viernes, 19 de agosto de 2022

SILENTE, SE RUEDA: JULIO CAMBA, “LA FLAUTA Y EL TROMBÓN”

 

Tengo por Julio Camba una gran admiración, a quien incluyo entre los mejores escritores en lengua española; ayer y hoy, ay, por tantos ignorado… Incluso Francisco Umbral, por citar otro cronista del verbo que estimo mucho, no sólo niega al gallego universal una entrada en su Diccionario de Literatura (1995), sino que ni siquiera menciona su nombre en el volumen una sola vez, de paso ni de pasada. Algo especialmente insólito a propósito de Camba, escritor, periodista y maestro de columnistas (acaso sea por esto… por lo otro y lo de más allá).

El caso es que además de leer con sumo gusto a Camba, sobre los más diversos temas, me alegra infinito coincidir con algunas de sus apreciaciones particulares; lo cual no constituye una condición necesaria para disfrutar de la prosa de autor. Por ejemplo, en referencia al cine. Ocurre que ambos —maese y eso (Camba) y aprendiz feliz (un servidor)—, aficionados al cine, preferimos el cine mudo (o silente) al hablado (o sonoro). Por mi parte, he dedicado bastantes páginas para afianzar mi criterio de identificar el cine mudo con el cine puro. Por la suya, le basta el breve espacio de una columna de prensa para establecer su punto de vista. Y es que, en verdad, para amar el silente mudo sobran las palabras…

 ***

LA FLAUTA Y EL TROMBÓN

«El cine solo fue un arte verdaderamente universal en sus comienzos, pero tan pronto como la ciencia logró otorgarle el don de la palabra, le quitó toda su universalidad. Fue universal como son universales los niños, a quienes entiende siempre todo el mundo mientras no rompen a hablar y los que, en cuanto aprenden a decir las cosas en un idioma cualquiera, se hacen completamente ininteligibles en todos los otros.

»Es cierto que el cine mudo necesitaba frecuentemente el auxilio de unas explicaciones habladas, pero el cine hablado, a su vez, necesita, casi siempre, apoyar su acción en unos letreros mudos y, excepto en los países de origen de las películas, el espectador cinematográfico no tiene más remedio que ayudarse con los letreros o ayudarse con el doblaje. ¿Que qué es el doblaje? Pues el doblaje es un truco muy ingenioso en virtud del cual cuando la Greta Garbo dice, por ejemplo, «¡caracoles!», el espectador oye «¡ranas!», y cuando dice «¡ranas!» el espectador oye «¡caracoles!». ¿No han oído ustedes hablar nunca de una persona que le quita a otra las palabras de la boca? Pues eso es, exactamente, lo que hacen los ingenios del sonido con la Greta Garbo y demás estrellas del cine. Les quitan las palabras de la boca, las vuelven del revés y se las ponen otra vez dentro.

»El efecto, muchas veces, es igual al que nos produciría una flauta de la que oyésemos salir un redoble de tambor o un trombón que sonase como una ocarina, pero, hasta ahora, no se ha encontrado aún mejor procedimiento para darle algo de universalidad al cine hablado.

»Yo, la verdad, preferiría el cine mudo. Eso de que un actor o una actriz hagan todos los movimientos bucales necesarios a la pronunciación de las palabras good bye y luego resulte que lo que dicen es «¡adiós, muy buenas!», me parece algo así como si un sastre me tomase cuidadosamente las medidas de una americana y después me hiciese con ellas un par de pantalones. Generalmente las palabras le entran a uno por los ojos tanto como por los oídos, y cada idioma tiene unas expresiones faciales que no es posible armonizar casi nunca con las palabras de los otros idiomas; pero ya no hay manera de volver al cine mudo y tendremos que aceptar el doblaje como un mal necesario.

»¡Qué le vamos a hacer! «¡Dichosos los animales —decía nuestro Larra—, porque ellos, como no hablan, se entienden!». ¡Dichosos los personajes del cine mudo —diremos nosotros a nuestra vez—, porque, no pudiendo expresarse en ningún idioma, eran comprendidos por igual en todos los países del mundo!…»

 

Texto incluido en la selección de artículos de Camba, Esto, lo otro y lo de más allá (1945. Edición de Mario Parajón)

 


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