lunes, 25 de julio de 2011

VIAJES DESDE OCCIDENTE (1). INTERÉS POR LOS OTROS


Ordinariamente, no solemos apreciar lo próximo, aquello que está cerca y es muy real. Por el contrario, nos perdemos por aquello que nos falta, nos hechiza lo que está lejos, lo que pertenece a la esfera de lo posible… Frente a las huidas ofrecidas por el utopismo, el orientalismo, el exotismo o el nihilismo, proponemos en Los viajes de Genovés una excursión abierta y desinhibida a través algunas conquistas de la civilización occidental. Frente al complejo de culpa, la tentación de la fuga y el ánimo de claudicación de no pocos occidentales, he aquí una propuesta: ¡Ten el valor de servirte de tu propia civilización!

«El hijo de la moderna civilización occidental que trata de problemas histórico-universales, lo hace de modo inevitable y lógico desde el siguiente planteamiento: ¿qué encadenamiento de circunstancias ha conducido a que aparecieran en Occidente, y sólo en Occidente, fenómenos culturales que (al menos y como tendemos a representárnoslos) se insertan en una dirección evolutiva de alcance y validez universales?
»Sólo en Occidente hay “ciencia” en aquella fase de su evolución que reconocemos actualmente como “válida”.»

Con estas palabras, célebres y memorables, comienza la Introducción del clásico de Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Como heredero que soy de la vieja civilización occidental me siento implicado en esta declaración y en las interrogantes que formula, las cuales si bien no prometo resolver, sí al menos procuraré ponderar en esta meditación viajera.


Son los antiguos griegos quienes descubren la ciencia y la filosofía al mundo y para el mundo. Al mismo tiempo, van descubriendo lugares y extendiendo el mapa del universo conocido. Es el veneciano Marco Polo quien se siente atraído por China y Oriente, quien se desplaza hasta sus confines, quien volvió a casa fascinado por lo que allí encontró, tanto que contó maravillas del viaje realizado. Es el genovés Cristóbal Colón quien busca las Indias, y no las Indias quienes buscan a Europa. Son occidentales quienes conciben y desarrollan las ciencias, como la etnología y la antropología cultural, cuyo propósito es conocer a los otros, así como darse a conocer a todo el orbe. Son europeos quienes penetran en el corazón de África con espíritu explorador, quienes descubren para la humanidad el nacimiento del río Nilo y quienes unen simbólicamente a la Tierra las islas del Pacífico. Asimismo, son del Viejo Continente los audaces navegantes que dan la primera vuelta al mundo en más de ochenta de días, consumando así una gesta que, si bien no supuso la cuadratura del círculo, sí resultó trascendental para la posteridad. Son norteamericanos los primeros en poner el pie en la Luna


Si de las otras culturas y de los otros pueblos del mundo hubiese dependido, el conocimiento que hoy tenemos del planeta Tierra, me aventuro a suponer que hoy viviríamos muy lejos de una historia universal. Aunque, eso sí, más independientes y soberanos que las mónadas de Leibniz.

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Confieso no sentirme especialmente preocupado ni fascinado por el enigma de la existencia de vida inteligente en el espacio exterior, en Marte u otros sitios remotos. La inquietud sí me embarga, en cambio, tocante al espacio interior, es decir, a los habitantes de la Tierra. En el fondo, siempre he tenido la convicción de que si hubiese seres inteligentes en nuestro horizonte estelar, lo más probable es que ya hubiesen venido a visitarnos, y no precisamente para felicitarnos la Navidad, pues ellos tendrán, si tienen y existen, sus propias celebraciones y festividades. La guerra de los mundos, fantaseada por H. G. Wells, confieso que sí me cautivó y estremeció, aunque no tanto como a los radioyentes norteamericanos que escucharon en vivo y en directo la traviesa recreación que urdió Orson Welles. La película E.T. de Steven Spielberg nunca llegó a impresionarme ni a emocionarme, entre otros motivos porque no podía creérmela. Hay, empero, otra clase de visitantes terrícolas tan inquietantes, o más.

Si Occidente ha ido hasta las montañas de la Luna fue porque ellas no venían a Occidente. Cuando en el presente algunos grupos y caravanas bajan de nuevo en caravanas desde las montañas de la Media Luna hacia Occidente, no se crea uno que es por cortesía, por devolvernos la visita, sino con intención de quedarse en casa (o de quedarse con la casa). Algunos visitantes, disfrutan de lo occidental, mientras lo maldicen. No pocos nativos hacen lo mismo.
¿Qué se entiende por «valores occidentales»?El politólogo norteamericano S. P. Huntington los resumió francamente bien en el siguiente listado: individualismo, liberalismo, constitucionalismo, derechos humanos, igualdad, libertad, imperio de la ley, democracia, libre mercado, separación Iglesia y Estado (El choque de civilizaciones: y la reconfiguración del orden mundial). Unos valores universales concebidos a la medida humana, no sólo a la medida occidental, que por desgracia, como precisa el profesor de Harvard, no siempre tienen la oportuna resonancia e influencia. O lo hacen en escasa medida, en las culturas confucionista, islámica, japonesa, hindú, budista u ortodoxa (de ahí su pesimismo al hecho de que pueda acontecer un acercamiento de culturas, o como él las llama, «civilizaciones»).
Dentro de las culturas no occidentales, los contactos quedan circunscritos, tradicionalmente y por lo común, al interior de sus propios territorios, al comercio doméstico, a las guerras tribales combinadas paradójicamente con la solidaridad tribal (Liga Árabe), a los dominios de casta y caudillaje, acaso con la excepción de Japón, India y algunos países del sudeste asiático (a este tren se ha subido, en los últimos tiempos, China) que procuran moverse en otra dirección, en buscar una salida al mundo, en explorar otros itinerarios, económicos y culturales, más allá de los internos, por los que transitar y progresar.
Cuando Occidente se ha hecho presente y patente en otras culturas, unos lo han recibido con recelo o prevención (amenazados sus poderes locales), otros, con indiferencia o displicencia (extrañados por la atención y el honor concedidos). Según el primer tipo, la menor crítica o reprobación que pudiesen recibir de los occidentales, será tomada, por lo común, como un signo de agresión. Mientras que la más tímida propuesta de contrastación, en el otro, será interpretada como un rasgo de arrogancia, un miramiento que simplemente no creen merecer, ni entienden por qué se molestan tanto en realizar tan largo viaje.



Reproduzco aquí la primera parte del artículo La civilización occidental y sus valores que publiqué en la revista El Catoblepas, nº 10, diciembre 2002, página 7




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