Los restos de mil fallecidos del 11S sin identificar vuelven a la «zona cero» - La Razón digital (10 de mayo de 2014).
No diré eso de «ya os lo advertí», porque queda feo y resulta petulante. Pero, lo cierto es que lo he dejado por escrito:
«Las autoridades norteamericanas impidieron que, desde el primer momento, el 11-S fuese tomado al asalto por las cámaras indiscretas y los lápices afilados. No pudo evitarse el primer ataque. Se trata ahora de hacer todo lo posible para evitar nuevas irrupciones y asaltos. Las cadenas de televisión rebobinan una y mil veces la embestida de los aviones contra los rascacielos y sus imágenes son reproducidas por doquier. Pero hay que hacer lo que está en nuestra mano para no dar carnaza gratis al tiburón. Tras los atentados del 7-J en Londres, las autoridades británicas declararon el “apagón informativo”. ¿Qué es esto? Muy sencillo: Londres no es el Madrid del 11-M, donde la muerte y el linchamiento político fueron emitidos en directo por la televisión.
Maneras distintas de conducirse ante un mismo
problema. Las democracias liberales de larga tradición, como el Reino Unido —o
que han aprendido rápido, como los Estados Unidos—, no tienen nada que
demostrar. En las épocas más duras del terrorismo del IRA contra intereses y
objetivos (targets) británicos, mientras publicistas, intelectuales y
artistas recogían fondos destinados a la «causa republicana», medios de
comunicación ingleses, incluida la muy diletante BBC, acordaban no dar imágenes
de dirigentes del Sinn Fein ni dar cobertura a sus mensajes. No
duró mucho el silenciador mediático, pero constituyó un precedente muy
respetable.
Al otro lado del océano Atlántico, la Zona Cero en
Nueva York y el Pentágono en Washington se miran pero no se tocan. Son declaradas
zonas protegidas, reservadas para el homenaje y el duelo. En el país del merchandising y del libre mercado por excelencia, la
autorregulación se impone sobre el intervencionismo salvaje. Ocurre que no todo
en Nueva York lo cubre The New
York Times con su manto de
influencia.
En junio de 2005, visité el Ground
Zero de Manhattan. En el sur la isla todavía quedan sin cerrar las heridas
y el socavón. La gran tumba sigue abierta. Miles de
americanos y extranjeros visitan este espacio devastado con la única clase de
actitudes permisibles en este espacio sagrado, a saber: el respeto y el
recogimiento. También la oración, pero jamás la ovación.
Pude observar que en esta zona
reservada al duelo, no existe la menor concesión al espectáculo, el compadreo y
el negocio. No hay en este punto crítico puestos de souvenirs, de comida rápida ni otras gaitas. Están próximos, sí, pero
a distancia. En el corazón herido de la
Gran Manzana se ha creado un cinturón, un cordón de cordura, un arco riguroso
más de seguridad que de recato y reverencia, no impuesto por los agentes del
orden sino por la restricción y la circunspección de los individuos respetuosos.»
Fragmento de
mi ensayo Cine, espectáculo y 11-S
(Amazon-Kindle, 2012).
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