James C. McKeown, Gabinete de curiosidades romanas. Relatos extraños y hechos sorprendentes, traducción de Juan Rabasseda y Teófilo de Lozoya, Crítica, Barcelona, 2010, 334 páginas.
Lo refiere el autor de este libro en sus primeras líneas: los romanos nos han dejado un legado informativo sobre sí mismos superior al de cualquier otra sociedad occidental de épocas más recientes. La bibliografía sobre Roma y las conquistas realizadas, sobre sus emperadores y escritores, sus generales y oradores, sus tiempos y costumbres, es, en consecuencia, enorme. No extrañará, pues, que la tarea de sintetizar y hacer comprender semejante legado documental pueda compararse a los trabajos de Hércules o a cualquier otra hazaña heroica de la historia universal.
Edward Gibbon, uno de los más grandes especialistas de la historia de Roma, consumió doce años de investigación y redacción para lograr completar la monumental Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, cuya edición canónica ocupa seis gruesos volúmenes. Y eso que el autor británico comienza la narración a partir de la dinastía de los Antoninos, cuando Roma ya había cubierto un largo trecho.
El propósito del presente trabajo es más modesto. Tal vez por eso, y a la postre, resulte más fecundo y logrado; especialmente, si lo que busca el lector es hacerse una idea general, aunque precisa, de la vida cotidiana en la Antigua Roma.
James C. McKeown, autor de Gabinete de curiosidades romanas no pretende emular anteriores proezas. Profesor de Clásicas en la Universidad de Wisconsin, en Madison, no es historiador de profesión, ni aspira tampoco a oficiar de cronista de la Historia. Especialista en filología y con una probada experiencia en la enseñanza y la didáctica del latín, publicó en 2001 el volumen Classical Latin, una introducción al estudio de esta lengua. Ha preparado, asimismo, una edición comentada del Arte de amar de Ovidio.
El título del libro objeto de esta reseña no puede ser más claro. Sus páginas recogen una colección de observaciones, curiosidades, anécdotas, rarezas y datos factuales extraídos, en su mayor parte, de fuentes griegas y latinas. Habla aquí el autor por boca de Cicerón y Suetonio, de Séneca y Tácito, contando circunstancias extraordinarias, al tiempo que comportamientos ordinarios, en los más diversos aspectos de la cotidianidad romana: la vida familiar e intelectual, el derecho y la medicina, la educación y los esclavos, los espectáculos y la sexualidad, la religión y la superstición, Pompeya y Herculano, la comida y la bebida, los hombres principales y los ciudadanos comunes.
La perspectiva de McKeown a la hora de acercar la realidad de Roma a la curiosidad y al afán de saber contemporáneos tiene precedentes, que hallamos en los mismos periodos narrados. En este género, misceláneo y «costumbrista», se enmarcan, por ejemplo y entre otros, dos célebres clásicos: los Epigramas de Marcial y los Hechos y dichos memorables de Valerio Máximo.
Para quien no lo sepa aún, leyendo el libro, se enterará de por qué los romanos tenían tres nombres —el praenomen, el nomen y el cognomen—; que las palabras Káiser y Zar proceden del término César. Que si un gladiador se alzaba con la victoria en la arena, recibía una gratificación superior a lo que ganaba un maestro de escuela en todo el año. Que la célebre expresión panem et circenses la debemos a las Sátiras de Juvenal y que «victoria pírrica» remite al rey de Epiro, Pirro, y significa: «triunfo obtenido con más daño del vencedor que del vencido» (pág. 52). Que la espada corta de los romanos, tomada de los hispanos, la llamaban gladius. Que más del noventa por ciento de la población romana era pobre de necesidad, vivía en el campo y su esperanza de vida media no superaba los veinticinco años. Que Mitrídates VI de Ponto, uno de los más temibles enemigos de Roma hablaba veintidós lenguas. Que los romanos no usaban jabón para lavarse, sino que, como los griegos, preferían urgirse la piel con aceite de oliva (pág. 145). Que el término moderno «piscina» proviene del latín «piscina», palabra que designaba el estanque en el que criaban peces (pisces), destinados a las mesas de los patricios. Y que, en fin, el nivel de la técnica e implantación de las letrinas romanas no volvió a alcanzarse en Europa hasta el siglo XIX (pág. 252).
Libro instructivo y riguroso, a la vez que entretenido y conciso, permite ser leído a gusto del lector, eligiendo el orden de los capítulos según la preferencia y el ansia de la curiosidad de cada cual. El volumen incluye al final del mismo un práctico y extenso Glosario. Un texto, en suma, para exclamar una vez completada la lectura: Roma, o tempora, o mores! (Marco Tullio Cicerón, Catilinam orationes).
Interesante y sugerente lectura para este verano. Después de leer en la reseña ese 90% de población romana en la pobreza -dato que desconocía- me preguntaba si llegaremos a esa dramática situación en estos tiempos que corren.
ResponderEliminarNos creemos que hemos inventado el mundo pero va a ser que no.
Un cordial saludo estimado Fernando.
Ocurre, amigo Juan Pablo, que la libertad es la mayor riqueza del hombre.
ResponderEliminarJustamente "La riqueza de la libertad" es el título de un libro que tengo preparado, y que reúne mis "Librepensamientos" (unos cincuenta)publicados en Libertad Digital. El problema es encontrar un editor que no se asuste ante un ensayo liberal.
El libro reseñado sobre Roma es un trabajo muy interesante: divulgativo, pero riguroso.
Saludos cordiales.