«BATALLA
DE LAS IDEAS» Y GLAMOUR BLINDADO
Desintoxicación
y desencantamiento en política
«Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en
los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos,
heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de
tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas
soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en
el mundo.»
Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Cap. I
1
Glamour falsario
En un acto público celebrado en Madrid hace años,
en defensa de la democratización de Cuba, con notoria presencia de artistas e
intelectuales de la izquierda política (incluidos e inclusivos), el escritor
Mario Vargas Llosa, portavoz señero de la reunión, declaraba: «Hay que quitarle
ese falso glamour a la dictadura cubana».
¡Bravo!
Si algo explica, la subsistencia del criminal
régimen castrista es, por encima de cualquier otra consideración, el apoyo
material y «moral» que recibe del socialismo de todos los partidos a escala
planetaria. Un refuerzo y un socorro rojo de los que hasta presumen. Lo mismo
sucede con otros bastiones de la «conciencia desgraciada» (Hegel) progresista. Junto
a Gaza, Venezuela, Corea del Norte y pocos reductos más, aunque muy
emblemáticos de resistencia, la
izquierda política mantiene su particular reserva
doctrinal en pequeños y territorios sacrificados por la Causa. La foto del Che
Guevara, el pañuelo palestino o la hoz y el martillo sirven todavía actuando de
santo, seña y contraseña, y no son exhibidos en las democracias con discreción,
sino con orgullo, ostentación y descaro.
La esvástica nazi está hoy prudentemente proscrita
y el negacionismo del Holocausto, generalmente, repudiado en el ámbito público.
No ocurre lo mismo con las enseñas y consignas totalitarias de izquierda, ni
con el negacionismo del 11-S, dicho sea de paso. El ideario del socialismo,
tras el derrumbe del Muro de Berlín, sigue publicitándose con pavoneo por parte
de sus partidarios, incluso con agresividad, en caso de oponérseles la menor
objeción o plantearles una tímida crítica.
Con todo, el rojo está rabioso, Mami, qué será lo
que tiene el rojo...Tiene glamour. Un
glamour falsario que fascina a
propios y extraños porque tiene licencia para actuar impunemente y queda bien a la vista de los demás. Habrá
que preguntarse, más que por el desinhibido proceder de aquéllos, por la
sensibilidad y la complacencia de éstos.
La izquierda política hace bastante tiempo que ha
abandonado la «lucha obrera» y la liberación del proletariado (de hecho, los trabajadores
no funcionarios votan, por lo general, a partidos políticos de centro y derecha).
Pero, no han renunciado a la «lucha de clases»: lo que han cambiado son las clases y el sentido de la lucha.
[Breve puntualización y seguimos: en el análisis
político, juzgo ambiguo y desfasado el dúo conceptual izquierda/derecha, pero
lo seguiré por defecto y porque
precisaría de artículo previo para explicar el porqué.]
En consecuencia, la «Revolución» ha quedado reducida
a «revolución cultural», embate que tiene más de contracultura y anticultura
más que de cultura, propiamente dicha. La sociedad contemporánea, sociedad de
espectáculo (Guy Debord) y de escándalo, se alimenta de indignación y
representación, de culto a la imagen y la pose (postureo), de exhibicionismo y de selfie, de cosmética y colorete (rouge, en francés), de sentimentalismo y empatía (palabra en oferta
especial); de intoxicación (fake news,
agitprog, manipulación) y de
encantamiento. Globalizada y mediática, está medio idiotizada por los media y la propaganda. Una sociedad de
estas características adquiere el cariz de un complejo grupal, en realidad, muy
simple, muy vulnerable y maleable, fácil de ser dominado, dirigido, encarrilado.
Basta con remover las bajas pasiones de sus miembros, con activar elementales
mecanismos de estímulo-respuesta, con ofrecerle lo que desea (después de
prescribirle los deseos), con halagarla y entretenerla, para tenerla entregada.
«La sociedad, la colectividad no contiene ideas
propiamente tales, es decir, clara y fundadamente pensadas. Sólo contiene
tópicos y existe a base de estos tópicos. Con ello no quiero decir que sean
ideas falsas, pueden ser magníficas ideas [repárese en la ironía del filósofo];
lo que sí digo es que, en tanto que son vigencias u opiniones establecidas o
tópicos, no actúan esas sus posibles egregias cualidades, lo que actúa es
simplemente su presión mecánica sobre todos los individuos, su coacción sin
alma. No deja de tener interés que en la lengua más vulgar se las llame
“opiniones reinantes”»
José Ortega y Gasset, El hombre y la gente
Acaso la tarea de desencantar a los encantados no
dependa tanto de la denominada «batalla de las ideas» cuanto de quitarle color
y dulzor al discurso de encantamiento de ilusiones. Desmaquillarlo es una
eficaz forma de desarmarlo.
2
Laboratorios y observatorios en universidades, ¡qué lugares!
La guerra mundial que se libra en defensa de la libertad es parte de un largo combate, que nunca termina. Así como la riqueza se genera, la libertad hay que conquistarla, cada día: en los primeros estadios de la humanidad, reinaban la escasez, la barbarie y el comunismo primitivo. No tratándose, en rigor, de guerra ideológica, he llegado al convencimiento de que no es cabal concebirla, primordialmente, en términos de «batalla de ideas», como nos habíamos creído. Es decir, la activación de un mecanismo de acción/reacción (fórmula de la física newtoniana adaptada al vocabulario marxista, por cierto) según la cual la actuación de un lado recibe (si la recibe) la respuesta del otro, en un proceso que va creciendo en violencia, en cruce de indignaciones y burlas, en duelo de movilizaciones, porque quien no se mueve no sale en la foto. Y he aquí la madre de todas las batallas: la imagen. Suele ganar quien pega más fuerte, se desgasta menos y domina con mayor astucia los aparatos de Inteligencia (emocional), la publicidad y la propaganda.
Desde la perspectiva del sociólogo Max Weber, el
desarrollo de la humanidad ha pasado por distintas fases, en las cuales puede
observarse una dirección general y universal, especialmente constatable en la
sociedad occidental: el crecimiento de la racionalización unida al proceso de
desencantamiento de la población; un retroceso paulatino de lo sacro y de las
creencias mágicas a la hora de interpretar y ajustarse a la realidad. La
derivación de todo ello no es, como podría colegirse, el triunfo de la
racionalidad, sino la extensión del nihilismo.
La sociedad contemporánea de masas, a diferencia de
lo que imaginaron la Ilustración dieciochesca y sus herederos intelectuales, no
ha crecido en pensamiento racional y en espíritu crítico, efecto de la universalización
de educación y alfabetización, la lectura de libros y la mayor inyección
presupuestaria en cultura. Semejante
mito, tamaño encantamiento, tal fraude, no han sido todavía plenamente
desenmascarados, lo cual demuestra su ímpetu y vigencia, no su verdad. Ha
sucedido lo contrario, el sueño de la «Razón» ha desembocado en el
establecimiento de una sociedad mórbida y acomodaticia, amiga de lo sencillo,
rápido e instantáneo, distanciada tanto de la convicción como de la
responsabilidad. Y esto que señalo es dado aplicarse a masas y a élites, sin
distinción.
De las universidades han surgido millones de
diplomados, licenciados y doctores, y sólo un selecto número de ellas,
relacionadas con la actividad científica y el ámbito empresarial, ha producido
verdadero y práctico conocimiento. Entre sus muros, se ha fraguado, eso sí, el
prontuario básico de la Revolución contra la libertad, y allí aún anidan y se
reproducen generaciones de académicos e intelectuales que intentan emular y
sustituir a los templos clásicos del mito y el oráculo. Sus departamentos emiten
y difunden las respuestas y los vaticinios que sirven de orientación general
básica a la conducta de la sociedad. A modo de laboratorio (generalizado con el
tiempo al conjunto del sistema educativo), experimenta y ensaya los productos
procesados para posteriormente ser propagados a escala general, a través de
muchos medios e intermediarios.
La «batalla de las ideas» acontece en un entorno sometido
cada vez más al pensamiento único: progresismo,
feminismo, multiculturalismo, pos-posmodernismo. Y tiene su espacio natural en ese ámbito habitado por
profesores numerarios y «comités de expertos». Trasladarla al seno de la sociedad resulta especialmente beneficioso para
amplificar el efecto del «terrorismo de los laboratorios» (Ortega y Gasset) y
la ingeniería social alentada por estos funcionarios de la intelectualidad,
donde, a poco que se apliquen, levantarán aquí y allá secciones y subsecciones
de lo más variadas; este procedimiento también recibe el título de «extensión
universitaria».
La farsa empieza a funcionar en el momento en que
es admitido el mismo concepto de «ideas» para denominar las creaciones y
recreaciones surgidas de las probetas del campus,
cuando se trata nada más que de consignas, dogmas, fantasías, lemas, proclamas
y disparates sólo válidas para gobernar un «universo Frankenstein». Desde los medios de
comunicación a las editoriales, las productoras de cine, los teatros y los
cosos operísticos, las librerías, los ateneos, todo lo que concierna al «mundo
de la cultura» se considera propiedad
del «marxismo cultural»; quién lo iba a decir de los enemigos de la propiedad
privada (a menos que se trate de la suya, o de la «propiedad intelectual», para
despistar y epatar).
Los objetivos señalados no siempre ponen objeciones
a la hora de sumarse a la lista de «compañeros de viaje». Y he aquí el
principio del fin de la cultura en su
acepción clásica y estricta, para transformarse en el apogeo de la propaganda,
el correvedile, la repetición, la radiodifusión de sexto sentido octavillero, la divulgación de mensajes transgresores, de moda: el reino del glamour.
3
¡Extra! ¡Extra! Roles, papel e higiene mental
Podría detallar múltiples muestras de lo arriba
apuntado. Me concentraré en comentar dos de ellas: las librerías y el
periodismo.
A diario, miles de empresas y trabajadores
autónomos se ven obligados a poner fin a su actividad, la mayor parte de los
casos debido a la política laboral y a la presión fiscal ejecutadas por los
Gobiernos. Algunas voces, a bajo volumen, muestran su contrariedad y disgusto
por tal situación. No tengo noticia, empero, de muchos actos multitudinarios
exigiendo frenar semejante situación. Por el contrario, el anuncio de cierre de
una librería concita una sonora solidaridad inmediata por parte de miles de
personas (sean verdaderos amantes de la lectura o no), y, en esta ocasión, sí
podría citar decenas de llamamientos públicos animando a firmar cartas de
protesta, a concentrarse a las puertas de un negocio que ha dejado de serlo o
bien a organizar colectas en ayuda del librero, convertido así, por mor de la acción
política, en víctima singular y, a la
vez, en héroe de quienes dicen ser
sus defensores, cuando no sus representantes.
Ojo, están aquí de sobra aclaraciones,
justificaciones o sentimientos de cada cual a propósito de los establecimientos
cuyas paredes están cubiertas por estantes de libros (en papel, exclusivamente;
del libro electrónico sólo se habla en público para denostarlo, y no falta
quien asegura que el eBook ¡y Amazon! son, en el fondo, la causa de que tantas
librerías cuelguen el cartel de «Se vende»). Aunque asunto relevante, tampoco
es momento de analizar si entre los paladines del libro vegetal prima el hecho
de tener libros o el de leer libros. En suma: ¿por qué la
librería, sí, pero, digamos, una sombrerería, no? Será cosa, supongo, de la llamada
«excepción cultural» o del glamour.
Si baja la persiana permanentemente una cafetería, no me interesa tampoco
averiguar sus especialidades y calidades, ni si la tortilla de patatas que
servían era con o sin cebolla. Porque no es esa la cuestión.
Extra! Extra! Read all about it! El
periodismo. Me conmueve escuchar a un joven estudiante o aprendiz (si le deja
la inspección del Ministerio de Trabajo) que confiesa tener la vocación
profesional de ser ingeniero industrial, electricista o sastre. Sin embargo,
cambio de emisora en mi res cogitans
cuando un muchacho que está acabando el Bachillerato proclama que su ilusión es
la de ser periodista, para lo cual, naturalmente, piensa cursar la carrera de
Periodismo (Facultad de Comunicación). Muchos zagales hay cuyo sueño consiste
en convertirse en otro Carl Bernstein o Bob Woodward, en reporteros agresivos y
sin fronteras, en formar parte de la redacción de un diario como The New York Times, The Washington Post o E l País.
El cine, la televisión y la propia prensa han cimentado
una épica y una lírica, un mito y una leyenda, una fabulación y una ensoñación,
a propósito del periodista, que tiene encandilados y encantados a miles de jóvenes (y no tan jóvenes). Dicho
brevemente, por no acudir a la hemeroteca en busca de más datos: hoy, no cabe
distinguir entre prensa negro sobre
blanco y prensa amarilla. El
mismo término de «prensa» (lo mismo que está pasando en la amplitud de la galaxia
Gutenberg) ha perdido gran parte de su original significado con el auge del
ciberespacio, la producción digital e Internet. En el momento presente, todos
los periódicos amarillean, más tarde o más temprano: esos pliegos de papel
reciclado, los cuales impregnan las manos de tinta y pulpa de celulosa y crían
hongos, siendo incluso peligrosos utilizados para envolver boquerones. Me
alarma escuchar que alguien se muere
por empuñar un diario vegetal, por devorar
un suplemento cultural o por inhalar intensamente esas fragancias mohosas y la esencia
de lignina. Porque la expresión está más próxima a la realidad que a la
metáfora.
Las
facultades de periodismo (o «Comunicación») licencian cada año centenares de
titulados hambrientos de papel y de componer titulares y reportajes rompedores.
La mayor parte de ellos es muchachada graduada muy ignorante en ortografía y
palabra escrita, pero adora los adjetivos y la redacción (de un periódico). Por
si esto fuera poco, el profesorado les habrá familiarizado con los textos de
Truman Capote, Almudena Grandes y Juan Luis Cebrián, así como con los shows televisivos de Iñaki Gabilondo y
Jordi Évole. Tampoco dudo que las progresivas generaciones que salen del centro
educativo con el diploma en la mano no han oído hablar de Azorín, Julio Camba y
Camilo José Cela, y acaso les suene el nombre de Francisco Umbral, sí ese
escritor que había venido a hablar de su libro.
Los
periódicos en nuestros días traen más mentiras y medias verdades que verdades
contrastadas con los hechos y son marcadamente tendenciosos, para qué engañarse.
El sesgo de la profesión periodística es atronadoramente de corte izquierdista
y casi en exclusividad, progresista inclusivo. ¡Ah, el periodismo! No hay mayor
sueño entre los aprendices de gacetilleros (¡y también novelistas y escritores!)
que escribir para/en alguno de los diarios fetiche, citados anteriormente. No
hay nada comparable a que le vean a uno sentado en el café Gijón en Madrid ante
un expresso y el periódico abierto de
par a impar para sentirse muy estupendo, pasar por culto, ser observado y
admirado. Y no digamos si se trata de la terraza (donde se pueda fumar) del
café Flore en París: puro glamour fou.
4
La «batalla de las ideas» y la guerra del glamour
No niego la necesidad de la batalla de ideas a la
hora de enfrentarse, neutralizar y contrarrestar la presión intelectual y
emocional de las «opiniones reinantes» en la sociedad contemporánea. Sí hago
observar que deberían, si acaso, quedar concentradas en el lugar donde
surgieron: universidades, ateneos y demás tramoyas sabedoras. Y esto en el más
optimista de los supuestos, porque es de dominio público que la participación
de conferenciantes y comparecientes relapsos a la doctrina oficial no es
comúnmente aceptada en debates o actos en facultades, colleges o reuniones de antiguos alumnos. Y de esta forma, poco
debate puede haber.
En el mayor número de casos, los actos a los que
asisten son reventados, boicoteados o sencillamente cancelados por quienes se
consideran propietarios absolutos de los templos del saber. En esta área reservada,
la expresión «batalla de las ideas» sí tiene un sentido literal, estricto. En
el supuesto de que la hazaña de los alborotadores estuviera «mal vista», repudiada
socialmente, no la harían. Por el contrario, es corriente (y aun diría que el
principal propósito del numerito) que graben la tropelía en video para subirla a Youtube.
Sostengo que exportar la «batalla de las ideas» es
poco útil y hasta fútil, y me viene a la mente, de inmediato, un pensamiento
cristalino:
«Un afecto no puede ser reprimido ni suprimido sino
por medio de otro afecto contrario, y más fuerte que el que ha de ser
reprimido.»
Baruch de Spinoza, Ética, Parte IV. Proposición VII
Raramente, las pasiones retroceden ante las razones.
Una afección, como es la tristeza, sólo puede ser contrarrestada en el momento
en que la alegría crece en un individuo, con el resultado de que ésta desplaza
a aquélla. Vana creencia (con apariencia de tautología) que una persona entre en razón a fuerza de razones,
cuando está poseído, intoxicado o bajo el efecto de un encantamiento del cual,
por lo común, no es consciente, o cuando le resulta provechoso o la esperanza y
el miedo le atenazan. Sugiero, más bien, liberarle de asideros pancarteros, de
hábitos adictivos, de confianzas adquiridas, de obediencias ciegas o debidas; proporcionarle,
en fin, un antídoto que limpie su mente de contenidos tóxicos, su boca, de
palabras impuras y su comportamiento, de acciones sucias. En suma, que le tome
gusto a la libertad y no a la sumisión, que sustituya el «principio del placer»
y el merengue del glamour por el «principio de realidad» (Sigmund Freud),
por el sentido de la decencia.
Bajo el manto de la corrección política y la
doctrina oficial, uno se siente protegido frente a contradicciones, cambios de
opinión y de gobierno, rabietas y mudanzas en modas culturales. Fuera de ellas,
ciertamente hace mucho frío y vive uno a la intemperie. Dentro, huele a cerrado,
a aire viciado. Así pues…
Un ventilado bostezo y una bocanada de aire fresco
pueden resultar más sanadores para un asmático o sofocado de eslóganes que una
estadística reveladora o un argumento de filigrana portador de certidumbre y
buen sentido. Lograr que un intoxicado de manifiestos, actuando según el guión
establecido, aprecie en su epidermis turbación o embarazo resulta más efectivo
que hacerle burlas al mamarracho (por despecho, reforzará éste su conducta
boba). Dejar de publicitar (o retuitear)
el dislate del otro y el desahogo personal propio estoy por asegurar que trae
más cuenta que estar pendientes del zasca
del colega al rufián y del sermón de influencers
y youtubers, paladines y generales de
división en la «batalla de las ideas». Considerar que el comportamiento servil,
seguir la corriente y ser la voz de su amo le convierte a uno en carne de
rebaño y no en un héroe, tiene más visos de mostrarse atrayente para el tocado
por el encantamiento que múltiples recomendaciones y reconvenciones acerca de
su estado febril. Ver crecer en uno mismo el amor propio y la fuerza de la
dignidad estoy por asegurar que hace más bien a cualquiera que verle sudar mientras
justifica el mal.
Quien sigue sin más el glamour tiene mucha cara, pero es que el glamour tiene variados perfiles.
5
No traigo aquí una poción mágica ni un bálsamo curalotodo,
porque no soy mago ni alquimista ni siquiera médico de cabecera. Aunque el mal que
señalo es profundo.
Sucede que una notoria mayoría de ciudadanos
españoles se ha situado tácitamente en la margen izquierda de la política; es
decir: antepone la igualdad a la libertad; lo público a lo privado; los colectivismos
al individualismo; la solidaridad emocional y el altruismo (ponerse en el lugar del otro) al egoísmo racional; la
redistribución de la riqueza al enriquecimiento personal; la acción del
Gobierno a la iniciativa particular; se queja de los impuestos, pero no juzga
prudente eliminarlos; considera más que aceptables la seguridad social y el
sistema piramidal de pensiones, de entre los mejores del mundo. España aparece
habitualmente entre los países europeos con un más alto nivel de
antiamericanismo, antisemitismo y complaciente con el islamismo. ¿Hay en esta
actitud convicción, responsabilidad o sentimiento?
En realidad, el interés y la preocupación por la
apariencia y por quedar bien a la vista los demás en creencias y postulados comprometidos evolucionan en la
ciudadanía a similar nivel que los establecimientos dedicados a dietética y
estética de uñas, el fitness y el
pilates, el yoga y el reguetón, los tatuajes y la intervención en las redes
sociales. Diríase que comparten similar tendencia. La opinión pública se mueve
sin remedio al ritmo de las modas y las vigencias colectivas, pero produce
consternación comprobar la facilidad y rapidez con la que son sacudidos
fundamentos básicos de la sociedad, con lo cual demuestra que no estaban
afianzados ni eran asumidos de veras.
En las Elecciones Generales de junio de 2016, más
de cinco millones de españoles votaron a la candidatura comunista de Unidos-Podemos.
De este dato no debería concluirse que en España hay, como mínimo, cinco
millones de comunistas. Independientemente de la acción de gobierno de
distintos gabinetes socialistas, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
mantiene, en el conjunto del territorio nacional, un suelo electoral que no
baja del 25 % de electores (mucho más en determinadas comunidades autónomas:
Andalucía, Extremadura). No parece razonable deducir de estas cifras que una
abultada mayoría de españoles desea para España un modelo de vida como el
soviético, el cubano-castrista o el venezolano-chavista. Este panorama no
siempre ha sido así. Y no tiene por qué serlo.
6
Cuando la propaganda es una ganga
La populosa masa social desnortada es, en su mayor
parte, silenciosa y pasiva; aunque, en rigor, más
que silenciosa cabría calificarla de ventrílocua,
porque dice poco, pero hablar, sí parece que habla mucho, visceralmente o por boca de otros. Sólo una pequeña proporción de la misma,
estratégicamente situada, hace ruido y agita, aunque sea la suficiente como
para marcar la pauta y el territorio, señalar los ritos y las rutas que los
demás se limitan a seguir. Resulta absurdo desprender de todo ello que millones
de españoles siguen los preceptos comunistas y los protocolos progresistas con
conocimiento de causa, con convencimiento y por principios, por lealtad al
legado marxista-leninista. Más que ser «de izquierdas» la gente desea evitar
aparecer en público como «de derechas», ser tildada de «ultra» o «fascista».
Por tal prevención son capaces de seguir a cualquiera y cerrar la boca a cambio
de no sentirse excluido del grupo, sino arropado y socializado, en compañía, porque perciben, con temor y temblor que
es peor estar solo que mal acompañado.
Se dice y repite sin cesar que la izquierda goza de
una «superioridad moral» que la hace intocable
e intratable en todos los frentes.
La fama le sale gratis, ya que suelen ser sus adversarios en la arena política
quienes corean este mantra hasta el punto de acabar creyéndoselo, en buena
medida como excusa o culpabilizada evasiva, disfrazada de lamento, que
justifique por qué es tan difícil rebatir y detener la «hegemonía» cultural y
la receptividad social de las que gozan sus oponentes.
Francia. En el fragor de los años 60 del siglo XX.
El filósofo existencialista Jean-Paul Sartre inspira y firma el «Manifiesto de
los 121 contra la guerra de Argelia», dirigido a la opinión pública (y, en
particular, al ejército) llamando a la insumisión y a la deserción de la tropa.
El Gobierno presidido por el general De Gaulle considera la posibilidad de
detener al filósofo insurrecto. El presidente galo sentencia: «No se encarcela
a Voltaire».
Escuchamos afirmar a menudo desde la orilla derecha
que la izquierda es «maestra» en la labor de hacer propaganda. Dicho lo cual,
ya se coloca uno, inmediatamente y por propia iniciativa, en el papel de pupilo,
oyente o pasante. Por lo común, suele añadirse, con intención de reforzar tan
atrevida revelación, que estas artes publicistas sirvieron de base e
inspiración para Goebbels y el aparato propagandista nazi en la primera mitad
del desventurado siglo XX. Nuevo acto fallido: el replicante acaba de reconocer
implícitamente que la referencia comunista no ofende ni asusta tanto como la nazi.
De nuevo, la salvaguardia y el blindaje le salen barato al apparatchik.
7
Más amor propio y menos amores que matan
El liberalismo es pensamiento que remite al egoísmo
racional y al individualismo, al amor propio, a ser uno mismo, en primera
instancia, quien afronte y solucione sus problemas. El colectivismo, en cambio,
ofrece seguridad y ayuda social universal, sin límite ni control del gasto
público, lo cual genera sin duda una sensación de acompañamiento y calor humano
(hombro con hombro) que evoca, guste o no, a una moral de establo. Pero, ¿en
qué conmueve esta circunstancia a quien le aterra la soledad inherente a la
individualidad y la responsabilidad? El hombre es animal de costumbres, en efecto; no se trata de anularlas sino de que
aprecie los hábitos sanos más que los nocivos. «Sapere aude. Ten el valor de servirte de tu propia razón.»
(Immanuel Kant).
Reparemos en este pasaje de la película Annie Hall (1977), escrita y dirigida
por Woody Allen, y la declaración final del personaje que interpreta, Alvy
Singer, ingeniosa y graciosa, pero no exenta de cinismo:
«Y recordé aquel viejo chiste. Aquel del tipo que
va al psiquiatra y le dice: “doctor, mi hermano está loco, cree que es una
gallina”. Y el doctor responde: “entonces, ¿por qué no lo mete en un manicomio?”
y el tipo le dice: “lo haría, pero necesito los huevos”. Pues eso es más o
menos lo que pienso sobre las relaciones humanas. ¿Sabe?, son totalmente
irracionales, locas y absurdas; pero supongo que continuamos manteniéndolas
porque la mayoría necesitamos los huevos.»
También afirmaba Lenin que no podía hacerse una
tortilla sin romper huevos. No se lo discutiré, mas sí hago observar que no
sólo de huevos vive el hombre.
Juzgo exagerado y efecto de la vana indignación el
siguiente diagnóstico de la sociedad seriamente afectada de progretivitis: lo que sucede es que la
sociedad está «enferma». Sentencia que tampoco queda mal, aunque seguimos en lo
de siempre... Fueron los revolucionarios franceses, desde el año 1789 en
adelante, quienes hablaban de «Salud pública» para diagnosticar el mal del
Antiguo Régimen y sanear la sociedad a base de sangrías y aceite de ricino.
Eran bolcheviques los que encerraban en sanatorios psiquiátricos a los
disidentes políticos. Es «cordón sanitario» expresión muy corriente en política
para nombrar el bruto sectarismo y el acorralamiento del adversario. Cierto es
que determinadas actitudes, aquí expuestas, no revelan un estado general de
buena salud, pero no caigamos en los vicios que denunciamos.
No tengo respuestas contundentes ni categóricas,
pero tampoco olvido algunas sabias directrices morales encaminadas al buen
criterio y el recto proceder: «Si no quieres ser como ellos, no hagas lo que
hacen ellos.» (Marco Aurelio, Meditaciones).
Acaso lo mejor que pueda hacerse, para empezar, es quitarle glamour falsario a la corrección
política, desintoxicarse de pensamiento único y no caer en más encantamientos
ni vanas ilusiones.
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