jueves, 26 de septiembre de 2019

VAGOS Y MALEANTES EN LA CIUDAD SIN LEY (y 4)


De familias, bandas y comunas

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El gran canon que estableció la épica de la maldad y la lírica de la ambigüedad quedó ejemplarizado y consolidado en la novela A sangre fría (In Cold Blood, 1965) de Truman Capote, título de culto venerado todavía en nuestros días como obra comprometida y precursora del “periodismo de investigación”, del “nuevo periodismo”. Dícese que Capote, con la ayuda de Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1960), realizaron un minucioso trabajo de documentación sobre el terreno antes de redactar el manuscrito del relato llevado a la imprenta; una labor, por cierto, en la que Capote puso la fama y Lee, la lana. En todo momento, quedaba claro que la intención de Capote no era firmar un obra de ficción, sino un documento social, un manifiesto victimista: empatizar con el criminal e ignorar a la víctima. Porque, en sentido estricto, la víctima de verité sería el criminal, no como antes, ustedes ya me entienden.
El propósito consistía en llevar a cabo un profundo estudio sobre la personalidad de dos ex presidiarios que en 1959 irrumpieron durante la noche en una casa rural en Kansas, propiedad de los Clutter, y asesinaron a sangre fría a toda la familia: Herbert Clutter, el padre, Bonnie, la madre, y sus hijos Nancy, de 16 años y Kenyon, de 15. En la narración (lo mismo que en la película realizada por Richard Brooks sobre la misma: A sangre fría [In Cold Blood, 1967]), los protagonistas son los criminales Richard "Dick" Hickock y Perry Edward Smith "Perry", especialmente, el segundo, individuo que a Capote interesó conocer a fondo, llegando a entrevistarle varias veces en prisión. Intercedió por su causa, aunque sin llegar hasta el final en la mediación: abandonó el caso cuando advirtió que la condena a muerte, por ahorcamiento, favorecía el final de su relato. Hay que ser compasivo, solidario y empático, pero todo tiene un límite.
El resto es silencio de las víctimas y éxito del subgénero Todo lo que desea saber sobre el criminal de turno desde una perspectiva social. Se cuentan por millares las producciones literarias, cinematográficas y televisivas centradas en el estudio (avalado por expertos psiquiatras, psicólogos y periodistas de investigación) de las mentes criminales, psycho y serial killers, psicópatas, maleantes y gente de malvivir. Sus protagonistas llenan las portadas de libros, periódicos y revistas, la entradilla en los programas de televisión, su vida y obra interesan sobremanera al gran público, no tanto las víctimas, que constituyen un tema muy triste y deprimente, menos fascinante e interesante, sin duda, que las hazañas de los malhechores.  

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Bonnie Parker y Clyde Barrow lideraron una banda de criminales que durante los años 30 cometieron graves delitos y asesinatos en el sur de los Estados Unidos. Sus correrías, que se prolongaron casi dos años, terminaron en una carretera de Luisiana, año 1934, en que ambos fueron abatidos a tiros, dentro del coche que conducían, por una patrulla policial que les pisaba los talones, comandada por el legendario y veterano Texas Ranger, capitán Frank HammerSin embargo, lo que ha pasado a la historia es la leyenda de Bonnie y Clyde. He aquí la cuestión.
Ya en sus tiempos de bandidaje se convirtieron en un icono, una pareja popular de atracadores de bancos que, según corría la voz en las calles y las emisoras de radio, robaban a los ricos por la cosa de los pobres. Provocaron la curiosidad —en ocasiones, con una pizca de picante admiración— entre los vecinos y la prensa les reservaba las portadas, informando al minuto sobre sus atracos y diabluras, callando a menudo los asesinatos de agentes de policía, a sangre fría. Eran los años de la Gran Depresión.

 Decenas de miles de paisanos acudieron al entierro de los dos bandidos, se escribieron poemas, baladas y canciones en recuerdo suyo. Pocos años después de su muerte, el cine tomó la historia de Bonnie y Clyde como tema o inspiración de múltiples films, en las que los forajidos hacían el papel de héroes de película. En 1967, producida por Warner Bros, dirigida por Arthur Penn y protagonizada por dos estrellas de Hollywood, Warren Beatty (quien, asimismo, participó en la producción) y Faye Dunaway, se estrena la cinta  Bonnie and Clyde. Hoy, sigue calificada de clásico del cine, con ribetes de mito y glamour.


¿Será verdad que algo está cambiando, en la realidad y en la ficción, acerca del sentido y la sensibilidad, a propósito de vagos, maleantes y gente de malvivir? ¿O una golondrina no hace verano?

Curiosidad de curiosidades. La última película rodada, hasta la fecha, sobre la célebre pareja se sale de la tendencia dominante de épica criminal y adopta la perspectiva de los agentes del orden que consiguieron dar caza a Bonnie Parker y Clyde Barrow. Se trata de  The Highwaymen (Emboscada final, 2019), una cinta distribuida por Netflix y protagonizada por Kevin Costner (Mark Hammer) y Woody Harrelson (Maney Gault, miembro del grupo policial capitaneado por Hammer). La trayectoria y fin de los dos delincuentes no adquiere aquí un tinte hagiográfico y con filtros favorecedores, tampoco el trabajo de los Texas Rangers en acción: dos agentes próximos a la ancianidad empeñados en cumplir con su deber. Quizás algo esté cambiando, después de todo, en Hollywood, es decir, que esté volviendo a sus orígenes. Tal vez.
Precisamente, para la generación iniciada en el cine durante los años sesenta, he ahí la fecha del principio del cine, su partida de nacimiento, su punto de arranque. El cine silente y el cine clásico (el cine de verdad) ni saben de su existencia. ¿Cómo era Hollywood? Este 2019, mismo año del film mencionado en el párrafo anterior, se conmemora el cincuenta aniversario del suplicio y asesinato de Sharon Tate y cuatro invitados que la acompañaban en su casa de Los Ángeles, un aciago 8 de agosto de 1969, a manos de la banda liderada por Charles Manson, un tipejo también con mucha sangre fría. Para nombrar a la cuadrilla fachosa suele mantenerse la estúpida costumbre de emplear el sobrenombre que su cabecilla invento a propósito: “la familia”. Era aquella una época de comuna, concebida y entendida por sus patrocinadores como sustituto de la familia tradicional, en la teoría y en la práctica.
Personaje mundialmente conocido, sobre quien se han escrito y filmado hasta la saciedad/suciedad, Manson es pieza clave (material y simbólica) en Érase una vez… en Hollywood (2019), film dirigido por Quentin Tarantino. La crítica oficial cinematográficamente correcta lo ha recibido con tibieza, cuando no con franca desafección o poco disimulada decepción. No contiene, dice, tanta violencia, como es habitual en la filmografía del director norteamericano, y, además, dedica poco espacio y tiempo a Charles Manson…, y no le reserva el papel protagonista. No es, en fin, el Tarantino de antes...
¿Será verdad que algo está cambiando, en la realidad y en la ficción, acerca del sentido y la sensibilidad, a propósito de vagos, maleantes y gente de malvivir? ¿O una golondrina no hace verano?





↪ VAGOS Y MALEANTES EN LA CIUDAD SIN LEY (1) 

↪ VAGOS Y MALEANTES EN LA CIUDAD SIN LEY (2)

↪ VAGOS Y MALEANTES EN LA CIUDAD SIN LEY (3)


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