miércoles, 13 de abril de 2011

A MANTUA LE QUEDA MANTEGNA


 A Mantua le queda Mantegna. También le queda Virgilio, nacido en un villorio muy próximo. Esta segunda vicisitud, sin embargo, le queda a la ciudad un poco más lejos. Porque, francamente, en Mantua, del pasado romano, se conserva bastante poco.
En Mantua se mantiene, más que nada, la memoria del Renacimiento, de la mano de la poderosa familia Gonzaga. Proveniente de haciendas agrícolas, afirmó su poder en la villa a comienzos del siglo XIV, y ya no lo soltó durante tres siglos. Sobre este suelo organiza la corte, y a fin de protegerse y darse a sí misma esplendor, levantan una ciudad a su medida. Al frente de la misma, cual dignos generales, el Palazzo Ducale —en realidad, un conjunto de edificios— y el Castello San Giorgio, fortaleza unida al gran palacio, concebida como refugio y vía de fuga, con salida a los lagos que circundan la ciudad.
Mantua, villa y corte, tuvo un gran pasado, noble y vistoso. Los Gonzaga llamaron al afamado arquitecto Alberti, para que construyera la basílica de Santa Andrea, y a un pintor exquisito, Andrea Mantegna, con la orden de decorar los muros de la ducal residencia. En la actualidad, Mantua es una apacible ciudad de provincias, que mantiene muy productiva la actividad agrícola y no poco contaminante, la industrial.
En verano, la villa lombarda queda vacía de residentes, especialmente a la hora del pranzo (de 12.30 a 17.00 p.m.). Sólo se ve vagar a unos pocos turistas y rodar algunas bicicletas. Pero, al atardecer, se llena de mosquitos, propagados por la combinación letal de calor ambiental y proximidad de los lagos, buscando succionar alimento, insaciablemente.
Mantua luce una estatua de Virgilio en la amplia Piazza Virgiliana. Hijo célebre del condado, adorado por sus coetáneos, lo contemplo estos días, solitario, desleído, casi derritiéndose al sol del mediodía. Pero, el hijo predilecto, aunque adoptivo de la ciudad, es Mantegna. Llegado de Padua, aquí se quedó y triunfó, un hecho que se lo quita nadie. A Mantua, por si llegan inviernos duros y tiempos aciagos, le sigue quedando Mantegna.
El centro de la ciudad constituye un pequeño islote limitado por las tres secciones del lago (Superiore, di Mezzo e Inferiore). En realidad, se trata del  río Mincio, afluente del Po, abierto a sus costados y al norte, más un canal del mismo río que, emergiendo a la superficie para desembocar en el Porto Catena, culebrea en un corto abrazo por el sur. Nos encontramos en una llanura baja, en el pasado, casi un entorno pantanoso. Más allá de esta franja, va ensanchando el espacio que anuncia la urbe. Atrás queda la antigua Mantova, tan sólo reconocible en el Palazzo del Te, grandiosa residencia campestre edificada por Giulio Romano con el objeto de dar abrigo y garantizar la necesaria reserva para los encuentros de Federico Gonzaga y la cortesana Isabella Boschetta. En sus tiempos, esta isla de amor material era materialmente una isla, unida a tierra por un puente, acaso también, como aquél de Venecia, el de los suspiros, aquí los del amante, tras el jadeo y jaleo del amor, de vuelta a palacio con la legítima esposa.
Los núcleos de mayor interés de lo que queda de Mantua están situados alrededor de tres plazas. En la Piazza Mantegna, la basílica de Sant’Andrea, construida por el gran arquitecto renacentista León Bautista Alberti, tiene un innegable valor artístico y no poco simbolismo religioso. Su interior atesora, desde el siglo XV, la sagrada reliquia de la sangre de Cristo, de la que no puedo dar fe ni mucha más información. Lindante a la plaza, otra más, la Erbe, con edificios renacentistas de valor. Destaca el Palazzo de la Ragione por su macizo fundamento, su nombre ilustrado avant la lettre y la torre del reloj. 

Y, por fin, llegamos a la gran plaza, la Piazza Sordello, lugar de concentración de piedras valiosas: el Duomo, al fondo de la misma, y el Palazzo Ducale en su extremo norte. El Duomo es un templo de estilo ecléctico y que no concita mucho interés. Esto no es la cercana Verona. Ni la más lejana Florencia… El magno palacio de los antiguos dueños de la ciudad delata un apreciable deterioro, en un estado de precaria conservación. La misma fachada, sobria y coronada de almenas, no augura grandes lujos ni maravillas en el interior. Atravesando varios patios interiores, bastante desangelados, llegamos a las puertas del castillo, cuyos salones y galerías semejan una continuación del palacio. 

Para encontrar el gran tesoro que acoge el entorno, como quien busca una veta de oro en la mina, hay que penetrar hasta las entrañas del cuerpo arquitectónico de  piedra, hasta los frescos pintados por Andrea Mantegna en la Camera degli Sposi. Unas pinturas de gran belleza, en las que el maestro renacentista logró combinar con gracia e inspiración, con intimismo lírico y exaltación épica, escenas de la vida privada de la corte y encuentros de carácter político y diplomáticos. Todo ello en dos paredes contiguas de la sala. Pero, ay, sólo dos paredes de las cuatro que componen la cámara nupcial.
Las imágenes de las reproducciones de los frescos que traía en la retina y la memoria, y habían estimulado mi interés por conocer el original, contenían el soberbio lado del lugar como si fuese un todo. Pero, ahora, en el lugar de los hechos, el todo quedaba ante mis ojos sólo en parte. Los otros dos muros de la habitación señorial, los orientados al este y sur, han quedado «en blanco», con restos de cal y algunos colgantes como que sirven de decoración.

Bien está, de todas formas. Nada puede tener todo. Mantua fue grande, y el que tuvo, retuvo. Aquí, Giuseppe Verdi ambientó, además, y para mayor gloria de la ciudad, la ópera Rigoletto. No está nada mal.
Después de todo, Mantua, la muy pícara,  se ha quedado con el arte de amar de Virgilio y con la habitación amatoria de Mantegna. Obras son amores en Mantua. Además de buenas razones para visitarla.


5 comentarios:

  1. ¡Qué apetecible, Fernando! Imperdonablemente, aún no conozco Mantua, así que me lo apunto para ir a la primera ocasión (siempre que no sea un atardecer de verano: eso de succionar alimento incansablemente me ha parecido muy alarmante).
    Un abrazo.

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  2. Jaja, sí, fue una jornada muy calurosa la que pasamos allí. Pero mereció la pena visitar la Camara de los Esposos: una verdadera joya.

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  3. Mantua, Arturo, es ciudad para ver de paso, de camino a otros destinos. En una jornada, te haces con ella y a otra cosa, a otra ciudad. Como digo en el texto, para un visitante informado, Mantua es, más que nada, Mantegna. Eso sí, si vas en verano, lleva repelente para mosquitos...
    Saludos

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  4. Amigo Fernando, ya he recalado en este rinconcito viajero como es debido. Estos momentos italianos que describes me son especialmente queridos. Esta nación tira de mí de forma muy especial.
    Casualmente en ninguno de mis dos viajes anteriores a la península he llegado a visitar Mantua. A pesar de que señalas que solo es una ciudad de paso, contemplar los maravillosos frescos de Mantegna merece parada y fonda.
    Mi viaje de este año aun no lo he decidido pero me apetecería mucho una gira por todo el sureste de Francia, o tal vez repetir el periplo del suroeste de Inglaterra....ya veremos cuando llegue Septiembre u octubre.
    Un abrazote.

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  5. Amigo Anro, ¡bienvenido!, una expresión ésta que, en el marco de un blog de viajes, representa algo más que una mera fórmula protocolaria.

    Lo dicho: mi propósito al ir a Mantua fue, básicamente, contemplar los frescos de Mantegna. El resto de este viaje al norte de Italia —Verona, Ferrara y (próximanente, Bolonia)— resultó mucho más interesante.

    También yo siento una auténtica pasión por Italia. ¡Y por el cine italiano! Pero, ya hablaremos de esto en otro sitio.

    Cuando quede concretado tu próximo viaje del otoño, me lo comentas. Por si coincide con alguna ruta que haya realizado yo.

    Saludos viajeros.

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