miércoles, 20 de febrero de 2013

INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO EN LA REALIDAD GLOBAL



Cada día más el mundo de hoy es visto y comprendido como una realidad globalizada, una esfera cósmica en donde las partes que la componen están hasta tal punto interrelacionadas que ya no puede decirse que se repartan el planeta sino que lo comparten. Se la denomine «sociedad red» o «sociedad de la información» o «sociedad de la comunicación», lo que parece poco disputable es que la sociedad presente ha alcanzado una edad en que la cantidad y calidad de la información que procesa ya no prueban sólo su grado de madurez y de progreso sino su existencia misma. En nuestros días no es una hipérbole afirmar que lo que no se conoce no existe, pero sí es inexacto sostener que no hay diferencia entre información y conocimiento. Urge, pues, distinguir entre ambas categorías (lo «crudo» y lo «cocido»), así como examinar sus formas de encajar en el tejido social, su grado de crecimiento y extensión.

A tal objetivo se dirigen los estudios actuales de sociología del conocimiento, que haremos bien en no confundir con los denominados «estudios culturales», muy populares en las universidades anglosajonas, ni  tampoco con la «historia de las ideas», desarrollada con maestría por Isaiah Berlin; mientras que aquéllos se preocupan de la cultura desde una perspectiva particularista (desde dentro de una delimitada colectividad o grupo social: mujeres, homosexuales, comunidades étnicas o raciales, orientaciones ideológicas, etcétera) y ésta atiende el examen de las ideas más en su contenido que en su continente (desde dentro del pensamiento y el pensador), la sociología de las ideas se concentra en la investigación histórica de las circunstancias y el contexto que acompaña el despliegue social del conocimiento en su conjunto.

Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot, el trabajo del profesor de Historia Cultural en la Universidad de Cambridge, Peter Burke, representa un buen ejemplo de este enfoque, limitado en esta ocasión a la época moderna temprana, es decir, el periodo que se extiende desde 1450 a 1750, desde la invención de la imprenta de tipos móviles hasta la edición de la Encyclopédie: de Gutenberg a Diderot.

Burke se reconoce continuador de los estudios clásicos de Emile Durkheim y Max Weber, pero también de Karl Marx, Max Scheler y Karl Mannheim, para quienes las ideas remiten necesariamente a un contexto espacial y temporal (clases sociales, periodos, naciones, generaciones) que informa de cómo nacen y crecen las visiones del mundo y los «estilos de pensamiento». 

Desde un enfoque más continuista que rupturista, concede el autor la atención que merecen a las tentativas renovadoras de la «nueva sociología del conocimiento», como la propiciada por autores del tono de Michel Foucault y Pierre Bourdieu, que demandan la consideración del género y la geografía del conocimiento, así como una especial atención a la «microsociología». Esta perspectiva del estudio social (inclusiva más que exclusiva), procura ampliar así el escenario de la actuación social y otorgar el protagonismo histórico no sólo a los actores profesionales sino también al gran público, al conjunto de los ciudadanos.

Resulta de gran relevancia investigar los lugares o sedes en los que emana el saber, así como los medios de transmisión de los que se sirve para llegar a la gente, el control político que soporta, los métodos de archivo y las prácticas de difusión que los atesora y propaga, los hábitos de consumo y los gustos literarios del receptor. Para la «historia social» del saber, el conocimiento está ligado a las universidades, pero no menos a los salones y las academias. Hay información y cultura en los libros, pero también en los periódicos y grabados. Sin duda, no hubiese crecido la ciencia sin los grandes sabios, pero tampoco sin los anónimos suscriptores de gacetas, diccionarios y enciclopedias. En suma, si las sociedades modernas han llegado a la «edad de la información», ello ha sido posible por la fuerza innovadora de unas determinadas ideas emancipadoras y renovadoras, aunque es justo recordar que también por la intervención de artefactos como la imprenta y de movimientos de agitación intelectual como la Encyclopédie.


No es casual la señalización por Burke de estos dos hitos históricos a la hora de comprender cabalmente la construcción de nuestra realidad actual y la invención de la modernidad. Así, nos recuerda que el mundo islámico se opuso desde el mismo instante de su hallazgo a la difusión de la imprenta y por ende a la innovación intelectual, y aunque China la empleó (antes acaso que Occidente), su uso estuvo muy mediatizado por la presión burocratizante de la cultura confucionista, como lo prueba que la Qinding Gujin tushu jicheng, descomunal obra enciclopédica de más de setecientas cincuenta mil páginas (considerado el libro más extenso del mundo) fuera patrocinada por la casa imperial de la época Qing para el exclusivo disfrute de la clase de los mandarines. No cabe, pues, ninguna duda de que el impacto de las tecnologías y las pedagogías de la inteligencia ha sido de suma importancia en la historia social del conocimiento. Bien está que se reconozca y se haga saber.

Bajo el título de «La construcción de la edad de la información» reseñé esta reseña del libro de Peter Burke, Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot (Traducción de Isidro Arias, Paidós, Barcelona, 2002, 321 páginas) en ABC Cultural, suplemento cultural del diario madrileño ABC (5/10/2002).

La reciente publicación del segundo volumen de esta obra, Historia social del conocimiento vol. II. De la enciclopedia a la wikipedia (2012) me anima a reeditar la recensión. Puede leerse una reseña de esta segunda parte del magnífico trabajo de Burke aquí



2 comentarios:

  1. eres intenso y me fascina haberte encontrado

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    1. Gracias, amiga, por tu amable comentario. Espero verte por aquí de nuevo.

      Saludos

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