Jordan
B. Peterson: modos y modas de un autor en boga
La reciente lectura del libro de Jordan B. Peterson, 12 reglas para vivir. Un antídoto al caos (12 Rules for Life. An Antidote to Chaos,
2018) ha activado en mi mente una latente reflexión sobre el ser y no ser de
los “libros de autoayuda”. En primer lugar, el volumen suele ser catalogado
bajo dicha etiqueta. En segundo lugar, desde hace tiempo ha llamado mi atención
el uso y el abuso de la mencionada rotulación, muy ambigua y equívoca;
inadecuada, en la mayor parte de los casos. ¿Ha escrito Peterson un “libro de
autoayuda”?
Jordan B. Peterson es psicólogo clínico y profesor en la
Universidad de Toronto (Canadá). Pero, por encima de todo, es un fenómeno
mediático de plena actualidad. Según revela en la Introducción al ensayo, el
gran éxito que tuvo, en número de visitas y comentarios, el blog personal que
mantenía desde hace años, así como el canal que abrió en YouTube, fueron la causa de que una conocida editorial le
propusiera escribir un libro donde resumir sus disertaciones y consejos sobre
cómo afrontar la vida en estos tiempos; una versión menos académica, más ligera, dirigida al “gran público”, de
su anterior trabajo Maps of Meaning
(1999).
Autor en boga, no debería ser tomado por un mero divulgador ni un youtuber de ocasión. ¿Quién es Jordan B.
Peterson? Un veterano docente y un psicoterapeuta que ofrece, al mismo tiempo,
una acusada faceta pública. Alterna sus quehaceres profesionales con labores de
conferenciante e interviene en debates públicos, sea en los medios de
comunicación sea en el marco académico de colleges
y universidades de todo el mundo.
No es éste un caso extraordinario ni insólito. Sí resulta menos
habitual que la popularidad y la atención de los media recaigan sobre un personaje no sólo distanciado del
pensamiento único, la corrección política y la doctrina oficial realmente
existente en el ámbito académico y el “mundo de la cultura”, sino muy crítico
con las principales creencias, usanzas y consignas provenientes de esas
esferas.
Jordan B. Peterson refuta con determinación y sin ambages enseñas
y divisas desempolvadas hoy por el feminismo; el posmodernismo; la pedagogía
contracultural de comuna hippie, heredera de Walden dos (1948. B. F. Skinner), de Summerhill (1960. A. S. Neill) y otros cuadernos psicodélicos; el culturalismo sesentayochista; y, en
general, por la ideología empeñada en restar influencia a la naturaleza y la
biología, a la hora de explicar el orden y el comportamiento humano, en
beneficio de doctrinas constructivistas y deconstruccionistas.
Este posicionamiento público ha motivado que Peterson sea
marginado por el presídium académico y visto con recelo por los grupos que
controlan los espacios culturales y mediáticos. Todo lo cual hacía sospechar
que la publicación de 12 reglas para
vivir pasase desapercibida, ignorada, ausente en la lista de los libros más
vendidos. Ha ocurrido todo lo contrario. El volumen ha alcanzado el rango de bestseller, promocionado en innumerables
entrevistas, presentaciones y actos públicos, donde, curiosamente, no suele
hablarse mucho del libro. Este hecho, que al escritor español Francisco Umbral
hubiese provocado gran disgusto, a Peterson, en cambio, no parece incomodarle.
Acaso por algo es psicólogo clínico y sabe controlarse. O tal vez suceda que 12 reglas para vivir no sólo no abunda
en las tesis que le identifican y le han proporcionado notoriedad, sino que,
por el contrario, apenas son desarrolladas en el libro, y, si acaso,
confundidas en un océano de narraciones, merodeos, relatos, confesiones
personales y un poco de todo a lo largo de más de quinientas páginas.
¿Es 12 reglas para vivir un
“libro de autoayuda”?
12
reglas para vivir es un libro desconcertante; en particular, para quien el nombre y
el trabajo del autor no le resulten extraños. Sucede que la claridad expositiva
y la brillantez demostradas en sus intervenciones públicas están aquí ausentes,
o en baja forma. Y lo que todavía es más grave: el libro da la sensación de
haber sido escrito con desgana, está descuidadamente estructurado,
descompuesto, al que le sobra más de la mitad de páginas, aquellas que cuentan,
con sobrada largueza, episodios muy conocidos de la Biblia, famosas obras
literarias, anécdotas biográficas (pasadas y presentes) del autor que, dicho
sea con todo respeto, poco interesan al lector; al menos, a este lector, quien entiende que para eso
están los libros de memorias, las reseñas de libros y demás.
Tengo la impresión de que 12
reglas para vivir tampoco satisfará al lector aficionado a los “libros de
autoayuda”, el cual esperaría encontrarse aquí con un título más de ese estilo.
Ciertamente, en tal clase de textos halla uno historias de ratas en un
laberinto tras la pista de queso (en esta ocasión, de langostas más o menos
combativas, de perros de paso y gatos acariciados), fábulas y parábolas,
consejos varios. Incluso es habitual que en ellos el lector sea felicitado o
regañado, según su comportamiento se ajuste o no a las reglas enunciadas por el
manual de turno; el viejo recurso a las afamadas parejas conductistas
refuerzo/castigo, recompensa/sanción.
Peterson no se define por una narrativa clara y explícita:
pretende ajustarse a un género literario (el “libro de autoayuda”), subiéndose
a un vehículo que o bien no sabe conducir o bien se pierde por el camino. Un
caso de quiero y no puedo. O viceversa.
El Índice del volumen, según cabe esperar, avanza los contenidos:
reglas psicológicas y morales sobre cómo relacionarse con los demás (humanos y
animales), cómo trabar amistades, cómo
ordenar la propia vida, cómo hablar y qué decir, etcétera. Los capítulos
incluyen sentencias y razonamientos que sugieren acciones apropiadas y
convenientes, frente a sus respectivos opuestos. Esto es verdad, aunque se
encuentran tras largos rodeos, agotadoras caminatas, lo cual más que facilitar
la salida del problema sitúa al lector en un laberinto en el que no es insólito
que acabe desorientado.
Las razones y ejemplos que Peterson presenta como actitudes y
conductas que llevan al orden, en
contraposición a las que promueven el caos,
podían haberse reducido a un breviario de unas pocas decenas de páginas o
expuesto en un clásico ensayo de pensamiento, que tampoco son recursos o
“géneros” literarios desdeñables, aunque sí menos atractivos y lucrativos que
un “libro de autoayuda”.
Coda
Formular, en general, reglas para vivir, modelo “libro de
autoayuda”, no es que esté bien o mal, sino regular.
Acompañan en el sentimiento al otro más que fortalecer el entendimiento propio. Porque
en una ética autónoma y racional, la ayuda y el ordenamiento de la vida moral
no contemplan la representación ni la coautoría ni la suplencia. En materia tan
personal y privativa, uno mismo suele ser su mejor ayudante. Si es que
hablamos, en rigor, de ”autoayuda” y no de cosa distinta.
La formación académica e intelectual, así como la experiencia en
labores de psicoterapia, de Jordan B. Peterson afianzan su presunción (con los
matices que se quiera) de que hay reglas generales que pueden ayudar a todos por
igual. La psicología y los estudios clínicos acumulados así lo confirmarían.
Mas, pienso que hay que ser prudentes y no embriagarse de optimismo ni de afán
de vulgarizar ni de impostado “pensamiento positivo” ni de positivismo. ¿Es
esto una regla para vivir? No sé. Sí
tengo, en cambio, la certeza de que los equívocamente denominados “libros de
autoayuda” no son por norma lo que dicen ser ni ayudan siempre al necesitado.
Tampoco lo que indica la etiqueta sobre la talla de una prenda de confección se
ajusta indefectiblemente a la complexión y las medidas reales de todos y de
cada uno, ni les sienta bien.
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