Primavera es un abrir. Revientan los pimpollos en
jardines y terrazas, prados y plazas, comenzando a salir de la hibernación
estacional, espumando fragancias con presteza y ardor de mocedad. Rompe el aire la
floresta, petrificada por la helada y la escarcha, desatando el viento de
levante. Veo desplegar los pétalos, como si se desperezaran, y estirasen los
brazos tras la madrugada. Acaso es que las flores estén bostezando.
Abril es tiempo de petunias y kalanchoe. También
de margaritas y begonia: flora con nombre de doncella, porque el año está
temprano. Perfumes se mezclan en la brisa que entra por ventanas abiertas y
postigos destapados. Los crisantemos resisten el paso del tiempo.
Abrir el paraguas al salir a la intemperie para
volver a cerrarlo a los pocos minutos, apuntalando así el caminar. Aguaceros
efímeros en abril, mes de pasear con sombrero y bastón.
Abrir el libro donde el poeta sentencia que «Abril
es el mes más cruel». Eso dice él. Dejar el poemario sobre la mesa no es
crueldad, sino elegancia. Abril es el mes más gentil, más gentleman.
Abrí entonces el cuaderno y leí que abrir la
primavera es mes de abril. Levanté la tapa del ordenador portátil y arrancó el
vehículo que me llevó a estas líneas: «Abrí entonces el cuaderno y leí que abrir la primavera es mes de abril».
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