Lejos de estar situado en la sabiduría contemplativa de los filósofos estoicos de la Antigüedad, e incluso de la Modernidad, no con indiferencia, ni siquiera, ay, con regocijo, sino con estupefacción, observo las desvergonzadas imposturas y capto los clamorosos silencios de aquellos que no hace unos años bramaban contra-la-Guerra-de-Irak. Todavía le queda a uno mucho que aprender en el camino de la sapiencia, la contención de las pasiones y el contento moral.
El cinismo vulgar del político siniestro, la procacidad del «intelectual orgánico» mediopensionado y el impudor del periodista canallesco no me sorprenden, bien es verdad. Ni antes ni ahora. Dominados por el pathos reactivo, saben estar a las dictaduras y a las dictablandas con gran habilidad profesional.
Tras la tardía intervención aliada en Libia, no percibo condenas ni preveo motines contra-la-guerra. No advierto más que requiebros dialécticos del género «donde dije digo, digo Diego», sin rubor alguno por parte de quienes esto profieren. No veo portadas de periódicos con niños destripados en brazos de padres descompuestos, como consecuencia de los desastres de la guerra en el mundo...
Dice el refranero español que quien tiene vergüenza, ni come ni almuerza.
No oigo hablar de guerra-ilegal-e-ilegítima, a propósito de la incursión militar contra el régimen de Gadafi en Libia. Sino todo lo contrario, y con gran descaro, dicho sea de paso. Tampoco de islamofobia tras los bombardeos. Ni llamar «criminales» a los mandatarios de la actual alianza que misiles lanza sobre suelo libio. No me ciegan los carteles fluorescentes del «No a la guerra». No escucho caceroladas «ciudadanas», ni clamar en las calles contra el imperialismo y la hipocresía de Occidente, ávidos de petróleo, ni aquello de «No más sangre por petróleo».
Nada hay, que yo sepa, de manifestaciones callejeras como las que un 15 de febrero de 2003 se convocaron contra-la-guerra-de-Irak. Por entonces, el infinito-ansia-de-paz sacó a las masas a la fresca, indignadas por la acción aliada comandada por Bush y Blair (¿y Aznar?) contra el régimen terrorista de de Sadam Hussein.
Entonces, las acciones militares tenían lugar en Irak, a miles de kilómetros de España. Estos días, se producen en Libia, a pocas millas, al otro lado de la costa. Entonces, no habían soldados españoles destacados. Estos días, los hay en primera línea de fuego. En Irak, no había interesa económicos españoles en juego. En Libia, sí. Sin embargo, no percibo indignación contra la guerra ni preocupación por la paz.
Entonces, las acciones militares tenían lugar en Irak, a miles de kilómetros de España. Estos días, se producen en Libia, a pocas millas, al otro lado de la costa. Entonces, no habían soldados españoles destacados. Estos días, los hay en primera línea de fuego. En Irak, no había interesa económicos españoles en juego. En Libia, sí. Sin embargo, no percibo indignación contra la guerra ni preocupación por la paz.
Sé que es imposible esperar racionalidad o coherencia de la muchedumbre ni pretender turbación en la turbamulta. Pero, yo hablo de la vergüenza, del pudor y del decoro de aquellos que (de cada uno de quienes) salieron entonces a la calle armados con buenas intenciones y altos ideales... Y ahora, no. O erraban entonces, o yerran ahora. ¿En qué quedamos? ¿No salen ahora a calle por vergüenza o por agorafobia?
Ciertamente, nuestra cultura se sustenta en el mecanismo mental y el sentido moral de la culpa (que es vivencia interior), no de la vergüenza (que es sentimiento con proyección exterior), como en Japón, por ejemplo. Por eso, tal vez, tantos entre nosotros se extrañan, también en estos días, del comportamiento «ejemplar» de un pueblo sacudido por un terremoto de una intensidad desconocida hasta la fecha, zarandeado por un posterior maremoto y expectante, en fin, por los efectos contaminantes de la dañada central nuclear de Fukushima. Tras la calamidad, en las devastadas ciudades japonesas no han asaltado las sedes del partido de la oposición ni sus habitantes han gritado «asesinos» a los miembros del Gobierno de turno, o «Nunca mais» o «No pasarán». Extraño pueblo… Tan vergonzoso...
Dice, asimismo, el refranero español que para quien no tiene vergüenza, toda la calle es suya. Vale. Pero, hoy, el español para la ciudadanía, por no tener, no tiene ni vergüenza torera. El actual Gobierno socialista la ha prohibido. Y tampoco nadie ha salido a la calle a protestar.
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