sábado, 19 de junio de 2010

EL IDIOMA ESPAÑOL, AL DÍA



«Desde la autoridad filosófica, se ha asumido como designio o fatalidad que el español, o lengua castellana, que cuando se adentra en el territorio del pensar se convierte en un intruso o un extraño, en un simple merodeador, cuando no en un impostor. Esta profunda sugestión remite, aunque no directamente, a poderosas creencias e inquietudes de procedencia germánica: la «nueva mitología» propugnada por Schelling, en el sentido de buscar ese poema originario e infinito, renovado apeiron de la literatura, unidad de la multiplicidad, donde los demás géneros se funden, y la doctrina romántica, de raíz herderiana, de Wilhem von Humboldt, según la cual en el seno de la lengua, en cada sistema lingüístico, anida una característica concepción del mundo (Weltanschauung) que configura el modo de pensar de sus usuarios; así como, más explícitamente, la etno-intuición antojadiza de Martin Heidegger que sostenía que sólo el griego y el alemán son idiomas aptos para el pensar, quedando vedados los demás, en especial los de raíz latina.
Bajo el manto protector de estas fábulas se han visto persuadidas y acomplejadas, casi ahogadas, varias generaciones de filósofos en España, y arrastradas a adoptar conductas muy drásticas: desde la que anima sin más rodeos al aprendizaje urgente del alemán (el griego clásico es lengua muerta y no tiene hoy tanto prestigio) con el objeto de transformarse en epígonos de sabios germánicos, hasta la que, sobreponiéndose al apuro inicial, decide abrir una sucursal universitaria en España de escuelas filosóficas, o promocionar autores del exterior con el fin de ofrecer una versión hispana de ésta y éstos adaptados al gusto de los de aquí, movidos por lo que Carlos Pereda, ya lo hemos visto, denomina «fervor sucursalero».
Pero, con estas maneras e inclinaciones, es difícil competir o disputar un territorio para asentar el discurso filosófico propio. Bajo el peso del enorme acomplejamiento cultural, interiorizado con tímida resignación («¡Siempre nos quedará la agudeza o el arte de ingenio!»), palurda arrogancia («¡Qué inventen ellos!») o burocrático alivio («¡Siempre nos quedara la cátedra!»), el papel del pensamiento español en el mundo ha quedado muy mermado y limitado.
Acaso su horizonte aspire, al máximo de sus posibilidades, a abrigar la esperanza de ampliar su esfera de acción e influencia hacia la comunidad iberoamericana, pues después de todo nos une la misma lengua, junto al portugués. Pero si meritorio propósito es el estrechar los lazos con los países latinoamericanos, será aún más realista y provechoso para todos cuando aquél vaya acompañado de intereses comunes reales y de proyectos igualmente concebidos en común, no de vanos y retóricos deseos. Pues la perspectiva de un tema se desvirtúa en el instante en que se crea la ilusión al modo como se forjan las consolaciones de la filosofía.» (Fernando Rodríguez Genovés, La escritura elegante. Narrar y pensar a cuento de la filosofía).

No hay comentarios:

Publicar un comentario