sábado, 30 de noviembre de 2019

BRECHAS



Tiempo de brechas y de brezos, que vuelven por Navidad, festividad de festividades que cada vez pierde más estimación y fum fum fum en las sociedades posmodernas, aunque, según pasan los años, se esté extendiendo en el calendario. En lo que llevamos de milenio, aproximadamente, se hace visible (no digo “presente”) desde octubre, tras el resacón veraniego, hasta finales de enero, cuando el personal se prepara para la otra Pascua, la de Resurrección. What is the question? Aquí la cuestión es hacer la Pascua y cada cual se lleva al ascua lo que toca. Primero, interesa sólo un nacimiento, el del besugo al horno, y a continuación, el entierro de la sardina.

Todo lo cual no debe extrañar a nadie, porque resulta muy revelador: cuanto más perdura, algo o alguien, menos se procura, y menos respeta la gente menuda a la generación madura. Los viejos están en proteger la pensión y los cincuentones, en conseguirla cuanto antes, de manera que la gobernanza se deja a las niñas venidas del frío con mucho brío y en un avión a reacción, no como Santa Claus que viene lentamente a traernos regalos en trineo, en un viaje que, según hemos dicho, tarda varios meses en completarse.

Ya no se lleva el árbol navideño de brezo, y pocos recurren a la valla de brezo para tapar brechas. Vaya, vaya, ven ustedes cómo todo tiene ver con todo, según sostenían los filósofos presocráticos. Ya, ya lo sé, la gente corriente está pendiente de otro tipo de sostenibilidad.

Las modas y los modismos dilatan los cuerpos al calor de la publicidad. Y al color que más calienta los ánimos. Hace bastantes años que se lleva el rojo, de ahí el éxito de la flor de Pascua navideña, o sea, la poinsetia. También, el verde brócoli, que es una variedad del brécol, alimentos todos ellos mejor si son ecológicos. Priman los colores en la ciudad más que en una tienda Benetton. A día de hoy, el marrón brezo atrae menos que el marrón glacé, sobre todo, cuando te lo regalan. Hay que estar en la brecha, ponerse firmes y no comerse otro marrón que no sea ése, el glacé. Tararear Noche de paz el 24 de diciembre es tradición pasada de fecha. Estar en la brecha es estar en la brega, cantar un villancico social —¡anda jaleo, jaleo!— y comer marquesas marca El Turrión.

Se abre la brecha de la Navidad y se va a armar el belén, o sea, la marimorena. Entonces, y muy probablemente, hablaremos de brechas en la cabeza

Caramba con las brechas, por aquí y por allá. Se han instalado en el inconsciente colectivo del gentío, vaya lío, abriendo así la brecha de nuestro tiempo.

¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! Como si no estuviese el patio bastante agrietado y con boquetes por todos partes para abrir brechas que adoptan el aspecto y la función de trincheras. Los políticos y los medios de comunicación hablan sin parar de brechas, y el coro social, al alimón, repite la canción y pum pum pum. Da la impresión de que hay tantas brechas como boquerones, que, ustedes lo saben de sobra, son boquetes más anchos que las anchoas, otra oquedad más en esta sociedad llena de cabezas huecas.

Entonces, ¿qué diantres son las brechas de las que tanto se habla y escribe? Me atrevo a afirmar, sin cortarme un pelo, que el tema va de cabellos y postizos, de coletas y tira-buzones, de peinados con la raya en medio, partiendo el cráneo. Lo diré de otro modo: las brechas en la información/desinformación son como las mechas en la cabellera, buscan cambiar de color, crear reflejos y una luminosidad que llamen la atención. Esta temporada, les recuerdo, se lleva el tono pelirrojo, tan atrayente como peligroso.

Algo similar organizaron con el latazo de la carne mechada enlatada, buscando alarmar a la población, intoxicar a la pública opinión y crear una brecha alimentaria.

Según creo, la palabra “brecha” remite a un juguete roto, algo que anda mal, a lo cojomanteca, que desune y desiguala. Ah, voilà la desigualdá. Con la desigualdad hemos topado, Sancho, porque ancha es Castilla y por eso tenemos en España el denominado “problema territorial” en el extrarradio del país, agitado por regiones que quieren un aumento de sueldo, suelo y poder, y más que brecha apunta a escisión, acción de seccionar, o algo peor, vivisección nacional.


El caso es que la cosa no se limita a territorios, sino que avanza y se abre cual grieta en la pared. He oído y leído, a diestra y a siniestra, acerca de “brecha salarial”, “brecha digital”, “brecha de seguridad”, “brecha inflacionista”, “brecha de género” y no acaba ahí el listado. He aquí un país abierto en canal, deshilachado, malcarado, mirándose con cara de acelga unos a otros, aunque al final cada cual mire por lo suyo. Algo sorprendente, en esta patria con más expertos en ética por metro cuadrado del mundo, embriagada de altruismo y altermundismo, solidaridad y empatía.

Reúnes a un grupo de españoles y ya tenemos pleito: tú tienes más que yo; yo estoy más explotado que tú; y tú más; yo Tarzán, tú Jane, y así, a la chita callando o a grito pelado, brecha que te brecha, yo de izquierdas y tú de derechas, acabamos todos a tartazos, sobre todo, ahora que se acercan las fiestas navideñas, con comidas de empresa y cenas en familia, ya saben, nietos junto a abuelos, cuñado frente a cuñado, el patriarca destronado y todos sin estrenas ni regalos envueltos en celofán. Se abre la brecha de la Navidad y se va a armar el belén, o sea, la marimorena. Entonces, y muy probablemente, hablaremos de brechas en la cabeza.

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