Durante mi última estancia en Roma realicé sendas excursiones a las siete colinas de la ciudad. Deseaba contemplar la grandeza del emporio urbano por antonomasia —el almacén de antigüedades italianas por excelencia— desde las siete gloriosas atalayas, puestos de guardia y vigía que diríanse protegerla a lo largo de los tiempos. Desde estas tribunas, uno, aun sin ser orador, siente el impulso de dedicar a tan magna villa unas breves palabras en señal de tributo y devoción. Desde estos miradores luminosos, uno no ceja en el perpetuo empeño de descubrir algo nuevo en la Ciudad Eterna.
De entre los siete magníficos cerros romanos siento especial predilección por el Monte Celio, al sureste de la urbe. Allí pasó una infancia feliz el filósofo y emperador Marco Aurelio, antes de que los altos destinos de Roma le hiciesen descender a la arena política y pasase a ocupar las dependencias palatinas en calidad de príncipe, siguiendo así la tradición dinástica de los Antoninos. Tras recorrer las alamedas y las calles, las plazas y los jardines del barrio, respirando un aire superior, me asomo a sus terrazas, y Roma se me antoja tan hermosa e imponente como creía no haberla visto jamás. En realidad, ha sido así siempre, la misma es desde milenios, desde su origen. En este lugar privilegiado, cree uno tocar el cielo de Roma; es más, juraría haber llegado a la cumbre del mundo.
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Las siete colinas de Roma señaladas en el plano de la ciudad |
Recorro, aunque sin prisas, los espacios de este pedazo de firmamento. Paseo y veo. Ando pensando, como ensimismado, hasta que, de pronto, un monumento tras otro llaman mi atención y hacen que me detenga: ora la Chiesa dei Santi Giovanni e Paolo o la Chiesa de San Clemente o la Chiesa di Santo Stefano Rotondo o la Chiesa di Santa Maria in Domene en la Piazza della Navicella, ora el Parque de la Villa Cellimontana, espacio sereno donde los haya, rebosante de pinos altivos y de robles nobles. Tantos sitios, ay, en un solo lugar.
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La Navicella frente a la entrada de la iglesia Santa Maria in Domine |
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Fachada de la iglesia de San Clemente |
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Interior de la iglesia de San Clemente |
Iglesia de Santi San Giovanni e San Paolo
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Via San Giovanni in Laterano |
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Puerta Villa Cellimontana |
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Villa Celimontana según un grabado de Giuseppe Vasi (1761) |
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Villa Cellimontana |
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Via Marco Aurelio |
Me paro en la Via Marco Aurelio y me dejo llenar de sensaciones y meditaciones del pasado, de los sabores de la eternidad. Aquí me detengo. Aquí me quedaría de por vida, ¡por Jupiter!
No me extraña tu fascinación por este lugar tan especial de Roma. He echado de menos algunos monumentos, pero los que citas son maravillosos y, como bien dices, flotan en una atmósfera especial, una de las más serenas de Roma ¿tal vez por la influencia benéfica de Marco Aurelio, que se extiende aún a través de los siglos? Eso espero. Saludos cordiales.
ResponderEliminarMarco Aurelio solía referirse a este singular espacio con la expresión «mi Celio», Celius meus... Pues bien, fíjate, Isabel, lo que te digo: a menudo siento deseos de expresarme en dichos términos.
ResponderEliminarSaludos y felices viajes
Un blog, interesante. Tiene la seducción del buen gusto de aquellos vetustos compartimientos del Orient Express. Marco Aurelio es una debilidad, profesor. La misma que compartí con un viejo mentor; el bueno de Rafa Ballester Añón. La vieja Roma, hermosa ciudad para un buen post. Ahora, he caído en Ud., D. Fernando. Demasiadas pastillas y los años desgastan. Eso sí, me gusta viajar a la vieja usanza como Miquel Silvestre y J. Wayne. Un cordial saludo, le sigo o te sigo
ResponderEliminarGracias, JC, por la visita y por tu amable comentario.
ResponderEliminarPues, nada, nada, a seguir viajando. Aunque sea tomando pastillas para el mareo...
Saludos y felices viajes
Hay verdaderos santuario e sprituales en occidente como monte celio por Marco Aurelio , Assisi por San Francesco aunque no se sea cristiano , però hacen recordarte al budda ,
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