domingo, 5 de junio de 2011

UN PASEO POR DUBLÍN


1
Cuenta la tradición que desde el interior del alma de la nación irlandesa, recreada en mil mitos y ritos, desde su recóndita entraña, claman unas voces atávicas, llamando a todos los hijos de la patria, diseminados y perdidos por el mundo, para que vuelvan al hogar nativo, a la tierra de los ancestros, a la verde Erín (Eire, Irlanda). Esos cantos de Leyenda componen una liturgia y un arcano transmitidos por múltiples medios: la literatura, el cine, las historias, los cuentos…
Mas para volver, es preciso haberse marchado. Y no todos los irlandeses se han ido navegando o volando de Irlanda. Sea como fuere, unos y otros, los presentes y los ausentes…, todos los irlandeses del orbe, escuchan en sus corazones las suaves baladas brotadas del arpa melancólica, así como los aullidos agudos surgidos de las gargantas profundas de las hadas: el balar de la banshee.
Según escriben Michael Page y Robert Ingpen en la Enciclopedia de las cosas que nunca existieron, la palabra «banshea» (o «banshee») proviene de la voz celta «bean seidh», que significa «mujer de las hadas». Remite a los espíritus femeninos que habitan en el hipotálamo de los pueblos gaélicos y celtas. Los gritos y lamentos pregonan una muerte próxima. La anunciación de estas vírgenes de mal agüero va destinada los familiares tocados por la aciaga fortuna, desperdigados por la ancha Tierra. Las hadas, si bien tienen el poder de la trasmigración y la traslación, prefieren perforar los aires (y los oídos) con sus gritos, sin moverse de casa.
  ¿Para qué, entonces, dar voces? Aunque las leyendas no derrochen racionalidad, sí suelen tener una lógica interna. Las hadas irlandesas emiten el llamado a voz en cuello, sencillamente, para despertar las conciencias: «Este terrible y semihumano lamento despertará al más dormido y se oirá por encima del viento más fuerte. Es especialmente estremecedor cuando resuena sobre los páramos y lagos, en el crepúsculo de un día nublado de verano». Esto dicen los estudiosos de asunto tan fantástico.
Cuenta, asimismo, la fábula que la banshea tiene los cabellos negros, aunque yo las imagino pelirrojas.


2
No tuve reclamos embrujados, procedentes de la verde isla del norte, ni escuché voces de leyenda alguna, aquel verano de 2004. Ni soy, que yo sepa, irlandés errante o extraviado. El caso es que, en agosto de ese año, Dublín me atrajo a su seno. Juraría no haber estado nunca antes en tierra irlandesa. Mas, quién sabe… El caso es que pude salir del embrujo.
Salvador de Madariaga estaba firmemente convencido de que entre españoles e irlandeses existe una acentuada hermandad de origen. Tanto es así que el erudito hispanista opinaba que los irlandeses son españoles que se equivocaron de tranvía y fueron a parar al norte: «Por eso son los únicos católicos del Norte de Europa y los más disgustados de los norteños.» (Carácter y destino en Europa).
Allí, en el norte, tuvieron que acostumbrarse a un nuevo clima, crear nuevas costumbres e inventar una propia historia. Y para su desgracia, tratarse con los nuevos vecinos. Pues, sucede la trágica circunstancia de que al lado de la verde Erín residen los anglos. Junto a ellos han crecido, lo que han podido y lo que les han dejado. Con ellos se han mezclado. A resultas de tanto cruzamiento, idas y venidas, el irlandés ha terminado por ser britanizado: «No le gusta nada que se lo digan», añade Madariaga, «pero es así, la prueba es que no le gusta nada que se lo digan».
De semejante unión y convivencia, poco espíritu risueño podía salir. Así andan los irlandeses desde entonces, melancólicos, huraños como un hurón y dados a la bebida. De la siguiente manera retrató el sabio cosmopolita español, quien me acompaña amablemente en mi paseo por Dublín, al irlandés: «rubicundo, saturado de solomillo y de cerveza, corpulento, gran jinete y gran bebedor». Y así lo percibí yo mismo aquel verano de 2004. De todo ello puedo dar fe. Mejor dicho, de todo menos en lo referente a «gran jinete».

Si bien no tuve la oportunidad de ver cabalgar y saltar vallas a irlandés alguno, sí pude admirar a más de uno trotando a toda velocidad sobre sus propias piernas, cruzando el puente de O´Connell, llevándose por delante a todo aquel que se les cruzaba —creyendo que se les interponía—, saltando por encima de las jardineras y papeleras. Saltándose semáforos en rojo al volante de un automóvil. Sí, sí, también lo vi.
Los irlandeses han acabado por britanizarse a costa de mucho esforzarse por distinguirse del Reino Unido, dando como resultado una raza que conserva lo menos virtuoso del carácter británico, pero la mayor parte de sus vicios. A simple vista, a la siempre incierta luz de las apariencias, diríase que los irlandeses se han igualado por lo bajo: todos son dominados, humillados y ofendidos, parias de la tierra, sin escrúpulos a la hora de vestirse, de cuidar el lenguaje y los gestos, de moverse, de comer, de beber.
Este pueblo de bebedores, descuida la alimentación. Todavía más que el inglés. Ingieren cualquier cosa que le depositen en el plato, sin más contemplaciones. Así les va y así se le ve. Pase que se empapen de cerveza negra hasta desafiar la holgura y las costuras de los pantalones y que beban té negro en vasos de plástico: «el té negro que beben es una especie de desesperación líquida de esas que con azúcar están peor» (Salvador de Madariaga). Pero, lo que no tiene pase ni perdón, ni siquiera para el Dios dispensador e indulgente de los católicos irlandeses, es que descuiden la dieta de esa manera.
Nunca en otro país, como en Irlanda, he visto gente tan oronda, rolliza y descomunal. Si esto es así, aplicado a los britanizados y urbanizados irlandeses de Dublín, qué será de la población rural, de los herederos de esta nación rústica de agricultores y pastores que todavía no han emigrado a Estados Unidos o a Australia, o han trasladado su residencia, sin más, a la Gran Bretaña.
Si los irlandeses no reconocen su pasado español ni quieren ser británicos, entonces ¿qué son, de dónde vienen y adónde van?
Lo conseguí. Llegar hasta el final de esta crónica dublinesa sin hablar de insurrecciones, ni de Oscar Wilde ni de James Joyce. Bueno, aquí están sólo citados, al final. Y sólo de paso, en este corto paseo por Dublín.
Verano 2004

***
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4 comentarios:

  1. Solo cuatro días, solo cuatro bastaron para que Dublin y algunos puntos más de la geografía irlandesa se quedaran prendidos en mi corazón.
    En uno u otro punto de mi vida he conocido a irlandeses. Durante dos años mi jefe(aparte del dueño) eran irlandeses, así como la mayoría del resto del equipo. Actualmente le quito óxido a mi inglés en una academia irlandesa cuyo nombre es "The Yeats", en alusión al celebrado poeta.
    Me gustan estas gentes, su música y su literatura. El propio Yeats, Shaw, Wilde, JOyce, y tantos otros.
    Pasé una noche inolvidable en The Temple, oyendo música folk, bebiendo enormes vasos de Guines y algún Jaymeson de vez en cuando. Son gentes hospitalarias o al menos con los que nos topamos...en fin, que este pais es más que recomendable para ser visitado.
    ¡Ojo nosotros fuimos entre finales de enero y principios de febrero!....ufff.
    Un abrazote.

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  2. No era mi intención, amigo Anro, al escribir y publicar mi paseo por Dublín, el "maltratar" a los irlandeses. Ni dar esa impresión. En tu calidad de fiel seguidor de mis crónicas viajeras, sabes que escribo sobre lo que percibo en mis andanzas por ciudades y tierras, pero también sobre lo que "sé" de ellas. Sea errado o no. Creo que era Bergamín quien dijo: si fuese objeto, sería objetivo; como no lo soy, soy subjetivo.

    También yo he conocido —y conozco— gente irlandesa ilustrada y refinada, pero eso no quita para que uno (de acuerdo o no con Madariaga, en esta ocasión) pinte la imagen de los lugareños "en general", con mayor o menor fortuna, según un particular punto de vista y criterio. Lo subjetivo, con todo, no debe significar caprichoso o banal.

    Irlanda es la isla de la melancolía, lo que no impide que haya irlandeses animosos, y no sólo a base de cervezas y licores... De no poder afirmar cosas de esta guisa, sólo podríamos escribir novelas y cuentos. Y aun así, según creo, uno descubre, también en la ficción, el alma y el carácter de los pueblos.

    Saludos y buenos viajes.

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  3. Llevas razón en lo de la comida...ja, ja, ja, Tienen buenos productos, pero nó saben cómo cocinarlos. Son un verdadero desastre.
    No, Fernando, qué va. No intentaba ni por asomo defender a priori a los irlandeses....lo que ocurre es que ese viaje en concreto nos fue muy bien...y los tipos que conocí en Odin's Restaurant, donde trabajé, creo que dos o tres años,fueron tremendamente acogedores conmigo, pero a veces eran la leche, especialmente Peter. Tengo un post dedicado a él. Lo publiqué el 13.10.08 y se titula "Sueños de un cocinero".
    En resumen, que mi comentario iba por lo bien que lo había pasado en ese viaje.
    Un abrazote.

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  4. Compruebo, nuevamente, amigo Anro, que tú sí sabes vivir. Primum vivere, deinde philosophari. Y ver la botella media llena en vez de no media vacía... ¡Igual que los irlandeses!

    Asimismo, advierto cada día con más claridad cómo tu alma cultiva a la perfección esa dualidad griega (que tan bien conoces) de lo apolineo y lo dionisíaco. Un ejemplo de sabiduría práctica, de la sabiduría de la vida.

    Saludos y buenos viajes

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