Tiempo de brechas y de brezos, que
vuelven por Navidad, festividad de festividades que cada vez pierde más estimación y
fum fum fum en las sociedades posmodernas,
aunque, según pasan los años, se esté extendiendo en el calendario. En lo que
llevamos de milenio, aproximadamente, se
hace visible (no digo “presente”) desde octubre, tras el resacón veraniego,
hasta finales de enero, cuando el personal se prepara para la otra Pascua,
la de Resurrección. What is the
question? Aquí la cuestión es hacer
la Pascua y cada cual se lleva al ascua lo que toca. Primero, interesa sólo
un nacimiento, el del besugo al horno, y a continuación, el entierro de la
sardina.
Todo lo cual
no debe extrañar a nadie, porque resulta muy revelador: cuanto más perdura, algo o alguien, menos se procura, y menos respeta
la gente menuda a la generación madura. Los viejos están en proteger la
pensión y los cincuentones, en conseguirla cuanto antes, de manera que la gobernanza se deja a las niñas venidas
del frío con mucho brío y en un avión a reacción, no como Santa Claus que
viene lentamente a traernos regalos en trineo, en un viaje que, según hemos
dicho, tarda varios meses en completarse.
Ya no se
lleva el árbol navideño de brezo, y pocos recurren a la valla de brezo para
tapar brechas. Vaya, vaya, ven ustedes cómo todo tiene ver con todo, según sostenían los filósofos presocráticos.
Ya, ya lo sé, la gente corriente está pendiente de otro tipo de
sostenibilidad.
Las modas y los modismos dilatan los
cuerpos al calor de la publicidad. Y al color que más calienta los ánimos. Hace bastantes años que se lleva el
rojo, de ahí el éxito de la flor de Pascua navideña, o sea, la poinsetia.
También, el verde brócoli, que es una variedad del brécol, alimentos todos ellos
mejor si son ecológicos. Priman los colores en la ciudad más que en una tienda
Benetton. A día de hoy, el marrón brezo
atrae menos que el marrón glacé, sobre todo, cuando te lo regalan.
Hay que estar en la brecha, ponerse firmes y no comerse otro marrón que no sea
ése, el glacé. Tararear Noche de paz el 24 de diciembre es
tradición pasada de fecha. Estar en la
brecha es estar en la brega, cantar un villancico social —¡anda jaleo, jaleo!—
y comer marquesas marca El Turrión.
Se abre la brecha de la Navidad y se va a armar el belén, o sea, la marimorena. Entonces, y muy probablemente, hablaremos de brechas en la cabeza
Caramba con
las brechas, por aquí y por allá. Se han instalado en el inconsciente colectivo
del gentío, vaya lío, abriendo así la
brecha de nuestro tiempo.
¡Qué
tiempos! ¡Qué costumbres! Como si no estuviese el patio bastante agrietado y
con boquetes por todos partes para abrir brechas
que adoptan el aspecto y la función de trincheras. Los políticos y los
medios de comunicación hablan sin parar de brechas, y el coro social, al
alimón, repite la canción y pum pum pum.
Da la impresión de que hay tantas brechas
como boquerones, que, ustedes lo saben de sobra, son boquetes más anchos que
las anchoas, otra oquedad más en esta sociedad llena de cabezas huecas.
Entonces,
¿qué diantres son las brechas de las que tanto se habla y escribe? Me atrevo a
afirmar, sin cortarme un pelo, que el
tema va de cabellos y postizos, de coletas y tira-buzones, de peinados con la
raya en medio, partiendo el cráneo. Lo diré de otro modo: las brechas en la
información/desinformación son como las mechas en la cabellera, buscan
cambiar de color, crear reflejos y una luminosidad que llamen la atención. Esta
temporada, les recuerdo, se lleva el tono pelirrojo, tan atrayente como
peligroso.
Algo similar
organizaron con el latazo de la carne
mechada enlatada, buscando alarmar a la población, intoxicar a la pública
opinión y crear una brecha alimentaria.
Según creo,
la palabra “brecha” remite a un juguete roto, algo que anda mal, a lo cojomanteca, que desune y desiguala. Ah, voilà la desigualdá. Con la
desigualdad hemos topado, Sancho, porque ancha es Castilla y por eso tenemos en
España el denominado “problema territorial” en el extrarradio del país,
agitado por regiones que quieren un aumento de sueldo, suelo y poder, y más que brecha apunta a escisión, acción de
seccionar, o algo peor, vivisección nacional.
El caso es
que la cosa no se limita a territorios, sino que avanza y se abre cual grieta
en la pared. He oído y leído, a diestra y a siniestra, acerca de “brecha
salarial”, “brecha digital”, “brecha de seguridad”, “brecha inflacionista”,
“brecha de género” y no acaba ahí el listado. He aquí un país abierto en canal, deshilachado, malcarado, mirándose
con cara de acelga unos a otros, aunque al final cada cual mire por lo suyo.
Algo sorprendente, en esta patria con más expertos en ética por metro cuadrado
del mundo, embriagada de altruismo y altermundismo,
solidaridad y empatía.
Reúnes a un grupo de españoles y ya
tenemos pleito: tú
tienes más que yo; yo estoy más explotado que tú; y tú más; yo Tarzán, tú Jane,
y así, a la chita callando o a grito pelado, brecha que te brecha, yo de izquierdas
y tú de derechas, acabamos todos a tartazos, sobre todo, ahora que se acercan
las fiestas navideñas, con comidas de empresa y cenas en familia, ya saben, nietos junto a abuelos, cuñado frente a cuñado, el patriarca destronado y todos
sin estrenas ni regalos envueltos en celofán. Se abre la brecha de la Navidad y se va a armar el belén, o sea, la
marimorena. Entonces, y muy probablemente, hablaremos de brechas en la
cabeza.
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