al otro por
delante —o por encima— del yo personal. La compasión es un instinto humano,
como lo es igualmente la agresividad o la sexualidad. No es, por tanto, un
valor moral en sí mismo, sino una propensión natural de las personas, que, como
tal, debe ser gobernada y contenida por la razón. Sucede que, de pronto,
algunos conceptos se ven recubiertos de un barniz teórico y/o ideológico que,
literalmente, los altera, lo cual
aconseja hacer la oportuna crítica de los mismos. Ocurre esto con la noción
«compasión», pero también con el significado de «entender», puesto que
«entender al otro» no debe llevar, obligatoriamente, a darle la razón (por principio,
por sistema y en todo), ni tampoco a tener que apadrinarlo, adoptarlo o
«ponerse en su lugar», sino, en primera instancia, a entender las razones por
las cuales actúa.
JPO:
¿Podría poner un ejemplo de por qué la responsabilidad individual y la
autoestima son difícilmente compatibles con el postulado “ponerse en lugar del
otro”?
FRG: La responsabilidad moral significa,
básicamente, la capacidad del individuo de hacerse cargo de su propia
existencia y de responder de sus actos.
La responsabilidad (como la identidad), al ser personal, es intransferible. «Responder
por el otro» como norma significa, entonces, vulnerar la autonomía de los
sujetos, quitarles la palabra, querer mantenerles en la minoría de edad
intelectual y moral. Entender a los demás significa tomarles en serio y
respetarles, es decir, no hacer nada que les impida actuar según su propia
voluntad, libremente. He aquí la mejor manera de construir una sociedad de
individuos libres y responsables, y no llevar el intervencionismo y el proteccionismo
también hasta el espacio de las emociones, así como a un terreno tan privativo
como es la moral.
FRG: Tampoco en este caso es prudente
generalizar. No todos los psicólogos sostienen los mismos puntos de vista
respecto al tema de la empatía. Observamos en dicho gremio lo mismo que en muchos
otros: están severamente condicionados por las modas. En el campo de la
psicología, ayer reinaban la Gestalt
y el psicoanálisis; hoy, mandan las corrientes inspiradas en la «inteligencia
emocional» y la empatía. Téngase en cuenta, al mismo tiempo, que en los
márgenes de la práctica terapéutica de los psicólogos, se mueve un amplio
espectro de nuevas profesiones y nuevas tendencias —como son las
relacionadas con el coaching, la autoayuda,
las técnicas de comunicación, etcétera— que funcionan a base de clichés y
modelos prácticos muy elementales, los cuales buscan ante todo atraerse la
simpatía del público... ¡Y qué cosa hay más simpática
que la empatía…! Quien trabaja en este campo del control de la conducta
difícilmente queda inmune a las vigencias dominantes, y no se olvide que las
sociedades occidentales contemporáneas, autodenominadas «sociedades del bienestar»,
están señaladas por los valores fuertemente comunitarios —la seguridad y la
sobreprotección, la solidaridad y la filantropía, la proliferación de los
derechos— y poco predispuestas al riesgo, al emprendimiento, a la libre competencia,
a extender la libertad al mayor número de actividades humanas…
JPO: En su libro La rebelión de las masas, el filósofo
español José Ortega y Gasset se refirió a la «hiperdemocracia» como una
enfermedad de la democracia. ¿Ve alguna similitud entre la «hiperdemocracia» y la
«apoteosis de la empatía»?
FRG: Los análisis llevados a cabo por
Ortega y Gasset en la Rebelión de las
masas, siguen siendo válidos y se han visto corroborados a medida que
crecía la significación del término «masa». La inercia de la masa tiende a
hacer de la sociedad un totum revolutum,
un conglomerado amorfo en el que las individualidades y las particularidades
son difuminadas hasta el punto de ser borradas del mapa. La «hiperdemocracia»
es el marco idóneo donde celebrar la apoteosis de la empatía. En ella no hay
jerarquías ni categorías ni meritocracia; hasta, según sostiene el tópico, las
simples comparaciones son odiosas… Cualquiera puede ocupar cualquier lugar, no
por mérito ni esfuerzo, sino por derecho propio. Los estatus y los lugares son intercambiables sin
excepción: las lecciones las dan los alumnos, no los profesores; la división de
poderes, condición principal de la sociedad liberal, ha sido reducida a una reliquia
de la vieja teoría política; en las familias, los padres están sometidos a los
antojos de los hijos; las redes sociales están concebidas para suplantar identidades
sin límites, puedes ser hoy uno y mañana otro; etcétera. Si la ilusión de la
empatía se hiciese realidad, presenciaríamos la apoteosis del igualitarismo
moral.
JPO: ¿Qué peligros
producen una tolerancia y una protección sin límites en el marco de la familia?
FRG: Gran parte de las generaciones
actuales de padres en las sociedades occidentales son atacadas emocionalmente
por un notorio complejo de culpabilidad y un déficit de responsabilidad que les
lleva a proteger en exceso a sus hijos (y todo ello, añado entre paréntesis,
cuando las parejas se deciden a tener descendencia, pues el problema demográfico
en Europa es muy inquietante debido a la caída del índice de natalidad, un
hecho que ofrece rasgos, social y culturalmente, suicidas). Por un lado, los
padres han renunciado a la tradicional misión de educar a los hijos, labor que
traspasan a la escuela. Por otro, les consienten y toleran todo porque temen
«traumatizarlos» si les marcan siquiera unas mínimas pautas de comportamiento.
En esta situación, repárese en lo siguiente: en el primer caso, los maestros se
ponen en lugar de los padres; en el segundo, los padres no instruyen a los
hijos — tampoco amonestan ni castigan las faltas que puedan cometer—, porque,
ansiando entenderles, se ponen en el lugar de éstos…
JPO: Usted cita en su
ensayo al filósofo Bernard Williams, quién escribió sobre la “herejía de los
antropólogos” a propósito de la posición teórica según la cual los juicios
morales no tienen valor universal, de manera que desde una determinada sociedad
sería inadecuado condenar o criticar los comportamientos de otra. ¿Qué tipo de
problema representa esta clase de relativismo cultural para la comprensión y el
discernimiento de las cosas?
FRG: Principalmente, uno: el relativismo
moral hace imposible comprender las cosas. De hecho, ni siquiera aspira a tal
objetivo. El proceso del entendimiento exige, por su propia razón, un distanciamiento
con la realidad que busca comprender. Esto es particularmente exigible en el
ámbito de los saberes prácticos: la ética, la psicología, el derecho, etcétera.
Pondré un ejemplo: un juez no puede dictar justa sentencia en un caso de
asesinato poniéndose en el lugar del asesino... Para la antropología cultural,
a la que se refería Williams, no hay culturas superiores ni inferiores,
civilización ni barbarie. Según aquélla, todas son igualmente «respetables», lo
cual trastorna el estricto sentido del término «respeto». Desde tal perspectiva,
sólo pueden conocerse las sociedades desde dentro, nunca desde fuera. Lo cual
es absurdo, porque, vistas así las cosas, la investigación histórica y
sociológica se tornaría imposible: nadie es susceptible de estar en todo
momento y lugar, a la vez y al mismo tiempo. El correlato político e ideológico
de este asunto no es menos siniestro. El relativismo no anima al entendimiento
sino que agita el sentimiento, no propone la comprensión sino la conversión. Y
téngase en cuenta que la empatía no deja de ser una manifestación de
relativismo. Por decirlo en términos comerciales, la
empatía aspira a sustituir la sociedad de libre comercio por una comunidad
regida por el trueque emocional.
JPO: Usted cita también al
filósofo Elias Canetti (1905-1994), en cuyo libro Masa y Poder (1960) habla de la ansiedad y el dolor resultantes de
una experiencia incompleta y frustrante, y cómo el peso de la individualidad,
cuando se hace insoportable, conduce a la persona a buscar alivio mediante la
integración en el grupo. ¿Cree que el análisis de Canetti, realizado durante los
años 20 y 30 en Alemania y Austria, puede aplicarse al fenómeno de las masas de
hoy en día?
FRG:
Masa y Poder de Elias Canetti es una obra nacida en su tiempo, pero, en su
condición de pensamiento superior, posee una dimensión universal y perenne, en
el que la particularidad convive con la generalidad del asunto en examen; un
rasgo que también encontramos en La
rebelión de las masas de Ortega y Gasset. Ambas obras nos han ayudado a
comprender que el poder de la masa aumenta proporcionalmente al eclipse de las
individualidades, a la supresión de las distancias y al progreso de la
igualación en las sociedades. En ese sentido, Canetti lleva a cabo una luminosa
descripción en Masa y poder de la
tenaz ambición de la masa por la igualación mediante un proceso de absorción
de los sujetos que acaba por anularlos como entes autónomos. Dicho brevemente:
con el avance de la masa, la integración del todo suprime la integridad del cada
uno. Pues bien, el postulado «ponerse en el lugar del otro» debe mucho a esa
«igualación con lo otro» de la que hablaba Canetti.
JPO: ¿Pierde una persona
física su identidad al incorporarse a la masa?
FRG: Desde el mismo momento en que el
individuo es engullido por la masa, pierde la propia identidad de persona
física… y moral. Físicamente, ya no es un ser pleno y autónomo, sino una parte
del todo, una pieza más del conjunto, mera fibra del «tejido social». Atiéndase
a esto: dentro del grupo, en el interior de la masa, el sujeto no actúa,
simplemente se deja llevar, sigue la corriente; no decide, obedece; no habla,
vocifera. Para ilustrar la homogeneidad de un grupo a la hora de manifestarse,
suele decirse que «habla como un solo hombre». He aquí el ideal colectivista.
Recuérdese, finalmente, que Octavio Paz se refería al Estado como «el ogro
filantrópico». Pues bien, no son pocas las voces que equiparan las nociones de
«filantropía» y «empatía».
JPO: Al final de su libro usted
recrea situaciones chocantes de “ponerse en lugar del otro” tomadas de comedias
de televisión y películas de Hollywood, cuyos
personajes son aparentemente personas que consideraríamos razonables e
inteligentes. ¿Cuál es la finalidad de dicho Apéndice en el conjunto del
ensayo?
FRG: El ensayo contiene un Apéndice
final que he denominado «La empatía, tomada a broma». El propósito del mismo es
mostrar de qué manera el postulado «ponerse en el lugar del otro» ha llegado a
constituirse en un lugar común, en un «comodín» que se repite no sólo en
determinados ámbitos académicos y profesionales, sino también en los medios de
comunicación y en el habla común. El cine y la televisión (sin olvidar el cómic
y el cartoon) no han quedado al margen
de dicha influencia; unas veces de modo explícito, otras, mediante sobrentendidos.
La comedia, en particular, es un género perfecto para llevar al límite las
situaciones cotidianas, y, por qué no, también al absurdo. Probablemente, dicho
Apéndice resulte para muchos lectores más clarificador que los previos
capítulos analíticos a fin de percatarse del gran desatino que significa la
empatía. La sátira y la ironía suelen ser, por lo común, más persuasivas y
efectivas que los esforzados discursos y las sesudas explicaciones.
JPO: ¿Cómo mejorar la
comprensión en las personas mediante el uso de la razón?
FRG: En el trato y en el entendimiento
con los otros, el sentimiento es necesario e imprescindible. No somos máquinas,
sino seres racionales con corazón. No obstante, la vía para la comprensión de las cosas no es el
sentimiento, sino la razón. Amamos, apreciamos o aborrecemos al otro no como
resultado de una reflexión racional, sino como consecuencia de la experiencia
emocional, que acaba condensada en afecto o desafecto. Así pues, cada cosa en
su lugar y cada uno en su sitio. Desconfío de las teorías proclives a la
mixtura intelectiva y al combinado práctico, es decir, aquellas que ponen los
conceptos de razón y sentimiento al mismo nivel, hasta el punto de igualarlos,
poniendo una noción en el lugar de la otra, según convenga o interese.
JPO: Me gustaría
agradecerle el haber concedido esa entrevista para el periódico PortVitoria.
Muchas gracias y ¡buena suerte con su nuevo libro!
FRG: Muchas gracias a usted por su
amabilidad.
Nota
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moral, ethics, ética, responsabilidad individual, responsabilidade individual,
autoestima, amour-propre, ponerse en lugar del otro, colocar-se no lugar do
outro, to put oneself in the place of another, impostura moral, moral
imposture, Elias Canetti, José Ortega y Gasset, Bernard Williams, Octavio Paz, Alan
Sokal, Jean Bricmont, Intellectual Impostures
GENIAL.
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