martes, 9 de agosto de 2022

URBANISMO Y TOTALITARISMO. Espacios abiertos en la sociedad cerrada


URBANISMO Y TOTALITARISMO

Espacios abiertos en la sociedad cerrada

 

«En oposición a la masa abierta que puede crecer hasta el infinito, que está por todas partes y que precisamente por eso reclama un interés universal, está la masa cerrada.»

                                                                                        Elias Canetti, Masa y poder


1. La polis al servicio de la política

El totalitarismo pandemoníaco —que reúne el siniestro combinado, entre otros elementos tóxicos, de Estado terapéutico y ecolatría— ha significado un cambio sustancial en los totalitarismos hasta ahora conocidos, en lo tocante a la adaptación del diseño y trazado urbano de las ciudades a los particulares esquemas doctrinarios y operativos del Poder establecido. A pesar de las diferencias entre unos y otros totalitarismos, cabe resaltar en ellos dos elementos comunes:

1) la planificación selectiva de espacios abiertos estratégicamente dispuestos en la «planificación urbanística», lo cual contrasta perceptiblemente con el carácter cerrado de las sociedades sometidas a la tiranía total y al lockdown, antítesis de la sociedad abierta (Karl Popper) y bien ordenada (Víctor Pérez Díaz), y

2) el regusto por la demolición de lo «antiguo» a fin proceder a la fundación —o mejor dicho, al montaje— de lo «nuevo», no en un sentido funcional, de rehabilitación o reforma (adecuar las construcciones y actuaciones urbanísticas a las cambiantes necesidades ciudadanas, así como a la voluntad de los propietarios de solares y edificios, en el ámbito arquitectónico privado, para introducir variaciones en lo existente) sino siguiendo un ideario programático y un plan político doctrinario materializado por medio de mandatos gubernamentales; hoy, dicha demolición deconstruccionista debe entenderse como una aplicación participativa más del «reseteo». O, dicho de otro modo, de la «eutanasia urbana», a saber: corrector demográfico que, tal como opera su cuñada la «eutanasia médica», lo antiguo sería sinónimo de «viejo», es decir, eliminable sin esperas ni colas ni citas previas, un ser caducado que está de más, una pensión y los servicios sociales que se ahorra el «Gobierno social» y una herencia familiar sobrevenida que ayuda a los descendientes a tapar huecos económicos perforados por la inflación y el coste de la vida. ¿Qué sería lo nuevo según la neolengua pandemoniaca? Una letra de cambio en el balance de la vida, que emite el librador, o sea, el fin libertador, para librarse del deudor (o librado), aquel que debe a la sociedad y al Estado el haber vivido demasiado.

Sean antiguas o nuevas, que ni la ministra del ramo y la rosa lo sabría distinguir, amplias plazas despejadas y a cielo abierto, como los Foros Imperiales en Roma, Alexanderplatz en Berlín, la Königsplatz en Múnich, la Plaza de Tiananmen en Pekín, la Plaza de la Revolución en La Habana o Plaza Roja en Moscú, representan construcciones diseñadas o rehabilitadas más por un propósito político e ideológico que meramente urbanístico; todavía hoy pueden contemplarse estas llanuras urbanas, con pocos cambios, por lo general, desde su inauguración; no así el Muro de Berlín, por citar un ejemplo. El simbolismo y el objeto de dichas explanadas remiten a la exhibición del poder que desea hacerse patente mediante la ostentación y el realce de determinados edificios, pináculos o monumentos con vocación emblemática, pero, principalmente, a un escenario distinguido para la movilización y congregación de muchedumbres, la parada militar y el desfile popular, las demostraciones de poderío, en fin, a mayor gloria de los mandatarios que presiden los actos desde la atalaya de la tribuna principal.[1] Mas, esto es lo que acontecía cuando la sociedad de masas.

En la reestructuración comunal y los planes generales de «Ordenación Urbana» con el sello del Nuevo Desorden Mundial, en la comunidad y en la urbe teledirigida de nuestros días, la prioridad del Alto Mando es diferente a la que caracterizaba al antiguo desorden mundial. En el presente discontinuo, no se trata tanto de movilizar a la población como de desmovilizarla, de reducir el radio de acción de sus movimientos al mínimo espacio y tiempo, todo ello conducente a facilitar el control total de lo que hacen, piensan o sienten todos y cada uno de los individuos. Las nuevas tecnologías permiten, a su vez, que el control colectivo de la masa social se lleve a cabo de modo individualizado. Ello supone la implantación de un régimen de inspección general en las ciudades (reducidas a diáfanos y translúcidos campos de concentración), lo cual implica la citada reestructuración y deconstrucción de las mismas, de manera que adopten la forma y función de «plataformas de ciudades inteligentes/ciudades seguras, sistemas de reconocimiento facial y vigilancia predictiva».[2] En este sentido, como se ha dicho, la aplicación de nuevas tecnologías de la información y la denominada «Inteligencia Artificial» (IA) resultan tan útiles como eficaces para el Alto Mando y los mandos intermedios (además de contar a pie de calle con la «colaboración y la delación ciudadana»).

En realidad, el uso de máquinas al servicio del aparato de «Inteligencia», es decir, de vigilancia, acecho y espionaje interior, no tiene límites ni fronteras. Sea en la ciudad o en el campo, en municipios y pueblos grandes, medianos o pequeños, nada ni nadie escapa a la custodia gubernamental socializante, lo cual supone advertir que en este juego jugamos todos sin excepción; he aquí el colectivismo, el totalitarismo y el igualitarismo, finalmente consumados a escala global. Donde no llegan las patrullas ni los somatenes ni los drones ni las frecuencias de 5G, llega la Red de redes, siendo así fiscalizados todos en la «retícula reguladora» urbana, como les gusta adornarse con la palabrería a los subalternos y subvencionados arquitectos deconstruccionistas; quienes beben de la insípida fuente, más incitante que inspiradora, de la posmodernidad: no extraña, pues, que esbocen espacios de secano en vez de parques floridos.

Mientras tanto, y para seguir demostrando que para los mandatarios decir y hacer son cosas distintas, mirándose al espejo con mala cara (todo forma parte de una no confesada teoría de juegos), por orden del señor alcalde, cuando hace calor en la villa, se cierran al público espacios arbolados y jardines públicos de floresta, a cuenta y cuento del clima climático y el CO2(P2), una manera recreativa y retozona de expresar el culto pagano al árbol, al arbusto y a lo público. A propósito, ¿qué significa «público»? En la tercera acepción del Diccionario de Uso del Español (María Moliner) leemos: «Para la gente en general.» Sea como fuere, para el totalitarismo pandemoniaco climatizado a medias, todo es público, al cabo. O lo será. O al revés. O de momento. No importa. Sólo con entrar en el supuesto debate de ese plomizo asunto del clima que da grima, el incauto polemista o simple curioso es conducido a un callejón sin salida ni ventilación, al tiempo que se arrodilla a la aceptación tácita de que nos hallamos ante un «problema real, de los de verdad».

Basta leer entre líneas, olfatear y otear la mediolengua de los «expertos» disertando sobre esto y aquello de manera desinhibida y desfachatada, justificando lo injustificable —«divinas palabras», con todo—, para advertir una perorata indescifrable y cantinflesca, que sólo convence a quien ya está convencido de antemano, ese sujeto vegetativo que ni entiende ni quiere entender.[3] Lo que hay que tomarse en serio no son los mensajes, las informaciones y los recados oficiales y mediáticos, que ni son ni dicen nada, sino la fuerza y la violencia, la coacción y la imposición que activan las restricciones palpables y las amenazas reales.

 

2. La glásnot posmoderna en la ciudad vigilada

[Plaza de España, Madrid]


Tras el paso de taladradoras y grúas pandemoníacas, las plazas de las ciudades ya no se ven a vista de pájaro, sino a vista de dron de vigilancia

 

Puesto que el totalitarismo realmente existente ya no focaliza su dominio sobre las concentraciones de masas y las «demostraciones populares», sino en el control y vigilancia total de la masa sumisa, es preciso eliminar barreras y obstáculos, cubiertas y cobertizos, techados y arbolados. Los espacios en la «ciudad inteligente y artificiera» del Estado Vigilancia han de estar al descubierto, sin interferencias ni estorbos, a cielo abierto, despejados y transparentes, o sea, «diáfanos», como dicen los «expertos» y los gerentes del urbanismo pandemoníaco. Debe dificultar lo menos posible tanto el movimiento por tierra de rondas, patrullas e incursiones policiales y el funcionamiento permanente de las cámaras de vigilancia cuanto por el aire la captación de imágenes por parte de avionetas, helicópteros, drones, satélites y demás medios de inspección, seguimiento, identificación y monitorización «inteligente» de viandantes y figurantes en estas ciudades-corral que formarán el paisaje urbano de la nueva era del destape integral y sin gluten; de la apertura a lo nuevo (¡el Cambio!») que no conlleva ruptura con lo antiguo (¡el Antiguo Régimen!), aunque el Gran Arquitecto lo niegue si desea conservar el puesto y el despacho, es decir, la Glásnot que enseña la patita del poder, el muslo que da de comer a los nuevos diseñadores del mundo, al tiempo que los diseñados y los desechados figuran (figurantes, al fin) como manjares del ágape en el ágora.

Que realiza usted una escapada a la playa: prohibido protegerse del sol bajo una sombrilla oscura o con estampados (que suena a «tapados»), que sea de tonos claros, para que nos aclaremos. Y ya veremos lo que tardan sus diáfanas potestades en prohibir el uso del sombrero en exteriores (en interiores lo aconseja, no tanto la urbanidad cuanto la caballerosidad), que, después de todo, se trata de una «prenda de derechas». Que se decide usted por la emboscadura: quien se embosca y evita el claro del bosque, algo oculta; sospechoso es, pues. Y en este plan.

 

La ciudad, entorno en el que existe y se perpetúa la civilización (ambos vocablos comparten de similar raíz etimológica), representa la «circunstancia» del hombre, según la terminología de Ortega y Gasset, imbricándose e implicándose mutuamente: si una no se salva, tampoco la otra. El sueño utópico y demencial del totalitarismo consiste en consumar el fin del hombre y de la ciudad; o expresado en significación posmoderna, su deconstrucción: «Lo que se llama “ciudad”, en el fondo sería una impostura que consiste en vaciarla de humanidad y dejarla reducida a edificios, parques y avenidas. Es la ciudad abstracta, privada de quienes la habitan.»[4]



NOTAS

[1] Aunque de propensión e inclinación totalitaria, la ironía del caso les ha jugado a sus planificadores un mala pasada. Por ejemplo, Alexanderplatz fue el centro neurálgico del Berlín Oriental. En la década de los años sesenta, dentro de un plan urbanístico de cirugía estética socializante, se amplió el área, convirtiéndola en peatonal. Se levantó la Torre de Televisión de Berlín (Fernsehturm), primer intento comunista de llegar a la luna antes que los americanos, y se decoró la zona sin decoro con la denominada «Fuente de la Amistad entre los Pueblos» y un monumento a Marx y Engels. Todavía hoy el largo brazo enciclopedista de Wikipedia resalta en la entrada correspondiente que «la plaza ha conservado su marcado carácter socialista» (consultado el 2 de agosto de 2022). Pues bien, el 4 de noviembre de 1989 se concentraron cerca de medio millón de personas contra la camarilla comunista gobernante. Cinco días más tarde, el 9 de noviembre, el Gobierno alemán anunció el paso libre, en ambas direcciones, Este/Oeste, primer paso en el derribo del Muro de Berlín. Por otra parte, la plaza de Tiananmen en Pekín, construida en 1949, ha adquirido, finalmente, celebridad internacional como muestra de oposición y resistencia popular contra el Gobierno comunista en China (protestas multitudinarias de primavera y verano, justamente, de 1989, que concluyeron en masacre por la intervención represiva de la fuerza armada del régimen).

[2] Cfr. John W. Whitehead & Nisha Whitehead, «Digital Authoritarianism: AI Surveillance Signals the Death of Privacy», en Off-Guardian, 30 de julio de 2022 (consultado ese mismo día).

[3] Como muestra un botón o dos de «explicación de Falla» o tecno-cantinflesca esgrimida por el Ayuntamiento de Valencia (España) a propósito de algunas de sus operaciones urbanísticas, cortantes y rasantes como una intervención quirúrgica: «La recuperación, no contradictoria con la utilización unitaria del espacio público hoy reconocido, de los elementos urbanos preexistentes.» «Este espacio diáfano, marcado por la retícula reguladora». Cfr. «Proyectos urbanos. Plaza Nápoles y Sicilia».

[4] Cfr. Manuel E. Vázquez, Ciudad de la memoria. Infancia de Walter Benjamin, Ediciones Alfonso el Magnánimo, Colección Novatores, 1996.

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Capítulo 8 del ensayo El laboratorio del doctor Faustus: Nuevas tecnologías y poscapitalismo (2022), cuarto título de la serie La civilización en deconstrucción




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