Biógrafos, gacetilleros y estudiosos de la obra cinematográfica de Billy Wilder cuentan muchas y muy sabrosas anécdotas sobre la vida del genial director norteamericano de origen centroeuropeo. Nada sorprendente, después de todo, tratándose de un personaje de tanto ingenio y talento. Hay una secuencia vital de Wilder que me conmueve sólo recordarla. Y desearía traerla aquí y ahora como primera Hoja nueva que brota de este árbol blogero con una nueva primavera a las puertas.
Billy Wilder es por entonces un cineasta anciano, una leyenda viva del Septimo Arte. Su última película —Aquí un amigo (Buddy, Buddy, 1981)—, no ha tenido gran éxito de público ni de crítica. Algunos amigos le animan a emprender nuevos proyectos. Seguro que bullen en su cabeza estupendas historias que llevar a la pantalla. Billy merece un colofón magnífico para su magnífica obra. Como John Ford. Como John Huston.
He escuchado y leído varias versiones de la escena que ahora reproduzco. No sé si es la mejor o la más próxima a la realidad. No importa. Así debió de ocurrir.
El viejo director no ignora que Hollywood ya no es lo era. ¡El creador de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950)! Los despachos de producción de los estudios cinematográficos de mediados de los años 80 están ahora ocupados por jóvenes ejecutivos, más formados en las finanzas y los hedge funds que en la historia del cine. Wilder saca del cajón un antiguo guión y lo presenta a uno de estos nuevos gestores del cine. Le dan cita. Le hacen esperar. Finalmente, le recibe un prometedor productor, quien, sin duda, no sabe con quién está a punto de hablar.
— Señor Wilder, ¿dice usted que desea hacer un filme con nosotros?
— Así es.
— Trae el guión, ¿no es cierto?
— Muy cierto.
— Pero, tal vez sería interesante hablar antes del curriculum.
— Usted primero...
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