viernes, 23 de abril de 2010

EL LIBRO, DÍA A DÍA: 'ENSAYOS' DE MICHEL DE MONTAIGNE



«Los dos tratos que he citado [la amistad, el amor] son fortuitos y dependientes de terceros. El uno tiene el inconveniente de su rareza y el otro con la edad se marchita. Por lo tanto, no hubieran proveído lo bastante a las necesidades de mi vida. El trato de los libros, que es el tercero, téngolo por el más seguro y más individual de todos, porque, si bien cede a los primeros las demás ventajas, posee por su parte la constancia y facilidad de su servicio. Él me asiste y acorre siempre; me consuela en la vejez y la soledad; me quita el peso de una ociosidad tediosa; me libra de toda hora de las compañías que me enfadan; y me suaviza las punzadas del dolor si no son muy extremas.» (Michel de Montaigne, Ensayos, III, 3, «Acerca de los tres distintos tratos»).

¿Qué libro elegiría como mi preferido de entre todos los que han sido escritos y he leído? A tan endemoniada cuestión, responderé de la manera más sensata posible. Aunque, sinceramente, en lo que a mí respecta, no hay duda en la elección. Me inclino, justamente, y sin vacilar, por un océano de sabiduría templado por el más sano de los escepticismos, es decir, aquel que combina a la perfección la perplejidad ante el mundo y el cuidado supremo de uno mismo. Los Ensayos de Michel de Montaigne —el texto más querido para mí, y más próximo— conforman la obra de una vida ejemplar erigida día a día, escrita y revisada minuciosamente, compaginada, de acuerdo siempre la cotidiana vivencia del autor. Libro imprescindible en mi vida, que releo sin cesar, que en todo momento tengo presente.

Hace años, en mi ensayo Saber del ámbito. Sobre dominios y esferas en el orbe de la filosofía (2001), dentro del capítulo dedicado a la «torre de Montaigne» y a la influencia de los espacios en la elaboración de los Ensayos, escribí estas líneas que siguen:

«Los Ensayos constituyen un ejemplo de libro que palpita y emana vitalidad, pero su ritmo vital no concuerda con las reglas de la biología sino con los impulsos que la razón y el sentido de su autor le quieren dar. Tampoco se ajusta exactamente a los géneros literarios que se practicaban en su momento, porque no se trata de unas memorias, ni de una autobiografía, tampoco se aplica al género epistolar, ni está construido en forma de diálogos. Montaigne inventa el ensayo como género de la mejor manera que puede hacerse, ensayándose, haciéndose a sí mismo. Que era consciente de su originalidad es algo seguro, pues él mismo lo advierte: su libro no puede compararse con ninguno otro, porque es único en su género... Delimitar el contorno del pensamiento y del yo para que se ensamblen en una misma dirección y propósito, constituye la voluntad nuclear de su obra, la fuerza de su equilibrio, la gracilidad y la fluidez de su movimiento, prueba de una sencillez más espontánea que premeditada.»

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