martes, 2 de abril de 2019

«BATALLA DE LAS IDEAS» Y 'GLAMOUR' BLINDADO


«BATALLA DE LAS IDEAS» Y GLAMOUR BLINDADO
Desintoxicación y desencantamiento en política



«Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.»

Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Cap. I

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Glamour falsario
En un acto público celebrado en Madrid hace años, en defensa de la democratización de Cuba, con notoria presencia de artistas e intelectuales de la izquierda política (incluidos e inclusivos), el escritor Mario Vargas Llosa, portavoz señero de la reunión, declaraba: «Hay que quitarle ese falso glamour a la dictadura cubana». ¡Bravo!
Si algo explica, la subsistencia del criminal régimen castrista es, por encima de cualquier otra consideración, el apoyo material y «moral» que recibe del socialismo de todos los partidos a escala planetaria. Un refuerzo y un socorro rojo de los que hasta presumen. Lo mismo sucede con otros bastiones de la «conciencia desgraciada» (Hegel) progresista. Junto a Gaza, Venezuela, Corea del Norte y pocos reductos más, aunque muy emblemáticos de resistencia, la izquierda política mantiene su particular reserva doctrinal en pequeños y territorios sacrificados por la Causa. La foto del Che Guevara, el pañuelo palestino o la hoz y el martillo sirven todavía actuando de santo, seña y contraseña, y no son exhibidos en las democracias con discreción, sino con orgullo, ostentación y descaro.
La esvástica nazi está hoy prudentemente proscrita y el negacionismo del Holocausto, generalmente, repudiado en el ámbito público. No ocurre lo mismo con las enseñas y consignas totalitarias de izquierda, ni con el negacionismo del 11-S, dicho sea de paso. El ideario del socialismo, tras el derrumbe del Muro de Berlín, sigue publicitándose con pavoneo por parte de sus partidarios, incluso con agresividad, en caso de oponérseles la menor objeción o plantearles una tímida crítica.
Con todo, el rojo está rabioso, Mami, qué será lo que tiene el rojo...Tiene glamour. Un glamour falsario que fascina a propios y extraños porque tiene licencia para actuar impunemente y queda bien a la vista de los demás. Habrá que preguntarse, más que por el desinhibido proceder de aquéllos, por la sensibilidad y la complacencia de éstos.
La izquierda política hace bastante tiempo que ha abandonado la «lucha obrera» y la liberación del proletariado (de hecho, los trabajadores no funcionarios votan, por lo general, a partidos políticos de centro y derecha). Pero, no han renunciado a la «lucha de clases»: lo que han cambiado son las clases y el sentido de la lucha.
[Breve puntualización y seguimos: en el análisis político, juzgo ambiguo y desfasado el dúo conceptual izquierda/derecha, pero lo seguiré por defecto y porque precisaría de artículo previo para explicar el porqué.]
En consecuencia, la «Revolución» ha quedado reducida a «revolución cultural», embate que tiene más de contracultura y anticultura más que de cultura, propiamente dicha. La sociedad contemporánea, sociedad de espectáculo (Guy Debord) y de escándalo, se alimenta de indignación y representación, de culto a la imagen y la pose (postureo), de exhibicionismo y de selfie, de cosmética y colorete (rouge, en francés), de sentimentalismo y empatía (palabra en oferta especial); de intoxicación (fake news, agitprog, manipulación) y de encantamiento. Globalizada y mediática, está medio idiotizada por los media y la propaganda. Una sociedad de estas características adquiere el cariz de un complejo grupal, en realidad, muy simple, muy vulnerable y maleable, fácil de ser dominado, dirigido, encarrilado. Basta con remover las bajas pasiones de sus miembros, con activar elementales mecanismos de estímulo-respuesta, con ofrecerle lo que desea (después de prescribirle los deseos), con halagarla y entretenerla, para tenerla entregada.

«La sociedad, la colectividad no contiene ideas propiamente tales, es decir, clara y fundadamente pensadas. Sólo contiene tópicos y existe a base de estos tópicos. Con ello no quiero decir que sean ideas falsas, pueden ser magníficas ideas [repárese en la ironía del filósofo]; lo que sí digo es que, en tanto que son vigencias u opiniones establecidas o tópicos, no actúan esas sus posibles egregias cualidades, lo que actúa es simplemente su presión mecánica sobre todos los individuos, su coacción sin alma. No deja de tener interés que en la lengua más vulgar se las llame “opiniones reinantes”»

José Ortega y Gasset, El hombre y la gente

Acaso la tarea de desencantar a los encantados no dependa tanto de la denominada «batalla de las ideas» cuanto de quitarle color y dulzor al discurso de encantamiento de ilusiones. Desmaquillarlo es una eficaz forma de desarmarlo.

2
Laboratorios y observatorios en universidades, ¡qué lugares!


La guerra mundial que se libra en defensa de la libertad es parte de un largo combate, que nunca termina. Así como la riqueza se genera, la libertad hay que conquistarla, cada día: en los primeros estadios de la humanidad, reinaban la escasez, la barbarie y el comunismo primitivo. No tratándose, en rigor, de guerra ideológica, he llegado al convencimiento de que no es cabal concebirla, primordialmente, en términos de «batalla de ideas», como nos habíamos creído. Es decir, la activación de un mecanismo de acción/reacción (fórmula de la física newtoniana adaptada al vocabulario marxista, por cierto) según la cual la actuación de un lado recibe (si la recibe) la respuesta del otro, en un proceso que va creciendo en violencia, en cruce de indignaciones y burlas, en duelo de movilizaciones, porque quien no se mueve no sale en la foto. Y he aquí la madre de todas las batallas: la imagen. Suele ganar quien pega más fuerte, se desgasta menos y domina con mayor astucia los aparatos de Inteligencia (emocional), la publicidad y la propaganda.
Desde la perspectiva del sociólogo Max Weber, el desarrollo de la humanidad ha pasado por distintas fases, en las cuales puede observarse una dirección general y universal, especialmente constatable en la sociedad occidental: el crecimiento de la racionalización unida al proceso de desencantamiento de la población; un retroceso paulatino de lo sacro y de las creencias mágicas a la hora de interpretar y ajustarse a la realidad. La derivación de todo ello no es, como podría colegirse, el triunfo de la racionalidad, sino la extensión del nihilismo.
La sociedad contemporánea de masas, a diferencia de lo que imaginaron la Ilustración dieciochesca y sus herederos intelectuales, no ha crecido en pensamiento racional y en espíritu crítico, efecto de la universalización de educación y alfabetización, la lectura de libros y la mayor inyección presupuestaria en cultura. Semejante mito, tamaño encantamiento, tal fraude, no han sido todavía plenamente desenmascarados, lo cual demuestra su ímpetu y vigencia, no su verdad. Ha sucedido lo contrario, el sueño de la «Razón» ha desembocado en el establecimiento de una sociedad mórbida y acomodaticia, amiga de lo sencillo, rápido e instantáneo, distanciada tanto de la convicción como de la responsabilidad. Y esto que señalo es dado aplicarse a masas y a élites, sin distinción.
De las universidades han surgido millones de diplomados, licenciados y doctores, y sólo un selecto número de ellas, relacionadas con la actividad científica y el ámbito empresarial, ha producido verdadero y práctico conocimiento. Entre sus muros, se ha fraguado, eso sí, el prontuario básico de la Revolución contra la libertad, y allí aún anidan y se reproducen generaciones de académicos e intelectuales que intentan emular y sustituir a los templos clásicos del mito y el oráculo. Sus departamentos emiten y difunden las respuestas y los vaticinios que sirven de orientación general básica a la conducta de la sociedad. A modo de laboratorio (generalizado con el tiempo al conjunto del sistema educativo), experimenta y ensaya los productos procesados para posteriormente ser propagados a escala general, a través de muchos medios e intermediarios.
La «batalla de las ideas» acontece en un entorno sometido cada vez más al pensamiento único: progresismo, feminismo, multiculturalismo, pos-posmodernismo. Y tiene su espacio natural en ese ámbito habitado por profesores numerarios y «comités de expertos». Trasladarla al seno de la sociedad resulta especialmente beneficioso para amplificar el efecto del «terrorismo de los laboratorios» (Ortega y Gasset) y la ingeniería social alentada por estos funcionarios de la intelectualidad, donde, a poco que se apliquen, levantarán aquí y allá secciones y subsecciones de lo más variadas; este procedimiento también recibe el título de «extensión universitaria».
La farsa empieza a funcionar en el momento en que es admitido el mismo concepto de «ideas» para denominar las creaciones y recreaciones surgidas de las probetas del campus, cuando se trata nada más que de consignas, dogmas, fantasías, lemas, proclamas y disparates sólo válidas para gobernar un «universo  Frankenstein». Desde los medios de comunicación a las editoriales, las productoras de cine, los teatros y los cosos operísticos, las librerías, los ateneos, todo lo que concierna al «mundo de la cultura» se considera propiedad del «marxismo cultural»; quién lo iba a decir de los enemigos de la propiedad privada (a menos que se trate de la suya, o de la «propiedad intelectual», para despistar y epatar).
Los objetivos señalados no siempre ponen objeciones a la hora de sumarse a la lista de «compañeros de viaje». Y he aquí el principio del fin de la cultura en su acepción clásica y estricta, para transformarse en el apogeo de la propaganda, el correvedile, la repetición, la radiodifusión de sexto sentido octavillero, la divulgación de mensajes transgresores, de moda: el reino del glamour.

3
¡Extra! ¡Extra! Roles, papel e higiene mental
Podría detallar múltiples muestras de lo arriba apuntado. Me concentraré en comentar dos de ellas: las librerías y el periodismo.



A diario, miles de empresas y trabajadores autónomos se ven obligados a poner fin a su actividad, la mayor parte de los casos debido a la política laboral y a la presión fiscal ejecutadas por los Gobiernos. Algunas voces, a bajo volumen, muestran su contrariedad y disgusto por tal situación. No tengo noticia, empero, de muchos actos multitudinarios exigiendo frenar semejante situación. Por el contrario, el anuncio de cierre de una librería concita una sonora solidaridad inmediata por parte de miles de personas (sean verdaderos amantes de la lectura o no), y, en esta ocasión, sí podría citar decenas de llamamientos públicos animando a firmar cartas de protesta, a concentrarse a las puertas de un negocio que ha dejado de serlo o bien a organizar colectas en ayuda del librero, convertido así, por mor de la acción política, en víctima singular y, a la vez, en héroe de quienes dicen ser sus defensores, cuando no sus representantes.
Ojo, están aquí de sobra aclaraciones, justificaciones o sentimientos de cada cual a propósito de los establecimientos cuyas paredes están cubiertas por estantes de libros (en papel, exclusivamente; del libro electrónico sólo se habla en público para denostarlo, y no falta quien asegura que el eBook ¡y Amazon! son, en el fondo, la causa de que tantas librerías cuelguen el cartel de «Se vende»). Aunque asunto relevante, tampoco es momento de analizar si entre los paladines del libro vegetal prima el hecho de tener libros o el de leer libros. En suma: ¿por qué la librería, sí, pero, digamos, una sombrerería, no? Será cosa, supongo, de la llamada «excepción cultural» o del glamour. Si baja la persiana permanentemente una cafetería, no me interesa tampoco averiguar sus especialidades y calidades, ni si la tortilla de patatas que servían era con o sin cebolla. Porque no es esa la cuestión.



Extra! Extra! Read all about it! El periodismo. Me conmueve escuchar a un joven estudiante o aprendiz (si le deja la inspección del Ministerio de Trabajo) que confiesa tener la vocación profesional de ser ingeniero industrial, electricista o sastre. Sin embargo, cambio de emisora en mi res cogitans cuando un muchacho que está acabando el Bachillerato proclama que su ilusión es la de ser periodista, para lo cual, naturalmente, piensa cursar la carrera de Periodismo (Facultad de Comunicación). Muchos zagales hay cuyo sueño consiste en convertirse en otro Carl Bernstein o Bob Woodward, en reporteros agresivos y sin fronteras, en formar parte de la redacción de un diario como The New York Times, The Washington Post o El País.
El cine, la televisión y la propia prensa han cimentado una épica y una lírica, un mito y una leyenda, una fabulación y una ensoñación, a propósito del periodista, que tiene encandilados y encantados a miles de jóvenes (y no tan jóvenes). Dicho brevemente, por no acudir a la hemeroteca en busca de más datos: hoy, no cabe distinguir entre prensa negro sobre blanco y prensa amarilla. El mismo término de «prensa» (lo mismo que está pasando en la amplitud de la galaxia Gutenberg) ha perdido gran parte de su original significado con el auge del ciberespacio, la producción digital e Internet. En el momento presente, todos los periódicos amarillean, más tarde o más temprano: esos pliegos de papel reciclado, los cuales impregnan las manos de tinta y pulpa de celulosa y crían hongos, siendo incluso peligrosos utilizados para envolver boquerones. Me alarma escuchar que alguien se muere por empuñar un diario vegetal, por devorar un suplemento cultural o por inhalar intensamente esas fragancias mohosas y la esencia de lignina. Porque la expresión está más próxima a la realidad que a la metáfora.
Las facultades de periodismo (o «Comunicación») licencian cada año centenares de titulados hambrientos de papel y de componer titulares y reportajes rompedores. La mayor parte de ellos es muchachada graduada muy ignorante en ortografía y palabra escrita, pero adora los adjetivos y la redacción (de un periódico). Por si esto fuera poco, el profesorado les habrá familiarizado con los textos de Truman Capote, Almudena Grandes y Juan Luis Cebrián, así como con los shows televisivos de Iñaki Gabilondo y Jordi Évole. Tampoco dudo que las progresivas generaciones que salen del centro educativo con el diploma en la mano no han oído hablar de Azorín, Julio Camba y Camilo José Cela, y acaso les suene el nombre de Francisco Umbral, sí ese escritor que había venido a hablar de su libro.

Los periódicos en nuestros días traen más mentiras y medias verdades que verdades contrastadas con los hechos y son marcadamente tendenciosos, para qué engañarse. El sesgo de la profesión periodística es atronadoramente de corte izquierdista y casi en exclusividad, progresista inclusivo. ¡Ah, el periodismo! No hay mayor sueño entre los aprendices de gacetilleros (¡y también novelistas y escritores!) que escribir para/en alguno de los diarios fetiche, citados anteriormente. No hay nada comparable a que le vean a uno sentado en el café Gijón en Madrid ante un expresso y el periódico abierto de par a impar para sentirse muy estupendo, pasar por culto, ser observado y admirado. Y no digamos si se trata de la terraza (donde se pueda fumar) del café Flore en París: puro glamour fou.

4
La «batalla de las ideas» y la guerra del glamour
No niego la necesidad de la batalla de ideas a la hora de enfrentarse, neutralizar y contrarrestar la presión intelectual y emocional de las «opiniones reinantes» en la sociedad contemporánea. Sí hago observar que deberían, si acaso, quedar concentradas en el lugar donde surgieron: universidades, ateneos y demás tramoyas sabedoras. Y esto en el más optimista de los supuestos, porque es de dominio público que la participación de conferenciantes y comparecientes relapsos a la doctrina oficial no es comúnmente aceptada en debates o actos en facultades, colleges o reuniones de antiguos alumnos. Y de esta forma, poco debate puede haber.
En el mayor número de casos, los actos a los que asisten son reventados, boicoteados o sencillamente cancelados por quienes se consideran propietarios absolutos de los templos del saber. En esta área reservada, la expresión «batalla de las ideas» sí tiene un sentido literal, estricto. En el supuesto de que la hazaña de los alborotadores estuviera «mal vista», repudiada socialmente, no la harían. Por el contrario, es corriente (y aun diría que el principal propósito del numerito) que graben la tropelía en video para subirla a Youtube.
Sostengo que exportar la «batalla de las ideas» es poco útil y hasta fútil, y me viene a la mente, de inmediato, un pensamiento cristalino:

«Un afecto no puede ser reprimido ni suprimido sino por medio de otro afecto contrario, y más fuerte que el que ha de ser reprimido.»

Baruch de Spinoza, Ética, Parte IV. Proposición VII


Raramente, las pasiones retroceden ante las razones. Una afección, como es la tristeza, sólo puede ser contrarrestada en el momento en que la alegría crece en un individuo, con el resultado de que ésta desplaza a aquélla. Vana creencia (con apariencia de tautología) que una persona entre en razón a fuerza de razones, cuando está poseído, intoxicado o bajo el efecto de un encantamiento del cual, por lo común, no es consciente, o cuando le resulta provechoso o la esperanza y el miedo le atenazan. Sugiero, más bien, liberarle de asideros pancarteros, de hábitos adictivos, de confianzas adquiridas, de obediencias ciegas o debidas; proporcionarle, en fin, un antídoto que limpie su mente de contenidos tóxicos, su boca, de palabras impuras y su comportamiento, de acciones sucias. En suma, que le tome gusto a la libertad y no a la sumisión, que sustituya el «principio del placer» y el merengue del glamour por el «principio de realidad» (Sigmund Freud), por el sentido de la decencia.
Bajo el manto de la corrección política y la doctrina oficial, uno se siente protegido frente a contradicciones, cambios de opinión y de gobierno, rabietas y mudanzas en modas culturales. Fuera de ellas, ciertamente hace mucho frío y vive uno a la intemperie. Dentro, huele a cerrado, a aire viciado. Así pues…
Un ventilado bostezo y una bocanada de aire fresco pueden resultar más sanadores para un asmático o sofocado de eslóganes que una estadística reveladora o un argumento de filigrana portador de certidumbre y buen sentido. Lograr que un intoxicado de manifiestos, actuando según el guión establecido, aprecie en su epidermis turbación o embarazo resulta más efectivo que hacerle burlas al mamarracho (por despecho, reforzará éste su conducta boba). Dejar de publicitar (o retuitear) el dislate del otro y el desahogo personal propio estoy por asegurar que trae más cuenta que estar pendientes del zasca del colega al rufián y del sermón de influencers y youtubers, paladines y generales de división en la «batalla de las ideas». Considerar que el comportamiento servil, seguir la corriente y ser la voz de su amo le convierte a uno en carne de rebaño y no en un héroe, tiene más visos de mostrarse atrayente para el tocado por el encantamiento que múltiples recomendaciones y reconvenciones acerca de su estado febril. Ver crecer en uno mismo el amor propio y la fuerza de la dignidad estoy por asegurar que hace más bien a cualquiera que verle sudar mientras justifica el mal.
Quien sigue sin más el glamour tiene mucha cara, pero es que el glamour tiene variados perfiles.

5
Sobre la levedad del ser y el parecer progresista



No traigo aquí una poción mágica ni un bálsamo curalotodo, porque no soy mago ni alquimista ni siquiera médico de cabecera. Aunque el mal que señalo es profundo.
Sucede que una notoria mayoría de ciudadanos españoles se ha situado tácitamente en la margen izquierda de la política; es decir: antepone la igualdad a la libertad; lo público a lo privado; los colectivismos al individualismo; la solidaridad emocional y el altruismo (ponerse en el lugar del otro) al egoísmo racional; la redistribución de la riqueza al enriquecimiento personal; la acción del Gobierno a la iniciativa particular; se queja de los impuestos, pero no juzga prudente eliminarlos; considera más que aceptables la seguridad social y el sistema piramidal de pensiones, de entre los mejores del mundo. España aparece habitualmente entre los países europeos con un más alto nivel de antiamericanismo, antisemitismo y complaciente con el islamismo. ¿Hay en esta actitud convicción, responsabilidad o sentimiento?
En realidad, el interés y la preocupación por la apariencia y por  quedar bien a la vista los demás en creencias y postulados comprometidos evolucionan en la ciudadanía a similar nivel que los establecimientos dedicados a dietética y estética de uñas, el fitness y el pilates, el yoga y el reguetón, los tatuajes y la intervención en las redes sociales. Diríase que comparten similar tendencia. La opinión pública se mueve sin remedio al ritmo de las modas y las vigencias colectivas, pero produce consternación comprobar la facilidad y rapidez con la que son sacudidos fundamentos básicos de la sociedad, con lo cual demuestra que no estaban afianzados ni eran asumidos de veras.
En las Elecciones Generales de junio de 2016, más de cinco millones de españoles votaron a la candidatura comunista de Unidos-Podemos. De este dato no debería concluirse que en España hay, como mínimo, cinco millones de comunistas. Independientemente de la acción de gobierno de distintos gabinetes socialistas, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) mantiene, en el conjunto del territorio nacional, un suelo electoral que no baja del 25 % de electores (mucho más en determinadas comunidades autónomas: Andalucía, Extremadura). No parece razonable deducir de estas cifras que una abultada mayoría de españoles desea para España un modelo de vida como el soviético, el cubano-castrista o el venezolano-chavista. Este panorama no siempre ha sido así. Y no tiene por qué serlo.

6
Cuando la propaganda es una ganga
La populosa masa social desnortada es, en su mayor parte, silenciosa y pasiva; aunque, en rigor, más que silenciosa cabría calificarla de ventrílocua, porque dice poco, pero hablar, sí parece que habla mucho, visceralmente o por boca de otros. Sólo una pequeña proporción de la misma, estratégicamente situada, hace ruido y agita, aunque sea la suficiente como para marcar la pauta y el territorio, señalar los ritos y las rutas que los demás se limitan a seguir. Resulta absurdo desprender de todo ello que millones de españoles siguen los preceptos comunistas y los protocolos progresistas con conocimiento de causa, con convencimiento y por principios, por lealtad al legado marxista-leninista. Más que ser «de izquierdas» la gente desea evitar aparecer en público como «de derechas», ser tildada de «ultra» o «fascista». Por tal prevención son capaces de seguir a cualquiera y cerrar la boca a cambio de no sentirse excluido del grupo, sino arropado y socializado, en compañía, porque perciben, con temor y temblor que es peor estar solo que mal acompañado.
Se dice y repite sin cesar que la izquierda goza de una «superioridad moral» que la hace intocable e intratable en todos los frentes. La fama le sale gratis, ya que suelen ser sus adversarios en la arena política quienes corean este mantra hasta el punto de acabar creyéndoselo, en buena medida como excusa o culpabilizada evasiva, disfrazada de lamento, que justifique por qué es tan difícil rebatir y detener la «hegemonía» cultural y la receptividad social de las que gozan sus oponentes.



Francia. En el fragor de los años 60 del siglo XX. El filósofo existencialista Jean-Paul Sartre inspira y firma el «Manifiesto de los 121 contra la guerra de Argelia», dirigido a la opinión pública (y, en particular, al ejército) llamando a la insumisión y a la deserción de la tropa. El Gobierno presidido por el general De Gaulle considera la posibilidad de detener al filósofo insurrecto. El presidente galo sentencia: «No se encarcela a Voltaire».
Escuchamos afirmar a menudo desde la orilla derecha que la izquierda es «maestra» en la labor de hacer propaganda. Dicho lo cual, ya se coloca uno, inmediatamente y por propia iniciativa, en el papel de pupilo, oyente o pasante. Por lo común, suele añadirse, con intención de reforzar tan atrevida revelación, que estas artes publicistas sirvieron de base e inspiración para Goebbels y el aparato propagandista nazi en la primera mitad del desventurado siglo XX. Nuevo acto fallido: el replicante acaba de reconocer implícitamente que la referencia comunista no ofende ni asusta tanto como la nazi. De nuevo, la salvaguardia y el blindaje le salen barato al apparatchik.

7
Más amor propio y menos amores que matan
El liberalismo es pensamiento que remite al egoísmo racional y al individualismo, al amor propio, a ser uno mismo, en primera instancia, quien afronte y solucione sus problemas. El colectivismo, en cambio, ofrece seguridad y ayuda social universal, sin límite ni control del gasto público, lo cual genera sin duda una sensación de acompañamiento y calor humano (hombro con hombro) que evoca, guste o no, a una moral de establo. Pero, ¿en qué conmueve esta circunstancia a quien le aterra la soledad inherente a la individualidad y la responsabilidad? El hombre es animal de costumbres, en efecto; no se trata de anularlas sino de que aprecie los hábitos sanos más que los nocivos. «Sapere aude. Ten el valor de servirte de tu propia razón.» (Immanuel Kant).
Reparemos en este pasaje de la película Annie Hall (1977), escrita y dirigida por Woody Allen, y la declaración final del personaje que interpreta, Alvy Singer, ingeniosa y graciosa, pero no exenta de  cinismo:

«Y recordé aquel viejo chiste. Aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: “doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina”. Y el doctor responde: “entonces, ¿por qué no lo mete en un manicomio?” y el tipo le dice: “lo haría, pero necesito los huevos”. Pues eso es más o menos lo que pienso sobre las relaciones humanas. ¿Sabe?, son totalmente irracionales, locas y absurdas; pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos.»

También afirmaba Lenin que no podía hacerse una tortilla sin romper huevos. No se lo discutiré, mas sí hago observar que no sólo de huevos vive el hombre.
Juzgo exagerado y efecto de la vana indignación el siguiente diagnóstico de la sociedad seriamente afectada de progretivitis: lo que sucede es que la sociedad está «enferma». Sentencia que tampoco queda mal, aunque seguimos en lo de siempre... Fueron los revolucionarios franceses, desde el año 1789 en adelante, quienes hablaban de «Salud pública» para diagnosticar el mal del Antiguo Régimen y sanear la sociedad a base de sangrías y aceite de ricino. Eran bolcheviques los que encerraban en sanatorios psiquiátricos a los disidentes políticos. Es «cordón sanitario» expresión muy corriente en política para nombrar el bruto sectarismo y el acorralamiento del adversario. Cierto es que determinadas actitudes, aquí expuestas, no revelan un estado general de buena salud, pero no caigamos en los vicios que denunciamos.
No tengo respuestas contundentes ni categóricas, pero tampoco olvido algunas sabias directrices morales encaminadas al buen criterio y el recto proceder: «Si no quieres ser como ellos, no hagas lo que hacen ellos.» (Marco Aurelio, Meditaciones). Acaso lo mejor que pueda hacerse, para empezar, es quitarle glamour falsario a la corrección política, desintoxicarse de pensamiento único y no caer en más encantamientos ni vanas ilusiones.

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