El asunto es todo un clásico en teoría de la comunicación, ética
del periodismo y teoría política, entre otras especialidades, a saber: el
debate sobre la conveniencia o no de dar
completa y puntual cobertura informativa de los atentados terroristas y de catástrofes naturales.
La disputa sobre si cubrir determinada información,
especialmente sensible, envolviéndola
con un velo de recato y miramiento (que no de ignorancia), o, por el contrario,
develándola íntegramente a través de imágenes, informes y reportajes que pongan
«al desnudo» la verdad del asunto,
vuelve con regularidad una y otra vez, cual nube negra de los estorninos que
cubre las alamedas urbanas cada final de verano. A la complejidad, y aun al dramatismo, de la cuestión se suma la
ambigüedad del lenguaje. En el idioma español llamamos «cubrir» a la acción
de poner un objeto encima de otro a fin de ocultarlo o resguardarlo, pero
también de satisfacerlo (o violentarlo). En este segundo caso, se dice de un
sujeto que «cubre» a otro (u otra) en el sentido de que lo (o la) monta o
acaballa. En el lenguaje de la información, el acto de «cubrir» alude, por lo
general —aunque no exclusivamente—, a la tarea del reportero destacado en el
frente bélico, que mimetizando su labor a la estrictamente militar, marca un objetivo como primer paso para
tomarlo. […]
Mucho ojo, pues, con quienes tienen el
gusto de cubrir la información sin
freno ni contención. No me refiero ahora sólo a los
denominados «reporteros sin fronteras» y
sin remilgos, esos profesionales de los medios de comunicación que
simbolizan en su oficio, sine ira et
studio, la nueva era de la globalización. Llamo la atención sobre el
proceder de aquellas cadenas de
televisión y radio, agencias de
prensa y periódicos, rotativas y tiovivos, que no ponen coto a la
persecución de noticias y titulares de impacto. Señalo a aquellos medios que
pretendiendo investigar y revelar al público lo que pasa fuera para convertirlo
así en noticia y dominio público, remueven, destapan y hasta profanan lo que
debiera mantenerse dentro de la integridad, honorabilidad y reserva de los
verdaderos propietarios del suceso. Apunto también, en fin, a los inmoderados exhibicionistas en las
redes sociales, obsesos con poco seso en el quehacer de mostrar y mostrarse,
dar la nota y llamar la atención.
Ocurre que no todo lo que es dado
descubrir o destapar puede ni debe ser poseído por el primero que pase. Que no
todo lo que puede saberse debe ser sabido por todos. Que no toda pieza en
disposición de conquista debe ser ganada en todo momento o a cualquier precio.
En las sociedades abiertas, la libertad de información constituye
un bien que hay que proteger, pero también resguardar de quien aspira a
someterlas. Una sociedad libre y abierta,
pero demasiado expedita, pasa a transformarse fácilmente en un artefacto de
descaro y una máquina de producir impudicia. A fin de mantener las formas,
conservar las buenas costumbres y asegurar la eficiencia, debe aprenderse a
guardar las distancias y salvar las apariencias, de modo que la hospitalidad y la accesibilidad no sean interpretadas como
insensata dilapidación y gratuita penetrabilidad. No confundir liberalismo y liberatorio con liberalidad y libelo. No
es cuestión de contentarse con lo que hay, pero sí de aprender a contenerse,
para que lo que en verdad tenemos no se malogre.
Imagen promocional del film Nightcrawler (2014. Dan Gilroy)
Fragmento del capítulo 6.1. «Vanidades en la hoguera» (6.
Espectáculo y devastación) del libro Cine,espectáculo y 11-S (2012).
No hay comentarios:
Publicar un comentario