URBANISMO Y TOTALITARISMO
Espacios abiertos en la sociedad cerrada
«En oposición a la masa abierta que puede crecer hasta el infinito, que está por todas partes y que precisamente por eso reclama un interés universal, está la masa cerrada.»
Elias Canetti, Masa y poder
1. La polis al
servicio de la política
El totalitarismo pandemoníaco —que
reúne el siniestro combinado, entre otros elementos tóxicos, de Estado terapéutico
y ecolatría— ha significado un cambio sustancial en los totalitarismos hasta
ahora conocidos, en lo tocante a la adaptación del diseño y trazado urbano de
las ciudades a los particulares esquemas doctrinarios y operativos del Poder
establecido. A pesar de las diferencias entre unos y otros totalitarismos, cabe
resaltar en ellos dos elementos comunes:
1) la planificación selectiva de
espacios abiertos estratégicamente dispuestos en la «planificación
urbanística», lo cual contrasta perceptiblemente con el carácter cerrado de las
sociedades sometidas a la tiranía total y al lockdown, antítesis de la sociedad abierta (Karl Popper) y bien
ordenada (Víctor Pérez Díaz), y
2) el regusto por la demolición de lo «antiguo» a fin proceder a la fundación —o mejor dicho, al montaje— de lo «nuevo», no en un sentido funcional, de rehabilitación o reforma (adecuar las construcciones y actuaciones urbanísticas a las cambiantes necesidades ciudadanas, así como a la voluntad de los propietarios de solares y edificios, en el ámbito arquitectónico privado, para introducir variaciones en lo existente) sino siguiendo un ideario programático y un plan político doctrinario materializado por medio de mandatos gubernamentales; hoy, dicha demolición deconstruccionista debe entenderse como una aplicación participativa más del «reseteo». O, dicho de otro modo, de la «eutanasia urbana», a saber: corrector demográfico que, tal como opera su cuñada la «eutanasia médica», lo antiguo sería sinónimo de «viejo», es decir, eliminable sin esperas ni colas ni citas previas, un ser caducado que está de más, una pensión y los servicios sociales que se ahorra el «Gobierno social» y una herencia familiar sobrevenida que ayuda a los descendientes a tapar huecos económicos perforados por la inflación y el coste de la vida. ¿Qué sería lo nuevo según la neolengua pandemoniaca? Una letra de cambio en el balance de la vida, que emite el librador, o sea, el fin libertador, para librarse del deudor (o librado), aquel que debe a la sociedad y al Estado el haber vivido demasiado.
Sean antiguas o nuevas, que ni la
ministra del ramo y la rosa lo sabría
distinguir, amplias plazas despejadas y a cielo abierto, como los Foros
Imperiales en Roma, Alexanderplatz en Berlín, la Königsplatz
en Múnich, la Plaza de Tiananmen en Pekín, la Plaza de la Revolución en La Habana
o Plaza Roja en Moscú, representan construcciones diseñadas o rehabilitadas más
por un propósito político e ideológico que meramente urbanístico; todavía hoy
pueden contemplarse estas llanuras urbanas, con pocos cambios, por lo general,
desde su inauguración; no así el Muro de Berlín, por citar un ejemplo. El
simbolismo y el objeto de dichas explanadas remiten a la exhibición del poder
que desea hacerse patente mediante la ostentación y el realce de determinados
edificios, pináculos o monumentos con vocación emblemática, pero,
principalmente, a un escenario distinguido para la movilización y congregación
de muchedumbres, la parada militar y el desfile popular, las demostraciones de poderío, en fin, a
mayor gloria de los mandatarios que presiden los actos desde la atalaya de la
tribuna principal.[1] Mas, esto es lo que
acontecía cuando la sociedad de masas.
En la reestructuración comunal y los
planes generales de «Ordenación
Urbana» con el sello del Nuevo Desorden Mundial, en la comunidad y en la urbe
teledirigida de nuestros días, la prioridad del Alto Mando es diferente a la
que caracterizaba al antiguo desorden
mundial. En el presente discontinuo, no se trata tanto de movilizar a la
población como de desmovilizarla, de reducir el radio de acción de sus
movimientos al mínimo espacio y tiempo, todo ello conducente a facilitar el control total de lo que hacen, piensan o
sienten todos y cada uno de los
individuos. Las nuevas tecnologías permiten, a su vez, que el control
colectivo de la masa social se lleve a cabo de modo individualizado. Ello
supone la implantación de un régimen de inspección general en las ciudades
(reducidas a diáfanos y translúcidos campos
de concentración), lo cual implica la citada reestructuración y deconstrucción
de las mismas, de manera que adopten la forma y función de «plataformas de
ciudades inteligentes/ciudades seguras, sistemas de reconocimiento facial y vigilancia
predictiva».[2] En este sentido, como se ha dicho,
la aplicación de nuevas tecnologías de la información y la denominada
«Inteligencia Artificial» (IA) resultan tan útiles como eficaces para el Alto
Mando y los mandos intermedios (además de contar a pie de calle con la
«colaboración y la delación ciudadana»).
En realidad, el uso de máquinas al
servicio del aparato de «Inteligencia», es decir, de vigilancia, acecho y
espionaje interior, no tiene límites ni fronteras. Sea en la ciudad o en el campo,
en municipios y pueblos grandes, medianos o pequeños, nada ni nadie escapa a la
custodia gubernamental socializante, lo cual supone advertir que en este juego
jugamos todos sin excepción; he aquí el colectivismo, el totalitarismo y el
igualitarismo, finalmente consumados a escala global. Donde no llegan las
patrullas ni los somatenes ni los drones ni las frecuencias de 5G, llega la Red
de redes, siendo así fiscalizados todos en la «retícula reguladora» urbana, como
les gusta adornarse con la palabrería a los subalternos y subvencionados arquitectos deconstruccionistas;
quienes beben de la insípida fuente, más incitante que inspiradora, de la posmodernidad:
no extraña, pues, que esbocen espacios de secano en vez de parques floridos.
Mientras tanto, y para seguir
demostrando que para los mandatarios decir y hacer son cosas distintas,
mirándose al espejo con mala cara (todo forma parte de una no confesada teoría de juegos), por orden del señor
alcalde, cuando hace calor en la villa, se cierran al público espacios
arbolados y jardines públicos de floresta, a cuenta y cuento del clima
climático y el CO2(P2), una manera recreativa y retozona de expresar el culto
pagano al árbol, al arbusto y a lo
público. A propósito, ¿qué significa «público»? En la tercera acepción del
Diccionario de Uso del Español (María Moliner) leemos: «Para la gente en
general.» Sea como fuere, para el totalitarismo pandemoniaco climatizado a
medias, todo es público, al cabo. O lo será. O al revés. O de momento. No
importa. Sólo con entrar en el supuesto debate de ese plomizo asunto del clima
que da grima, el incauto polemista o simple curioso es conducido a un callejón
sin salida ni ventilación, al tiempo que se arrodilla a la aceptación tácita de
que nos hallamos ante un «problema real, de los de verdad».
Basta leer entre líneas, olfatear y
otear la mediolengua de los «expertos»
disertando sobre esto y aquello de manera desinhibida y desfachatada,
justificando lo injustificable —«divinas palabras», con todo—, para advertir
una perorata indescifrable y
cantinflesca, que sólo convence a quien ya está
convencido de antemano, ese sujeto vegetativo que ni entiende ni quiere
entender.[3] Lo
que hay que tomarse en serio no son los mensajes, las informaciones y los
recados oficiales y mediáticos, que ni son ni dicen nada, sino la fuerza y la
violencia, la coacción y la imposición que activan las restricciones palpables
y las amenazas reales.
2. La glásnot
posmoderna en la ciudad vigilada
[Plaza de España, Madrid]
Tras el paso de taladradoras y grúas pandemoníacas,
las plazas de las ciudades ya no se ven a vista
de pájaro, sino a vista de dron de
vigilancia
Puesto que el totalitarismo realmente
existente ya no focaliza su dominio sobre las concentraciones de masas y las
«demostraciones populares», sino en el control y vigilancia total de la masa
sumisa, es preciso eliminar barreras y obstáculos, cubiertas y cobertizos,
techados y arbolados. Los espacios en la «ciudad inteligente y artificiera» del
Estado Vigilancia han de estar al descubierto, sin interferencias ni estorbos, a cielo
abierto, despejados y transparentes, o sea, «diáfanos», como dicen los
«expertos» y los gerentes del urbanismo pandemoníaco. Debe dificultar lo menos
posible tanto el movimiento por tierra de rondas, patrullas e incursiones
policiales y el funcionamiento permanente de las cámaras de vigilancia cuanto
por el aire la captación de imágenes por parte de avionetas, helicópteros,
drones, satélites y demás medios de inspección, seguimiento, identificación y
monitorización «inteligente» de viandantes y figurantes en estas
ciudades-corral que formarán el paisaje urbano de la nueva era del destape
integral y sin gluten; de la apertura a lo nuevo (¡el Cambio!») que no conlleva
ruptura con lo antiguo (¡el Antiguo Régimen!), aunque el Gran Arquitecto lo
niegue si desea conservar el puesto y el despacho, es decir, la Glásnot que enseña la patita del poder, el
muslo que da de comer a los nuevos diseñadores del mundo, al tiempo que los
diseñados y los desechados figuran (figurantes, al fin) como manjares del ágape
en el ágora.
Que realiza usted una escapada a la
playa: prohibido protegerse del sol bajo una sombrilla oscura o con estampados
(que suena a «tapados»), que sea de tonos claros, para que nos aclaremos. Y ya
veremos lo que tardan sus diáfanas potestades en prohibir el uso del sombrero
en exteriores (en interiores lo aconseja, no tanto la urbanidad cuanto la caballerosidad), que, después de todo, se trata
de una «prenda de derechas». Que se decide usted por la emboscadura: quien se
embosca y evita el claro del bosque, algo oculta; sospechoso es, pues. Y en
este plan.
La ciudad, entorno en el que existe y se perpetúa la civilización (ambos vocablos comparten
de similar raíz etimológica), representa la «circunstancia» del hombre, según
la terminología de Ortega y Gasset, imbricándose e implicándose mutuamente: si
una no se salva, tampoco la otra. El sueño utópico y demencial del totalitarismo
consiste en consumar el fin del hombre y de la ciudad; o expresado en
significación posmoderna, su deconstrucción:
«Lo que se llama “ciudad”, en el fondo sería una impostura que consiste en
vaciarla de humanidad y dejarla reducida a edificios, parques y avenidas. Es la
ciudad abstracta, privada de quienes la habitan.»[4]
NOTAS
[1] Aunque de
propensión e inclinación totalitaria, la ironía del caso les ha jugado a sus
planificadores un mala pasada. Por ejemplo, Alexanderplatz fue el centro
neurálgico del Berlín Oriental. En la década de los años sesenta, dentro de un
plan urbanístico de cirugía estética socializante, se amplió el área,
convirtiéndola en peatonal. Se levantó la Torre de Televisión de Berlín (Fernsehturm), primer intento comunista
de llegar a la luna antes que los americanos, y se decoró la zona sin decoro
con la denominada «Fuente de la Amistad entre los Pueblos» y un monumento a
Marx y Engels. Todavía hoy el largo brazo enciclopedista de Wikipedia resalta
en la entrada
correspondiente que «la plaza ha conservado su marcado carácter socialista»
(consultado el 2 de agosto de 2022). Pues bien, el 4 de noviembre de 1989 se
concentraron cerca de medio millón de personas contra la camarilla comunista
gobernante. Cinco días más tarde, el 9 de noviembre, el Gobierno alemán anunció
el paso libre, en ambas direcciones, Este/Oeste, primer paso en el derribo del
Muro de Berlín. Por otra parte, la plaza de Tiananmen en Pekín, construida en
1949, ha adquirido, finalmente, celebridad internacional como muestra de
oposición y resistencia popular contra el Gobierno comunista en China
(protestas multitudinarias de primavera y verano, justamente, de 1989, que
concluyeron en masacre por la intervención represiva de la fuerza armada del
régimen).
[2] Cfr. John W. Whitehead & Nisha
Whitehead, «Digital Authoritarianism: AI Surveillance Signals
the Death of Privacy», en Off-Guardian,
30 de julio de 2022 (consultado ese mismo día).
[3] Como muestra un botón o dos de
«explicación de Falla» o tecno-cantinflesca esgrimida por el Ayuntamiento de
Valencia (España) a propósito de algunas de sus operaciones urbanísticas,
cortantes y rasantes como una intervención quirúrgica: «La recuperación, no contradictoria con la utilización unitaria
del espacio público hoy reconocido, de los elementos urbanos preexistentes.»
«Este espacio diáfano, marcado por la retícula reguladora». Cfr. «Proyectos
urbanos. Plaza Nápoles y Sicilia».
[4] Cfr. Manuel
E. Vázquez, Ciudad de la memoria.
Infancia de Walter Benjamin, Ediciones Alfonso el Magnánimo, Colección
Novatores, 1996.
***
Capítulo 8 del ensayo El laboratorio del doctor Faustus: Nuevas tecnologías y poscapitalismo (2022), cuarto título de la serie La civilización en deconstrucción
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