sábado, 14 de diciembre de 2019

VER PARA CREER




¿Es lícito valorar un producto o algo sin haberlo percibido antes? Por supuesto que sí. La mayor parte de juicios y opiniones están basados en testimonios y fuentes de segunda mano. Nuestra experiencia y nuestro conocimiento son limitados, y, sobre todo, selectivos. Saber es saber elegir.
El viejo recurso de reclamar al crítico (no necesariamente, "profesional") una prueba empírica sobre la que asiente su estimación todavía cuela y se cuela entre dimes y diretes, que en eso ha quedado la comunicación humana. Señalo una burda añagaza con la que Previsores Reunidos S. A. se curan en salud y se blindan ante críticas, en particular, si no son de su agrado, o sea, “negativas”.
Así actúan los que nunca han tenido en sus manos un tratado de Tomás de Aquino, pero exigen a los demás que hayan tocado el género antes de tasarlo. Según esta Summa Dedológica, que intenta refutar nada menos que el sentido común, la lógica formal y el pensamiento abstracto, nadie estaría capacitado, por ejemplo, para opinar sobre una película, si previamente no la ha visto. Comunica uno su impresión con sabor a difamación y, tomando la expresión al pie de la letra, es interpelado de inmediato: “Pero, ¿tú la has visto?”. Tratándose de un libro, la cosa variaría, aunque no mucho: “Pero, ¿tú la has leído?" 

"Entonces, ¿de qué hablas?"
Esta ingenua treta podría servir, si acaso, para promocionar productos presumiblemente “provocativos” y fachosos, aquellos cuya razón de ser consiste, más que nada, en dar de qué hablar. Y poco más. Así funcionaría el denominado “boca a boca”, allí donde muerde el anzuelo y muere el pez.

La vida es breve. Conocer supone ante todo aprender lo legado y verificado, así como saber discernir y seleccionar entre el piélago de cosas que hay y nos rodean. Sin perder el tiempo en lo baladí y en el “si no lo veo, no lo creo”

Según Expertos Reunidos en petit comité, es vano el creer lo que no ha sido visto, muestra del no saber. Porque, tomistas o no, consideran de tomo y lomo que saber y percibir vienen a ser lo mismo. Quien mucho ha tocado se siente capacitado para sanar con las manos (♫ las manos mágicas♫). Herederos del pensamiento mágico, ignoran que una crítica competente, lo mismo que un primer diagnóstico médico, no se reconoce por el ojo que todo lo ve sino por el ojo clínico. A éste, con una mirada que mucho y bien ha observado, le basta, normalmente, unos minutos para hacerse una idea ajustada de lo que tiene delante. “¿Y tú qué sabes?”.
No, no visto la gala galana de los Premios Goya ni la última producción de Pedro Almodóvar. Tampoco he leído la nueva novela de Lucía Etxebarría y etcétera. Lo confieso. ¿No tengo, en consecuencia, información ni criterio suficiente para ponderar su sentido y significación? 

Me considero más espectador, en sentido orteguiano, que televidente estilo arguiñano, fiel a “Cocina abierta”, “El programa de Ana Rosa” o “Gran Hermano”, si es que los echan aún por la tele, que no los veo...

Entonces, ¿por qué opinas?”

Tampoco podría citar de memoria las Obras Completas de Sabino Arana ni de Prat de la Riba: ¿estoy negado por ello para poder evaluar el alcance último del nacionalismo vasco o catalán? Sí he leído, en cambio, a John Locke, y a otros que me han proporcionado claves, fundamentos y perspectivas de buen entendimiento. Del filósofo inglés he aprendido, por ejemplo, que el conocimiento brota de dos raíces: la procedente de la percepción directa y presente de las cosas y la proveniente del testimonio de los demás. La mayor parte de nuestro saber bebe de la segunda fuente (aconsejable, que sea fiable y sólida). Claro está como el agua que la deducción y el saber sumar dos y dos también ayudan mucho.
La vida es breve. Conocer supone ante todo aprender lo legado y verificado, así como saber discernir y seleccionar entre el piélago de cosas que hay y nos rodean. Sin perder el tiempo en lo baladí y en el “si no lo veo, no lo creo”.

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